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    Jaime Andrés Roos Alejandro: en medio del éxito, el hombre solo, desde adentro

    Dejando la formalidad de lado, Jaime Roos invita a su huésped a acomodarse en el luminoso y amplio departamento que tiene en la Ciudad Vieja y, en medio de la agotadora disciplina a la que voluntariamente se somete antes de exponer cualquier proyecto artístico, realiza una pausa y se sienta al lado de una de sus tantas bibliotecas a tomar agua y café frente a la Rambla Sur.

    Ya se sabe: Roos es un prócer musical en su país y en Argentina. Pero es, además, un hombre con un riquísimo mundo interior, un agnóstico que admira a Jesús y un devorador de libros y de discos poco habitual.

    “Uruguay”: ese es el concepto en torno al cual giró el espectáculo que ofreció el 19 de junio en el Teatro Gran Rex y que ofrecerá el 16, 17 y 18 de agosto en el Auditorio Nacional del Sodre, con entradas agotadas para las dos últimas funciones.

    Un recital basado en su película “Tres Millones”, recientemente seleccionada en el área latinoamericana del New York Film Festival, que ha sido elogiado fervorosamente por los principales medios de prensa argentinos y que incluye 30 temas pertenecientes a cuatro décadas de trayectoria, muchos de los cuales el cantautor había borrado de su memoria.

    Rock, milonga, tango y, por supuesto, murga y candombe, pasarán por el paladar de este músico al que Jorge Drexler ha definido, con síntesis y sabiduría, de este modo: “Él es a Uruguay lo que Chico Buarque es a Brasil”.

    Para demostrarlo una vez más, el ganador de los premios Graffiti, ACE, Fabini y Gardel, se valdrá de una banda integrada por 12 profesionales de primera. Pero esta serie de conciertos fue solo una excusa para un diálogo en el que Roos, un uruguayo nacido en Montevideo en noviembre de 1953, habló largamente con Búsqueda de su identidad, de sus mañas, de su admiración por Rubén Rada, del disco de canciones originales que comenzará a componer dentro de un mes, de su reciente recorrida por los medios masivos de comunicación, de su amor por la literatura. Y también de su soledad.

    —Ensayo, preproducción, decorado, iluminación, vestuario, dirección escénica, auspicios, campañas de prensa, diseño de afiches, chequeo de gacetillas: de todo esto usted se está encargando. ¿Nunca delega nada?

    —Delego, pero hasta cierto punto, cosa que, debo decir, hace cualquier artista coherente. En una ocasión me reconfortó ver a Mick Jagger quejándose amargamente de cómo tenía que hacer todo para la gira “Steel Wheels” porque Keith Richards solo tocaba la guitarra. Así que estaba hasta en la parte económica de los tours. Y la otra vez Paul McCartney, que tiene 50 años en el business, admitió que firma con seudónimos como vestuarista, iluminador y sonidista porque le hacen esta misma pregunta y la formulan con signos de exclamación. Ahora, usted, al margen de delegar, en mi caso en un equipo muy profesional al que obviamente respeto, tiene que hacer correcciones y debe lograr que todo pase por su filtro: yo no puedo dejar que funcionen en mundos paralelos cosas como las que acabamos de nombrar porque, si no, se desmadra el proyecto.

    —Para lograr aquella coherencia artística, que evidentemente está relacionada con este seguimiento, ¿un buen músico debe ser neurótico y obsesivo?

    —Lo que pasa es que es injusto catalogarlo como neurótico y obsesivo por el hecho de querer que las cosas salgan bien. Yo considero que todo buen artista debe cuidar hasta el último detalle. Llega un punto en que hay cosas que se me van de las manos y que ya no puedo controlar. Y bueno: hasta ahí a usted le da el aire, y después no puede correr más. Pero, pensando que un proyecto multidisciplinario debe poseer coherencia y calidad, entonces el artista tendrá que buscar la excelencia y ser detallista. Ahora, respecto a que deba ser neurótico, debo decir que no conozco a ninguno que no lo sea. Aunque esa neurosis se aplica en otros órdenes de la vida. Es muy difícil convivir con la creación y con la característica implacable que conlleva. “El arte es un combate”, dijo Millet. Y efectivamente es así, porque el artista debe relegar muchas cosas en su vida cotidiana y familiar, ciertos placeres y ciertos aspectos en la relación con sus amigos. Curiosamente, la gente piensa que los artistas se la pasan fenómeno. Pero no tiene en cuenta el tremendo sacrificio que hay detrás de cada cosa. Claro, la cara bonita de la moneda es sacarse de encima todo e ir a tocar, pues uno va con ganas y termina cansado y, en muchos casos, aliviado y feliz. En cambio, cuando uno está preparando algo, el estrés puede llegar a ser severo. Fíjese que hasta tengo que dedicar tiempo a aprender mis propias canciones: muchas de ellas las olvidé (risas).

    —¿Cuáles?

    —Por ejemplo, de “No puedo llorar” me acuerdo muy poco.

    —¿Qué pasa con “Carta a Poste Restante”?

    —Es una canción que vuelve al repertorio, que no interpretaba hace quince años y que me costaba mucho cantar porque empieza diciendo “Franca, Franca”, haciendo referencia a una mujer que pertenece a mi pasado afectivo. Pero bueno: es realmente bonita y después de treinta años la puedo volver a tocar con alegría, desde otro ángulo, y sentirla como algo abstracto y no relacionado con la madre de mi hijo. Al margen, le comento que suelo aconsejar a los jóvenes compositores que me rodean que no les pongan nombres propios a sus temas de amor. Pero siempre lo hacen y terminan sin tocar nunca más la canción (risas).

    De todas formas, en este espectáculo hay temas dedicados a tres mujeres importantes de mi vida. Y las canto con toda la alegría y, como dije, abstrayéndome de lo personal y situándome en un lugar diferente.

    —Hagamos dos rescates emotivos. ¿Usted se emocionó como un niño cuando Paul McCartney se presentó en Montevideo, el 15 de abril de este año?

    —No pude ir.

    —¿Eh?

    —Sí, se me complicó la vida. Tenía una entrada en un lugar muy bueno pero se me complicó el día, no llegué nunca al concierto y no quiero tocar el tema porque la depresión que me viene es total. Punto (risas).

    —Lo dice al lado de una caja de madera que contiene la discografía completa de los Beatles.

    —Ese fue el regalo de Elio Barbeito, un amigo. Es una caja que él le mandó hacer a un carpintero. El nombre de los Beatles está tallado. Y todo está hecho a mano.

    —¿Cómo elegir una sola canción de McCartney?

    —En su caso, y también en el de Lennon, es imposible, porque estamos hablando de los mejores escritores de canciones populares del siglo XX. Y también de los mejores cantantes. ¡Y estaban juntos! Los Beatles fueron una alineación de los astros que se puede dar una vez cada dos mil años. Ya lo he dicho, pero para mí Lennon es Beethoven y McCartney es Mozart, porque el primero usa pocas notas en sus melodías, pero la sentencia es tremenda, mientras que el segundo es más melódico. Ahora, los que intentaron siempre privilegiar a Lennon por encima de McCartney le erraron “como a las peras”. “Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band” es una obra más de McCartney que de Lennon. Y, aparte, es particularmente intelectual. Además, considero que Lennon fue un gran guitarrista, que Ringo fue un baterista poco reconocido en aquellas épocas, aunque es mi favorito, y que George hizo diez canciones extraordinarias, lo cual es mucho.

    —Segundo rescate emotivo: Luis Alberto Spinetta. ¿Cuánto lo afectó su muerte?

    —Mucho. Él es mi único referente dentro del rock argentino. Con Spinetta se fue un pedazo de mi adolescencia y su muerte me pegó más de lo que creí. Por un lado, porque nunca pensé que fuera a fallecer. Pero, por otro lado, porque me descubrí entristeciéndome a niveles poco creíbles. Le digo algo: la muerte de Lennon fue la que sufrí más de alguien a quien no conocí personalmente. Pero si tuviéramos que hacer una triste escala, diría que la que le sigue ha sido la de “El Flaco”. Hasta el día de hoy me sigue arañando el alma cada vez que se toca el tema.

    —Hablemos un poco de actualidad. Después de un largo tiempo sin aparecer en televisión más que fugazmente, ¿cómo se sintió en los programas “Santo y seña” y “Décadas” y cómo se materializó la reunión entre usted y Rubén Rada?

    —El motivo de esta serie de apariciones mediáticas fue la promoción de mi nuevo show en el Sodre, además de la posibilidad de comunicarme con el gran público de una forma profunda, cosa que hacía tiempo no hacía. Y me sentí muy cómodo en esos dos programas que usted menciona pero también en otros, tanto en TV, radio o prensa. Ando en una época en que me han dado ganas de hablar.

    —Es una pregunta recurrente, pero debo formularla. ¿Cuándo se van a juntar Rada y Roos y cómo imagina ese encuentro? Y, por otro lado, ¿qué significa para usted grabar un candombe en el disco doble que él editará en 2013?

    —Nos vamos a juntar cuando se den las condiciones, que son unas cuantas y, además, complejas. Si hacemos algo juntos, no puede ser una guitarreada con olor a asado, obvio. Ahora, con respecto a grabar como invitado en este nuevo disco que Rada está preparando, es el sueño del pibe. Porque si bien lo invité a cantar en mi tema “Candombe de reyes”, del disco “Sur”, de 1987, esta sería la primera canción en que cantaríamos juntos en un álbum suyo.

    —Continuando con Rada, pero con otro miembro de su familia, ¿por qué durante este año usted solo fue al concierto de Julieta Rada y qué le pareció su desempeño vocal?

    —En realidad, hace poco también fui a un concierto de Rubén Rada y amigos (Alex Acuña, Luis Salinas y Gustavo Bergalli, entre otros) en Buenos Aires, que fue extraordinario. Con respecto al show de Julieta, tuve el honor de verlo sentado a la mesa de la familia Rada —y esto fue antes del famoso programa— e intercambié breves comentarios puntualmente musicales con Rubén. Lo cierto es que nunca vi cantar así a una mujer en el Uruguay. Pero, si nos ponemos a pensar, ¿quién escuchó cantar a alguien mejor que a Rada en nuestro país? Dejemos de lado a los folcloristas, claro está.

    —Usted hará tres funciones en el Auditorio Nacional del Sodre. Después del éxito alcanzado en Argentina, ¿qué más puede pedir?

    —Que todo salga bien, que no haya problemas técnicos ni imprevistos, que estemos inspirados y que la gente salga sintiendo que vivió un momento especial. ¿Usted cree que un futbolista que tiene 20 kilómetros de vueltas olímpicas sale a la cancha pensando en los títulos que ganó? Pues no: eso queda para otros momentos. Cuando uno sale a la cancha, lo único que importa es lograr que pase algo especial, ganar, golear y emocionar. Y que la suerte ayude y no haya imprevistos.

    —Cambiemos de tema. En los últimos días, el periodista Leonardo Haberkorn, uno de los autores del libro “Relato oculto. Las desmemorias de Víctor Hugo Morales”, escribió en su blog: “Todo lo que dice ‘Relato oculto’ está documentado. Es un trabajo serio. Jaime Roos miente cuando, con total falta de seriedad, admite que ni siquiera leyó el libro pero afirma que ‘todo es un invento’. Acá no hay ningún invento. Están los testimonios, las citas, las fechas, los recortes de prensa, las fotos, las grabaciones”. ¿Usted leyó el libro? ¿O cree que quienes lo escribieron intentan desacreditar a Morales por envidia?

    —Ante todo informo al lector que me llamaron hace unos días del diario “Página/12” para preguntarme si consideraba que Víctor Hugo había sido un colaboracionista de la dictadura uruguaya. Y, aunque no es un amigo íntimo, lo conozco desde hace treinta años. Entonces, dije por teléfono que me parecía un disparate semejante aseveración y, cuando me preguntaron si consideraba que era una maniobra mediática en su contra, dije que sí, que no cabía otra explicación. Víctor Hugo es kirchnerista, anda en un tremendo tire y afloje político, lo cual es cosa de él y no me corresponde juzgar. Pero que no me vengan con que era “miliquero” en los años 70. Yo, por ejemplo, que no militaba orgánicamente en ningún partido, al volver a fines de 1982 fui expulsado del Uruguay. Y simplemente porque sabían que estaba en contra de ellos y que, vaya uno a saber, les podía ocasionar problemas. En definitiva, no dije que Víctor Hugo fuera un líder de la resistencia, aunque sí expresé que estaba claro para todos, porque todos sabíamos qué camiseta calzábamos, que estaba en contra de la dictadura, y chau. Ahora bien: no leí el libro y no pienso leerlo, a menos que me digan que hay algo inimaginable en él. Sin embargo, no pienso que quieran desacreditar a Morales por envidia: no pasa por ahí.

    —¿Por dónde pasa, entonces?

    —Es parte del ajedrez político argentino, que carece de límites, independientemente del bando del que hablemos. De todas maneras, no vale la pena responder los comentarios de Haberkorn. Antes de escribir eso, él me pudo haber preguntado la razón de mis dichos: hubiera sido más serio a nivel periodístico. Pero, como lo conozco bien, no me sorprende. Para mí, este es un tema terminado.

    —Volvamos a su arte, pues. ¿A usted le gustaría que sus fanáticos solo escucharan su música y no quisieran saber detalles sobre su vida privada?

    —Debo decir que no en vano casi nadie sabe de mi vida privada. Se enteraron de que tenía un hijo y conocieron su cara recién con la película “3 Millones”, donde se roza un poco mi privacidad. Pero no es mi intimidad sino parte de mi vida fuera del escenario. Yo siempre cuidé celosamente mi vida privada porque no me gusta que se metan en ella y, además, porque considero que no es interesante: es una vida más, con sus luces y sus sombras. Así que me gusta que, si tengo gente que se interesa en mí, lo haga a través de mi obra, que es lo que muestro. Y agrego esto: me encanta cuando el público viene y me dice “vamo’ arriba, Jaime, ¡qué linda canción!”. Si me enojara por ello, que me da fuerza y me hace bien, sería un enfermo.

    —Sin embargo, a muchos seguidores suyos les molesta que usted no haya publicado un disco de canciones originales desde “Fuera de ambiente”, en 2006. ¿Cuándo editará otro?

    —Bueno, tengo que explicar que no saqué un disco nuevo pero sí estuve 12 meses encerrado haciendo una película nueva, ¿no? Yo no sé si la gente se da idea de la cuota de creatividad que se necesita para hacer “3 Millones”.

    —¿Eso lo enoja?

    —No, lo que pasa es que mis tiempos cambiaron. Cuando saqué “Fuera de ambiente”, mucha gente me daba por muerto. Entonces, y lo digo sin ninguna modestia, “Fuera de ambiente? no tiene ningún tema que sea un hit, pero el álbum es un hit en sí mismo. Cuando a fines de 2006 salió el disco, fue una buena manera de decirle a la gente: “No le saquen la lengua al abuelito, por favor”. El día en que no tenga nada más para decir, lo aclararé públicamente y declararé que no voy a hacer más discos porque el aljibe se secó. Pero me parece frívolo y banal que digan: “Hace no sé cuánto tiempo que no saca un disco”. ¿Y? Creo que tengo unos cuantos para ir escuchando, ¿no? De todas maneras, en un mes comenzaré a preparar mis nuevas canciones. Y espero que sean dignas de ser mostradas.

    —Sigamos hablando de su obra. ¿Usted diría que la canción “Tema del hombre solo” lo refleja hoy como persona? ¿O es nada más que una bella poesía?

    —Refleja mi vida entera, incluso cuando he estado muy bien acompañado. Hay momentos en que he estado lejos de ese hombre, pero ha sido una constante retornar a aquel personaje. Yo me siento solo y muchas veces me siento ajeno a mí mismo, porque me miro al espejo y no sé quién es esa persona. Por eso cito el comienzo: “Recién vi a un extraño, con un rostro familiar/ Ahora entiendo al resto, cuando me mira mal/ El del espejo soy yo, extraño animal”. Aparte, ahora que pienso, es una canción “servilletera”, porque nació de distintas servilletas anotadas en diferentes lugares y porque me costó mucho formularla con cierta coherencia. Las ideas que contiene se me ocurrieron en distintos momentos, y el tema, contrariamente a otros que compuse en muy poco tiempo, como “Catalina” o “Vida número dos” , me llevó seis meses.

    —¿Cómo se explica, entonces, pese a las diferencias musicales que existen entre la versión original y la que grabó Liliana Herrero, que ella la haya cantado y entendido tan bien?

    —Liliana Herrero es una persona particularmente inteligente y profunda y, por ende, comprendió la esencia de la letra e hizo lo que hace cualquier intérprete que se precie de tal, tamizando por su corazón y por su psiquis esa letra y esa música. Y, al igual que con otros temas, como “La casa de al lado”, de Fernando Cabrera, ofreció una versión diferente pero propia.

    —¿Y por qué después de todos estos años “Colombina” sigue resultando tan encantadora para tantas personas?

    —Porque es una canción encantadora.

    —Ya que estamos en medio de un living repleto de cultura, ¿qué libros le han mejorado la vida y por qué le gusta tanto la serie “Los Soprano”?

    —Bueno, no sé si ve: acá hay algunos libros, pero allá hay otra biblioteca que es más grande (hace un gesto hacia adelante) y en mi cuarto también hay otra. Libros que me hayan mejorado la vida hay tantos, pero bueno... Que me hayan pegado fuertemente, en estos últimos meses: “Tombuctú”, de Paul Auster, “El informe de Brodeck”, de Claudel, una de las obras más duras que tuve en mis manos pero que, sin embargo, me produjo un éxtasis artístico, “Desgracia”, de Coetzee, “El regreso”, de Schlink, el cuento “Nadie encendía las lámparas”, de Felisberto Hernández, que siempre me deja boquiabierto, “La inmortalidad”, de Kundera, que influyó mucho en la canción “Vida número dos”, y casi todo Onetti y casi todo Borges, aunque pienso que la mejor novela argentina es “El sueño de los héroes”, de Bioy Casares. Respecto a “Los Soprano”, bueno...

    —¿A usted le hubiera gustado ser mafioso?

    —Nooo, pero toda nuestra civilización tiene una fascinación por la mafia. Y “Los Soprano”, una prolongación de “Buenos Muchachos”, de Martin Scorsese, es excepcional. Creo que puede llegar a ser la mejor serie televisiva de todos los tiempos. Es absolutamente impresionante desde el punto de vista cinematográfico. Cada capítulo resulta extraordinario desde donde usted lo mire. No sé cómo llegaron a ese nivel. Por eso tengo la colección completa al lado del “Anthology” de los Beatles.

    —Si los Beatles fueron una especie de semidioses, ¿por qué se ha extendido tanto la devoción por Bob Dylan, varios de cuyos discos se pueden ver en su biblioteca, cuando en realidad nunca fue un gran cantante?

    —Es que sucedió algo: Dylan en estos últimos años perdió la voz. Pero yo considero que fue un cantor excepcionalmente bueno y que en los años 60 rompió la tiranía de los grandes “cantantes”. Gracias a él, se animó a cantar Hendrix. Y no debemos olvidar los discos que hizo en las décadas de 1970 y 1980. Es, además, un escritor de canciones increíble, cuyo gran problema fue no haber dejado de cantar cuando debió, al menos en vivo. Sin embargo, sus shows siguen siendo finos y sobrios, su banda es espectacular, su presencia es mágica y lo que hace es arte. Como Lou Reed. Solo que Lou Reed canta cada vez mejor.

    —Pasemos de los semidioses a los dioses. ¿Qué significa Jesús en la vida de Jaime Roos?

    —Es, fue y sigue siendo el símbolo de la civilización a la cual pertenezco. Cuando se habla de nuestros valores y de nuestra forma de ser como seres humanos, creo que se habla de algo muy concreto. Entonces, yo sigo los preceptos éticos de Jesús, leo la Biblia y aprendo de ella. Y, sin embargo, continúo siendo agnóstico. Como puede apreciar, tengo una cruz colgada, pero no por motivos religiosos sino espirituales. Ojalá, porque a veces aparece como una brisa y después se va, tuviera fe, fe de verdad. Porque yo les tengo sana envidia a quienes la poseen. Quizás algún día tenga el privilegio de que me llegue. En el ínterin, soy cristiano sin ser religioso.

    —“Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso, ¿quién lo conocerá?”, se pregunta la Biblia. ¿Usted cree que se puede conocer el corazón verdaderamente?

    —Creo que ni uno mismo conoce su corazón. Aunque, por acumulación de situaciones, se puede decir que uno puede llegar a conocer el corazón de algunas personas que tiene cerca. Y se puede dar el caso de que le conozcan el corazón a uno. Entonces, citando a nuestro presidente, “como te digo una cosa, te digo la otra” (risas). Lo que refutaría esto es que en la vida me he llevado tres o cuatro palazos, de los más duros que se puedan concebir, después de creer que conocía el corazón de determinadas personas durante 25 años. De todas formas, hay personas a las que quiero mucho y a las que creo conocerles el corazón. Pero también sus pequeñas mezquindades y sus pequeñas soberbias, que yo también las tengo. Sin embargo, el panorama general hace que diga: “Este tipo realmente tiene un corazón de oro”. Y yo sigo conociendo gente y teniendo amigos que quiero y que no me han defraudado. Y por eso mismo sigo fijándome en el corazón de las personas.

    Vida Cultural
    2012-08-16T00:00:00