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Antes que nada, latidos cardíacos, seguidos de voces, ese sonido metálico de caja registradora tan familiar, el traqueteo de una máquina industrial y gritos de mujer. El acorde crece en dramatismo y satura la mezcla. La grabación es de 1973 pero parece del futuro. Speak to Me se transforma en Breathe y se produce una explosión de placer en la zona auditiva. Así, con la obertura de esa pieza maestra llamada The Dark Side of the Moon comienza Us + Them, el concierto de Roger Waters, que llegará al Estadio Centenario a las 21 h del sábado 3 de noviembre, tras recorrer Brasil durante casi un mes.
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Luego de Paul McCartney (2012 y 2014) y los Rolling Stones (2016), Waters completará la trilogía de los grandes pilares de la cultura rock con el legado de Pink Floyd vibrando en el cemento del monumento al fútbol. Este año grandes leyendas como David Byrne, The Pretenders, Phil Collins y Nick Cave dieron conciertos memorables en Montevideo. Pero sin dudas que por la mezcla de calidad artística, influencia histórica y popularidad, el de Waters será el acontecimiento del año, y de lo que va del siglo, junto a los dos arriba mencionados.
El flaco de melena y barba canosa nacido en 1943 en el condado de Surrey, a 50 kilómetros al suroeste de Londres, nunca ha sido ninguna maravilla como bajista, pero ha tenido la suficiente inteligencia como para estar siempre adelante. A mediados de los 60, junto a Rick Wright y Nick Mason fundó un grupo que tras tocar covers de blues y embarcarse en la vanguardia psicodélica, con el ingreso del notable guitarrista David Gilmour comenzó a concebir un concepto sostenido en los climas instrumentales, en el ensamble, en la sugestión de estados de ánimo a través de la orquestación. Allí, en la suma de las partes y no tanto en el virtuosismo individual, se cimentó la leyenda de Pink Floyd, a quienes les cabe la definición de la banda de culto más popular de todos los tiempos. Y además ese flaco del bajo es quien, 40 años atrás, inventó el rock de estadios: el concepto de puesta en escena para grandes auditorios, en los que hay que cautivar a decenas de miles de espectadores y hacerles sentir que están en una sala de teatro.
A los 75 años, Waters se mantiene asombrosamente activo en los escenarios (una gira mundial cada cuatro años) y en muy buena forma, no solo física, sino artística, como lo demostró con su reciente disco IsThis the Life We Really Want?, el primero de canciones nuevas en 25 años, del que oiremos cuatro temas en el Centenario. Pero además de compositor, cantante, bajista y —eventualmente— guitarrista, Waters ha construido una trayectoria como activista social y político, una arista fundamental de cada una de sus visitas. Ya desde los tiempos de Animals, cuando en 1976 apareció Algie, el chancho inflable volador concebido por Waters como un icono satírico de la clase política británica —para muchos es una alusión directa a Rebelión en la granja— y portador desde entonces de mil y una consignas. The Wall es, además de una soberbia ópera rock, una furibunda denuncia de la problemática de la educación decimonónica, de la alienación derivada del capitalismo radical y un auténtico alegato antibélico a través de la evocación de su padre militar muerto en la II Guerra Mundial. Este perfil extramusical de Waters se consolidó cuando inscribió su nombre en la historia política del siglo XX, en julio de 1990, al despacharse con una megafunción de The Wall en la mismísima Puerta de Brandemburgo, en Berlín, junto a las ruinas del recién derrumbado Muro. Ese poroto no se lo saca nadie. El concierto simbolizó la reunificación cultural entre los dos bloques hasta entonces separados por la Cortina de Hierro y catapultó a Waters como líder de opinión en los albores de la globalización.
El problema Bolsonaro.
Para muestra de su alto perfil político, en estos días en Brasil, en plena campaña electoral, no dudó en incluir al candidato Jair Bolsonaro en una lista de líderes de ultraderecha en la pantalla gigante, en la que figuran Trump, Le Pen, Farage y Putin bajo la leyenda Neo-fascism on the rise, junto al hashtag#EleNão. De hecho, en San Pablo y Río, donde Bolsonaro está fuerte, pudo apreciarse la “grieta” entre sus votantes y sus detractores, con silbidos tan fuertes como aplausos cuando su nombre apareció en la pantalla. Waters debió aclarar en una entrevista para la Globo que hubo un error en la proyección que generó una mala interpretación del mensaje que quería dar.
Paisaje fabril.
La puesta en escena de Us + Them combina la iconografía que Pink Floyd fue construyendo con el tiempo. Luego del muro omnipresente en The Wall Live, ahora el leitmotiv visual es la vieja Battersea Power Station, la central termoeléctrica por la que Waters solía pasar, en las afueras de Londres, cuando buscaba inspiración para la portada de Animals. Sus cuatro enormes chimeneas le remitieron a los cuatro pilares históricos de Pink Floyd: Waters, Syd Barrett —luego sustituido por Gilmour—, Wright y Mason. Ahora la vieja fábrica es proyectada sobre el muro-pantalla que ocupará todo el ancho de la cancha, junto a la tribuna Amsterdam, de Olímpica a América.
El repertorio de esta gira se repite calcado de ciudad en ciudad, siempre en el mismo orden, solo con una variación en el último bis (Mother o Two Suns in the Sunset), y está concentrado en Waters como compositor. Dark Side… está prácticamente completa. A la dupla inicial, el set list suma los clásicos Time, Money, The Great Gig In The Sky, Us and Them, Brian Damage y Eclipse. Atención veteranos, lleven pañuelos por si se les suelta algún moco con las dos bombas de Animals: Dogs y Pigs. Además de la tremenda balada homónima, vinculada con el recuerdo de Barrett, Wish You Were Here aporta la retrofuturista Welcome to the Machine. El bajo de Waters estremecerá el coloso de cemento con One of These Days, un rocanrolazo protagonizado por los sintetizadores de Wright y la guitarra de Gilmour, del menos conocido —y no menos magistral— Meddle. Y por supuesto, estará la tríada fundamental de The Wall, que comienza con el helicóptero y los gritos beligerantes de The Happiest Days of our Lives y las dos partes en que se divide Otro ladrillo en la pared. Y otros dos pesos pesados para el cierre: Mother y Comfortably Numb.
De los primeros cuatro discos solistas de Waters no habrá nada. Sí de su nuevo disco, por lejos el más pinkfloydiano de todos y paradójicamente con el nombre menos poético de toda su carrera: ¿Es esta la vida que realmente queremos? Oiremos cuatro canciones de esta obra de fuerte impronta política, que vuelve, en temas como The Last Refugee,Déjà Vu y Smell the Roses sobre los temas de siempre: la alienación, la injusticia social y la guerra, con la variación de que ahora el poder ya no está solo asociado a la potencia militar e industrial sino también a los medios de información y el manejo de la vida privada de las personas como herramienta para potenciar el consumo.
Waters ha manejado con aplomo esa contradicción en la que inevitablemente caen los artistas de perfil contestatario y comprometidos con ideas políticas. Su propia crítica al consumismo exacerbado se transforma en objeto de consumo en sí mismo, el principal producto que vende ese enorme emporio del entretenimiento global en que se han transformado este tipo de giras. Waters llega en un frágil punto de equilibrio entre la honestidad artística y política y la experticia en el manejo del espectáculo como producto de alto —altísimo— precio, un producto que requiere de varios miles de pesos para ser visto a menos de media cuadra de distancia.
Casi agotadas.
En Red UTS quedan menos de dos mil entradas para todos los sectores del Estadio (menos campo general), a precios que van de $ 1.610 (talud Colombes) a $ 16.100 (Vip frontales). El británico y su equipo, en el cual estará presente el diseñador integral del show Jeremy Lloyd (Búsqueda Nº 1.987) llegarán a Montevideo con tiempo, pues el concierto anterior es el martes 30 en Porto Alegre. Waters será declarado Visitante Ilustre de Montevideo.