Es escritora, polemista, “intelectual liberal” y aunque no se ve política profesional, se asume “acérrima enemiga de la izquierda” y sobre todo anticomunista, ala de centroderecha, conservadora. Mercedes Vigil integra el llamado Foro de Montevideo, “un colectivo de ciudadanos independientes”, creado en setiembre de 2021 y dedicado a la filosofía política o la “metapolítica”, en sus palabras. “Intentamos reeditar la Atenas clásica en la cual los intelectuales en la polis tenían parte en la formación de la normativa de los tiempos y las épocas, porque desde el manual de la escuela de Fráncfort, en la década de los sesenta, los intelectuales han dejado de ser liberales y libres: no levantan la mano contra nada; se quedan en el molde, porque son esencialmente orgánicos, fueron subsumidos por el sistema y pagan sus cuentas de esa forma. Pero como a nosotros nadie nos paga las cuentas, podemos decir lo que realmente pensamos”, afirmó Vigil en esta charla con Búsqueda.
—Tú me definiste como una “acérrima enemiga de la izquierda”. Por supuesto que el marxismo y el comunismo, con 150 millones de muertos, solo puede ser defendido por personas que o están a sueldo o son delirantes. Por eso me defino anticomunista. Creemos que si no hay una fuerza política que redefina el gasto público, que achique el sistema político —como hizo Suecia en los noventa—, y elimine la ideología de la Udelar (Universidad de la República) y de los centros de estudios, el Estado uruguayo va a terminar pereciendo. Sin embargo, el gobierno nacional, independientemente del lugar que ocupe en el espectro político, lo primero que hace es engordar, engordar y engordar el gasto del Estado… Y este gobierno de coalición no ha colmado las expectativas de cambio, continuando en algunos aspectos con las políticas del Frente Amplio: con esta educación, la ideología de género, los presos políticos, los impuestos, los combustibles caros, gasto público engrosado, auditorías lentas... Dejémonos de secretarios, autos oficiales y de periodistas contratados todas las semanas para hacer apología del político de turno, colorado, blanco o frenteamplista, todos trabajan igual.
—Pero hizo una generalización grosera; dijo que todos los periodistas “trabajan igual”...
—No, no, no, no. Fíjate tú, si te estarás equivocando en que esto es una generalización, que yo empecé diciendo que esto era la aplicación del manual de la escuela de Fráncfort de segunda generación. Esto es historia, sociología y geopolítica. Esto no es Juan, Pedro o Diego. Esto es un organigrama que se ha seguido en toda Latinoamérica, y también en Uruguay, para introducir el pensamiento marxista en los medios de prensa, en las grandes editoriales…
—Y como usted es escritora…
—Yo soy escritora, pero no me siento tocada por eso.
—¿Y entonces?
—Pongámosle que hay colegas que sí están dentro de esa égida. Pero esto no tiene nombre y apellido, porque es tan enorme... Es como que me digas que porque cito a la Udelar tengo que nombrar a uno por uno. ¡Nooo! Es la filosofía imperante que alcanza a la mayoría de sus integrantes. Es mucho más peligroso y mucho más importante que darle un nombre propio.
—¿Y en qué se basa esta opinión?
—¡Esto no es opinión! ¿Te parece que el hecho de que en la Intendencia Municipal de Montevideo en los últimos 30 años hayan ingresado más periodistas y escritores que ingenieros o especialistas en limpieza, iluminación o en tapar agujeros es casual? ¡Nooo! Esto no es una simplificación infantil. Yo estoy hablando de datos duros… Como liberal, creo que nos debemos una sociedad en la que cada uno pueda sobrevivir y pagar sus cuentas sin tener que ocupar un cargo en el Estado, porque el Estado va a quebrar… No ahora, ya, capaz que dentro de 15 o 20 años. ¿En qué mundo ordenado la discusión gira en torno a si la intendenta Carolina Cosse y la ministra Azucena Arbeleche firman o no préstamos con el BID cuando estamos endeudándonos para nuestros hijos y nietos? Y todavía les damos premios... ¡Es tan absurdo! El sistema está absolutamente corrupto y hay que cambiarlo. Y eso es parte del discurso con respecto al voto en blanco en el referéndum de la LUC. (Ver nota central.)
—Ustedes hablan de una demanda insatisfecha o señalan una “tibieza” del gobierno en cuanto a las promesas incumplidas en tiempos y profundidad. ¿En qué fundamentan eso?
—Es evidente que en la pandemia, con un año sin clases, era el período ideal para hacer algunos cambios importantes en educación... Lo digo con total honestidad y con dolor: esta batalla sin fin en que la coalición de gobierno fue arrastrada por la agenda de la izquierda (léase Frente Amplio y PIT-CNT) es de un absurdo total. Si algo le debo reconocer a la oposición es que marca agenda desde hace mucho tiempo. Convenció a toda la coalición y a gran cantidad de los votantes que en los 135 artículos de la LUC nos iba la vida. Pero la vida a un gobierno se le va con las grandes medidas y los grandes lineamientos, no por absurdos como la portabilidad numérica. Fue un error del gobierno haberse dejado meter en esta justa electoral como si fuera una batalla a vida o muerte. Da mucha pena, pero es la muestra de la decadencia de la clase política nacional.
—¿Usted votó a este gobierno?
—Por supuesto.
—¿Y está decepcionada?
—No. La gran decepción es comprobar que la coalición gobernante saltó a la arena política al ritmo de la flauta que toca el Frente Amplio y el PIT-CNT con la LUC, una batalla absurda. No fueron lo suficientemente sagaces para darse cuenta de que este referéndum de marzo es la excusa perfecta que inventó la izquierda para interrumpir el ejercicio de gobierno. Esa es mi gran decepción. Yo creía que había estrategas que iban a advertir que no había que seguir bailando al ritmo de la oposición, porque el tiempo de gobierno es muy finito y es una pena que se vaya la mitad del mandato en una batalla ajena y absurda.
—En un foro organizado por usted meses atrás, la senadora oficialista Graciela Bianchi dijo que no es tan fácil conseguir los votos para procesar los cambios profundos, ni dentro de la coalición ni del propio Partido Nacional. ¿Cómo se explica eso?
—Hay una sumatoria de cosas. Primero, el marxismo es transversal. Hay varias generaciones que tienen de 50 años para abajo que se criaron en una sociedad marxista. No hablo del marxismo de Carlos Marx, por favor, estoy hablando de ese progresismo transversal que tiene una filosofía relativista. Esto explica que en la marcha del orgullo gay se viera a funcionarios del Partido Nacional (por el director de Educación, Gonzalo Baroni), y más atrás carteles en contra del presidente Lacalle Pou. Eso se da por una gran ignorancia, porque los nuevos grupos radicales marxistas —el feminismo radical, el ambientalismo, el indigenismo— son articulaciones políticas financiadas por la nueva izquierda.
Segundo, porque el buenismo siempre es mucho más adherible, es mucho más fácil decir que ‘vamos a ser todos iguales’ y a tener ‘todos los mismos derechos’, como que vamos a ser todos Messi, todos felices; el pensamiento mágico frente al racional. También hay gente convencida de que la agenda 2030 de la ONU es buena. La misma vicepresidenta de la República, Beatriz Argimón, cuando fue a Europa dijo que buscaba reforzar la supragobernanza de agenda 2030, que no es ni más ni menos que el colonialismo de los siglos XVIII y XIX. Allí Argimón demostró que el progresismo es transversal.
—¿Y qué consecuencias tiene ese “progresismo transversal” para Uruguay?
—Desde hace 20 o 30 años hay dos grandes industrias en Occidente y especialmente en la región. Una es la industria de los derechos humanos, que excede enormemente a los actores que intervinieron directa o indirectamente de un lado y del otro (por la dictadura, 1973-1985). Se ha transformado en una industria que tiene ONG, sociólogos, estudios de abogados, medios de prensa, que se mueven por dinero. Esa es una. Y la otra es la industria del género, y no es casual que tantas políticas y actrices sociales estén metidas en ONG. Eso es: no creamos que los que caminan en una marcha sean en su mayoría, como en los años sesenta, gente convencida; hay mucha gente paga.
Argimón es vicepresidenta desde hace dos años, pero siempre ha estado abrazada a todas las ONG que integran la industria de género; y estamos hablando de dinero, de mucho dinero. Lo subrayo porque hay una tendencia a creer que acá hay mucha gente que levanta las banderas por ideales y, lamentablemente, cada vez más la realidad nos muestra que se levantan esas banderas por dinero.
—¿Qué relación tiene su colectivo con Cabildo Abierto, cuyo líder también habla de una mirada “hemipléjica” de la historia y su partido reclama liberar a los presos de Domingo Arena?
—No soy votante de Cabildo Abierto ni pertenezco a Cabildo. Siento alegría cuando algunos actores políticos se suman a nuestro pensamiento filosófico. Pero no es a la inversa. Hay solo dos militares retirados en el Foro de Montevideo. Batallo contra la hegemonía de cualquiera. Generalmente no nos identificamos con ningún político. Es más, el cuerpo político actual deja mucho que desear. El gran pensador liberal (Alberto) Banegas Lynch dice que un intelectual ocupándose de ejercer la política es un desperdicio. Y yo lo creo.
—Sin embargo, tienen coincidencias discursivas con lo que plantea el economista liberal argentino Javier Milei. ¿Qué dice de eso?
—Con Milei coincidimos en muchas cosas, en cuanto a achicar el Estado, bajar el gasto, eliminar los privilegios que rodean al sistema político… Pero no lo podemos sacar del contexto del que sale él, que es la política del espectáculo. Milei es un fenómeno farandulero antes que un pensador liberal y libertario. En eso los uruguayos somos bastante distintos y sentimos un poco de pudor. Y nosotros tampoco creemos en la ausencia total del Estado, como él, ni nada por el estilo. El Estado debe estar presente, pero a diferencia de muchos que han dicho que la pandemia demostró la importancia de que el Estado fuera grande, creemos que esta crisis demostró que el Estado debe ocuparse de cosas fundamentales como la salud, pero no de todo como el nuestro, que hasta financia a una murga, a la enorme mayoría de los escritores y hasta a un profesor de yoga.
—¿Le planteó estos temas al presidente en la reunión que mantuvo con él el 8 de noviembre en Torre Ejecutiva?
—La charla que tuvimos con el presidente la mantenemos en reserva porque así lo pidió el presidente. Hicimos estos reclamos, los planteamos y los conversamos. Pero no tratando el caso de Juan, Pedro o Diego, sino del Estado de derecho y de cómo debe ser reorganizada nuestra república.
Lanzan campaña por voto en blanco en el referéndum como mensaje al sistema político y para “sacarle la amarilla” al gobierno