Una parte de ese crecimiento vendrá de la inercia del aumento en la producción de cultivos de invierno, donde tuvo destaque la productividad del trigo, que con un rendimiento récord dejará un saldo exportador cercano a 1 millón de toneladas.
Pero el impacto importante se verá en el crecimiento del segundo trimestre del año, con el salto que dará la exportación de soja y la producción de maíz y sorgo. En el caso de la soja la producción estará en el entorno de 3 millones de toneladas, lo que generará un rebote muy fuerte desde la muy mala producción del año anterior. El año pasado la cosecha quedó en unas 650 mil toneladas.
Este año, con un área que supera 1,1 millones de hectáreas, un rendimiento de unos 2.800 kilos ubicará la producción en unos 3,1 millones. Aunque todavía falta buena parte del cultivo, se ha cruzado el mes más complicado y cabe proyectar un año de rendimientos similares a otros años Niño o con lluvias normales. Mientras que en el sector privado se maneja un área de 1,3 millones de hectáreas, cabe en nombre de la cautela esperar un área algo menor por siembras tardías y algunas resiembras que debieron realizarse. La soja debe generar un ingreso cercano a US$ 1.200 millones por exportaciones; el año pasado cayeron a US$ 414 millones.
El arroz que viene firme, ubicado en el quinto lugar de las exportaciones difícilmente crezca en producción ya que la sequía limitó levemente el área potencial y viene de rendimientos muy altos. Pero aun sosteniendo un volumen de producción similar al de años anteriores, 1,3 millones de toneladas, va a crecer en facturación porque el precio internacional y regional es de los mayores que se hayan registrado.
Salvo un derrumbe de precio, las exportaciones de arroz serán récord en dólares. Pasaron de US$ 500 millones en 2022 a US$ 600 millones en 2023 por un mayor volumen principalmente, y pueden volver a crecer en este caso en base a un mayor valor por tonelada.
En el caso del maíz ocurrirá un aumento también muy fuerte en la producción, que luego de seguir el mismo derrotero que la soja el año pasado, con una producción de solo 265.000 toneladas, puede pasar este año a cerca de 1 millón de toneladas. Pero esto no se trasladará a exportaciones sino a una mayor disponibilidad y a precios accesibles para la alimentación animal, lo que determinará seguramente una contribución a un crecimiento en la producción de carne y lácteos.
Por lo tanto, se espera un año más favorable para la producción avícola, de cerdos y para la terminación de ganado de corral, que a su vez mejora la demanda por novillitos y terneros.
Es decir que un aumento en la producción de maíz solo se notará indirectamente en la producción lechera (que puede ser la mayor de la historia) y en la ganadera, que tendrá un crecimiento, así como la producción avícola y de cerdo. En estos dos casos, tampoco habrá un impacto en las exportaciones que sea significativo, pero probablemente serán rubros que ayudarán en el objetivo de mantener la inflación en el rango meta del Banco Central del Uruguay, por debajo de 6% anual.
De modo que la agricultura va a ser una palanca importante para la economía de 2024, que más allá de la estadística y la recaudación de impuestos se trasunta en términos humanos en un movimiento intenso en la zona oeste por los cultivos de secano y en el este por el arroz. Generan empleo en transporte, en mecánica, fletes y en general en servicios, desde lo carretero a lo portuario.
Otra fuente de crecimiento tiene que ver con la entrada en operaciones de la planta de UPM, que va a expresar plenamente su potencial productivo y puede trasuntarse en que 2024 sea el primer año en el que la actividad sea la que genere más divisas por exportaciones, superando por primera vez a la carne vacuna o a la soja como los principales rubros de exportaciones.
Con un fuerte crecimiento en 2023, por el comienzo de la puesta en marcha de la nueva planta de UPM, el año 2024 será el primero en el que esa ampliación funcionará a lo largo de todo el año calendario, lo que puede contribuir significativamente en el crecimiento de las exportaciones de este año y puede pasar a ser el principal rubro de exportación de Uruguay de forma estructural.
Un año para salir del atolladero
El año 2023 fue aquel en el que los productores tuvieron el desafío de salir productivamente adelante y con el buen desempeño de los cultivos de invierno y la llegada de El Niño pudieron lograrlo. Pero para ello incurrieron en fuertes inversiones solventadas, con créditos tanto bancarios como de proveedores.
Este es un año en el que si las lluvias se mantienen normales en otoño e invierno se podrán ir bajando los pasivos. Porque en buena parte de los cultivos de invierno se lograron márgenes y lo mismo puede pasar con los cultivos de verano. Si bien el resultado fue muy heterogéneo y hubo problemas de calidad tanto en trigo como en cebada, los rendimientos de estos cultivos en general permitieron un resultado favorable.
En trigo se pudo facturar cerca de US$ 1.000 por hectárea de grano para molinería, derivado de un rendimiento de 5.000 kilos y un precio promedio cercano a US$ 200 por tonelada. En cebada el rendimiento fue algo menor, pero el precio algo más alto para malteo.
Para trigo y cebada la zafra culminó con un resultado neto –sin pago de tierras– del orden de US$ 200 por hectárea. La colza estuvo más relegada en el resultado.
En los cultivos de verano la lógica de facturar US$ 1.000 por hectárea se mantiene en caso de que un maíz que obtenga 7.000 kilos por hectárea y reciba US$ 150 por tonelada de precio neto. Esto resulta en un ingreso de US$ 1.050 por hectárea, con un costo de unos US$ 900 por hectárea, dejando un margen de unos US$ 150 por hectárea. Claro que en maíz puede haber rendimientos más altos, cercanos a las 10 toneladas, y ahí es donde ese cereal hace la diferencia.
Pero en el podio de los márgenes –si las lluvias no se interrumpen drásticamente– estará en la soja, un cultivo que puede aspirar a 3.000 kilos por hectárea, con un precio de US$ 400 por tonelada, la facturación sería de US$ 1.200 por hectárea, monto que duplica los costos de producción y deja un margen de US$ 600 por hectárea, que normalmente se hace cargo del pago de la renta que puede situarse dentro de una variabilidad muy grande, entre US$ 350 y US$ 400 por hectárea.
Todavía queda buena parte del partido por jugarse en febrero y marzo, pero que enero pase sin olas de calor es otro factor fundamental, no solo para la agricultura sino también para la ganadería, permitiendo una muy alta preñez, que redundará en una muy buena producción de terneros en la próxima primavera y en una producción lechera que puede ser récord este año.
La producción de 2023 fue la segunda mayor de la historia, pero el estado del rodeo es mucho mejor que el de un año atrás. Hay una cierta merma en el stock por una faena más alta de lo normal el año pasado, pero con un volumen de alimento disponible, ya asegurado y a precios accesibles.
Si hay condiciones financieras mínimas la lechería podría superar en 2024 los 2.118 millones de litros de leche remitidos en 2021. En el caso de los lácteos el año empieza consolidando mejoras en los precios internacionales, que permiten afrontar el presente año con la tranquilidad de que no hay bajas de precios en la agenda de la industria.
Las lluvias inciden de otra manera muy importante en la generación de energía eléctrica, lo que también será un factor de mejora en las cuentas fiscales o al menos de UTE, y de mejora de la balanza comercial.
¿Cuánto de este impulso se puede trasladar a 2025? ¿Cuánto puede ir mejorando la economía china para ayudar a levantar los precios de la carne? Serán algunas de las variables determinantes de la suba de ese escalón que podrá dar la economía, además de que las exportaciones puedan sostenerse.
Además, el agro demostró que puede pedir prestado cuando una sequía lo acosa y pagar sus deudas cuando las lluvias lo dejan producir, lo que consolida una relación con el sector financiero que fue fundamental en 2023 y debe tener un final feliz a lo largo de este año.
