• Cotizaciones
    lunes 09 de septiembre de 2024

    ¡Hola !

    En Búsqueda y Galería nos estamos renovando. Para mejorar tu experiencia te pedimos que actualices tus datos. Una vez que completes los datos, tu plan tendrá un precio promocional:
    $ Al año*
    En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] o contactarte por WhatsApp acá
    * Podés cancelar el plan en el momento que lo desees

    ¡Hola !

    En Búsqueda y Galería nos estamos renovando. Para mejorar tu experiencia te pedimos que actualices tus datos. Una vez que completes los datos, por los próximos tres meses tu plan tendrá un precio promocional:
    $ por 3 meses*
    En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] o contactarte por WhatsApp acá
    * A partir del cuarto mes por al mes. Podés cancelar el plan en el momento que lo desees
    stopper description + stopper description

    Tu aporte contribuye a la Búsqueda de la verdad

    Suscribite ahora y obtené acceso ilimitado a los contenidos de Búsqueda y Galería.

    Suscribite a Búsqueda
    DESDE

    UYU

    299

    /mes*

    * Podés cancelar el plan en el momento que lo desees

    ¡Hola !

    El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
    En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] o contactarte por WhatsApp acá

    La escritora y actriz travesti Camila Sosa Villada presentó en Montevideo su novela “Tesis sobre una domesticación”

    Ella levanta una mano, mira hacia el cielo y dibuja en el aire círculos, mientras recuerda el reflejo de las luces azules de los patrulleros en las copas de los árboles. Era la señal para que las travestis que se prostituían en el parque Sarmiento de Córdoba salieran corriendo. De esa imagen potente surgió Las malas (Tusquets, 2019), la novela que la hizo famosa. Ella se llama Camila Sosa Villada (La Falda, Córdoba, 1982), pero en otra vida, cuando tuvo una infancia pobre en pueblos cordobeses, fue un varón que vendía helados en la calle, era castigado por sus padres y pasaba horas encerrado en su cuarto escribiendo, vestido de mujer. Ahora siente que es una travesti solitaria, libre y también enojada, difícil de domesticar. Justamente, Tesis sobre una domesticación (Tusquets, 2023) es el título de su última novela, que vino a presentar a Montevideo en La Noche de las Librerías. De gran fuerza narrativa, tiene como protagonista a una actriz travesti famosa, que alcanzó el dinero que nunca tuvo su familia pobre. Está casada con un abogado, también adinerado, con quien mantiene una pareja abierta, con sus beneficios y problemas. Sosa Villada estudió teatro y Comunicación Social, y en su origen como escritora tuvo un blog, un libro de poemas (La novia de Sandro, 2015) y un ensayo (El viaje inútil, 2018). Antes de publicar sus libros, fue actriz de teatro (Carnes tolendas, 2009; El bello indiferente, 2014, entre otras), cine (Mía, 2011) y televisión (La viuda de Rafael, 2012). Tiene un hablar pausado, de voz cálida y acento cordobés. Se ríe a menudo, pero no esconde su angustia o rabia, tampoco su emoción en algunos momentos. “No puedo dar una entrevista sin llorar”, le dijo a Búsqueda al recordar sus perros de la infancia. “Creo que los lapachos y los perros son las cosas más lindas que tiene la Tierra”. Ella aún vive en Córdoba (“Dios no permita vivir en Buenos Aires”), está preocupada por las elecciones argentinas y se toca el seno izquierdo como una especie de “Dios no permita” cuando aparece el nombre de Milei. Pero más le preocupa la destrucción del planeta. Aquí, un resumen de la entrevista.

    —Dedicaste La novia de Sandro a tu mamá, que te enseñó a leer, y a tu papá, que te enseñó a escribir. ¿Cómo fue ese aprendizaje?

    —Mi padre volvía de trabajar y me enseñaba las letras y a dibujarlas. Me mostraba que el dos era como un patito, el cuatro como una silla parada al revés. Tenía miles de cuadernos con el abecedario escrito una y otra vez, también con mi nombre y el nombre de ellos. Cuando nos fuimos a vivir a Los Sauces, un pueblito muy rural y apartado, no teníamos luz ni agua potable, era una vida muy precaria, y allí mi mamá me enseñó a leer con una Biblia para niños. Yo seguía lo que iba marcando su uña. Un día ella estaba lavando ropa en la galería y me vio con un libro en la mano. Se sorprendió porque realmente había aprendido a leer a los cinco años. Después leía lo que caía en mis manos, incluso revistas de la basura.

    —En tu cuento Gracias, Difunta Correa aparecen creencias populares como la del Gauchito Gil o del Curita Brochero. ¿Creían en estas figuras en tu casa?

    —Mi madre se peleó con la Iglesia en determinado momento, un poco para contestarles a mi papá y a su familia, todos muy creyentes. Mi abuela vivía en la casa parroquial del pueblo, se encargaba de limpiar la iglesia, de atener al cura, y mi tío había donado el santo. Mi mamá estaba muy enojada con mi papá y empezó a alejarse de la iglesia. En un momento no se cómo dieron con la Difunta Correa, supongo que habrá sido por los turistas que alquilaban sus cabañas en Mina Clavero, y se fueron a hasta Vallecito, al desierto, donde apareció muerta la Difunta Correa. En verdad existió, fue una mujer que acosada por un matón tuvo que huir con su hijo de pocos meses por el desierto. Ella murió y nunca se supo qué pasó con el bebé. Es una santa popular que no está canonizada, pero su altar es cada vez más enorme. En la dictadura prohibieron que los católicos le rindieran culto. Pero en algún momento la Iglesia vio el negocio y ahora tiene un terrible altar que genera mucho dinero.

    —Su historia la retomaste en Las malas, pensaste en un destino para ese bebé…

    —Cuando hice la obra de teatro El cabaret de la Difunta Correa, aparecía la Tía Encarna, que había encontrado al bebé. Entonces pensé que ese personaje daba para escribirlo más que para hacerlo en teatro. Empecé a escribir su historia, hasta que me encontré con Juan Forn y me alentó a publicar el libro.

    —¿Cómo conociste a Forn? ¿Cómo lo recordás?

    —Nos conocimos en Córdoba, en la presentación de la Colección Escribir, de Ediciones Documenta, que sacó tres títulos: La partida fantasma, del chileno Leonardo Sanhueza, Cómo me hice viernes, de Forn, y el mío, El viaje inútil. No sé por qué Forn se encantó conmigo. Yo le hacía burlas y le decía: “No me mires el culo cuando paso. Qué pena que no seas maricón”. Él tenía muchísima cintura social, sabía caer bien en cualquier lado. Era muy trabajador, cuando estábamos en el proceso de Las malas, todas las semanas enviaba las correcciones y yo se las devolvía con lo nuevo que había escrito. Pero en un momento encontré palabras muy raras, algo que yo sería incapaz de escribir. Entonces agarré mi archivo y lo comparé con el que me había enviado. Vi que eso no lo había escrito yo sino él. Entonces le dije: “Juan, yo no firmé contrato con nadie todavía. Si encuentro una palabra más que no haya sido escrita por mí, el libro queda acá”. Me dijo que tenía razón y que no iba a volver a pasar. Cuando murió en 2021, seguía enojada con él porque en el prólogo presentó el libro como si yo hubiera escrito una crónica de mi llegada a Córdoba, de mi paso por el parque Sarmiento, que fue muy breve. Sentía que los lectores iban a pensar que no era posible que una travesti escribiera ficción. De todos modos, la gente se volvió loca con Las malas. Se agotó y sigue agotándose. Forn tenía un ojo agudo para saber qué estaba necesitando leer la gente. A mí me caló al toque, inmediatamente supo qué literatura me podía gustar. Todo lo que me recomendaba era un acierto. No hay muchos editores así.

    —En ese prólogo Forn dice que en tu ADN “convergen la furia travesti y la fiesta de ser travesti”. ¿Estás de acuerdo?

    —La furia travesti se usó como una especie de eslogan durante mucho tiempo por el activismo. Soy una travesti furiosa, estoy enfurecida por todo lo que me hicieron, y nadie se banca una travesti enfurecida. Claro que queda muy bien el discursito de la integración, de la visibilidad, del cupo laboral, todos somos open mind, pero lidiar con una travesti enfurecida es un asunto complejo. Nuestra rabia es legítima, es importante, es filosófica. Es una manera de existir y no debería perderse nunca (se emociona).

    —Tus novelas tienen mucha fuerza visual. ¿Empezás a escribir a partir de imágenes?

    —Por lo general lo primero es una imagen. En Las malas era la de las travestis corriendo en tacos aguja, algo que me tocó vivir. Veíamos en los árboles que se reflejaba la luz azul de los patrulleros y salíamos corriendo, cruzábamos la avenida, algunas trepaban por los árboles y otras nos tirábamos en las zanjas hasta que las luces desaparecían. Tenía solo esa imagen, después empecé a escribir el resto. En Gracias, Difunta Correa, la imagen que me fascinaba era la de los pájaros negros volando en círculos en el desierto, no se sabía si era por el cadáver de una cabra o de otro animal, hasta que apareció el de una persona. En Tesis… tenía la imagen de la actriz perdiendo sangre por los pasillos del canal de televisión. Una empieza a responder por esas imágenes que no se sabe a dónde van a llevar, es como tirarse a un mar negro, a un agua turbia. La Duras (Marguerite Duras) decía que si una supiera lo que va a escribir no escribiría nunca. Siendo actriz aprendí muy rápido que nuestras ideas no son sagradas, se pueden perder por el camino. Por supuesto que hay ideas que las defiendo siempre, pero no me caso con todas ni confío tanto en ellas.

    —¿Es la pobreza el motor de tus historias?

    —Sí, pero también la riqueza. Conocí a travestis que hicieron mucho dinero prostituyéndose. Tengo amigas que tienen complejos hoteleros en Córdoba y lo lograron con el dinero que hacen en Europa prostituyéndose durante seis meses. Me interesa quitarnos de encima el designio de la pobreza. Nos deja muy desvalidas pensar que las travestis solo somos pobres. Fue un discurso que prendió muchísimo en el activismo trans en Latinoamérica, la marginalidad, la miseria. En Las malas, la narradora es pobre, y hay algunas más que otras, pero la Tía Encarna tiene arcas con esmeraldas en su habitación. En Tesis... la actriz tiene muchísimo dinero. De alguna manera me parecía que había que empezar a hablar del dinero. No es algo que nos resultara ajeno a las travestis. Nuestra vida se podía ir detrás del dinero, subir a un auto por ganar unos pesos y encontrarte con un asesino. Realmente era importante hablar de la plata, no sé si tanto de la pobreza. El dinero es la energía que mueve la acción. Lo dicen en Cabaret (empieza a tararear la canción Money). ¡Qué temazo! Creo que el dinero es una de las energías más poderosas que hay, incluso mayor que el amor, incluso mayor que el odio.

    Las malas es un retrato de una época de mucha represión a las travestis. ¿Cuánto cambió esa situación?

    —Las que nacen se encuentran con un mundo más amable. También es cierto que las viejas travestis están muriéndose porque la silicona se les desparramó por todo el cuerpo, les afecta los riñones y no pueden estar sentadas por más de una hora. Mis amigas más grandes están viendo cómo van a hacer para pagarse los dientes. Nosotras llegamos a susurrar “estamos acá, nos está pasando esto”, y entonces llegaron los no binarios a reclamar cosas, y el silencio de las travestis volvió a instaurarse. De repente quedamos vetustas, antiguas para el feminismo, para las nuevas generaciones de las chicas trans, para las personas no binarias. Dicen que fuimos funcionales al machismo, al patriarcado, porque nos gustaba ser lindas. ¿Cómo desconocer que tu vida dependía de subirte a un auto o no, de gustarle o no a un cliente? ¿Cómo no íbamos a querer ser lindas, salvarnos a través del deseo ajeno? Con lo tonto que fue eso, porque no significa que el deseo ajeno nos iba a salvar de nada. Todo eso, más la corrección política, más el lenguaje inclusivo, empezó a dejarnos atrás otra vez. Ahora el reclamo en Argentina es la reparación histórica para las mayores de 45, para las que vivieron en dictadura. Pero andá a decirle a un país que puede ser gobernado por un derechista que hay que pagarle a una travesti por tanto daño. En lo personal, mi vida cambió mucho, pero no por el prestigio simbólico de publicar libros, sino porque me empezó a entrar dinero en mi cuenta. Si no, estaría desdentada.

    —Siempre te referís a “las travestis”, no a “las trans ”. ¿Por qué?

    —Hay una reivindicación de las más viejas, mía también, porque a pesar de que tengo 41 años me empecé a travestir en los 90. Tengo un currículum largo de trava. Hubo una época en la que travestis éramos todas, no había una nomenclatura que dijera esta es una mujer trans porque se hizo una vaginoplastia, esta es trans porque tiene las tetas hechas, esta no porque no se las hizo. Éramos todas travestis, incluso el maricón que se vestía para salir un rato en la noche, que en esa época era un travesti. Con la palabra travesti se escuchan muchas otras palabras: insultos, clientes, esperma, sangre, golpes, risas, los vestidos, las pulseras, las joyas. No es una palabra higienizada como decir mujer trans. Hablar de mujer trans en literatura me parece lo más antiliterario que existe, es como decir todes.

    —¿Nunca usaste lenguaje inclusivo?

    —Cuando empezó sí, pensé que podía ser interesante el escozor que provocaba romper el lenguaje. Pero cualquier cosa que rompe el lenguaje me interesa, cualquier cosa que falte a las reglas. Me parece que es apropiarse de las palabras y resignificarlas. Imaginate que las travestis tienen un dialecto que se llama carrilche que inventaron en la cárcel para que los policías nunca supieran de qué estaban hablando. Mirá la inteligencia de eso. Creo que ahora unas chicas de Rosario están haciendo una especie de diccionario del carrilche. Y vas a Colombia y el carrilche era hablar todo con i, como un jeringoso. La corrección política a través del lenguaje inclusivo lo tomaron los progresistas como un arma y dejó afuera a muchísima gente, la que ahora está por votar a Milei. Gente que le repelía ser corregida cada vez que hablaba de cuestiones espontáneas del lenguaje, como decir “este gordo de mierda”, y enseguida pedir perdón por la brutalidad. Lo que sucedió es que empezaron a corregirte todo el tiempo por cómo te expresabas. Y yo pensaba en el humor corrosivo e hiriente de las travas. Con mis amigas nos matamos con las palabras. Cómo les vas a decir cómo tienen que hablar, de qué manera se insulta, se expresa el enojo.

    —¿Hoy te sentís más escritora que actriz?

    —Me siento como un pozo sin fondo, como una puerta cerrada. No me siento ni actriz ni escritora ni nada. En este momento estoy trabajando como escritora, en otro momento como actriz, pero siempre es una relación de oficio, no de vocación. Cuando era un niño quería ser biólogo marino. De hecho, me quise anotar en Biología en la Universidad, pero las inscripciones estaban cerradas. Yo me tenía que ir del pueblo porque me iban a terminar matando. Si no me mataba mi papá, lo iba a hacer otro. Entonces me terminé anotando en Comunicación Social. Pero ninguna vocación es estática, sí tiene que ver con el oficio, con lo que me hace sentir y vivir medianamente cómoda. Cuando eso deja de ser así, paso a otra cosa. Soy una buscavidas como mi papá, que hacía pan casero, comidas, construía casas, tuvo una inmobiliaria, alquiló cabañas… No creo que sea escritora, en todo caso estoy trabajando ahora como escritora, pero lo digo usando el gerundio. Hay mil formas de pensar la literatura, que por otro lado está un poco santificada. Una vez en un encuentro en Guajaca, México, dije que la literatura no servía para nada, y Benito Taibo me decía que nunca me iba a perdonar. “Nunca, Camila, nunca”. Yo le contestaba: “Pero a quién ayudó tu literatura, a quién salvaste” (se ríe fuerte).

    —En tu última novela los personajes no tienen nombre, al contrario de lo que sucede en tus otros libros. ¿Por qué?

    —La respuesta más terrible es que no se me ocurrían nombres para ninguno. Lo interesante es lo que hacen y cómo modifican al otro. También cómo te acorralan en una profesión a punto de quitarte el nombre, entonces te convierten en la actriz, el abogado, el padre, la madre, el hijo, como si fueran roles que son nombres propios por sí solos. El personaje de la actriz es el que más quiero de todos los que he escrito, es una mirada mía sobre mí. Aunque no es autobiográfico, este libro es lo más parecido a mí.

    “Aunque no es autobiográfico, este libro es lo más parecido a mí”, dice la autora. Foto: Javier Calvelo / adhocFOTOS

    —Igual que en Las mala s, aparece la adopción, pero ahora en forma legal y con un niño seropositivo. ¿Por qué te interesa este tema ligado a las travestis?

    —La adopción en Las malas es deseada; sin embargo, en Tesis... el abogado acorrala a la actriz y ella termina adoptando un niño por él, porque no lo quiere perder. Hay algo que se decía antes: que las mujeres tenían los hijos para los hombres, para darles un heredero. No está tan lejos de la realidad de la actriz, ella está enamorada y es capaz de hacerlo para verlo feliz. Hace unos años tomé un café con una psicóloga que trabajaba en un lugar de adopciones en Buenos Aires. En ese momento ya estaba el matrimonio igualitario y ella me decía que a las parejas homosexuales les ofrecían niños para adoptar que tenían algún defecto físico, una discapacidad, VIH. La adopción se resolvía rápido porque eran niños que nadie quería. Es lo que hace la trabajadora social en la novela. Le dice a la pareja que el trámite puede durar varios años o se pueden llevar al niño enseguida porque tiene una “pequeña falla”.

    —En esta historia está muy presente La voz humana, de Jean Cocteau. ¿Qué te pareció la versión de Almodóvar?

    —Tilda Swinton no me gustó mucho. En La ley del deseo, Carmen Maura hace un fragmento muy bueno, Almodóvar ahí entendió muy bien la obra. Cocteau la pensó como una mujer común, un personaje anodino, desesperada porque la está por dejar un tipo. Y vos ves a Tilda Swinton con esos trajes lujosos, todo es bello, su casa es hermosa, mientras Carmen Maura está en camisón. La Magnani (Anna Magnani) fue la que mejor la entendió, envuelta en unas lanas, tirada en la cama.

    —“Si hubiera sido un animal, hubiera sido una loba esteparia”, dice la protagonista. ¿El título de la novela apunta a la domesticación de esa loba?

    —Sí, a domesticar todo lo que es salvaje. A mí me pasa también. Doy una entrevista, digo algo, e inmediatamente empiezan a acorralarme. Me pasa en los lugares de trabajo, en cualquier lado donde entienden que estoy fuera de control. Pero, si no pudo domesticarme mi papá, que me pelaba la espalda a cintazos, no sé quién puede hacerlo. Por eso el libro me sirve como una advertencia. Lo escribí en 2019, había publicado Las malas, pero aún no era el boom que fue después, no estaba siendo entrevistada, ni firmaba 300 ejemplares en una presentación. De alguna manera me sirvió como advertencia de las cosas que no se pueden abandonar. La Didion (Joan Didion) contaba que cuando escribió Una liturgia común ella estaba trabajando lo que iba a pasar cuando su hija Quintana muriera. Quiso estar preparada. De alguna manera, yo me estoy advirtiendo algunas cosas que tienen que ver con el éxito, con el trabajo, con el intento deliberado por normalizarme. Es lo que le hacen al personaje de la actriz constantemente, intentar normalizarla, cuando ella la única forma que tiene de agradecerle a alguien que le salvó la vida es cogérselo. Todas las formas de gratitud, de amar, de desear a otro, las formas de querer a tus padres o de odiarlos, o de querer u odiar a tu hijo son un recordatorio para mí, para este momento.

    —¿Cómo estás viviendo las elecciones argentinas?

    —Me preocupa Milei (se agarra uno de los senos), como me preocupa que Rusia o China apoyen a Palestina y se arme una gran guerra, me preocupa que en mi provincia quede un uno por ciento de bosque nativo, me preocupa la desaparición de tantas especies, los incendios, me preocupan los narcos en Latinoamérica. Milei es como otro caballo del Apocalipsis que nos dice que estamos ante las puertas del final, pero continuamos viviendo como si eso no fuera así. Está todo a punto de romperse y yo, que soy muy apocalíptica, no me quiero perder ese espectáculo. Quiero estar viva y ver cómo revienta todo.