Habitualmente asociada a las grandes dimensiones, la escultura tiene un encanto especial cuando es de pequeño porte. Varios artistas uruguayos del siglo XIX y XX, o extranjeros que vivieron y trabajaron en el país, incursionaron en este tipo de piezas delicadas y expresivas que alternaban muchas veces con otras a gran escala o con diferentes manifestaciones artísticas. En la muestra Pequeñas obras de grandes artistas, que se exhibe hasta el 8 de octubre en el Espacio Cultural Edificio Artigas (Rincón 487), se pueden admirar 51 de estas esculturas de 22 creadores, entre los que se encuentran José Belloni, Pablo Mañé, Eduardo Yepes, José Gurvich, Germán Cabrera, Juan Martín, Luis Ricobaldi, Antonio Pena, Manuel Pailós, Aurora Togores o Bernabé Michelena.
En la sala de exhibiciones, ubicada en el subsuelo del edificio, las figuras negras sobre pedestales blancos producen un efecto visual atractivo. El grueso son obras figurativas, pero también hay abstractas, en las que aparece la influencia modernista o cubista. “Esta muestra permite ver un período glorioso de la escultura nacional. Por los costos, hoy es más difícil que los artistas trabajen con la fundición en bronce”, explica Roxana Pallotta, directora de la sala.
Unidos por el bronce, muchos de estos artistas también están vinculados por su formación europea. A comienzos del siglo XX, era común que obtuvieran becas estatales que les permitían viajar, y su principal destino era Francia, donde estaba el maestro Antoine Bourdelle, impulsor de la escultura monumental y discípulo de Auguste Rodin. “Algunos de ellos fueron alumnos directos de Bourdelle. Estudiaban en la Academia Colarossi o en la Grande Chaumière, ambas en París, que les permitió tener una formación de primer nivel”, recuerda Pallotta.
La directora menciona especialmente a Bernabé Michelena (Durazno, 1888-Montevideo, 1963), que no fue discípulo de Bourdelle, pero estudió mucho su obra y también la de Rodin. Varias de las grandes esculturas de Michelena forman parte del paisaje urbano, como el Monumento al maestro, en el Parque Batlle (que en realidad representa a una maestra) o el Monumento a la confraternidad, a la entrada del viejo aeropuerto de Carrasco. En la muestra del Edificio Artigas se destaca su representación de la piedad y su trabajo con la figura humana. “Él decía que se había formado en los museos europeos. Había estudiado también el arte egipcio y romano y así fue construyendo su forma de modelar. A su regreso, fue maestro de otros escultores”.
Uno de sus discípulos fue Luis Ricobaldi (Montevideo, 1908-2005), creador de unas preciosas esculturas de parejas tangueras. Elegantes, estas parejas realmente parecen girar al ritmo de un bandoneón. Pallotta cuenta que Ricobaldi fue un gran anatomista y hacía modelos en la Facultad de Medicina. También fue restaurador en Buenos Aires y en Montevideo y trabajó en ampliaciones de esculturas más pequeñas.
El desnudo femenino y la mujer como alegoría se reitera en varias esculturas de esta muestra. Es el caso de Otoño (1930), un busto de mujer de Pablo Mañé (Montevideo, 1880-1971), cuya fuerza expresiva está en las proporciones algo exageradas y en el énfasis del rostro y de su larga cabellera. Mañé vivió largo tiempo en París, trabajó y expuso en Europa, pero venía asiduamente a Uruguay. En Montevideo, una de sus esculturas a gran escala es el monumento al barón de Río Branco, ubicado en la placita de Libertad y Avenida Brasil. Más estilizados son los caballos de Edmundo Prati (Paysandú, 1889-1970). Radicado en Salto, comenzó haciendo pintura decorativa y después se dedicó a la escultura. Y otra influencia de Bourdelle y del modernismo aplicado a la escultura es el busto de Beethoven realizado por Antonio Pena (Montevideo, 1894-1947). Una representación del compositor muy diferente a las habituales, con gran realce de los rasgos.
Las piezas que ahora se exhiben son de colecciones privadas, pero algunas estaban en el edificio, que en sí mismo es una obra de arte, y sus pasillos son una verdadera galería destinada a la escultura. Una de sus piezas es el busto a Artigas ubicado a la entrada de la sala de exposiciones, del artista Romeu Alves (Santana do Livramento, 1929).
La sala de exposiciones está promovida por la administración del Edificio Artigas. Originalmente, formaba parte del Citibank que estaba en el local que hoy ocupa Sancor Seguros. Con los años, se subdividieron los sectores y en el subsuelo, donde ahora está la sala de exhibiciones, funcionó durante años el Clearing de Informes.
En 2019 se inauguró la sala con una muestra de Cecilia Mattos. “Había una inquietud en la administración del edificio de tener un aporte cultural. La idea era que no solo se destacara por su arquitectura, que es muy peculiar en Montevideo, sino que ofreciera una oferta cultural en el circuito de la Ciudad Vieja”, explica Pallotta. De esta forma, con ayuda de empresas de la zona y gestionado por el propio edificio, se creó el Paseo de las Artes Rincón, que cuenta con obras de Enrique Broglia, Octavio Podestá y Manuel Pailós, entre otros.
El Edificio Artigas fue diseñado por el arquitecto norteamericano Aaron Alexander, que tenía sus oficinas en Nueva York y se especializaba en edificios industriales o bancarios. Aún conserva la elegancia de su construcción (1946-1948), con su planta baja de granito blanco y negro, las aberturas de aluminio originales y ornamentación art déco.
En la exposición ahora montada, llaman la atención las obras del artista armenio Nerses Ounanian (Samos, Grecia, 1924-Montevideo, 1957), quien llegó de niño a Uruguay y murió muy joven, a los 33 años. “Se conserva muy poco de su obra. Es el gran exponente de la influencia del cubismo en la escultura nacional. Él fue simplificando las líneas y las fue llevando a la geometría con dinamismo”, dice Pallotta. Las cabezas de Ounanian, que ahora se exhiben, recuerdan los rostros asimétricos de Pablo Picasso.
En una vitrina se encuentran las piezas aún más pequeñas, como las de Germán Cabrera (Las Piedras, 1903-Montevideo, 1990) con su influencia modernista, o de los integrantes del Taller Torres García, José Gurvich (Lituania, 1927-Nueva York, 1974), Manuel Pailós (Galicia, 1918-Montevideo, 2004) o Juan Cavo (Montevideo, 1932-1994), a quien se conoce más por sus cerámicas. Estas esculturas pequeñas son las que se conservan mejor en las colecciones privadas y generalmente son más fáciles de traspasar de generación a generación.
Sobre una pared lateral de la sala una mesa exhibe varias bailarinas. Son delicadas y parecen elevarse en el aire. Sobre todo una de ellas, que está apoyada solo en la punta del pie. No parecen piezas de José Belloni (Montevideo, 1882-1965), pero lo son. Pallotta cuenta que son muchos quienes se asombran frente a estas obras. “A Belloni se lo asocia con los grandes monumentos históricos. De pequeño viajó con su familia a Europa y se establecieron en Suiza. Empezó a estudiar dibujo desde niño y se formó en el estudio de la figura humana, en los volúmenes. En general, los escultores se iniciaban en dibujo, pasaban por la pintura y llegaban luego a la escultura. Por eso me gustó que en la reciente exposición del Museo Nacional de Artes Visuales se hubieran rescatado sus dibujos”.
La única artista de la muestra es Aurora Togores (s/d-Montevideo, 1988), lo que no es extraño, porque la escultura quedó inmersa en un ambiente masculino. Togores fue docente de dibujo en varios institutos, entre ellos el Liceo Francés, pero no hay demasiados datos sobre ella. En sus esculturas trabajaba la figura humana, como en su cabeza de joven, de una asombrosa gestualidad.
Eduardo Díaz Yepes (Madrid, 1910-Montevideo, 1978) llegó a Uruguay escapado de la guerra civil española. En Montevideo conoció a Joaquín Torres García y a su hija Olimpia, con quien se casó. Si bien fue integrante del Taller Torres, siempre mantuvo una impronta personal como se refleja en sus esculturas. En la exposición se exhiben tres de sus maternidades, con figuras femeninas de largas pañoletas y de clara influencia española.
Para Pallotta es una lástima que varios talleres de escultores se hayan perdido. “Concursaban por proyectos de gran tamaño y muchas veces el acervo que dejaron es muy difícil de conservar por su volumen y porque es muy costoso mantenerlo. Me han comentado que la familia de Michelena vendió la casa y que el taller se rompió a martillazos. Me dio mucho dolor enterarme. Tampoco el taller de Juan Martín, alumno de Michelena, se pudo conservar. Por eso me alegró que la familia de Belloni trate de mantener su taller”.
Las esculturas suelen convivir con los transeúntes y vecinos en el paisaje urbano, pero no es común que se repare en ellas, salvo si son grandes monumentos. Tampoco es la manifestación del arte más difundida, ni la mejor conservada en la ciudad. En la muestra del Edificio Artigas hay una oportunidad para conocer hermosas piezas de escultores muchas veces olvidados. De paso, se puede visitar el edificio, una experiencia artística que vale la pena.