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Islandia. Su factura cinematográfica es considerable (en 2018 en cines islandeses se estrenaron 165 largometrajes de producción local, 99 de ficción y 66 documentales) y es habitual encontrar nombres procedentes de la isla en producciones internacionales (sin ir más lejos, uno de los Oscar de Joker fue para Hildur Guðnadóttir, encargada de componer la música original del filme).
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En términos geológicos, es una de las masas terrestres más jóvenes del planeta, todavía está formándose. Así lo ilustra el autor islandés Hallgrímur Helgason: “Cada año tenemos un terremoto, cada dos años una erupción volcánica, cada 10 años una nueva montaña y una nueva isla cada 20 años”. Con sus volcanes y sus montañas, sus desiertos y sus formas alomadas, sus valles, glaciares, fiordos y lagos volcánicos, Islandia es una rica y generosa cantera de locaciones cinematográficas. Sus paisajes de hielo y fuego y playas de arena negra están presentes en películas de Jame Bond, series como Game of Thrones y títulos como Cartas de Iwo Jima, de Clint Eastwood.
En este contexto han crecido cineastas como Benedikt Erlingsson, director de Mujer en guerra, que se estrena hoy jueves 20 en Cinemateca y Life Alfabeta. Su nombre, junto con los de Grímur Hákonarson (realizador de Rams: la historia de dos hermanos y ocho ovejas) y Dagur Kári (Noi, el albino), es uno de los más destacados del reciente cine islandés, más allá de los ya consagrados internacionalmente Fridrik Thor Fridriksson (veterano autor de Hijos de la naturaleza, que representó a Islandia en los Oscar) y Baltasar Kormákur (uno de los grandes responsables de poner a Islandia en el mapa cinematográfico actual, director de Invierno caliente, Las marismas y Contrabando, creador de la serie de Netflix Trapped).
Erlingsson tuvo un auspicioso debut en 2013 con la comedia De caballos y de hombres, donde exploraba las relaciones entre humanos y equinos en una pequeña comunidad rural. También guionista y actor (más allá de participar en varias películas y series producidas en su país, tuvo una breve intervención en la notable Stefan Zweig: Adiós a Europa, de Maria Schrader, donde interpretó a Halldór Laxness, el Nobel de literatura), para elaborar el guion de Mujer en guerra, su tercera película (su anterior trabajo, The Show of Shows, es un documental sobre circos hecho con imágenes de archivo y música de Sigur Rós), unió fuerzas con el guionista Ólafur Egilsson (responsable de algunos episodios de Trapped).
Mujer en guerra cuenta en 101 minutos la historia de Halla (Halldóra Geirharðsdóttir, Mejor actriz en el Festival Internacional de Valladolid), una mujer de mediana edad, profesora de música y directora de un coro, que asume el papel de vengadora anónima de la naturaleza y comete pequeños pero sustanciales actos de terrorismo contra la industria y la minería de su país. La película comienza precisamente con uno de estos actos de terrorismo ecológico, avanza siguiendo el impacto que esto genera en la comunidad. Halla es una mujer ejército que se traslada por Reikiavik en bicicleta, da clases de canto, derriba torres eléctricas, caza drones ocultando su rostro con una precaria máscara de Nelson Mandela y se camufla usando el cadáver de una oveja. Cuenta con un par de cómplices, aunque no por mucho tiempo. En paralelo a su realidad de guerrillera, le llega la confirmación de que podrá por fin adoptar a Nika, una huérfana ucraniana de 10 años. Y esto, en lugar de alejarla del peligro que significa continuar con su cruzada, la lleva a reforzar todavía más su lucha contra las fuerzas industriales que están contaminando el planeta. Halla a su vez tiene una hermana gemela, Ása, interpretada por la misma Geirharðsdóttir, profesora de yoga que está en su propio viaje espiritual y que acabará siendo una pieza clave en la resolución de los conflictos que enfrenta la protagonista. En el medio hay un turista extranjero, que habla español, con pinta de latino y una remera del Che Guevara, que liga mal y suele encontrarse en el lugar y en el momento menos adecuados. El personaje, sin nombre y con muy poco diálogo, es un apunte crítico a la xenofobia y el racismo encubiertos en algunas capas de la sociedad islandesa.
La música ocupa un papel importante en la vida de esta peculiar heroína, la loca de la montaña, y así lo demuestra Erlingsson en la puesta en escena: un grupo musical compuesto por tres intérpretes y un coro de tres mujeres ucranianas entran en cuadro, en diferentes momentos del filme, acompañando las acciones de Halla, siguiéndola en su aventura e incluso metiéndose en su casa, un pintoresco artificio que convive cómodamente con los bordes más realistas del filme, que no persigue sutilezas. Tragedia con ropajes de comedia, filme de persecución y aventuras y drama de supervivencia, a veces sutil, otras no tanto, Mujer en guerra, como otras producciones islandesas ( Noi, el albino, por ejemplo), saca provecho de los escenarios que ofrece este set cinematográfico que es Islandia para recordar el obvio contraste de la insignificante presencia humana frente a la majestuosidad de la naturaleza.