Unas diez personas, sentadas y en silencio, están distribuidas en una gran sala de lectura. Una de ellas, un investigador entrado en canas, analiza y toma apuntes de un ejemplar del diario El Día de 1935. Otros dos, jóvenes estudiantes de Historia en Humanidades, tienen sus laptops a mano mientras uno de ellos recorre las páginas de El Debate, de 1955, hurgando en las repercusiones locales de la caída de Perón en Argentina. En otra mesa, un hombre joven, al que una capucha le cubre la parte posterior de la cabeza, duerme sobre un libro abierto. Al lado descansan también un pequeño tomo y un teléfono celular.
Tres estudiantes de 3° de liceo, con uniforme del colegio La Mennais, han llegado desde Carrasco y debutan en la principal biblioteca del país porque les mandaron leer acerca de la obra del escritor Francisco Espínola. Han pasado de largo por los gastados ficheros de papel y, con la ayuda de una bibliotecóloga, se informan en una computadora acerca de la oferta existente de ese tema.
A esa misma hora, otra decena de clientes están distribuidos en la sala “Varela”, también llamada “Sala de materiales propios”. Este es un espacio más reciente, amplio, con mesas y sillas dispuestas como en un café y está a la entrada del edificio de 18 de Julio y Tristán Narvaja. Tiene dos ventajas sobre la sala “Artigas”: wifi y permiso para beber y comer.
En la “Varela” no existe servicio de préstamo. A cambio, se ofrece un espacio a aquellos que quieren estudiar, consultar Internet con equipos propios o solo descansar un rato, sin renunciar a beber o comer.
La sala contaba incluso con cómodos sillones de cuero, pero tuvieron que ser retirados porque eran usados como dormitorio por los vagabundos.
Un joven con aspecto de obrero lee un artículo sobre entrenamiento militar en la revista Rolling Stone y dice que está allí “para achicar un poco”.
Una estudiante de Educación Física que vive en Pajas Blancas es una de las que más valora ese espacio, en el que puede preparar sus exámenes con tranquilidad, con comodidades como tener un enchufe cerca, una máquina de café y una rotisería cerca.
Un cincuentón estudiante de Derecho prefiere ese espacio porque accede mejor a Internet y no se distrae tanto con conocidos como en su vecina facultad.
Justo frente al busto del escritor ruso Alexander Pushkin, una estudiante de 2° año de Economía prepara un examen de Matemática que debe del año anterior. Usa el espacio como tránsito entre la facultad y la academia privada que refuerza sus conocimientos.
Oferta limitada.
“La Biblioteca Nacional es un centro de investigación científica y de creación de conocimiento. Como institución que conserva y custodia la memoria escrita de la sociedad, patrimonio de los uruguayos, le corresponde la tarea de investigar y divulgar el valor de su acervo”.
Estas dos frases colgadas en la página oficial de la BNU son apenas una pomposa definición general. La realidad es mucho más rica: durante años, uno entraba al edificio y lo invadía un fuerte olor a bizcochos. No es que los funcionarios y usuarios comieran tantos productos de panadería sino que el concesionario de la cafetería aprovechaba que tenía energía eléctrica y gas gratis y producía para varios locales de afuera.
Hoy la cantina está abierta solo para funcionarios. Al público también le está vedado otro servicio, incluso más importante, las fotocopias, porque como este se limitó para preservar algunos volúmenes que quedaban destrozados de tanto pasar por las máquinas ya no es rentable para un particular. Tampoco hay empleados para esa tarea así como para muchas otras, explicaron a Búsqueda los representantes de la Asociación de Funcionarios Gabriela Barreto y Diego Bentancor.
Desde su nacimiento, la Biblioteca tuvo un camino pesado: la piedra fundamental del edificio se colocó en 1937 y recién logró ser inaugurado en 1964.
La libertad para usar los bienes de todos también alcanzó a qué comprar, qué investigar y sobre todo qué publicar. Cada director aplicó su criterio y —salvo uno— en casi 200 años ninguno fue bibliotecólogo, porque se confió esa tarea a escritores de confianza del gobierno (ver recuadro).
Además de no contar con servicio de cafetería, los usuarios de toda calaña también tienen prohibido sacar fotos de diarios y libros, aun sin flash. Nadie ha dado una explicación coherente y queda la sospecha de que se busca proteger los “proventos” por hacer copias en CD a un costo muy elevado.
Hasta hace unos años, parte de esos ingresos iban a parar a los funcionarios. Sin embargo, luego de un acuerdo con el entonces ministro de Educación y Cultura Ricardo Ehrlich, el 100% de lo que se cobra va para la propia BNU y a cambio los empleados reciben una partida fija.
Otra limitación para los investigadores y lectores en general es el tiempo abierto al público.
La Biblioteca Nacional Mariano Moreno, en Buenos Aires, está abierta de lunes a viernes de 9 a 21 y los sábados y domingos de 12 a 19. Algunos servicios, como hemeroteca, trabajan en horario extendido hasta las 24.
En Santiago de Chile, aunque no tienen un horario tan amplio como los porteños, a cambio hay 25.000 títulos que se prestan a domicilio.
La Biblioteca Nacional de Venezuela, además de un moderno sistema de acceso vía Internet y de reproducción de documentos, cuenta con un horario presencial amplio: de lunes a viernes de 8.30 a 17.30, sábados de 9 a 16 y domingos de 9 a 13.
En Montevideo, el servicio está abierto diez horas diarias, de 9 a 19 de lunes a viernes. Esta limitación es un nuevo escollo (que se suma a la prohibición de sacar fotos) para aquellos que quieren investigar, o simplemente aprender cosas luego de cumplir con una jornada de trabajo.
El sayo de que se haya acortado el horario (que antes era de 8 a 21.45) y se eliminara el servicio los sábados (de los domingos ni hablar) ha recaído sobre los bibliotecólogos, poco motivados para trabajar en horarios especiales.
Las causas, explicaron fuentes del sindicato, hay que buscarlas en la falta de presupuesto para sueldos y en el manejo de los recursos que realizaron hasta ahora los directores.
Una clave para entender los problemas de funcionamiento está en las vacantes no cubiertas. El personal, además de envejecido, es escaso: casi un tercio de los cargos está sin cubrir. Hay 108 funcionarios y 45 vacantes.
Entre Internet y el papel.
Con la posibilidad de acceder a libros y a información por Internet, el número de visitas a la Biblioteca no ha dejado de bajar en los últimos años. No existen registros públicos confiables, pero los cálculos más optimistas hablan de 300 personas por día y los menos alegres de apenas unos 50 usuarios que pasan por el edificio, a lo que se debe sumar las consultas electrónicas.
En 1971 la Biblioteca tuvo 79.680 lectores. En 2014 serían menos de 15.000. No existen préstamos a domicilio, como en otras bibliotecas públicas y privadas, pero la BNU ha buscado acompasar sus servicios a los cambios tecnológicos. Por ejemplo, ha comenzado con digitalización de las fichas y ya se puede acceder a la mayoría de ellas en línea. A su vez existe un servicio de apoyo por correo electrónico para quienes deseen consultar desde el exterior o desde fuera de Montevideo, porque, como su nombre lo indica, la Biblioteca es nacional y no de la capital.
El proceso de digitalización incluye fotos históricas y otros documentos. En los últimos años se han realizado inversiones importantes en informática, seguridad y otros aspectos logísticos. Por otro lado, la pirámide achatada de los sueldos, la edad avanzada de los funcionarios y la burocracia ministerial son una amenaza que podría desanimar hasta al más ilustrado y valiente de los orientales.
Motivada por el festejo de los 200 años, que se cumplen en marzo del año que viene, además de conservar el acervo, investigar y divulgar, la institución se propone convertirse en un actor cultural de mayor presencia en la sociedad. A su ritmo.