La pasión por el perfume del óleo

escribe Silvana Tanzi 
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Desde fines de los años 50, el arquitecto Rodolfo López Rey (Montevideo, 1932) fue desarrollando una vocación en paralelo a su reconocida trayectoria profesional: el coleccionismo de arte. Esta afición hoy parece algo del pasado, porque efectivamente quedó en el pasado. Con los años, López Rey llegó a reunir 130 obras pertenecientes a 30 artistas uruguayos de diferentes épocas, hasta que en 2019 decidió donar una parte importante de esa colección al Museo Gurvich. De ese inusual desprendimiento surgió primero una muestra que se expuso en el museo desde noviembre de 2019 hasta marzo de 2020. Después se publicó el libro Rodolfo López Rey. Arquitecto y coleccionista (La Nao Editorial), que retoma el catálogo de la muestra y lo amplía con aspectos de su trayectoria profesional y de su pasión por el arte.

El libro tiene tres autores que son también arquitectos. Rafael Lorente Mourelle, coordinador del volumen, relata cómo fue la formación académica de López Rey y los comienzos de su gusto por el coleccionismo, que estuvo vinculado a su estrecha amistad con varios artistas. Pablo Frontini analiza las principales obras arquitectónicas de López Rey, y Eduardo Mazzeo es el encargado de las fotografías del libro, tanto de las de obras de arte como de las arquitectónicas, y Rodolfo Fuentes del diseño.

“Es un personaje increíble. Su amor por el arte y su trayectoria como arquitecto son los dos elementos fundamentales de su personalidad. Pero lo más importante a mi juicio es su generosidad. No es usual que un coleccionista done en vida y de forma desinteresada una obra de tal calibre que incluye lo mejor de Torres García de 1928 a 1930, ocho obras estupendas de Gurvich y una colección fantástica de Vicente Martín, de quien era muy amigo”, cuenta Lorente a Búsqueda.

Ahora con 88 años, López Rey recuerda el momento preciso en el que se inició en el coleccionismo. “Mi primera aproximación a las artes plásticas se desarrolló en las noches de la whiskería La Goleta, donde tuvimos tertulias muy valiosas con los arquitectos Raúl Sichero y Ramón González Almeida y con el pintor Vicente Martín. Desde ese momento comenzó mi interés por la compra de obras de Martín. La primera y la que destaco es El rey azul porque fue la que me emocionó y la que me abrió las puertas a mi interés por el arte”.

Esa primera obra la compró en 1958 y aún la conserva en su apartamento del edificio Panamericano.  A partir de entonces comenzó lentamente a adquirir pinturas y esculturas, y de Vicente Martín llegó a tener 40 obras. “Me encantó el mundo de la pintura. Era un tema de olfato, el perfume del óleo”, le dijo a Lorente al recordar sus inicios en el mundo de las artes plásticas.

Lo peculiar de su colección es que no heredó las piezas, sino que las fue comprando a medida que desarrollaba su profesión de arquitecto, de allí la variedad de artistas de diferentes generaciones, estilos y formatos. Muchas fueron de discípulos del Taller Torres García, como Julio Alpuy, Walter Deliotti, Gonzalo Fonseca o José Gurvich, pero la lista es extensa y en ella figuran, entre otros, Rafael Barradas, Jorge Damiani, Pedro Figari, Luis Solari, Olga Armand Ugon o Cecilia Brugnini.

Lorente cuenta en el libro que López Rey conoció a Gurvich en 1967 a raíz de una exposición del artista y lo visitó en su casa-taller del Cerro. Allí tuvo contacto con sus obras y compró varias de ellas. Lo curioso es que para adquirirlas se reunía con el representante de Gurvich en el bar Sportman, y allí mismo, arriba de una mesa miraba las pinturas y cerraba la transacción.

Un viaje hacia Río de Janeiro en 1979 fue fundamental para alimentar su colección. Allí encontró un pintor que le interesaba particularmente. “Durante muchos años busqué, sin lograrlo, una obra de Torres García en Montevideo. Por fortuna en un viaje de paseo a Brasil encontré en la Galería Boghici de Río varias obras en venta. Las seleccioné y el Sr. Boghici me las fue trayendo a Montevideo, donde las certificó Manolita Torres y el escribano César Blanco”, dice López Rey.

Con su esposa Lea Verdesio Salvo, fueron integrando las obras de arte con el mobiliario de su casa, moderno y de diseño contemporáneo. “Hay que evitar el sol y lograr una buena ventilación y una buena rotación de las obras”, cuenta el arquitecto sobre el cuidado que implica mantener en forma una colección. En su apartamento llegó a tener hasta 50 piezas, las demás las repartió en otras propiedades que arrendaba. Rodeado de los mejores artistas y del atractivo perfume del óleo, en algún momento tuvo la intención de ponerse a pintar. “Lo intenté, pero la actividad profesional no me dio el tiempo necesario para hacerlo”, dice.

López Rey, Arana y Lorente. Foto: Rodolfo Fuentes

El don de la proporción

López Rey ingresó a la Facultad de Arquitectura en 1952, fue compañero de Mariano Arana y cursó en los talleres de quienes fueron sus maestros y referentes: Payssé Reyes, Carlos Gómez Gavazzo y Ramón González Almeida. Con este último entabló una relación de amistad y también de trabajo.

En 1959 se recibió y comenzó a trabajar con el arquitecto Guillermo Gómez Platero. Juntos tuvieron un estudio durante más de 20 años del que nacieron, entre otros, el edificio Finisterre en la rambla República del Perú y el edificio Puerto en Punta del Este.

“En mi viaje a Italia (1963-1964) tuve la suerte de vivir en Milano, en Vía Donatello, en la casa de una estupenda familia siciliana del pintor Paolo Schiavocampo. Conviví rodeado de artistas y conocí muchos pintores y escultores, como Pino Spagnulo, con los cuales continué la relación por muchos años. El encuentro con el sur de Italia me llevó a desarrollar arquitectura de volúmenes blancos”, explica el arquitecto. Las fotografías del libro muestran varios ejemplos de esos volúmenes. Uno de ellos es el de la fachada posterior del edificio Arrecifes de Punta del Este, con pliegues blancos que, de lejos, parecen una tela tableada.

Pablo Frontini cuenta en el libro que las mejores credenciales de López Rey como arquitecto son sus obras, pero también el respeto y la admiración que ha recibido siempre de sus colegas. Una vez le preguntó al arquitecto Raúl Sichero, quien fue alumno de Julio Vilamajó, sobre los mejores profesionales posteriores a su generación, y él le contestó: “Rodolfo López Rey. Tiene el don de la proporción”.

Sus primeras obras las hizo alejándolas del suelo, y la técnica parece imposible de lograr, pero allí está como ejemplo su casa Ahel, construida en Rincón del Indio (Punta del Este). “En los años 60 sus primeras obras junto con Gómez Platero fueron de un gran radicalismo. La casa Ahel fue revolucionaria, con una arquitectura muy audaz y muy comprensiva del lugar. Estaba en un bosque salvaje, rodeada de médanos, y él la construyó de tal forma que los médanos pasan por debajo, sin tocarla. Es un anticipo de la arquitectura que se hace hoy, que reconoce los lugares en armonía con el paisaje”, explica Lorente.

Otras obras de la década de los 60 de ese mismo “radicalismo” son las casas que construyó en Punta del Este: una llamada Son Pura y otra destinada al fotógrafo español Pepe Suárez, que vivió en el balneario.

A Lorente le preocupa la falta de consideración que con los años se ha tenido con obras de gran valor arquitectónico que fueron “burdamente alteradas” o directamente desaparecieron, como sucedió con algunas de López Rey. “Fueron cruelmente modificadas. Eso pasó con Son Pura, a la que el propietario pintó toda de blanco y se perdieron las bóvedas y los muros de hormigón con encofrado de costaneros que los hacían aproximarse a la textura de los pinos”.

Al final del artículo que escribió para el libro, Lorente reflexiona sobre la falta de consideración de muchas obras de valor arquitectónico, y es enfático en sus juicios. “Sucede con la buena arquitectura algo imposible en otras artes, como la pintura, la escultura, la música o la literatura (…). En cambio, muchas personas no cuestionan su derecho a intervenir y modificar inconsultamente obras de valor artístico y patrimonial que nos enriquecen a todos y forman parte de nuestro orgullo como sociedad”. En conversación con Búsqueda, también se lamenta del maltrato que han sufrido algunas obras de arte, como las del Parque de las Esculturas de Montevideo, abandonadas al vandalismo.

Sobre las influencias que recibió López Rey en su trayectoria, Lorente recuerda la importancia que en los años 60 y 70 tuvo para el pensamiento arquitectónico el Team X, un grupo internacional de arquitectos que repensaron su trabajo en relación con el urbanismo. “Ese grupo le empezó a dar importancia a la calle como lugar de reunión, a la historia de la ciudad como memoria. Se replantearon toda una serie de aspectos que habían sido dejados de lado en aras de posiciones que olvidaban a la gente, a los lugares y al contexto”.

Para López Rey la influencia de las artes plásticas fue decisiva como complemento de su creación arquitectónica. El vínculo entre artes plásticas y arquitectura estuvo muy arraigado en el Taller Torres García. Lorente explica que el propio Torres tuvo un discurso muy próximo a la arquitectura. “La consideraba como la primera de las artes. Concebía la arquitectura como el marco de la escultura y de la pintura. Por eso desarrolló el muralismo no como decoración, sino como integración. Esas ideas las llevaron adelante sus alumnos, y también un grupo de arquitectos como Ernesto Leborgne, Lorente Escudero, Mario Payssé Reyes y Ramón Menchaca, que trabajaron de alguna forma como equipo con los artistas del taller. Ese legado tiene hoy una vitalidad renovada, es un capítulo notable que tuvo Uruguay entre los años 50 y 60”.

Los coleccionistas eran parte de ese equipo en el que se mezclaba amistad, apoyo económico y amor por las artes. En 2017 el Museo Gurvich le rindió homenaje a esa cofradía de coleccionistas en una muestra que se llamó El Taller Torres García en las colecciones privadas del Uruguay entre 1942-1962. Con este libro sobre López Rey se vuelve a celebrar la vida y la trayectoria de uno de esos devotos del arte, que lejos de concebirlo solo como una inversión económica decidió compartirlo con todos. El público más que agradecido.

Vida Cultural
2020-08-06T00:00:00