La política y el Ceibal

La política y el Ceibal

La columna de Facundo Ponce de León

6 minutos Comentar

Nº 2177 - 9 al 15 de Junio de 2022

Quiso el azar y las agendas que sucediera al mismo tiempo y en la misma ciudad. Mientras el presidente Luis Lacalle Pou visitaba a Boris Johnson en el icónico 10 de Downing Street, el presidente del Plan Ceibal, Leandro Folgar, estaba en el Queen Elizabeth II Centre, a pocas cuadras del Big Ben, en la inauguración de Foro Mundial de Educación. Allí participaron delegaciones de 117 países para discutir sobre el futuro global de la enseñanza. Cada representante compartía datos, desafíos y reflexiones sobre aprendizajes, equidad, tecnología, infraestructura, políticas públicas y ciudadanía.

Mientras muchos países enviaron a sus ministros y subrayaron el aspecto político del evento, otras naciones, Uruguay por ejemplo, enviaron también una delegación técnica. En nuestro caso, Folgar fue el principal portavoz (acompañado por el director de Educación, Gonzalo Baroni, y el presidente de ANII, Flavio Caiafa). El jerarca contó la exitosa historia del Ceibal desde su fundación hasta hoy. A diferencia de otros países que tenían buenas proyecciones de futuro, nuestro país tenía también una historia que ya es digna de ser contada y es un buen augurio. Volveremos enseguida sobre esto.

El detalle anecdótico de tener al mismo tiempo en Europa a una delegación del gobierno encabezada por el presidente, y a otra comitiva nacional con otra agenda de actividades, ilustra la primera reflexión que nos ocupa: lo técnico y lo político no son ni tienen que ser lo mismo. Claro que se solapan, se relacionan, se complementan o repelen. En todos los casos, lo esencial es mantenerlos como dimensiones diferentes del quehacer público. Es más, cuando no sucede esto, es decir, cuando no se diferencian y se ve lo técnico y lo político como un mismo y único fenómeno, lo que suele suceder es siempre negativo para la sociedad. Es lo que pasa en los países refundacionales, que cada vez que cambia el gobierno, todo tiene que empezar de vuelta. Grave problema político justamente por desconocer la importancia de mantener una relación de autonomía con lo técnico.

Consultados sobre el éxito del Ceibal, el creador de Matific (aplicación de matemática alojada en la plataforma CREA), el matemático israelí Raz Kupferman respondió lo mismo que el griego Marcos Antonini (director de Unesco) y el canadiense Michael Fullan (impulsor del aprendizaje profundo) y el inglés Gavin Dykes (creador del foro mundial de educación) y la hindú Kiran Bir Sethi (experta en innovación educativa). Todos decían que el principal valor de Uruguay es que la relación entre tecnología e innovación educativa trasciende al gobierno de turno.

Recomiendo googlear a estas personas para que vean el alcance mundial que tienen. Todas recorren los cinco continentes y asesoran a decenas de países. Kupferman incluso maneja la estadística de que, en el mundo, la duración promedio en el cargo de un ministro de Educación es de 22 meses. Cuando cambia, no por un aspecto técnico sino solo por política partidaria, hay que volver a empezar y explicar todo. Eso hipoteca cualquier éxito educativo. En Uruguay hubo cuatro cambios de gobierno y un cambio de partido político y todo siguió progresando en Ceibal. ¿Por qué? Por la dimensión técnica que lo sostiene. Las autoridades internacionales mencionadas conocen a Miguel Brechner, a Fiorella Haim y a Leandro Folgar. Es con ellos que traban las relaciones que hacen andar la organización y benefician a la sociedad. Ninguno definió nada con Tabaré Vázquez, José Mujica ni Lacalle Pou.

Esa autonomía de lo técnico no debe inferirse como al margen de la política sino justamente a raíz de una política bien entendida. Comprender ese matiz es fundamental. El éxito político de Vázquez fue darle autonomía a Brechner para trabajar en términos técnicos, y lo mismo sucede ahora con las nuevas autoridades. Es una buena señal política entender que no todo es política en términos partidarios.

Nada de lo anterior quita que podría haber habido una mención explícita al expresidente Vázquez en el acto de la semana pasada en el Sodre. Pero una cosa es una omisión y otra muy distinta es la falta de reconocimiento al legado recibido. Es más, si hay un terreno donde ese legado ha sido puesto en valor es justamente el caso de Ceibal.

Brechner y Folgar han dado entrevistas conjuntas en TV Ciudad (La letra chica) y en Del Sol FM (Fácil desviarse). No son amigos ni se conocen de toda la vida. Son dos personas idóneas para sus cargos que reconocen al otro. El valor republicano de sus apariciones públicas conjuntas es incalculable, sobre todo en el contexto de constante crispación en que nos toca vivir. El conductor de La letra chica, Jorge Temponi, lo dijo así al terminar la entrevista televisiva con ambos: “El hecho de poder estar con ustedes dos, sentados uno junto al otro, hablando de pasado, presente y futuro de Ceibal, también nos parece una confirmación del éxito de nuestra democracia”.

Un clásico historiador británico solía decir que la clave no es narrar los hechos sucedidos sino saber ponderarlos. La política pública del Ceibal ha sido reconocida y valorada año a año desde su implementación hasta hoy. El cambio de gobierno no cambió esto, sino que sumó un orgullo más a nuestra tradición cívica: sus dos presidentes hablando públicamente de desafíos pasados y futuros. Eso es tan importante y valioso como nombrar a Tabaré Vázquez en el evento. Entender ambas cosas: que hubo una omisión, sí, pero que es menor al momento de contextualizar la continuidad de Ceibal como política educativa, es importante para seguir teniendo tejido institucional sólido. Es un acto de ponderación republicana.

La interrogante sigue siendo válida: ¿por qué se comete una omisión de ese tipo? Recuperar esta pregunta en su simpleza es esencial. Solo así evitaremos la paranoia de que fue una medida planificada; parte de una estrategia para que la figura de Vázquez se olvide; alineada con un plan político de desmantelamiento de políticas frenteamplistas... No, no y no. Necesitamos como sociedad reducir a su mínima expresión estas hipótesis contrarias a nuestra historia.

La omisión puede ser también por torpeza, ingenuidad o apuesta a la dimensión técnico-organizacional más allá de lo político. Reconocer que hay razones de este tipo, más cerca de la condición humana que del cálculo partidario, es también una señal de buena política. Y también que los errores son fuente de aprendizaje en todos los órdenes de la vida. Y que lo simbólico tiene una fuerza que trasciende las fronteras de lo técnico. Intentemos entonces ponderar los hechos para reconocer mejor los símbolos que nos unen.

Las voces autorizadas de expertos mundiales en educación ayudan a visualizar el orgullo nacional que hay que sentir por Ceibal como algo que aglutina y cohesiona. Ese reconocimiento vale también para una clase política que deja autonomía a los espacios técnicos y que sabe que las personas idóneas son las que materializan y sostienen los impulsos creativos de la política sin tener que entrar en sus vericuetos.