Yves Leterme nació en 1960 en Bélgica, en un pequeño pueblo de 20.000 habitantes. En esa región comenzó su carrera política que llegó a su punto más alto entre 2008 y 2010, cuando fue primer ministro belga.
Yves Leterme nació en 1960 en Bélgica, en un pequeño pueblo de 20.000 habitantes. En esa región comenzó su carrera política que llegó a su punto más alto entre 2008 y 2010, cuando fue primer ministro belga.
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáDesde junio de 2014 es secretario general del Instituto Internacional para la Democracia y la Asistencia Electoral (IDEA), una organización intergubernamental integrada por Uruguay y otros 27 Estados de todo el mundo. De Latinoamérica están allí Perú, Chile, Costa Rica, República Dominicana, Barbados, México y en poco tiempo se sumará Brasil.
IDEA promueve la democracia a través de evidencia, hechos e investigación de alto nivel. Interviene y desarrolla consultorías solo en aquellos países que lo solicitan. En la mayoría de los casos no son miembros.
Esta semana Leterme visitó por primera vez Uruguay invitado a participar de una actividad por la conmemoración de los 30 años de la vuelta a la democracia. A su juicio la democracia uruguaya es de las que marca “un ejemplo a seguir”.
También destaca la evolución de la región desde la salida de los regímenes militares. Sin embargo, aunque está convencido de que no habrá una vuelta atrás, ve en el horizonte latinoamericano algunos motivos de “preocupación” que lo hace pensar que la región atravesará “momentos estresantes para las instituciones”.
—En tiempos electorales aquí suele ser motivo de polémica la financiación de las campañas electorales. ¿Cuál sería el modo ideal de hacerlo?
—El modo ideal suena un poco prescriptivo. Siempre hay que tratar de tener en cuenta la tradición, la voluntad, el modo de ver del país en cuestión. De todos modos, creo que hay seis o siete principios que son parte de una buena respuesta al desafío del creciente rol que el dinero tiene en la agenda política.
En primer lugar está la necesidad de tener un muy buen panorama del problema con investigación sobre cómo la política y las finanzas se relacionan. Hay que tener continuamente bases de buena información de instituciones independientes sobre la situación. Se le debe dar espacio a la sociedad civil y a los académicos de manera muy transparente. Tener acceso a los archivos, a las cuentas, y dar un muy buen panorama del estado del financiamiento de la política en el país.
En segundo lugar, creemos que el financiamiento privado debería estar regulado en términos de fijar máximos en los importes y los donantes. Un país debe pensar hasta qué punto es positivo que una corporación done y si debe permitírseles dar dinero a los partidos políticos. No tomamos una posición estricta en ese debate, pero pensamos que en caso de que se permita, debería ser con la mayor transparencia posible.
En tercer lugar, creemos que para el igual acceso a la política de candidatos y partidos es importante un financiamiento público justamente distribuido durante la campaña. Fondos públicos para garantizar el igual acceso y tener algunas condicionantes. Ese es el punto cuatro. Las autoridades públicas pueden usar el financiamiento público para promover algunos grupos con desventajas en términos de participación, como el caso de las mujeres. Eso puede establecerse como una condición del financiamiento público.
Estos son solo cuatro ejemplos. El manejo del dinero y la política es una prioridad de IDEA porque vemos que está dentro del top tres de las razones de desconfianza de los ciudadanos. El 15 o el 16 de diciembre en una conferencia en Nueva Delhi vamos a empezar a establecer reglas y nuestra ambición es llevarlas a la comunidad global, a los líderes del G20, a las organizaciones de investigación, a nuestros Estados miembros... Que toda la comunidad esté involucrada.
Creo que las elecciones presidenciales en los Estados Unidos son del tipo que genera malos sentimientos. Los ciudadanos de Estados Unidos han aumentado la sensación de que las elecciones del presidente de la más poderosa economía en el globo son compradas con dinero. Por eso creemos que es un bueno momento para hacer conocer nuestro trabajo.
—¿Cómo ve la situación democrática en Latinoamérica?
—Siempre es peligroso que lo analice alguien que no es de acá. Aunque he viajado unas 25 o 30 veces a esta región, no puedo decir que conozca exactamente la situación.
Primero que nada, quiero rendir un tributo por lo que pasó en el pasado, luego del rompimiento de la democracia multipartidaria. Se ha hecho un enorme progreso. Todo el continente americano, durante las últimas décadas ha tenido resultados impresionantes en términos de democracia. Uruguay es un ejemplo de ello. Esto no significa que la situación sea perfecta.
Lo que percibimos desde el exterior es que hay al menos tres o cuatro razones de preocupación. No son exclusivas de Latinoamérica, pero diría que están más presentes en esta región.
La preocupación número uno es una baja en la demanda de commodities y su impacto en los precios mundiales, y en la capacidad de exportar a buenos precios. Durante los últimos 40 o 50 años, con algunas excepciones, la región se ha beneficiado de un importante crecimiento económico que ayudó a arraigar la democracia. Inconscientemente, hay una idea en la gente de que el progreso socio-económico va de la mano de la emancipación democrática y viceversa. Esta dinámica de refortalecimiento ahora es un desafío. Esto es materia de preocupación.
El número dos es la desigualdad. Hay muchos ejemplos en Lationamérica de países en donde el coeficiente de Gini no está mejorando. La desigualdad no ha sido resuelta y eso tiene muchas consecuencias. La calidad de la educación y los servicios sociales no están en un buen nivel. Entonces, la falta de igualdad, la falta de cohesión social impacta en la actitud de las personas hacia el sistema.
El número tres es la preocupación por el rol que juega la violencia. El objetivo del sistema político es llegar a una situación en que la gente pueda sentirse segura. En Latinoamérica hay muchos lugares en los que la gente no se siente segura cuando sale a las calles.
La cuarta preocupación es acerca de las reglas de algunos gobiernos, como el caso de Venezuela.
Las primeras tres son las más importantes. Y además está la corrupción en la política.
—¿Ve algún riesgo de perder la estabilidad de los últimos años en la región? ¿Cómo puede influir la situación de Brasil con la corrupción y la crisis política que vive?
—Una vez más digo que es muy difícil para mí juzgarlo. Yo soy europeo. Primero creo que no hay vuelta atrás hacia regímenes militares. Felizmente estamos lejos. Eso no quiere decir que no se pueda atravesar ciertos momentos estresantes para las instituciones. Pienso que el continente puede enfrentar este tipo de situaciones, pero hay un buen soporte y liderazgo político en Brasil y en el continente. Desde la distancia, veo que Michelle Bachelet ha actuado bien en el caso de acusaciones de corrupción en su círculo más cercano. Tomó las decisiones correctas. Creo que también en Brasil se hizo todo para dar evidencias de lo que realmente pasó. Las instituciones están funcionando. Creo que el hecho de que en situaciones estresantes las instituciones puedan hacer su trabajo y aplicar todo tipo de reglas o decisiones que son difíciles es una prueba de que la institucionalidad está funcionando.
—En Uruguay y en la región parte del sistema político ha tenido expresiones de rechazo en cuanto a casos políticos que terminan en la Justicia. Dicen que hay una judicialización de la política y lo ven con preocupación...
—Una fuerte independencia del sistema judicial es un elemento básico de la democracia, tanto como lo son las elecciones. Este es un derecho humano básico. La máxima debería ser evitar tener que rendir cuentas al sistema judicial. Cuando eso pasa tiene un impacto negativo en la legitimidad y en la credibilidad del sistema democrático. Creo que es una tarea importante para los legisladores y el Poder Ejecutivo prevenir lo máximo posible este tipo de situaciones. Pero cuando pasan y hay un verdadero dilema político que tiene que ser decidido por el sistema judicial, es malo para la democracia.