—Trabajé sobre todo en lo que es África Oriental, que es la parte anglófona: Kenia, Tanzania, Sudán —cuando no existía Sudán del Sur—, Etiopia, Guinea, Zimbabue, Mali. Muchísimos países de África. Después empecé a trabajar más en el área de coordinación, coordinando equipos de terreno y en la coordinación médica general de proyectos en diferentes partes de Medio Oriente: Afganistán, Irak, Yemen, Palestina. Y después, con el tiempo, me dediqué mucho más a las emergencias y a ser un poco de mentora de nuevos colegas que ingresan a la organización y están por primera vez en los puestos de coordinación. Hoy en día, la ayuda humanitaria ha cambiado mucho, es mucho más tecnológica, es mucho más rápida y todas las noticias llegan al instante. No es la ayuda humanitaria de hace 20 años, cuando yo comencé.
—¿Se llegaba más tarde a dar la respuesta?
—No se sabía. Había hambrunas en Etiopía y no se sabía; había inundaciones y terremotos y te podías enterar a los meses. Hoy en día todas las emergencias son más rápidas y también hay mucho más actores. Antes estaba Médicos sin Fronteras y no había mucho más. Antes éramos muy conocidos a nivel de los diferentes continentes por llevar ayuda médico-sanitaria de forma rápida y responsable, eso sigue siendo así, pero mucho más acelerado, y ahora hay muchos más actores. Eso cambia la forma de trabajar con las diferentes organizaciones, con los gobiernos. Los ministerios de salud de los países también han cambiado, se han aggiornado, tienen más capacidades, tiene llegada a más población, aunque todavía hay vacíos.
—Por lo que cuenta, hay dos áreas de respuestas grandes: una cuestión más endémica, como puede ser una enfermedad, y otra vinculada a conflictos bélicos. ¿Son tan distintas las dos experiencias?
—El sufrimiento humano traspasa las fronteras y los tipos de patología. Lo que sí varía es la agresividad con la que lo puedas recibir. Hay países que han sufrido muchas guerras y que han pasado muchas sequías y dificultades y logran convivir con esas dificultades; hay otros que les toca de una tener que adaptarse. Entonces, creo que la forma de reaccionar puede ser distinta, pero el sufrimiento es único y traspasa las fronteras. Esa es la experiencia que he tenido tanto en África como en Medio Oriente, y como ahora lo que estoy viviendo en Ucrania. Es la forma en la que la gente se va adaptando para poder sobrevivir, son barreras o capas a las que se recurre para poder sobrevivir.
—¿Qué trabajo están haciendo en Ucrania?
—Llegamos como una ayuda sobre todo humanitaria, como poder brindar comida, ropa. La primera ayuda era a todos los desplazados que llegaban de la zona este a la zona oeste y la ayuda médica, sobre todo de atención primaria de salud, que era lo que veíamos que el sistema público de salud de Ucrania no cubría en su totalidad. El sistema de salud pública de Ucrania, pese a estos 15 meses de escalada de guerra, sigue manteniéndose, es increíble. Mantienen sus estructuras de alta complejidad a nivel regional, provincial, pero no siempre a nivel de atención primaria… No nos olvidemos de que hay más de 5 millones de desplazados que han venido del este hacia esta parte del país y donde la atención primaria se veía un poco deficitaria en algunos sectores. Ahí hemos jugado un papel importante haciendo atención primaria, donde no hay médicos o nurses, o haciendo donaciones de medicamentos, de equipamientos; todo eso aparte de la ayuda humanitaria que te comentaba, que era la parte de brindar comida, equipamientos de estructuras de salud, hasta generadores de electricidad. El invierno acá en Ucrania es tremendo, es bravísimo, y este año hubo muchos cortes de electricidad; a menos 20 grados, sin electricidad, fue catastrófico. Entonces, lo que hacíamos era tratar de dar generadores, placas solares, para mantener la estructura de salud, para los lugares donde estaban agrupadas las personas que venían del este, a escuelas públicas, universidades. Hay una red increíble de voluntarios en el país, ya sean médicos, enfermeros, la sociedad civil se ha organizado.
—¿Cómo se ve el impacto de la guerra en la gente que reciben ustedes?
—Primero en la gente que recibimos nosotros en el oeste, donde trabajamos sobre todo con los desplazados. Es gente que sufre ese dolor de haber dejado su tierra, sus cultivos. Este país es un productor nato agropecuario, sobre todo de cereales. Han tenido que dejar todos sus laboreos y todo en el este para buscar un poco de seguridad, y han tenido que venir a lugares donde no tienen ni familia, a vivir con grupos de personas en escuelas, a no tener trabajo, a vivir de la ayuda humanitaria. Eso, por un lado. Por el otro, tenemos a las personas que todavía se encuentran en la zona cerca de los lugares más conflictivos, como puede ser en las zonas sur y este, donde está concentrada una población muy adulta, adulta mayor. Nuestros pacientes ahí, el 60%, tienen más de 60 años. Son abuelitos que han quedado en aldeas o en pueblitos muy pequeños, que te dicen que no tienen a donde ir, que sus hijos y nietos les mandan comida pero se han ido a buscar trabajo o seguridad. Esos son nuestros grupos de pacientes vulnerables que tenemos en las zonas conflictivas. Son pacientes que sobre todo tienen enfermedades crónicas, cardiovasculares, respiratorias, osteoarticulares, y que por diferentes circunstancias están ahí. Y luego tenemos sectores de provincia que han sido retomadas nuevamente por Ucrania y que la población civil estuvo expuesta al conflicto y que tiene su centro de salud destruido, sus casas sin techos, sus cultivos dañados. Estoy hablando del sureste de Járkiv, por ejemplo, y Nikolaiev. El sufrimiento de esta gente es por no tener acceso a la salud de una manera ágil, como era antes de la escalada de la guerra, como el también estar aislados de sus seres queridos y el estar recibiendo cada tanto un bombardeo, un misil o el dron que impacta en una planta eléctrica cercana y viven esa penuria y miedo. Entonces, es como que siempre están esperando a ver qué más llega. Ahí se ve la parte más conflictiva, son poblaciones muy rurales, donde hay poca ayuda humanitaria y donde nuestro valor añadido es enorme para ellos. Las cosas que vemos son muy horribles, muy feas de vivir en el sentido de que es gente muy adulta, muy vulnerable y con miedo.
—Antes de la entrevista, usted decía que este era un conflicto muy distinto al que se mostraba. ¿Por qué?
—Vos tenés ciudades enormes, maravillosas, con una vida normal, como puede ser Kiev, y sin embargo llega la noche y es la tortura, porque no dormís, porque la alarma antiaérea se enciende, porque tenés que ir al búnker. Nunca te sentís seguro. Y al día siguiente te levantás a las 8 y te vas a trabajar; lo hacemos nosotros y lo hace todo el mundo. Pero eso con un peso brutal de estrés. Eso extrapolalo a las poblaciones que viven cerquita de la zona de guerra y que lo tienen que vivir cotidianamente. Nosotros, como trabajadores humanitarios, estamos una temporada y nos vamos. Pero la población civil acá está expuesta siempre al estar bajo ese miedo constante de si la alarma se va a encender o no, si va a haber otro bombardeo o no. Antes sobre todo se situaba en la parte sureste del país, pero ahora en Kiev y en las otras ciudades grandes es lo mismo. La gente no puede dormir, por lo tanto, no puede descansar, y es algo acumulativo.
—Y llevan 15 meses…
—Llevan 15 meses y desde mayo es insoportable. Es insoportable el miedo con el que tenés que vivir y sobrevivir a eso, para tener que continuar y mantener esa ayuda del apoyo psicosocial y médico que nosotros damos.
—El que no conoce el trabajo de Médicos sin Fronteras puede pensar que el apoyo que da es cuando hay ataques y heridos en el frente de batalla.
—Lo que estamos viendo nosotros son las consecuencias de la forma acumulativa del sufrimiento de esta población, ¿no?, que tiene que ver con la parte médica y psicológica de ellos. Nosotros no tenemos acceso al frente de batalla, a la zona de guerra; nosotros lo que les damos es apoyo a los diferentes pueblos que quedan de este lado, que quedan atrapados sin tener acceso a la salud o a necesidades básicas, como ser luz, agua, o al tratamiento de sus enfermedades crónicas. Hay un sistema de salud pública y de emergencia que funciona. Cada vez que cae un misil en algún edificio, en un hospital, como fue la pasada en Dnipró, donde murieron civiles, en esos casos el sistema gubernamental se activa y tiene respuesta. Lo nuestro es colaborar con el sistema en la parte en donde no pueden llegar o no tienen un sistema desplegado que llegue a toda la población.
—Las características del sufrimiento de los pacientes, ¿es similar o diferente a los otros conflictos en los que vivió? Porque en Yemen incluyó hambrunas terribles.
—Creo que tiene que ver con el tamaño del país, con la cantidad de población desplazada que hay acá, con la calidad de vida que tenía la población y que ahora se ve expuesta a perderlo todo, a tener que mudarse a la zona oeste sin nada, a tener que vivir en refugios. Pero sobre todo la parte psicosocial, es un sufrimiento que tienen desde hace muchos meses y que no termina, el no saber dónde están algunos de los familiares, por ejemplo. En los primeros cuatro meses de este año hemos atendido a 7.763 consultas de atención primaria en salud, haciendo clínicas móviles en diferentes pueblos, y psicológicas, tuvimos casi 1.500 sesiones individuales y sesiones grupales, casi 1.300, en donde participaron 8.479 personas. El gran sufrimiento que se ve a nivel de salud mental es respecto a depresión y ansiedad como diagnósticos, y el 70% del factor predisponente es la violencia, la pérdida y separación de sus seres queridos. Estos números, que son los primeros meses de este año que evaluamos ahora, te da una idea más o menos de que la afectación está ahí, la necesidad está ahí, que, si bien hay una red comunitaria, aún hay mucho para hacer en el trabajo en Ucrania.
—¿Encontraron alguna particularidad en los territorios recuperados por Ucrania que estuvieron bajo ocupación rusa?
—En esta parte de Ucrania retomada, en el sureste de Járkiv, en Izium, la gran dificultad que hay para nosotros es la cantidad de minas, está muy minado, entonces el riesgo es enorme. Tenés que tener una seguridad muy especial, equipos muy bien entrenados para poder hacer las clínicas móviles y hacer la atención psicosocial. Si bien la población te dice que por una ruta se puede ir, es muy doloroso porque donde está más minado es en la zona de agricultura. Entonces, vas por la ruta y lo ves de lejos: campos que están sin producir y están llenos de yuyos es porque eso está sin desminar. Y hay accidentes de civiles, muchísimos. Nosotros tenemos parte de nuestro programa hospitalario en fisioterapia y ahí ves civiles con heridas por explosión de minas antipersonales.
—Planteaba el tema del sufrimiento psicológico y psicosocial. Eso tiene procesos de recuperación de largo plazo y la guerra ni siquiera terminó. ¿Son heridas que quedarán?
—Creo que sí. En el año 2018 el sistema público ucraniano comenzó una gran reforma para descentralizar el nivel secundario de salud y poder llevarlo a una zona más comunitaria, primaria, y con ello trató descentralizar la política de salud mental. Pero, claro, luego llegó el Covid y la escalada del 2022, por lo que el sistema no quedó implementado. En temas de salud mental, entonces, quedó un debe, donde los recursos están muy concentrados en grandes ciudades. Eso es lo que se va a empezar a ver, la falta de psicólogos clínicos que puedan dar respuesta a las diferentes patologías que puedan aparecer con el tiempo. Es ahora que lo empezás a ver y se va a profundizar con el tiempo.
—Estuvo en zonas muy complicadas. ¿Ha corrido algún riesgo personal en esta guerra?
—Sí, he estado en circunstancias complicadas de seguridad. Pero tenemos protocolos de seguridad que seguimos a rajatabla, que son una característica de nuestro trabajo y que, si no cumplís, te vas para tu casa. Nosotros como medicales estamos en los proyectos, en los hospitales y las clínicas móviles, pero atrás nuestro hay una estructura enorme de compañeros que están haciendo todo el seguimiento. Y al mínimo riesgo, la clínica vuelve a la base. Eso nos da mucha seguridad en el trabajo. Es una forma muy profesional de seguir protocolos de seguridad, reportarte cada media hora, ir contando cómo va todo… Eso te ayuda mucho a que estés muy confiado en el trabajo que estás haciendo. Las personas que van a trabajar con nosotros reciben un briefing muy detallado y tienen que saber qué hacer en cada momento, tienen que saber dónde está el búnker más cercano, tienen que saber si la alarma está encendida o no; lo vamos aprendiendo en el día a día. Acá tenés una alarma antiaérea, es la primera vez en mi vida trabajando en conflictos que lo veo. Los primeros días es tremendo, me hace acordar a México o Afganistán, cuando los terremotos. El tener que estar en una ciudad y tener que estar siempre vigilando a qué refugio vas a ir, si es el metro, un bar, un hotel, si vas caminando ya tenés que ir pensando adónde ir en caso de bombardeo. La gente lo vive como con normalidad, como que hay que trabajar, hay que estudiar, hay que seguir, cuando en realidad no es normal.
—¿Hasta cuándo estuvo en Kabul?
—Estuve en 2014. Fui con un equipo a abrir la maternidad de Dashte Barchi, en Kabul, en una zona donde vive la minoría étnica de los hazara. Era una de las zonas con mayor mortalidad materna del mundo. Ese hospital, lamentablemente, fue bombardeado en 2021 y murieron mujeres, niños, personal médico. Me sentía muy orgullosa de haber contribuido a abrir esa maternidad.
—En su trabajo ve lo mejor y lo peor del ser humano. ¿Qué porcentaje hay de cada uno?
—Creo que el ser humano es maravilloso. Como máquina, como estructura y también como ser solidario. Con que uno no lo sea, pudre todo. Pero hay grupos, hay redes de contención social, cultural, que queremos cambios. Y creo que la esperanza está basada en eso, en la reciprocidad con el otro, con la solidaridad, con querer lo mejor para el otro, con los valores, ¿no? Creo que eso prevalece y hay que pensarlo así, porque es la forma en la que el mundo tiene que seguir así. Pero, claro, a mí me toca ver siempre la parte fea, porque siempre estoy en conflictos. Pero, cuando salvás a una persona o ves la cooperación que podés conseguir para aliviarle el sufrimiento a alguien, eso ya te da mucho. Soy muy optimista y creo que hay que lucharla, si no, no podría tener a mi equipo trabajando donde está inclusive hoy sábado.
Fuera de Fronteras
2023-06-07T20:08:00
2023-06-07T20:08:00