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“Si las elecciones fueran el próximo domingo”, el 43% de los votantes optarían por el Frente Amplio (FA), el 25% por el Partido Nacional, el 16% por el Partido Colorado, y el 2% por el Partido Independiente (Cuadro 1). El grueso del 14% restante no expresa preferencias (son los “indecisos”), pero allí hay también un número pequeño de electores (al menos por ahora) que votarían en blanco, y un número aún más pequeño que opta por Unidad Popular (sucesora de Asamblea Popular; alguno sigue usando este último nombre). Los votantes de Unidad Popular por el momento no llegan a medio punto porcentual; en octubre de 2009 habían obtenido algo más de 15.400 votos (el 0,67% del total, incluyendo en este total los votos en blanco y anulados). Estas son las respuestas obtenidas por una pregunta abierta, que no menciona el nombre de los partidos ni de sus posibles candidatos presidenciales. Los resultados son casi iguales a los de principios de marzo (Búsqueda, 14 de marzo). El FA y los independientes mejoran ambos un punto porcentual, y blancos y colorados no cambian. Sólo caen dos puntos los que no expresan preferencia.
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Con estas cifras, “las dos mitades” (el FA gobernante por un lado, los otros tres partidos con representación parlamentaria por otro: blancos, colorados e independientes) siguen siendo exactamente mitades: 43% el FA, 43% los otros tres sumados. Paradójicamente, esta quietud ratifica un gran cambio. El empate en sí (o que el FA fuese la mitad menor) fueron resultados relativamente raros en las encuestas profesionales de las campañas previas a las elecciones de 2004 y 2009, pero en los resultados de Cifra se han transformado lentamente en una nueva regla. En noviembre de 2011 el FA era claramente la mitad mayor, como también lo era en febrero de 2012. A partir de mayo las diferencias entre las dos mitades pasaron a ser bastante más pequeñas, e incluso en dos encuestas (setiembre y noviembre de 2012) el FA fue la mitad menor. El promedio de seis encuestas de Cifra en 2012 muestra al FA con apenas un punto de ventaja contra la suma de los otros tres partidos; las dos encuestas de este año registran un empate.
Sobre esta base, y faltando un año y medio para las elecciones de octubre de 2014, es evidente que su resultado es hoy impredecible. No puede ocurrir “cualquier cosa”: las dos mitades seguirán siendo dos mitades y el FA seguirá siendo, cómodamente, el partido más votado del país (salvo los proverbiales cataclismos improbables). Pero más allá de estas permanencias, el próximo gobierno puede ser del FA o de la actual oposición. Si gana el FA, podrá tener, o no, mayoría legislativa propia, y puede necesitar, o no, una segunda vuelta. La oposición sólo puede llegar al gobierno vía balotaje.
La calma no es absoluta
La situación es nueva con respecto a las campañas previas a 2004 y 2009, y también con respecto a los resultados de las encuestas profesionales realizadas al menos hasta la primera mitad del año pasado. Pero no es nueva si tomamos como punto de partida los últimos resultados electorales. En octubre de 2009 el FA fue la mitad menor, por muy poca diferencia: –0,62%. Se puede sostener que los votos de Asamblea Popular deberían ser tenidos en cuenta para calcular el peso de las dos “mitades”; en ese caso, puesto que AP está más cerca (o menos lejos) del FA que de la otra mitad, el empate pasaría a ser prácticamente perfecto: +0,05% a favor de la mitad frentista. En octubre de 2004, en cambio, había sido la mitad claramente mayor, por una diferencia de casi 4 puntos porcentuales (3,95%). Entonces: según los resultados de la última encuesta seguimos muy aproximadamente en la misma situación a la que habíamos llegado en octubre de 2009.
Por debajo de la superficie, sin embargo, la calma no es absoluta. Como se aprecia en el Cuadro 2, el FA sigue reteniendo más votos propios de 2009 (79%) que los blancos o colorados (respectivamente, 70% y 65%). Pero si se miran los números desde la perspectiva de las mitades eso es una ilusión óptica. El Cuadro 2 muestra que hoy el FA está perdiendo un 9% de sus votantes de 2009 hacia la otra mitad. Los blancos pierden mucho más, pero sólo un 8% hacia el FA (y una cifra mayor, 11%, hacia los colorados). Con los colorados ocurre algo muy similar: pierden el 7% hacia el FA (y el 10% hacia los blancos). Lo que ambos pierden hacia el FA, sumado, equivale al 3,5% de todos los votantes, y lo que el FA pierde hacia la mitad opuesta es el 4,3% del total. La diferencia no es grande (0,8%), pero es negativa para el FA, y es casi un punto porcentual. El FA “se defiende” porque compensa esa pérdida con la ventaja que obtiene entre los nuevos votantes, los que votarán por primera vez en 2014. Esto ya había empezado a ocurrir antes de la elección de octubre de 2009.
Leyendo la borra del café
Las encuestas no pueden anticipar lo que ocurrirá en octubre de 2014. No se puede pronosticar a semejante distancia (ni siquiera a distancias mucho más cortas). En este caso, además, es evidente que el equilibrio actual entre las dos mitades puede verse fácilmente afectado, en cualquier dirección, por acontecimientos que aún no ocurrieron, que no podemos anticipar y que tienen un espacio extenso (un año y medio) para irrumpir en el escenario.
Sin embargo: por muchas razones ampliamente conocidas entre políticos y observadores, como ya se ha dicho, no puede ocurrir “cualquier cosa”. El curso de los acontecimientos es impredecible, pero está constreñido por el peso de factores condicionantes (que no siempre entendemos bien). Del mismo modo que sabemos que salvo cataclismos seguiremos teniendo dos mitades políticas y que el FA seguirá siendo el partido mayoritario, tal vez sería posible identificar factores de peso que hagan más probable que la balanza se incline en alguna dirección. Factores que no pueden determinar el curso de los acontecimientos, pero que hacen más probable que durante el próximo año y medio el equilibrio se incline hacia alguna de las dos mitades. No es sólo cafeomancia: hay argumentos perfectamente atendibles que podrían tener efectos de esta naturaleza. Estos argumentos pueden ser clasificados por la naturaleza de sus implicaciones (favorables a una u otra de las dos mitades). En lo que sigue se presentan dos ejemplos, uno de cada clase. Los dos argumentos son defendibles, pero (siempre hay un pero) apuntan en direcciones opuestas.
Uno de ellos sostiene que los votantes uruguayos prestan más atención al futuro (a los posibles futuros) que al pasado, y que el principal instrumento que usan para tratar de anticipar esos futuros es su imagen de los candidatos presidenciales. Ni siquiera es necesario que este argumento valga para todos o para la mayoría de los votantes: es suficiente que sea válido para minorías cuyo voto es relativamente volátil y por eso mismo pueden ser decisivas. Desde esta perspectiva se puede argumentar plausiblemente que el FA perdió dos puntos y medio entre 2004 y 2009 porque Mujica, por muchas razones, era un candidato más vulnerable que Vázquez. De aquí se sigue que si Vázquez vuelve a ser candidato, el FA podría perfectamente recuperar ese terreno perdido, a condición de que durante el próximo año y medio no ocurran desastres gruesos que afecten su imagen pública. No hay certezas aquí, pero la inferencia es clara. Por un lado, Vázquez probablemente será candidato (eso es lo que piensa la mayoría del electorado, y lo que desea la mayoría de los posibles votantes del FA), y es, desde hace años, el político más popular del país. Por otro lado, las catástrofes capaces de arruinar imágenes de políticos de primera línea ocurren, pero no son frecuentes. Las catástrofes capaces de afectar a figuras establecidas y equilibradas (como Vázquez) son aún menos frecuentes. Por lo tanto: estos factores hacen más probable que la balanza se incline a favor del FA que en la dirección opuesta.
El otro argumento es una regularidad empírica vigorosa, y fue muy bien expuesto por Adolfo Garcé en una columna de El Observador (“El candidato o la gestión”, 21 de noviembre de 2012). La idea es sencilla: en el Uruguay de los últimos sesenta años, dice Garcé, “gobernar cuesta votos”. En efecto: sin tomar en cuenta 1984 (por razones que se explican a continuación), entre 1950 y 2009 inclusive hubo once elecciones (1950, 1954, 1958, 1962, 1966, 1971; 1989, 1994, 1999, 2004, 2009). En ellas los partidos que gobernaban ganaron votos por comparación con la elección inicial del período en sólo dos casos (los colorados en 1950 y nuevamente en 1999). Aquí no se tiene en cuenta la elección de 1984 (salvo como punto de partida del período 1984-89) porque el gobierno pre-1984 no era democrático ni competitivo; no surgió de elecciones y no había “partido gobernante”, sino un gobierno militar surgido del golpe de Estado de 1973.
En las otras nueve elecciones del período los oficialismos (colorados, blancos, frentistas) perdieron votos por comparación con los que habían obtenido en la elección inicial de ese período de gobierno. Esto es: en el 82% de los casos (nueve elecciones en once), gobernar hizo perder votos a los respectivos partidos de gobierno. Esta regularidad no es abstracta ni independiente de las circunstancias: la serie, como dice Garcé, “muestra que cuando un partido gobierna con viento en contra (como el Partido Colorado en 1955-58 o en 2000-2004) pierde más apoyo que cuando sopla viento a favor (Luis Alberto Lacalle 1990-1994 o Vázquez 2005-2009)”. Durante todo el período los partidos de gobierno pierden durante su gestión, en promedio, “siete puntos porcentuales”. Desde 1950 hasta hoy la regla ha funcionado correctamente en el 82% de los casos. Esa sería la probabilidad del FA de volver a perder votos en 2014, como ya los perdió en 2009.
El argumento de Garcé también puede llevarse un paso más adelante. A lo largo del período hay cinco ciclos de tres elecciones consecutivas en los cuales la tercera elección juzga la gestión de gobierno de un mismo partido durante dos períodos consecutivos (los colorados en 1946-50-54, y nuevamente en 1950-54-58; los blancos en 1958-62-66; los colorados en 1994-99-2004, y el FA en 2004-09-14). El resultado del quinto ciclo (el FA, gobiernos Vázquez y Mujica) recién lo sabremos en 2014. Pero en los cuatro ciclos anteriores la regla es absoluta y sin excepciones: en todos los casos el partido de gobierno pierde votos en su segunda elección, tanto con respecto a la elección que lo llevó al gobierno como a la elección que le ganó su segundo mandato consecutivo. Si el FA ganara votos en 2014, estaría quebrando esta regla (o “regularidad empírica”).