Las ollas populares tienen más demandas y menos recursos; el Poder Ejecutivo aporta $ 65 millones, pero a través de “empresarios eficientes”

escribe Sergio Israel 

No tiene mucho tiempo para pensar en vacunas ni en camas de medicina intensiva. Cada mañana, el mozo de restaurante Hugo Leiva, de 54 años, comienza y termina el día pensando en comida. Ha hecho varias temporadas en Punta del Este, pero la pandemia lo encontró sin poder trabajar y después de un combate contra los prejuicios y el orgullo se animó a ponerse en la fila de una olla popular en la que ahora comen él, su hija de 18 años y otros 100 vecinos del Cerro.

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