Los subibajas emocionales de una jornada blanca que empezó con triunfalismo y terminó con el festejo trancado

escribe Federico Castillo 

Son las 22.15 de la noche del domingo 24. Hace casi dos horas que en el comando del Partido Nacional se festejó que Luis Lacalle Pou será el próximo presidente del Uruguay. Pero fue una cañita voladora. Tuvo la intensidad efímera de lo que explota en un fogonazo breve de luces y ruido, y después le sigue el silencio. Porque ahora no hay celebración. Se pasó del paroxismo a la incertidumbre tan rápido que dejó a todos desconcertados. Los dirigentes blancos, que hace unas horas habían entrado a la sede como se entra a una fiesta, tienen un gesto raro en sus caras: no es tristeza, no es mesura. Ni siquiera es incertidumbre. Es otra cosa. Es como que se les interrumpió el momento. Como que no hubo tiempo para el desahogo, para quitarse la presión y festejar la vuelta al gobierno después de 30 años. Cuando estaban en el medio de todo eso, tuvieron que rebobinar de golpe y entonces sus sensaciones quedaron bloqueadas. En stand by. El diputado Carlos Iafigliola, que tenía esa expresión extraña y congelada en su rostro, lo definió: “No llegamos a darnos el segundo abrazo”.

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