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    Lugar de refugio, resistencia y sabiduría

    Jorge Carrión, autor de “Librerías”, finalista del Premio Anagrama de Ensayo

    Ha viajado por varias ciudades del mundo y uno de los lugares que prefiere visitar son las librerías. De sus travesías y lecturas nació un ensayo que pasea al lector por la Green Apple Books de San Francisco, La Ballena Blanca de Mérida, Robinson Crusoe 389 de Estambul, Shakespeare and Company de París o Eterna Cadencia de Buenos Aires. Y mientras quien lee se va imaginando el edificio y su entorno, Jorge Carrión reflexiona sobre los cambios que han sufrido las librerías, el papel simbólico que tienen en la sociedad, la trayectoria histórica y las figuras literarias que con ellas se relacionan. El autor nació en Tarragona en 1976 y es doctor en Humanidades por la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, donde es docente. Periodista cultural en varios medios de España y América Latina, ha escrito, entre otros libros, “Crónica de viaje”, “Teleshakespeare” (ensayo), “La piel en la boca” (crónica del barrio la Boca de Buenos Aires) y la novela “Los muertos”. Actualmente reside en Barcelona, donde tiene una biblioteca con libros de todo el mundo a la que califica como “nómada”. También vivió mucho tiempo en Buenos Aires y conoce muy bien Montevideo, ciudad que aparece en su ensayo a través de dos librerías de la Ciudad Vieja: La Lupa Libros y Más Puro Verso. Justamente en Más Puro Verso, instalada en el hermoso edificio de la vieja óptica Pablo Ferrando, Carrión presentó Librerías, junto al fundador de La Lupa Libros, Gustavo Guarino. Allí también conversó con Búsqueda sobre este trabajo, finalista del Premio Anagrama de Ensayo.

    —Es docente universitario, periodista cultural, escritor, viajero. ¿Cómo le gusta definirse?

    —Me siento básicamente escritor, y todo lo que hago me nutre para lo que escribo. Por ejemplo, este viaje lo hice para presentar el libro y para estar con amigos, pero ya estoy pensando sobre qué voy a escribir de esta visita cuando regrese a Barcelona.

    —“Librerías” no es un ensayo típico, está escrito en primera persona a partir de un narrador que va comentando y recordando. ¿Surgió primero como una crónica de viaje?

    —No creo en la crónica de viaje pura, sino en la mezcla, y muchas veces cuando escribo crítica cultural o ensayo aparece esa mezcla de géneros. La propia lógica de la escritura me fue llevando hacia esa forma. El libro parte de una imposibilidad que es la de hablar sobre todas las librerías del mundo, ni siquiera pude hablar sobre las más importantes. De hecho, solo abarqué las que están documentadas o las que he visitado. Eso me llevó a usar el “yo” como una estrategia para evidenciar que hablo de mis librerías con la intención de que el lector complete el libro con sus librerías.

    —Hay títulos que hoy no se consiguen en librerías, pero sí están en Amazon. ¿Los libreros con los que ha hablado están preocupados por esta situación?

    —Me gusta construir mi visión del mundo a través de fragmentos que me he traído de los viajes. Y qué mejor forma de traer conocimiento de un lugar que comprar un libro. Evidentemente, es una gran preocupación que Amazon tenga un servicio de entrega mayor del que los libreros pueden abarcar. Es una competencia desleal, porque Amazon no es una librería, es un supermercado, con almacenes monstruosos donde hay todo tipo de productos. De modo que los libros están junto a las batidoras o bicicletas. Debemos olvidarnos de que Amazon es una librería, porque allí el libro no se cuida ni se valora, solo se vende.

    —En Buenos Aires o París las librerías integran el paisaje urbano; sin embargo, en otras ciudades han ido desapareciendo. ¿Dónde es más notoria esta pérdida?

    —En Estados Unidos se ha visto particularmente el decrecimiento de las librerías, porque allí sí las grandes cadenas arrasaron. Primero Barnes and Noble y después Amazon cambiaron el paisaje. En las grandes ciudades de Estados Unidos, igual que en Caracas o Tokio, la experiencia urbana del paseante no es importante. Pero en la mayor parte de las ciudades europeas y de América Latina, las librerías forman un tejido urbano que está vinculado a la experiencia de pasear. En esas ciudades las librerías se mantienen, como ocurre aquí en Montevideo o en Barcelona. El cambio ahora es que las páginas web y las redes sociales son importantes para crear una comunidad de lectores y consumidores.

    —Habrá sido una herida para Barcelona que cerrara Catàlonia, una librería casi centenaria, y que en su lugar pusieran un McDonald’s.

    —Fue muy triste por lo que significaba como símbolo. El centro de Barcelona, como el de otras ciudades del mundo, cada vez es más caro. Por lo tanto, solo los negocios con un alto rendimiento, como las franquicias de Zara o McDonald’s, pueden permitirse pagar un alquiler tan elevado. Pero no hay que ser tan apocalípticos. En Barcelona, mientras cerraba Catàlonia, abrían otras librerías pequeñas. Hay un barrio que se llama Gracia donde hay 35 librerías. En las ciudades hay que fijarse no solo en lo que se pierde.

    —¿Sobrevive en las ciudades que visitó la figura del librero, de quien sabe de libros y conoce lo que vende?

    —Sí, todavía se encuentran los viejos libreros, pero también hay jóvenes a cargo de su propio negocio y que tienen gran conocimiento. Muchas veces los dependientes no saben lo que venden, pero también hay grandes lectores y algunos formados en letras. Lo que sucede es que el librero va por dentro y lo descubres cuando te da un consejo o te recomienda un libro.

    —En el ensayo menciona que algunas librerías fueron lugares de resistencia en épocas de totalitarismo. ¿Cuál de ellas recuerda?

    —La Librería del Norte de Buenos Aires fue una de ellas. Muchas han funcionado como centros políticos y de resistencia porque son lugares que creen en la democracia y en el libre mercado. Por eso producen tensión cuando el contexto político es autoritario. De hecho, en el libro hablo de Mao Tse - tung, de Hitler, Stalin o Pinochet, que fueron en su juventud buenos lectores y por eso supieron censurar y controlar los libros.

    —Es curioso que la Librería de Ávila en Buenos Aires sea la más antigua del mundo. ¿Es más antigua incluso que librerías europeas?

    —Es muy difícil que una librería sobreviva, lo más común es que cambien de local y de dueño y que se pierda la conciencia de ser un mismo negocio. La Librería de Avila fue primero la Librería del Colegio (por el Colegio San Carlos) y ha mantenido su historia, incluso se ha recuperado un archivo del origen en el siglo XVIII. Eso la convierte en una de las primeras librerías con memoria de tal. Esa conciencia se ha perdido en la mayoría de las librerías del mundo que no conocen su origen.

    —Encuentra similitudes entre los hoteles y las librerías, eso también es curioso.

    —Hay librerías con sofás, sillones y hasta con camas. La Shakespeare & Company, de París, por las noches se convierte en un refugio para viajeros. También es así una librería nueva en Berlín. Son lugares de paso, de hospitalidad, de albergue de peregrinos. También refugio de lectura, cuando permiten que allí se lea, porque algunas no lo permiten.

    —Este ensayo llega en un momento muy particular, en plena discusión sobre el futuro del libro en papel. ¿Tiene algún pronóstico sobre este tema?

    —Creo que va a haber una etapa de convivencia entre el libro electrónico y el de papel que va a durar décadas. La literatura de consumo, de evasión, el best seller se puede leer perfectamente en un e-book. En cambio, van a sobrevivir y a ser cada vez más importantes los libros de arte, de fotografía, de diseño y también aquellos de buena literatura o los que se necesiten subrayar. Lo que va a ocurrir, si es que ya no ocurre, es que las librerías tendrán poco margen de beneficios. Por eso son importantes las librerías de proximidad, que también sean clubes de lectura, academias de escritura o funcionen como bibliotecas para niños.

    Una queja de los periodistas culturales y de los escritores es que cada vez se le da menos espacio a la crítica del libro en la prensa. ¿Siente que está sucediendo eso?

    —Tengo suerte de tener una visión del conjunto porque escribo para “Letras Libres” de México, para “Ñ” de Clarín y para suplementos en España. Hace unos años también publiqué aquí en “El País Cultural”. Es cierto que hay menos páginas que se dedican a los libros, pero también hay que ser objetivos. En el consumo cultural el libro ya no es lo que fue. Mucho más importante en términos de industria y de usuarios es el videojuego, que no tiene espacio en el periodismo. Demos entonces las gracias de que todavía nos dejan un espacio. En España no nos podemos quejar porque hay varios suplementos semanales que se ocupan del libro.

    —¿Hay alguna anécdota que recuerde especialmente de sus viajes por las librerías?

    —Al final del libro digo que hay tres librerías del mundo que me gustaría visitar: una en Miami, otra en Bruselas y otra en Montevideo. El azar quiso que el libro haya salido el 2 de setiembre de 2013, y ese mismo día volvía de Costa Rica. En la escala en Miami, la compañía pidió voluntarios para que se quedaran en la ciudad a cambio de una compensación. Entonces me propuse como voluntario y pude conocer la librería que quería: Books and Books. Ahora, en un viaje a Buenos Aires, me pude escapar a Montevideo y conocer Más Puro Verso, el lugar en el que más he estado desde que llegué.