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“¡Yo utilizo mi ingenio para pintar las delicias de la crueldad!”, escribió Isidore Ducasse (Montevideo, 1845-París, 1870), conocido como Conde de Lautréamont, en Cantos de Maldoror (1869). De esta forma dejaba explícito su espíritu: escribir poéticamente sobre el mal.
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Libro maldito y de culto, se divide en seis cantos en los que vuelca en “páginas sombrías y llenas de veneno” su alegato contra la condición humana y contra Dios. Lo hace en forma inconexa, mezcla lugares y tiempos y bombardea con diálogos irónicos e imágenes crueles y bellas. Para André Breton, líder del surrealismo, el libro fue “la expresión de una revelación total que parece sobrepasar las posibilidades humanas”. Así establecía la herencia que Lautréamont dejó a su movimiento, y después a la posteridad.
Hijo de un diplomático francés, Ducasse vivió en Montevideo hasta los 13 años y luego partió a París, donde murió a los 24. Su legado literario fue escueto pero revolucionario. Unos meses antes de morir publicó Poesías I y Poesías II, pero un año atrás había publicado Cantos de Maldoror en Bélgica, donde permaneció en la imprenta sin distribución durante mucho tiempo por su contenido provocador y blasfemo. Veinte años después se reeditó en París, y desde ese momento el libro y su misterioso autor fueron motivo de fascinación.
A 150 años de la primera publicación, la editorial HUM presenta una nueva versión bajo el cuidado de Alma Bolón y Beatriz Vegh, quienes hicieron algunas modificaciones de la traducción del español peninsular al americano. Un gran homenaje al poeta que nació “en la desembocadura del Plata”, donde “Buenos Aires, reina del Sur, y Montevideo, la coqueta, se tienden una mano amiga”.