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Quien dijo que nunca segundas partes fueron buenas se equivoca ante la segunda temporada de la serie británica Happy Valley, producida por la BBC, escrita por Sally Wainwright y dirigida por ella y por Nease Hardiman, que fue emitida en origen entre febrero y marzo del corriente año e incorporada recientemente a la grilla de Netflix.
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Mucha gente se acercó a la primera temporada y bajó la cortina después del primer episodio al grito de “es muy dura”. Y sí, es muy dura. Pero entre las series televisivas que andan en la vuelta hay muy pocas con este rigor narrativo y con este elenco de campanillas que muchas veces confiere una verosimilitud casi documental a las historias.
Mientras en la primera temporada había prácticamente un solo hilo narrativo que era las andanzas del recién excarcelado Tommy y ese hilo no tenía misterio pero sí un suspenso y una tensión dramática creciente, en la segunda temporada las cosas cambian de manera radical y diría que para mejor. Porque hay por lo menos dos historias centrales y varias laterales que se van entretejiendo para formar un tapiz apasionante.
El comienzo no puede ser mejor: Catherine Cawood, sargento de Policía (Sarah Lancashire), disfruta fumando un cigarrillo con su hermana Clare (Siobhan Finneran), ambas al sol en el diminuto jardín de su casa mientras le cuenta cómo, persiguiendo a unos muchachos que envenenaron una oveja, descubre accidentalmente el cuerpo de una mujer muerta. El relato se alterna con imágenes de lo que se está contando, en una edición inteligente y ágil.
Más tarde aparecerán otras mujeres muertas y la búsqueda de un asesino serial, pero esta vez será con misterio, porque no se sabe quién es el criminal. Este es uno de los troncos de la narración. Como una de las occisas resulta ser la madre de Tommy, el criminal perseguido y encarcelado en la temporada anterior por la sargento Cawood cuya hija, recuérdese, fue aparentemente abusada y embarazada por Tommy, esta muerte complica a Cawood como sospechosa y desata la ira del preso que, desde la cárcel, tramará una venganza. Este es el segundo pilar de la narración.
Alrededor de ambos pilares pasa de todo: un hombre que pierde su empleo, frecuenta prostitutas y es sospechoso de ser el asesino serial; un joven medio desgraciado que vive solo con su madre y es acosado por los muchachos del barrio; Clare, que intenta rehacer su relación con Neil, un viejo novio que reaparece después de muchos años; los amoríos clandestinos de uno de los investigadores de la Policía, que le traerán un dolor de cabeza importante.
A eso se agregan los varios hilos sueltos del entorno personal de Catherine, la protagonista. Su drama como policía sospechada de asesinato y enviada a tratamiento psicológico; la complejidad de su ambiente familiar con el hijo que se pelea con la mujer y vuelve momentáneamente al lado de su madre; el nieto que tiene el vacío afectivo de un padre a quien la abuela le prohíbe mencionar; la dependencia patológica que respecto a ella tiene su hermana Clare y que la hará volver por un instante peligrosamente al alcohol.
Sí, estamos frente a un drama desolado, tan desolado como a veces puede llegar a serlo la realidad misma. Y para que esa desolación sea más palpable, por contraste, el marco donde todo esto ocurre no es la gran ciudad llena de luces, de tráfico y de estrés, sino Calder Valley, un pueblo al Oeste de Yorkshire, en plena campiña inglesa, con el verde intransferible de esos campos, las milenarias mangas de piedra, el ganado. Allí, en semejante entorno de relajación, con la belleza de fondo, se dispara el drama.
Los lujos actorales son apabullantes. Ya sabemos por la primera temporada de lo que es capaz Sarah Lancashire, esa fenomenal actriz que encarna al sargento Catherine Cawood. Para no olvidarnos de su estatura, en esta segunda entrega tiene dos momentos culminantes en las entrevistas con el psicólogo: hay que ver lo que es esa mujer dura, segura de sí misma pero sospechada de un crimen, acostumbrada a ser ella la que pregunta, pero ahora frente a un hombre inmutable que trata de perforarle su interior. No menos notable es de nuevo su hermana Clare (Siobhan Finneran) en el reencuentro con su viejo amor, en la ternura y comprensión de hermana y tía y en su nueva caída en el alcohol.
Pero hay más: John, uno de los investigadores, se enreda en amores con Vicky. Él es Kevin Doyle (Molesley, uno de los mayordomos en Downton Abbey), notable en su vacilación permanente y en la angustia creciente por lo que le está pasando. Ella es Amelia Bullmore, en un descollante papel de amante obsesiva y posesiva, con una presencia siempre inquietante. James Norton es Tommy, el criminal preso que planea una venganza, en otro desempeño que confirma su calidad de actor. Como en la temporada anterior, sigue mostrando una mirada que mete miedo y tiene en el primer episodio una escena memorable cuando lo enteran de la muerte de su madre y, mientras se va quebrando, aguanta un larguísimo primer plano. Hasta las jóvenes prostitutas destilan convicción en sus breves papeles.
No conviene ver esta segunda temporada, que también tiene seis episodios, sin haber visto la primera. No tanto por un tema de comprensión de la trama sino porque es imprescindible familiarizarse con el lugar y los personajes. Así que aquellos que desistieron de ver la primera tienen ahora un doble motivo de excelencia para reconsiderar la decisión. Creo que si lo hacen no se van a arrepentir. Catherine Cawood es una mujer dura y áspera, pero entrañable. Un personaje fácil de querer y difícil de olvidar.