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La carrera de María Dodera en la escena uruguaya es un prodigio de tenacidad y vocación independiente. Desde hace más de 35 años sus producciones autogestionadas son una constante en la cartelera. Tras su etapa temprana como actriz, formada en La Gaviota y Teatro Uno, y después de pasar una temporada becada en las principales capitales teatrales de Europa, fruto de ganar el premio Molière, volvió convertida en una directora con abundante data de la escena europea y comenzó a volcar esa sensibilidad contemporánea en espectáculos propios y ajenos. Se convirtió en dramaturga, directora y docente, hizo clásicos como Shakespeare, Sófocles, Nietzsche y Sánchez y autores del momento como Koltes, Dea Loher, Sergio Blanco, Roberto Suárez, Gabriel Peveroni y Santiago Sanguinetti. Entre sus decenas de creaciones brillan fuerte en el recuerdo de los teatreros Electra, Una cita con Calígula, Groenlandia, Los Macbeth y Zapatos andaluces. Su último estreno en el doble rol de dramaturga y directora, Último encuentro, resultó ganador en 2021 del Florencio al Espectáculo (compartido con Ana contra la muerte).
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Tras toda una carrera llena de méritos y merecimientos, Dodera fue convocada por la Comedia Nacional, en el marco de esta temporada denominada Nuevos Clásicos, para dirigir La zapatera prodigiosa, de Federico García Lorca. Se trata de una versión de Gabriel Calderón que suma al texto de la obra, estrenada en Buenos Aires en 1930 por Margarita Xirgu, pasajes de Charla sobre teatro, la célebre conferencia que dio el dramaturgo y poeta granadino poco antes de ser asesinado y desaparecido por la falange franquista.
La adaptación también incluye un “agregado performático”, como lo describe Dodera: el personaje protagónico, una zapatera que inquieta a la ciudad con su firme personalidad para rechazar las propuestas de los poderosos que quieren conquistarla, es intensificado con los rasgos de personalidad reales de la escritora, poeta y política granadina Agustina González López, la verdadera zapatera que inspiró a García Lorca para escribir esta obra. Considerada extravagante por sus hábitos y convicciones —se definía como feminista y católica—, la activista fue fusilada en 1936 por Juan Luis Trescastro, el mismo que ese mismo año condujo a García Lorca hacia la muerte, en la ciudad andaluza de Viznar. Este tour de force intensifica el personaje interpretado por Florencia Zabaleta, lo vuelve más explosivo, aumenta tanto su iracundia como su ternura.
Definida por Lorca como una “farsa violenta en dos actos”, La zapatera prodigiosa (en cartel de jueves a domingos en Sala Verdi hasta el 13 de agosto) es un retrato visceral de una mujer a contracorriente de su tiempo y de su lugar, pero que, pese a ser la mosca en la sopa de una sociedad conservadora y tradicionalista, se empecina en quedarse allí, contra viento y marea. Su marido ha dejado la ciudad por trabajo, con la promesa de volver, y ella atraviesa todo el arco de emociones que van desde la espera firme a lo Penélope a la decisión de dejarlo atrás, ante el evidente abandono, para reconfigurar su vida afectiva.
María Dodera nació y creció en la ciudad de Florida, donde su padre se ganó la vida como zapatero. Y en el programa de mano cuenta que tras descubrir casualmente, en la última Navidad, una vieja foto de la zapatería de su padre volvió a la esquina de su ciudad, donde estaba el negocio familiar y la encontró “totalmente cambiada por el progreso pero con la energía de ese mundo fantástico donde reposa la poesía, para no ser atrapada por realidad alguna”. Y afirma: “No fue difícil comprender el latir de esta zapatera al ritmo popular que propone Lorca; de niña creo haber jugado guiada por ese mismo sino”.
He ahí la clave de su puesta en escena, dominada por la potente paleta de colores de la iluminación (a cargo de Ivana Domínguez), del gran decorado semicircular diseñado por Lucía Tyler y Matías Vizcaíno y del estupendo vestuario de Paula Villalba. Con un tono general que transita entre la comedia de enredos y el melodrama, por momentos la narración adquiere ribetes de musical, cuando el escenario es tomado por un quinteto de bailarines (del grupo Lipstick), al ritmo de la banda sonora compuesta por pistas de música electrónica de Federico Deutsch y canciones de Samantha Navarro. Dodera, en toda su dimensión contemporánea, aparece en escenas, como la de un improvisado desfile de modas con la voz en off de Zabaleta, que permiten ilustrar las fantasías sexuales de la protagonista con los diferentes especímenes que se le presentan en su negocio, con aires seductores y pretensiones de conquista. Aquí aparecen estéticas urbanas como la danza waacking y los desfiles de moda al estilo Vogue. Otro rasgo inconfundible de la modernidad y el carácter transgresor del teatro de Dodera es la inclusión de la diversidad de manifestaciones sexuales y de género presentes en el reparto, un común denominador de toda su obra, que ha sido pionera en la escena local. Como botón de muestra, aparecen un par de personajes transexuales y hasta una monja vestida con cuerina ajustada al cuerpo y mangas de encaje.
Zabaleta lleva el timón. Y lo hace como ella sabe y esta obra pide: a puro carisma, con una interpretación expansiva, desbordante de energía —y por momentos excesiva—, pero rica en matices que se traducen en la picardía de una mueca, en saber frenar a tiempo un parlamento grandilocuente para meter una pausa justa y un comentario por lo bajo, con una mirada cómplice al público que rompe la cuarta pared y construye un pacto entre la protagonista y la platea. La personalidad que le imprime a esta zapatera conecta fuertemente con reivindicaciones feministas como el “No es no”, cuando su personaje transita el peligro real de ser forzado a aceptar una relación con un hombre bajo el imperio de la fuerza muscular.
“La zapatera versus el pueblo que oprime su libertad, señalándola por su ser mujer y rechazándola por ser diferente”, dice Dodera, y señala que a su entender lo que provoca la condena popular a la zapatera es la tendencia al pensamiento único: “El pueblo crece en lo igual; es ahí donde opera la violencia de la mismidad. En palabras de Byung-Chul Han, lo que provoca la peste es lo distinto, lo que provoca el infarto es el exceso de lo igual”.
En una paleta interpretativa completamente distinta, por ejemplo, a la de Estudio para la mujer desnuda, y con el vestido casi como un personaje más, como una extensión de su cuerpo y como una colorida amplificación de su actuación, Zabaleta demuestra que es una actriz cada vez más completa y versátil, una de las grandes de esta Comedia.
Con todo su histrionismo, Juan Antonio Saraví compone un zapatero vivaz, descacharrante, capaz de desencadenar la carcajada en todo momento, aunque, hay que decirlo, pierde parte de ese magnetismo en el último tramo del espectáculo, cuando su personaje y el de la protagonista doblan el codo argumental que cambia definitivamente su destino. Otras actuaciones que hay que destacar son las de la joven debutante Sofía Lara —una de las flamantes incorporaciones al elenco estable— como la Niña (la debilidad de la zapatera) y la del siempre efectivo Fernando Dianesi en el rol de Alcalde, rebosante de gracia y comicidad. Juan Manuel Outeiro (uno de los nuevos becarios de la EMAD que integran el elenco por esta temporada) en los difíciles y ambiguos personajes de Agustina y del Pueblo.
Resulta atractiva y oportuna la inclusión del personaje del Autor, un García Lorca personificado por Gustavo Saffores, otro de los recién ingresados a la Comedia. En este caso se trata de un intérprete de gran experiencia, que aporta a la compañía un temple poco común, llamado a protagónicos de peso. “Yo no hablo esta noche como autor ni como poeta, ni como estudiante sencillo del rico panorama de la vida del hombre, sino como ardiente apasionado del teatro de acción social. El teatro es uno de los más expresivos y útiles instrumentos para la edificación de un país y el barómetro que marca su grandeza o su descenso. Un teatro sensible y bien orientado en todas sus ramas, desde la tragedia al vodevil, puede cambiar en pocos años la sensibilidad del pueblo; y un teatro destrozado, donde las pezuñas sustituyen a las alas, puede achabacanar y adormecer a una nación entera”. En perfecta sintonía con la convicción que defiende la zapatera en el escenario, suenan estas palabras de Lorca, dichas como se debe por Saffores: “Un pueblo que no ayuda y no fomenta su teatro, si no está muerto, está moribundo; como el teatro que no recoge el latido social, el latido histórico, el drama de sus gentes y el color genuino de su paisaje y de su espíritu, con risa o con lágrimas, no tiene derecho a llamarse teatro, sino sala de juego o sitio para hacer esa horrible cosa que se llama ‘matar el tiempo’”.
Dodera logra impregnar su puesta con la lucha de la protagonista por mantenerse fiel a sus principios y sus ideas, y que en esa lucha encuentra y revaloriza el amor como un prodigio inesperado. Con todos estos insumos bien utilizados por la directora, La zapatera prodigiosa es una muy buena muestra de teatro popular, una obra tan entretenida como nutritiva, interpretada con las tripas, con garra y con compromiso por un elenco muy bien aprovechado en todo su potencial. Saquen las entradas con tiempo porque, tal como sucede con Edipo rey yLa gayina, esta zapatera promete llenar la Sala Verdi cuatro noches por semana.