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De la misma manera que China le presta dinero a Venezuela y se cobra la deuda en petróleo, Venezuela le manda petróleo a una serie de países de la región a cambio de todo un poco. Digo así, poco protocolarmente, pues Caracas importa el 80% de todo lo que consume su población. Y como allí ya no se produce casi nada, el país debe importar comida, medicamentos, papel higiénico, casas de madera, animales en pie, herramientas de todo tipo, vestimenta, útiles escolares y lo que la imaginación del lector disponga, pues el 80% es una cantidad muy cercana al 100%.
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Digámoslo sin medias vueltas: Venezuela es un país intervenido. Ha perdido gran parte de su soberanía. Su política interior y exterior se pauta en La Habana y su economía está condicionada por los intereses de Pekín. Es el caso más claro del accionar chino en esta parte del mundo. Pero no el único: ¿qué son, después de todo, los 42.000 millones de dólares que China ha invertido en Venezuela con los 260.000 millones que ha invertido en América Latina?
En ocasión de la visita del primer ministro chino a Argentina quedaron claras las dimensiones de la relación comercial entre ambos países. China es el segundo mercado para la economía argentina, mientras que Argentina es el sexto socio comercial de China en América Latina. Nos da la idea, esa ubicación, del volumen de las relaciones comerciales de Pekín con otros países de nuestro continente.
Los objetivos chinos en África y en América Latina son principalmente dos: asegurarse el envío de materias primas totalmente necesarias para su plan de crecimiento y ganar terreno en los mercados africanos y latinoamericanos para la colocación de sus productos manufacturados.
No escapa a los analistas un tercer motivo. Este es el deseo de Pekín de demostrarle a Washington que China desconoce (o mejor dicho no respeta) el mensaje de la doctrina Monroe, aquella tesis que sostiene que América es para los americanos. China quiere actuar en el tradicional patio trasero de Estados Unidos y ya no se limita a modestos acuerdos comerciales y culturales con Costa Rica o Trinidad y Tobago, sino que avanza en América del Sur, en América Central y no se asusta incluso de pisar tierra mexicana, que es como pisarle los juanetes al Tío Sam.
Todos estos propósitos son los propósitos propios de un país con ambiciones de imperio mundial.
En su favor, Pekín tiene una carta que es un verdadero jocker. A diferencia de Estados Unidos o de los países europeos, o de Japón, el gobierno chino no incluye en las cláusulas de sus préstamos temas tales como la defensa de los derechos humanos o el cuidado del medioambiente. Pekín es la ciudad más contaminada del planeta. Y los derechos humanos es un concepto que ni siquiera figura en el diccionario chino. Por eso, para Pekín, si las autoridades venezolanas o congoleñas respetan o no respetan los derechos humanos y el medioambiente es indiferente.
Y a diferencia de lo que sucede en Estados Unidos y Europa, en donde la opinión pública y la prensa libre les marcan la cancha a sus gobiernos, exigiéndoles ciertas normas éticas en su política exterior y comercial, la opinión pública china, al igual que la libertad de expresión, es inexistente.
Para los socios comerciales de Pekín en África y América Latina, este “desinterés” chino por los derechos humanos y el medioambiente es música celestial. ¡Con alguien tan desprejuiciado es un placer hacer negocios!
En nombre del alza del bienestar económico de su gigantesca población, China no se detiene en sus esfuerzos por asegurarse materias primas y mercados. Juega el mismo papel que jugaron otros imperios en la Historia. Salvo algunos detalles propios del presente, los mecanismos básicos son siempre los mismos. Pero eso parece ser muy difícil de entender (o aceptar) en la uruguaya república.
Por eso, Mujica viajó a Pekín vistiendo una camisa Mao. Despertó tantas sorpresas como risas entre los gobernantes chinos, que lo recibieron con sus trajes de marca, hechos, todos ellos, en Londres, Roma y París.
Y el Caballero de la Triste Figura de la política uruguaya, alias Lorier, dice que China, como está gobernada por el Partido Comunista, no puede ser imperialista sino que es una aliada segura e indispensable en su lucha por… Perdón, ¿por qué lucha, Lorier? ¿Lo sabe todavía o se olvidó el papelito en alguna silla de algún congreso frenteamplista?
En fin, entre el provincialismo, la guaranguería, la demagogia, el cretinismo y la estupidez más compacta que se puedan pedir, chinito clece, como preveía Telecataplum, e impone sus duras condiciones. Ese es el verdadero imperio del siglo XXI.
PD: en la columna de la semana pasada señalé que con el préstamo de 4.000 millones de dólares obtenido en mayo, la deuda venezolana con Pekín sumaba 42.000 millones de dólares. El sábado pasado, Venezuela consiguió un nuevo préstamo de China por 5.000 millones de dólares. Crece aún más la dependencia de Caracas y el intervencionismo chino en América.