Nº 2267 - 7 al 13 de Marzo de 2024
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEn la apertura anual de sesiones parlamentarias, el presidente hizo una convocatoria al monólogo. Apretado por los Estados Unidos, el FMI y el mismísimo papa, aceptó la posibilidad de un acuerdo pero lo llamó pacto, palabra que por alguna razón le sonó mejor. Dicho pacto se presentó como un tratado de adhesión: 10 puntos genéricos para ser firmados con los gobernadores el 25 de mayo siempre y cuando el Congreso le vote primero las leyes que él exige.
Los analistas se dividieron: unos vieron a Milei frenar, otros lo vieron acelerar. En la mente presidencial, donde todo lo que no es insulto es teoría de los juegos, quizás no haya habido ninguna de las dos cosas. Sentado al volante de un auto que encara a otro a máxima velocidad, Milei no accionó ningún pedal sino que abrió la puerta: les permite subirse a los adversarios con la condición de que acepten ir adonde él quiere.
Apuntando a los gobernadores, Milei les hizo una oferta que no pueden rechazar. El que se niegue correrá la suerte de Nacho Torres, el joven mandatario chubutense que demostró la misma osadía que el presidente pero con una caja más chica y terminó abollado. Don Corleone habría aprobado la estrategia presidencial. Los que hablan de extorsión no comprenden los códigos.
La reacción de los gobernadores fue positiva: se abalanzaron a Twitter/X en estampida para expresar su adhesión al Pacto del 25 de Mayo. Esta jugada podría denominase “la gran Menem” en honor al gobernador que, en la década de 1980, se cortó solo para apoyar a un Alfonsín en la cumbre de la popularidad. Cuando el viento cambió, el poncho riojano escondía un cuchillo. El cálculo de los gobernadores es simple: si a Milei le va bien, mejor subirse al carro del ganador; y si le va mal, que parezca un accidente. Esta vez a nadie le conviene mostrar el cuchillo, salvo a Alex Kicillof. El gobernador bonaerense gana en la diferenciación, aunque sus intereses no estén totalmente desalineados de los del presidente.
La hegemonía cultural que el presidente fomenta, diciendo que la abomina, es un resultado del hartazgo más que una revolución de los valores. Los argentinos ya apoyaron las privatizaciones de Menem y los superávits gemelos de Kirchner; lo que nunca toleraron es la estanflación. Milei se monta en la rebelión de los jóvenes varones heterosexuales, que sacude al mundo, es verdad, pero más abreva en el muy autóctono fracaso económico. Por eso confía en las herramientas a disposición del Poder Ejecutivo y se digna despreciar los instrumentos legislativos: quien puede desfinanciar no necesita derogar.
La mesa chica del gobierno, constituida exclusivamente por dos Milei (el presidente y la secretaria general) y dos Caputo (el ministro de Economía y el jefe de marketing presidencial), teje planes para los dos 25: el de mayo y el 2025. Mayo es el umbral de supervivencia de un presidente hiperminoritario que gobierna en recesión: si supera el tormentoso comienzo de clases y la ola de tarifazos en ciernes, la liquidación de la cosecha gruesa le ofrecerá los dólares que requieren tanto su proyecto económico como la paz social. A partir de ese momento podrá organizar su estrategia electoral, que quizás incluya elecciones anticipadas en provincias deficitarias cuyos gobernadores no sobrevivan al pago de salarios con bonos.
El presidente es consciente de su debilidad, pero también de sus fortalezas. Todo mandatario latinoamericano necesita uno de tres escudos para completar su mandato: el legislativo, el popular y el externo. Milei carece del primero, ya que ni aun sumando a todos los legisladores del PRO, el partido de Mauricio Macri y Patricia Bullrich, alcanza el tercio necesario en alguna cámara para bloquear el juicio político. Se afana, por lo tanto, en reforzar los otros dos. El escudo popular se mantiene firme a tres meses de su asunción, alimentado por la gratificación simbólica del maltrato a la casta que compensa las penurias materiales. Y el escudo externo se llama Donald Trump, el candidato que Milei fue a abrazar a la convención conservadora de Estados Unidos y que espera volver a la Casa Blanca en enero del año próximo. La estrategia se basa en la experiencia de un amigo: si Trump hubiera ganado la reelección, Jair Bolsonaro seguiría siendo presidente de Brasil —el golpe que intentó en enero de 2023 habría triunfado de no encontrarse con la oposición de Joe Biden y los militares norteamericanos—.
El itinerario que proyecta Milei tiene entonces tres estaciones: el 25 de mayo, el 5 de noviembre y un domingo a definir de octubre de 2025. El 25 de mayo termina el desierto que debe atravesar para llegar a los dólares, un desierto sembrado de huelgas y tarifazos. Hasta entonces necesitará el escudo popular como maná del cielo. La segunda parada es el 5 de noviembre, cuando el electorado de Estados Unidos decida si Milei consolidará su escudo externo. Finalmente, en octubre de 2025 se realizarán en Argentina las elecciones intermedias, que los arquitectos de La Libertad Avanza —el partido presidencial— diseñan para proveerse del escudo legislativo.
Mientras la brújula del gobierno apunta al norte, la oposición está desmagnetizada: lo que impera es el desconcierto. En los años 90, el presidente Carlos Menem le pegaba a los adversarios para ablandarlos y negociar; hoy Milei les pega, por placer y por designio, para doblegarlos. Toda negociación se plantea como contrato de adhesión. El presidente de la UCR, Martín Lousteau, distingue entre un contrato de compraventa y otro de constitución societaria: en el primero, lo que una parte se lleva de más la otra se lleva de menos; en el segundo, el objetivo de ambas partes es aportar para un beneficio común. La estrategia de Milei es la primera, y funciona. La oposición se astilla: mientras el peronismo sobrevive fragmentado, el cambiemismo se fragmenta ya sin vida. Milei eligió a Cristina como rival, ella se fortalece en la reciprocidad y lo que quedó en el medio nada o se ahoga. Por ahora, nada.
Paradójicamente, el Estado nacional y la provincia de Buenos Aires, que Cristina regentea, comparten un objetivo: reformar el sistema de coparticipación, un mecanismo inconstitucional y perverso que perjudica a ambos. En esa tenaza feroz entre nación y provincia, o mileísmo y kirchnerismo, se asfixia la ancha avenida del medio. Si la moderación tiene alguna chance en la Argentina del futuro, será producto de la necesidad y el desgaste antes que de la convicción y el acuerdo. Pero antes, dunga dunga.
*Politólogo, Universidad de Lisboa