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El viernes 20, la Dirección de Desarrollo Ambiental de la Intendencia de Montevideo clausuró el bar y restaurante Paullier y Guaná por “ruidos sociales”, es decir, los que producen las personas que salen del local y permanecen en su puerta conversando. Algunos vecinos de la zona habían reclamado medidas a la IMM por esta molestia. Durante la noche, el bar funcionaba de martes a sábado, aproximadamente hasta altas horas de la madrugada.
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El cierre generó protestas de músicos y artistas porque desde hace seis años el sótano de Paullier y Guaná ha sido escenario de variadas expresiones culturales. Por otro lado, también puso en evidencia la falta de una legislación clara sobre un hábito social cada vez más instaurado.
“Los ruidos sociales están asociados a la prohibición de fumar en lugares cerrados. Se está dando un fenómeno cultural que tiene que ver con el juntarse afuera de los bares y quedarse conversando”, explicó a Búsqueda Ana Agostino, al frente de la Defensoría del Vecino. Desde comienzos de año, Agostino ha mantenido reuniones con el dueño de Paullier y Guaná, Pepe Álvarez, vecinos de la zona y el entonces alcalde Carlos Varela. A pesar de los esfuerzos por llegar a un acuerdo, tres de los 40 vecinos que firmaron la carta de denuncia ante la IMM mantuvieron su queja.
A través del Servicio de Instalaciones Mecánicas Eléctricas (SIME), la Dirección de Desarrollo Ambiental de la IMM hace periódicas inspecciones de contaminación sonora, pero en este caso midió la “inmisión”, es decir, cómo siente quien recibe el sonido en su casa, y no solo cuáles son los decibeles de la emisión. Búsqueda intentó obtener información sobre la situación de Paullier y Guaná, pero al estar el director de Desarrollo Ambiental ausente, ningún funcionario pudo dar respuestas.
Agostino explicó que también participa en una mesa de convivencia del Municipio CH por los boliches de Luis Alberto de Herrera. “Hay acuerdo, por lo menos verbal, en que se necesita tomar decisiones en cuanto al horario y cerrar más temprano. Pero tiene que ser una normativa para todos, no algo voluntario”.
Álvarez ha buscado soluciones al problema de los ruidos sociales: mejoró la iluminación exterior, puso un vallado para que la gente que sale a fumar lo haga dentro de ese perímetro, contrató cinco guardias de seguridad, renovó los baños. “También presentamos un proyecto que se está utilizando en algunos estadios, como el de River de Argentina, o en carreteras ruidosas que pasan por barrios residenciales. Es un sistema de placas de lana de roca que absorbe notablemente el sonido en situaciones especiales donde no está cerrado herméticamente el espacio. Pero es muy costoso; cubrir el perímetro de mi restaurante saldría 10.000 dólares. La IMM me lo permitió y me pidió que lo hiciera, pero es a riesgo de que no funcione”, dijo a Búsqueda.
Ahora Álvarez apuesta a que la IMM ponga un tope de horario para su local y así seguir con la programación en el sótano. “Estamos apostando a otro público con un ciclo de gastronomía y cine y conciertos más íntimos, como los de Fernando Cabrera o Malena Muyala”.
El edificio de Paullier y Guaná tiene cien años y fue en su origen un almacén de ramos generales. A mediados de los 50 se transformó en bar y almacén, y aún hoy conserva el viejo mobiliario. Nunca tuvo nombre, salvo ahora, que lleva el de sus esquinas.