—Más allá de calificativos como “el Varela del siglo XXI” que le adosó la ministra de Educación, María Julia Muñoz, ¿usted cómo espera ser recordado por su servicio a la educación?
—Yo estoy muy tranquilo... (sonríe). Somos muy conscientes de qué país tomamos en 2005 y qué cosas tuvimos que hacer para atender la realidad hoy. Yo soy docente y a mí la educación me importó siempre, por eso tomé esta profesión; no es por un tema de ser recordado como tal o cual cosa. Usted decía aquella frase sobre Varela… bueno, él inició un proceso que al Uruguay le llevó 100 años para que todos los niños fueran a la escuela. Nosotros hemos hecho el mayor esfuerzo para incluir a la totalidad de la población en la educación media. Y entonces abrimos la caja de Pandora y salieron todos los males del Uruguay.
—¿Qué quiere decir con eso?
—Esto puede sonar demagógico, pero tomé ciertas decisiones porque me duelen los problemas reales de la gente. Cómodo hubiese sido seguir trabajando con programas en unos pocos centros educativos y hacerlos brillar. Pero acá pasaron cosas: generamos las condiciones materiales para que más niños y jóvenes accedan al sistema educativo, se duplicó el salario real de los docentes, se crearon 38.000 vínculos laborales, más de 2.600 grupos para educación media, pasamos de 29.000 a más de 70.000 niños en escuelas de tiempo completo; hay miles de estudiantes que transitan por propuestas innovadoras de conocimiento en Secundaria y en UTU. El impacto es importante. ¡Movimos la aguja! Lo que dejo es eso. Y yo estoy muy satisfecho con todo lo que hicimos.
—También el gobierno entrante promete “mover la aguja” educativa con la ley de urgencia.
—Pero no es lo mismo decir que se harán ciertos cambios como dotar a la educación de tal gobernanza y ese discurso del otro lado, porque no aumenta las posibilidades de mejora educativa, eso no mueve la aguja. Pero del estado de situación que tenía la educación en el 2005, de la gente que realmente podía estudiar, de las condiciones en las que lo hacía y en las que los docentes trabajaban a lo que tenemos hoy, hay una diferencia enorme.
—Sin embargo, varias de las metas que se trazó su gobierno para esta administración se incumplieron. ¿Qué faltó?
—Sin duda. ¡Claro que faltó! Y podemos hacernos cargo y justificarlo; explicar por qué no alcancé algunas metas y también argumentar por qué otras sí. Un país al que le faltan docentes logró una expansión educativa como nunca en apenas diez años y con un seguimiento de trayectorias educativas con Plan Ciebal y la red global de aprendizajes que no tiene marcha atrás.
—Eso no se cuestiona.
—Bueno, no lo ponen en duda, pero no sé si le dan la relevancia que tiene. Porque ahora está todo bárbaro, pero este proceso de innovación educativa se puede perder: la confianza generada en los colectivos docentes, la capacidad de construir, los permisos para innovar, ahora ya está pronto el marco curricular de referencia nacional, la progresión en aprendizajes, esta nueva forma de trabajo con base en proyectos... Son plataformas que te permiten hacer una gran política curricular.
—Seis de cada 10 adolescentes no terminan el liceo o la UTU. Uruguay está lejos de la meta que se puso la ANEP para finalizar el quinquenio con el 75% de los jóvenes con la educación media superior completa; Chile lo duplica...
—Sí, claro. Pero nadie dice qué pasaba en los sistemas educativos anteriores al 2005, ¿por qué no lograron mover esa aguja? Acá la aguja se movió y es indiscutible. Las metas y los resultados son bien claros, inclusive en las promociones. Se movió la aguja integrando más gente, con mayores egresos. No hay ningún indicador que no haya mejorado.
—¿Cuál es para usted el mayor problema que tiene el sistema hoy?
—Yo le diría que el primer problema que tienen los niños y los jóvenes es el afecto. Hoy salen de la escuela entre 40.000 y 42.000 niños por año, unos 8.000 de ellos tienen carencias afectivas muy importantes y necesitan un acompañamiento específico: ese es el primer problema a resolver, y es socioemocional. Que cuando se habla con total liviandad de los problemas del sistema, que sí tiene muchas cosas a resolver, vos tenés que abordar esa escala. ¡Son 8.000 niños con problemas de todo tipo, que van de lo más duro que te puedas imaginar a estar en un ambiente donde falta el afecto más básico que a veces se arrastra desde antes de la gestación!
—¿Es un tema de los padres?
—Todavía hay quienes no comprenden lo que significa que un chico termine la escuela y tenga un primer año de educación media básica. Hoy el 99,8% de los niños que salen de la escuela están en un primer año de liceo o de UTU, y es ahí donde aparecen todos los problemas. Antes no existían porque los niños no estaban ahí, sencillamente no iban. El sistema no asumía su grado de selectividad. Hoy tenemos 163.000 alumnos en educación media básica, y si alguno falta tres veces salta una alerta. Tuvimos cerca de 120.000 alertas desde mayo hasta ahora.
—Muchos adolescentes dicen que no le ven sentido a lo que aprenden y que se aburren en clase.
—Generalmente pasa lo contrario. Trabajar por proyectos los estimula, los entusiasma y le da sentido a lo que hacen. Ahora, que la sociedad sea más inmediatista termina impactando en todas las instituciones. ¿En cuántas cosas puede estar distraída la atención de un joven hoy? El celular, las redes... Pero pregunto: ¿todas las familias estimulan a sus hijos desde temprana edad a leer? ¿Los que critican los resultados de los jóvenes de nuestro país respecto a la lectura son buenos lectores? ¿Cuánto contribuye la sociedad a esa cultura de la inmediatez?
—¿Por qué faltan tanto?
—Hay toda una categorización sobre los motivos. Algunos son temas a solucionar en la interna del sistema y afuera. La complejidad es tan grande que percibís la necesidad de nuevos abordajes políticos con otras instituciones y grandes políticas locales. Si esas políticas no se profundizan, la debilidad también se sentirá en el sistema educativo. Y además de recursos hay que volcar sentimientos, te tiene que doler lo que pasa, porque en cada situación hay una vida con una complejidad enorme que hay que resolver a un nivel humano, casi artesanal.
—¿Cree que las nuevas autoridades continuarán esa política?
—Del ministro (Da Silveira) en sí no puedo abrir opinión porque no sé... Conozco sus libros de hace unos años atrás y son elementos que desde el punto de vista conceptual... tenemos distancias. Ahora, que la oposición elija como referente para esta administración a Robert Silva me parece una buena noticia, porque tiene la formación, la experiencia y además un sentido común y una honestidad que es muy importante para estar en este lugar. Me pongo a pensar en otros actores y... Hay que generar siempre estabilidad para los procesos de cambio y yo creo honestamente que él es una persona que puede dar esa estabilidad.
—¿Por qué es tan importante esa “estabilidad” que representa Silva para usted?
—Porque nuestra responsabilidad es clara: yo estoy acá respaldado por el presidente de la República y por tres quintos del Senado; y también por el presidente anterior que pidió que me mantuviera en este lugar. Todo eso es cierto. Ahora, también es cierto que cuando uno está en un cargo de responsabilidad como el que tenía Robert, de consejero electo por los docentes y claramente con una filiación política (colorada), es complejo establecer una relación de conducción y no estar pegando en los tobillos cada cinco minutos para impedir el desarrollo de las políticas; y además ha hecho aportes importantes. Por eso Robert es una buena noticia.
—¿Su distancia con Da Silveira es solo “conceptual”?
—Y... está también el lugar que creemos que ocupa el Estado en la educación. Da Silveira tiene una concepción de signo diferente. Si uno lee La segunda reforma... se dará cuenta que no tiene nuestra visión por el bien común, que está lejísimo en muchas cosas. Por eso me alegró muchísimo la designación de Robert, porque es muy trabajador y conoce la complejidad del sistema. Si volviéramos a todo aquel recetario, sería una pérdida enorme del esfuerzo hecho por el país.
—Da Silveira tuiteó hace unos días que “los últimos datos de Pisa confirman el fracaso de tres gobiernos del FA en mejorar la calidad de la educación...”. ¿Lo leyó?
—Esas son chicanas baratas. Esa mala fe yo no la voy a tener, porque sé lo difícil que es avanzar en la complejidad del sistema, con qué esfuerzo e involucramiento de muchísimas personas. Me queda claro, muy claro, que por ahí no es. Ahora, ¡qué curioso! El informe Pisa puede no conformarnos, pero en realidad, relativamente, junto con Chile, estamos mejor que el resto de los 10 países de la región y en 15 años, en términos de aprendizaje de lengua, matemática y ciencia.
—También es cierto que a los 17 o 18 años culmina la educación obligatoria un porcentaje sensiblemente menor al de los países vecinos.
—Pero no hay una evaluación comparativa de qué nivel de exigencia tiene que tener un joven en Bolivia, Argentina, Brasil o en Paraguay para poder egresar. Entonces no podemos sacar ninguna conclusión de eso. La pregunta es: ¿qué modelos de educación media superior hemos validado conceptualmente y ahora estamos transformando? ¡Entre 79 países Uruguay está en el cuarto lugar de mayor repetición!
—¿De ahí su insistencia en eliminar paulatinamente la repetición como recurso pedagógico?
—¡No hay ninguna duda! El sistema construyó la repetición como una referencia para garantizar la calidad educativa y seguramente nunca cumplió ese rol. Pero hoy es notoria la necesidad de buscar nuevos recursos para anudar procesos dentro del sistema. Otra cosa es repetir, sin más, reiniciar el mismo proceso desde cero.
—Uruguay tuvo “el mayor presupuesto educativo de la historia, pero solo uno o dos alumnos del quintil más pobre termina el liceo”, ¿qué responde a esa crítica?
—Los actores que validaron esa crítica y administraban la educación cuando egresaba solo el 5% del quintil más pobre de los alumnos no tenían tanta autocrítica ante la catástrofe que vivía el país. Ahora que estamos en más del 19%, que multiplicamos por cuatro ese egreso, parece que tenemos una profunda crisis educativa. Sí, es verdad, tuvimos el presupuesto más alto. Pero hay que ver cómo se distribuyó ese incremento presupuestal. ¿Aumentar el 100% del salario real de los docentes —que es prácticamente el 86% del presupuesto de la educación— fue un error? ¿Aumentar 28.000 vínculos laborales para la función educativa fue un error? Un niño que pasa de tiempo común a tiempo completo con una inversión del Estado de 1.300 dólares, ¿se entiende que es un gasto inapropiado? ¿Avanzar en 700 ampliaciones y obras nuevas y 200 por venir significa que es un despilfarro del dinero público? ¿Qué impacto tuvo todo eso? Está bueno analizarlo en lugar de tirar este titular maniqueo de que “nunca tuvimos tanto presupuesto educativo ¿y dónde están los resultados?”.