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    Ney Peraza y la historia de Mateo x 6, que celebra sus 30 años en el Teatro Solís

    El guitarrista cuenta sobre sus proyectos para divulgar la música popular uruguaya

    Caminando por la orilla, su casa se ve desde lejos. Construido sobre palafitos y más alto que sus vecinos, el rancho se recorta en la silueta orillera, sobre la desembocadura del arroyo Pando, en El Remanso, junto a Neptunia. Con su barba espesa y un cigarro armado entre los dedos, saluda desde el balcón; en la primera planta, un living-cocina templado por una estufa a leña de campana. En la segunda planta, el dormitorio. Todo hecho de madera: troncos curados, tablones y costaneros. La vista es esplendorosa: la ancha ensenada que forma el curso de agua se parece a un lago. En la ribera opuesta, las dunas de El Pinar le dan al paisaje aires rochenses. La luz entra a raudales por las amplias ventanas y puertas de piso a techo. Todo bien rústico. Abajo, desde la arena nacen los troncos que sostienen la vivienda; bajo el techo-piso hay tablas, leña, una canoa y remos. El dueño de casa es guitarrista, arreglador, cantante, productor, director coral e investigador musical. Fue integrante fundamental de la banda de Jaime Roos durante unos 15 años, a cargo de la guitarra y los arreglos corales; fue también guitarrista, arreglador y cantante de Los Mareados, el conjunto arrabalero que une tango y carnaval. Y es uno de los miembros fundadores de Mateo x 6, el más auténtico supergrupo uruguayo, que el jueves 31 celebra 30 años con un recital en el Teatro Solís. Las entradas están agotadas desde hace ya varios días.

    Sobre fines de los 90 Ney Peraza eligió ese enclave, que le recordaba a Valizas, como su lugar en el mundo. En su juventud había tenido un rancho en el balneario rochense, que perdió a manos de una feroz sudestada oceánica. Porfiado, reincidió en un sitio más resguardado. Primero consiguió el terreno, después levantó un rancho modesto mientras construía el grande. Cuenta que durante años, al menos una vez por mes, soñaba con inundaciones, con navegar por arroyos en canoas, pescando. Cuando se fue a vivir a esa orilla no soñó más con el agua.

    Entrar a la banda de Jaime fue decisivo para costear su proyecto costero. En esa terraza, cuenta, pasa muchas horas en silencio, una paz a la que no puede renunciar. Una paz que solo logra interrumpir la naturaleza cuando azota con todo su poder, como aquel 23 de agosto de 2005, cuando el mayor temporal que recuerda cualquier uruguayo vivo lo dejó con las manos vacías. Solo quedó la estructura. Lo que estaba en la casa desapareció. Perdió todo. Y volvió a empezar.

    Poco después de la muerte de Mateo, ocurrida en mayo de 1990, Peraza, junto con Jorge Schellemberg, Alberto Wolf, Popo Romano, Edú Lombardo y Juan Carlos Ferreira, comenzó a esbozar la idea de reunirse para tocar las canciones del insular cantautor montevideano. Su vida y obra empezaba a ser investigada y recopilada por Guilherme de Alencar Pinto, cuyo libro Razones locas, publicado en 1995, fue una de las dos principales causas de la puesta en valor —tardía pero valorización al fin— de su obra. La otra fue este sexteto, que debutó en 1993 en la sala dos del Teatro Stella —en aquel momento denominada Piccolo Stella— y que en los años 90 funcionó casi ininterrumpidamente. En las últimas dos décadas, a medida que se fue afianzando la carrera individual de sus miembros, Mateo x 6 ha dosificado su presencia. El grupo se reúne cada uno o dos años para hacer un Solís, como en esta oportunidad, o un Sodre, como en 2021 cuando recrearon el disco Mateo solo bien se lame, como celebración adelantada de su 50º aniversario (que en realidad se cumplió en 2022). En esa ocasión Búsqueda recabó la palabra de los seis músicos. Ahora, flanqueado por varios perros y gatos, propios y ajenos, el que habla es Ney. Entre mates, cigarros y unas copitas de hidromiel, mientras el atardecer derrama toda la hermosura posible sobre su terraza, cuenta su vida, su camino musical y la aventura de interpretar las canciones de Eduardo Mateo.

    Si bien nació en Tacuarembó en 1961, Peraza vivió en Montevideo desde sus dos años. De todos modos, pasó buena parte de los veranos de su infancia y adolescencia en el departamento norteño, donde cultivó su gusto por la vida en contacto con la naturaleza. Esos veranos en la casa de sus abuelos son la primera marca musical en su vida, pues solían llevarlo a fiestas y bailes folclóricos, donde conoció el sonido de las guitarras ensambladas. Se crio en el barrio del Buceo, próximo a la calle Comercio. “Me gustaba la guitarra de ver a mis parientes tocar, pero no se me había ocurrido tocar a mí, hasta que cuando tenía 9 o 10 años apareció un profesor de barrio, de esos que iban a dar clase a domicilio, y se engancharon unos cuantos de la barra. Era paraguayo, Agustín Mezquita, un personaje. Ahí me picó el bicho. Les dije a mis viejos pero en casa no había plata para una guitarra. Mi viejo era viajante de comercio en la zona del Este y mi madre estaba en casa, éramos cuatro hermanos. La cosa estaba justa, entonces mi abuelo se enteró y me mandó su guitarra. Se quedó sin guitarra. Tremendo compromiso. O me lo tomaba en serio o se la devolvía”. Y se lo tomó en serio.

    Siguió estudiando en el instituto Nemus, fundado por Daniel Viglietti y otros músicos, también estudió con Carlos Gómez, quien lo invitó a participar en una obra de teatro infantil en teatro La Candela. Así, a los 18 años comenzó a vincularse con músicos como Walter Venencio y Eduardo Mateo, y con grupos teatrales como Títeres Girasol.

    Jaime

    La primera experiencia de Ney con Roos no fue bajo los focos. Jaime confió en su oído y lo contrató para que se encargara de la puesta a punto de sus guitarras en el Concierto aniversario, el primer Solís en su carrera, en 1997, editado poco después como disco, y que sigue siendo al día de hoy uno de los mejores registros en vivo de la música uruguaya.

    “Entré a la banda como técnico de guitarras, un rol medio inventado. Como se iba a grabar para sacar un disco en vivo, Jaime quería tener todo lo técnico impecable y que no hubiera percances. Yo estaba encargado de prepararle todas las guitarras según el tema, la Takamine, la Yamaha y las demás. Él quería cambiar de guitarra en un segundo, como se hacía al más alto nivel profesional, y no perder tiempo afinando. Se las dejaba bien afinaditas, en el orden en que las agarraba”. Poco después ingresó al plantel principal, donde además de ser titular en los escenarios, grabó en varios discos, entre ellos, Contraseña y Fuera de ambiente, los dos últimos álbumes de estudio de Roos. El periplo de Ney con Jaime corre en paralelo a la construcción de su rancho. “Cada vez que agarraba una guita por alguna gira o algún toque grande hacía alguna mejora o construía una parte nueva. Traía gente para trabajar pero yo estaba siempre de capataz. Por supuesto, hice muchas cagadas por inexperto”.

    Cuentos y fotos

    Así como la música le permitió materializar su sueño valicero a 30 kilómetros de Montevideo, gracias a su rancho Peraza descubrió dos vocaciones creativas. Una es la escritura, fruto de los continuos viajes en ómnibus a la capital. “Una hora de bondi es una hora para escribir. Escribo mucho en el ómnibus. Comencé a escribir historias, pequeños relatos de cosas que me pasan a mí o que me contaron. Trato de ser fiel a lo que escucho y lo completo con un poco de ficción”. Sin mayores pretensiones, Ney publica esos relatos en su cuenta de Facebook. La otra inquietud expresiva que generó la vida en la costa es la fotografía.

    Cuando el viento es propicio, Ney sale a navegar por el “lago” en un pequeño bote a vela de un amigo suyo, que guarda bajo su casa. “Doy toda la vuelta, recorro ambas orillas, y paso para el otro lado del puente de la Interbalnearia. En canoa incluso puedo llegar hasta una pequeña represa que hay un par de kilómetros río arriba por el Pando”. Cuando el arroyo crece, no tiene necesidad de salir para sentir que está navegando. “Los días de marea alta o cuando la tormenta hace crecer el mar, acá arriba quedás en un barco”.

    Con los años, también se transformó en un apasionado cronista gráfico de la vida costera. Sus postales de pescadores, botes, aves, peces y otros personajes que encuentra en sus caminatas tienen una curiosa mezcla de encanto y espontaneidad. “No me considero un fotógrafo, estoy lejos de serlo. Nunca hice un curso. Compré una cámara digital bien chica y liviana, que no me pesara en la riñonera, y comencé a ir a todos lados con ella”. Sus salas de exposiciones no son otras que Facebook y, más recientemente, Instagram.

    Coros, cancioneros y Mateo

    Que Ney es un músico de perfil bajo no es novedad. Si bien hace más de 45 años que está en la escena musical, nunca le interesó desarrollar un proyecto solista. “Siempre me he sentido más cómodo en grupos, como instrumentista y como arreglador. Creo que tiene que ver con mi personalidad. No hay un disco mío. Me lo han propuesto muchas veces y no ha sucedido. Siempre di clase en el Taller Uruguayo de Música Popular (TUMP), del cual soy fundador, y tengo mis temas pero no para una carrera solista. Lo que me ha salido mejor es estar en bandas como Los Mareados y Mateo x 6. Lo más cercano a un rol protagónico es la dirección de coros”. Desde hace 18 años Ney dirige el coro Oigo Voces, que surgió como una iniciativa de amantes del canto colectivo afincados en Ciudad de la Costa (y algunos en Montevideo) para interpretar repertorios de autores que viven en esa zona, como Roberto Darvin, Silvina Gómez, Pitufo Lombardo y Federico Wolf. Su rancho ha sido la principal sala de ensayo del coro. Luego asumió la dirección del Coro de La Gozadera, en Malvín, y otros dos coros montevideanos.

    Los cancioneros del TUMP son otro mojón en su camino. Se trata de libros de partituras y cifrado para guitarra con las letras de canciones de varios cantautores. Existe amplio consenso sobre la gran valía de esta investigación académica al servicio de la música popular. El primero fue el de Mateo, que fue el que le dio más trabajo. “Fue muy complejo porque no había nada escrito. Mateo tenía todo en la cabeza y él ya no estaba para preguntarle. Tuve que desarrollar un sistema de escritura nuevo para representar del modo más simple posible los rasgueos, los punteos, las armonías”. Luego vinieron los de Jaime Roos, Los Olimareños, Fernando Cabrera, El Sabalero y otros. Peraza cuenta que el de Mateo fue la semilla de Mateo x 6.

    “Cuando Mateo muere, a través de lo que recopiló Alencar conocimos un material enorme, riquísimo e inédito que ni el propio Mateo, en vida, recordaba. Él componía espontáneamente, anotaba en un papel, con suerte grababa en un casete, se iba y eso quedaba por ahí. Así fuimos armando el repertorio y surgieron las ganas de hacer un grupo para interpretar esas canciones que nadie conocía. Así comenzamos. Después se fueron sumando las más conocidas, las de los discos”.

    El común denominador de la vida artística de Ney Peraza es la divulgación de la obra ajena, esa que para él merece todo el brillo. Siempre en conjunto. Y sigue en ese camino, porque después de este concierto de Mateo x 6 en el Solís, Peraza terminará la edición de un nuevo cancionero, el primero tras 12 años, que estará dedicado a Eduardo Darnauchans, un proyecto que quedó trunco por la muerte del Darno, y que ahora fue concluido. La música uruguaya agradecida.