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    No todo lo que vuela es oro

    Lo de Jordan Peele es asombroso. Su debut como director con Huye (2017) lo anunció como una nueva y bienvenida voz dentro del cine de terror, y cinco años y dos películas después sigue dando de qué hablar. De comediante de la televisión se transformó en un cineasta ganador de un premio Oscar; produce las películas que él escribe y dirige y cuenta con la distribución internacional de Universal Pictures, un peso pesado entre los estudios de Hollywood. En Uruguay sus tres películas se estrenaron en salas de cine. En días de streaming, no es poca cosa.

    El lugar envidiable que Peele ocupa en la industria, sin embargo, no involucra el éxito que sus películas han tenido entre la crítica y, en menor medida, en el público. El mayor logro del director de 43 años, aún lejos de ser una marca reconocible por fuera de los acólitos del cine de género, es que sus películas se rodeen de un misterio poco reconocible en un negocio que va por la segura y no por la sorpresa. Su nueva película es ¡Nop! y la cuestión va de extraterrestres. Siendo más precisos, va de ovnis.

    Tanto en Huye como en su segunda película, la inconsistente Us, Peele se adentraba en un terror aferrado a los miedos sociales reflejados dentro de un entorno familiar, doméstico y urbano. Su invasión de lo privado introducía elementos sobrenaturales y tenía la capacidad de mantener el humor y luego elaborar una parafernalia de condimentos visuales plagados de significados, capaz de enviar al más curioso de sus espectadores en una cacería sin sentido en búsqueda de, aunque sea una, explicación.

    Si bien se puede adelantar que ¡Nop! es la menos terrorífica de las experiencias imaginadas por Peele —aunque también es la más visceral de sus películas—, también es cierto que sus interrogantes son las más interesantes de su filmografía.

    Empecemos por una de las ideas más reconocibles en el cine de Peele: la familia puesta a prueba. El director vuelve a disponer de un vínculo sanguíneo enfrentado a una adversidad para recuperar o sanar lo que fue perdido o lastimado. Los protagonistasson los hermanos OJ Haywood Jr. y Emerald Em Haywood. Los interpretan Daniel Kaluuya, que tras colaborar con Peele en Huye se posicionó como uno de los actores más ambiciosos de su generación, y Keke Palmer, cuya energía fuera de cámaras se transforma aquí en puro carisma.

    La acción se sitúa en Hollywood, aunque muy lejos del estrellato. OJ y Em son dueños de un rancho en el medio del desierto, donde su padre y sus antepasados han construido un negocio alrededor de la crianza y entrenamiento de caballos utilizados en el cine y la televisión. Su linaje llega, se nos advierte, hasta el jinete que aparece en un equino en las fotografías con las que el investigador Eadweard Muybridge montó, en 1872, una secuencia de imágenes en movimiento que reconstruyen el galope del animal. El experimento, llamado El caballo en movimiento, es reconocido como un antecedente revolucionario para del cine.

    La historia de los Haywood se encuentra, entonces, arraigada a los orígenes de Hollywood. Su presente, en cambio, dista de todo tipo de lujo. Su padre muere tras un hecho desconcertante y los hermanos comienzan a vérselas negras por diferentes motivos. Por un lado, la situación financiera del rancho pende de un hilo. Por otro, hay algo ahí fuera, en los cielos, que parece inquietar a los caballos. Poco a poco, ese algo también comienza a acecharlos a ellos.

    Hasta aquí, los condimentos narrativos principales. El menú, como fue advertido, viene de la mano de la ciencia ficción. Peele, para esta ocasión, se guarda más de un ingrediente secreto para hacer de ¡Nop! un ejemplo de algo que hoy no abunda en la cartelera: una película que cuestiona la naturaleza de nuestra afición por el espectáculo a medida que proporciona uno muy satisfactorio. Puede que el sabor de lo digerido no sea el más agradable, pero el retrogusto que deja es delicioso.

    Antes de adentrarse en el resto del plato, vale advertir que alguna sorpresa en la trama puede ser arruinada a partir de este punto.

    La presencia de un ovni en los cielos alrededor del rancho de los Haywood nos fue adelantada en cada acto promocional alrededor de la película. Aunque a primera vista esa decisión parecía tener que ver más con un interés ejecutivo de revelar parte de su encanto visual, Peele se las ingenia para subvertir varias de las expectativas con las que uno va a ver una película alrededor de un plato volador y la posible tripulación de macacos verdecillos que suele tripularlo.

    Más que sucumbir ante esta amenaza alienígena, y una que se cobrará más de una víctima a lo largo de la película por vías asquerosas, OJ y Em encuentran en este invitado que se ha colado en sus cielos una oportunidad: la chance de capturarlo en cámara, vender el material y obtener el dinero y la fama suficientes para salvar el pellejo de su negocio familiar. Si es extraterrestre e inédito, el frenesí mediático está garantizado. Un click de la cámara que puede transformarse en millones de clicks dentro de Internet.

    El manejo del terror se encuentra en los actos de supervivencia de sus personajes, en múltiples niveles. Hay una exploración del trauma producido en quienes arriesgaron sus vidas delante de cámaras, tanto humanos como animales, pero también a través de secuencias de acción que muestran lo horripilante que debe ser sentir cómo tus pies se levantan del suelo mientras un objeto con la forma, y color, de un plato de cocina sobrevuela los aires con el fin de abducir o quién sabe qué más.

    La decisión de situar esta historia en el desierto no solo permite que Peele se entretenga reutilizando varios de los códigos del lenguaje cinematográfico correspondientes al wéstern, un género que durante años supo ser sinónimo de prolificidad en Hollywood, sino que además le significa sortear un desafío, autoimpuesto, en relación con una película de alienígenas que evade los lugares comunes. Aunque la escena más terrorífica (una que dejaría orgulloso al propio Stanley Kubrick) sucede de noche, ¡Nop! es una película principalmente diurna.

    No es extraño que Peele haya convocado al director de fotografía Hoyte van Hoytema para ayudarlo en esta última atracción. Celebrado por su trabajo con el director Christopher Nolan, Van Hoytema construye una película de espacios vastos, donde la amplitud del cielo cobra un aire de aprehensión al revelar que ahí, entre las nubes, habita lo desconocido. Ambos directores comprenden cómo utilizar la naturaleza de la locación a su favor. Al tener caballos, un desierto y un plato volador, hay un gran despliegue de creatividad en las secuencias de acción. Más osada es la decisión, una vez revelada la forma final del visitante sideral, de poner en cuestión la fascinación que tiene el espectador por aquello que considera extraño.

    ¡Nop! se divide en varios capítulos, una decisión que en principio resulta más pedante que funcional. El montaje le permite a la película, de todas formas, tomarse algunos respiros e introducir una línea argumental lateral a la película que narra un violento hecho ocurrido en el set de filmación de una sitcom televisiva en donde un mono pierde sus estribos y ataca a sus colegas actores humanos.

    La explotación alrededor de la cultura del entretenimiento, que Peele sostiene que se ha aprovechado de los artistas negros durante décadas, atraviesa ¡Nop! y la aventura en la que se embarcan los Hayward para conseguir el registro que cambiará sus vidas, sin importar lo cerca que estén de perderlas para conseguirlo. Peele, que aquí también profesa su devoción por la artesanía presente en la primera parte de historia del cine, demuestra que el verdadero horror no se encuentra más allá de las estrellas, sino abajo, en el mundo que ha sabido construirlas y derribarlas para que disfrutemos del espectáculo.

    Vida Cultural
    2022-08-31T23:04:00