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    Noé y Galeano en el MAPI: la maldición de Malinche

    “Le propongo tener una charla caótica”. Tan caótica resultó que el entrevistado se durmió sentadito en su silla. Un acto inédito e impredecible que ilustra como pocos su amor por el “caos”, tema que condujo buena parte de su vida y de su obra. O quizás la avanzada edad, el frío, un viaje agotador y la monótona voz del escritor Eduardo Galeano en un televisor que da vueltas sobre la maldición de Malinche, Simón Bolívar y Elvis Presley.

    Sin embargo, antes de la breve y eterna siesta de tres minutos que desubicó completamente a su interlocutor, el entrevistado habló sin rastros de cansancio y fue divertido e interesante. Recordó su vínculo con Montevideo, una vieja foto en la playa de Carrasco en los años treinta, todavía bebé en brazos de su padre. Recordó también un almuerzo en el Yacht de Punta del Este, en el verano de 1961, año clave para su aparición pública como pintor. En una mesa cercana estaba el “Che” Guevara en su recordada visita a Uruguay, reunido con su familia argentina. Es un personaje fascinante, una figura mítica del arte argentino contemporáneo, uno de los grandes artistas vivos del mundo. Se llama Luis Felipe Noé (1933) y llegó a Uruguay para la inauguración de la muestra sobre “Memoria del Fuego”, el conjunto de relatos cortos de Eduardo Galeano en el Museo de Arte Precolombino e Indígena.

    Convocado en 2008 por el diario “Página/12”, “Yuyo” ilustró los textos del laureado, prolífico y controversial escritor uruguayo. “Sí, claro, el tema de mi pintura es el caos”, dice mientras se acomoda en la dura silla de madera y observa alrededor en busca de algún detalle que lo ayude a explicar su teoría. Los que visitaron su taller dicen que es habitual que incorpore a su obra cualquier accidente que ocurra mientras trabaja. También escribió mucho sobre el tema. Pero aclara que su “caos” no tiene que ver con el desorden de las cosas. “En este cuarto hay un orden aparente: los libros, usted, yo, pero en cualquier momento algo imprevisto vuelve todo a otro orden. En realidad, es el tiempo el que manda, el que maneja el caos”, asegura.

    Entre cuestiones filosóficas y teorías del arte, pasan los momentos de su vida, en especial los años sesenta, cuando se convirtió en uno de los protagonistas del grupo “Nueva Figuración” junto a Ernesto Deira, Jorge de la Vega y el gran Rómulo Macció (1931). Fueron cuatro años de intensa y explosiva actividad, premios, viajes y no pocas transgresiones. “Creíamos en el hombre y buscábamos salir del enfrentamiento entre abstracción y figuración”.

    De todos modos, Noé no quiere hablar mucho de eso y prefiere seguir con el caos y el humor, sus temas preferidos. Dice que odia las fórmulas y los formalismos y que Argentina es la “eterna adolescente”, siempre entre posturas irreconciliables, atrapada entre dos bandos. “Ahora sos kirchnerista o antikirchnerista: así nunca maduramos”, afirma. De mirada penetrante, barba recortada y vestimenta de pana oscura, el mítico Noé parece iluminarse de pronto con algunos recuerdos: “Sí, trabajábamos en el taller de sombreros de mi padre, en un galpón enorme, siempre dije que a los surrealistas les hubiera encantado”.

    Sus cuadros eran de gran tamaño, con un impactante despliegue de color, de formas, líneas y manchas. Una “explosión de pintura”, como dirían luego los investigadores. “El hombre en el centro de la cuestión”, insiste Noé.

    En cierta forma, todavía permanece en ese territorio plagado de colores fuertes, azules eléctricos, naranjas, amarillos, verdes con formas irregulares, cielos arremolinados y paisajes quebrados, casi disueltos en el aluvión de pintura. Los ochenta originales que se exponen en el primer piso de la señorial casona acompañan las etapas de las “Memorias” de Galeano: “Nacimientos” (hasta el siglo XVIII), “Las caras y las máscaras” (siglo XIX) y “El siglo del viento” (siglo XX). “Son trabajos a pedido y para ilustrar un texto”, dice con gesto un poco cómplice, en la cálida recorrida que hizo junto a Búsqueda luego de la invalorable siesta de la silla. Y eso no es lo mismo que pintar desde la libertad absoluta, la emoción, la pura sensibilidad. Aunque en la mayoría de los casos, sobre todo en “Nacimientos”, se percibe todavía la maravillosa capacidad de superar ataduras formales, de inspiración o incluso de tamaño: son cuadros pequeños que evaden notoriamente cualquier rastro de grandilocuencia poética y endulzamiento ideológico que ofrecen varios textos. Por suerte, también escapan a esa extraña sensación de cambalache que iguala en tono de forzada trascendencia a Ernesto Cardenal con el Conde de Leautréamont, a Carlos Gardel con una leyenda azteca y a los indios apaches con las Madres de Plaza de Mayo y Buster Keaton.

    A veces, Noé cae en la trampa. Pero sale rápidamente, con elegancia, con soltura, con una enorme capacidad creativa. “Es un poco caótico, lo reconozco”, sonríe al final del trayecto, de noche, camino al hotel, en una Ciudad Vieja acechada por “malandrines”. “¿Usted sabe qué puede pasarnos en estas cuadras?”, pregunta.

    Nadie lo sabe. Es tan impredecible como el sueño que permitió reordenar el comienzo. “Lo opuesto al caos es la muerte”, remata. Y se despide con gesto bondadoso. “Estoy un poco cansado. Además, acaba de morir mi esposa”, explica. Pero advierte que seguirá pintando.

    “Memoria del fuego” en el Mapi (25 de Mayo 279). De lunes a viernes de 11:30 a 17:30 horas y los sábados de 10 a 14 horas, hasta fines de agosto.