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    Policías reales y de papel

    El escritor español Lorenzo Silva, director de Getafe Negro
    Columnista de Búsqueda

    En uno de sus mejores artículos breves, Pérez-Reverte recoge la siguiente descripción de los guardias civiles españoles: “A veces son como son, comenta un albañil. Tarugos de piñón fijo. Pero hay que reconocer que siempre están donde tienen que estar. ¿No? Martínez, les dicen, ponte ahí hasta que te releven. Y Martínez no se mueve de ahí aunque se hunda el mundo o lo maten.” Si hasta bien entrados los años 90, los “picoletos”, como se los conoce en España, eran considerados poca cosa más que una policía política heredada del franquismo, fieles a su dogma de obediencia de la autoridad, para cuando Pérez-Reverte narra la escena, en enero del 2003, la mirada de la sociedad sobre la Guardia Civil estaba cambiando.

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    “Eran casi como un personaje diabólico. Siempre eran personajes secundarios y villanos”, recuerda Lorenzo Silva sobre el papel de la Guardia Civil en la ficción española de hace no mucho. Con sus personajes Bevilacqua y Chamorro, Silva ha contribuido a matizar esa mirada desde la ficción y a que hoy la Guardia Civil sea considerada un cuerpo de seguridad relativamente moderno y que opera dentro de una lógica democrática normal. Cerca de la media europea, digamos. De cualquier forma, las razones de Silva para hacer de un par de guardias civiles los protagonistas de su saga literaria más conocida, fueron otras. “Elegí que fueran guardias porque estaban literariamente infrautilizados y hasta maltratados. Uno siempre tuvo simpatía por los perdedores”, apuntaba el escritor en una reciente charla virtual con sus lectores.

    Silva, que ha sido traducido a una docena de idiomas, es ganador de varios importantes premios literarios españoles y también director del festival Getafe Negro, así como colaborador en prensa y radio. Sin embargo, y pese al éxito de su pareja policial, que enfrenta cuatro crímenes cometidos contra mujeres jóvenes en su último libro Tantos lobos (Planeta), no se dio a conocer con un policial sino con una novela breve ajena al género.

    En 1997, tras haber editado Noviembre sin violetas y La sustancia interior con escaso impacto de crítica y público, Silva publica La flaqueza del bolchevique, con la que queda finalista del Premio Nadal de ese mismo año. En la novela, un hombre de mediana edad, aburrido y sin demasiadas pretensiones, se obsesiona con la vida de una mujer con la que chocó mientras circulaban por Madrid. La flaqueza a la que alude el título es la que el protagonista le supone al bolchevique que viola y ejecuta a la hija del zar Nicolás II en la Rusia de 1917. La novela, que tuvo buen impacto en crítica y público, fue llevada al cine en 2003, con Luis Tosar y María Valverde.

    Es recién un año más tarde, en 1998, que Silva estrena a sus dos personajes predilectos, el sargento Bevilacqua y la agente Chamorro. Bevilacqua es un guardia civil atípico: nacido en Uruguay y emigrado de pequeño a España, es licenciado en Psicología aunque eligió hacerse guardia civil antes que ejercer. Hay un gag recurrente en las primeras novelas y es que ninguno de sus compañeros o superiores es capaz de pronunciar correctamente su apellido, por lo cual el entonces brigada es conocido simplemente como “Vila”. La novela debut del dúo se llamó El lejano país de los estanques y ganó el Premio El Ojo Crítico de ese año. En ella, Bevilacqua y Chamorro viajan a Mallorca para investigar el asesinato de una turista austríaca e intentar averiguar el paradero de su amiga, también de ese país.

    La novela no solo presenta a los personajes que serán el centro de la narrativa policial de Silva; también deja claro desde el primer momento cuál será el foco de su mirada sobre el género: poco suspenso de la escuela clásica y mucha realidad, en el estilo del hard boiled de Raymond Chandler y Ross Macdonald, adaptado, eso sí, a la realidad española actual. “La realidad de la investigación criminal proporciona otros elementos más interesantes que el suspense. Por ejemplo, la comprensión de la conducta criminal, la dificultad de detener a una persona en un Estado de derecho”, recordaba el escritor en una reciente entrevista. “En la vida real el policía no puede coger al malo y decir es el culpable y llevárselo por delante. Es un relato más complicado e interesante que el del justiciero clásico. A mí eso me interesa más”, apunta el escritor.

    En paralelo a su trabajo dentro del género policial, Lorenzo Silva comenzó a publicar novelas dirigidas al público juvenil, siendo la primera de ellas Algún día, cuando pueda llevarte a Varsovia. Esa novela conforma junto con El cazador del desi?erto y La lluvia de París la Trilogía de Getafe.

    La segunda novela de la serie de Bevilacqua y Chamorro colocaría al escritor y a sus personajes en el candelero. El alquimista impaciente le daría a Silva el Premio Nadal por segunda vez y sería llevada al cine en una coproducción argentino-española dirigida por Patricia Ferreira. De hecho, el filme se estrenó en 2002, un año antes que la versión cinematográfica de La flaqueza del bolchevique. Como ocurre con el resto de la serie, Silva planta un pie firme dentro de los procedimientos policiales (tratamiento de las pruebas, protocolos estandarizados, seguimiento de la cadena de mandos, etc.) y al mismo tiempo coloca el otro en la realidad político-social del instante. En esta novela el tema de las centrales nucleares, que era fieramente debatido en los medios en aquellos años, aparece rondando ominoso el crimen que dispara la trama.

    Para 2002, acompasándola con títulos no policiales como El ángel oculto, El urinario, El nombre de los nuestros y La isla del fin de la suerte, Silva edita La muerte y la doncella, tercera entrega de la serie de la pareja de guardias civiles. En esta ocasión, el crimen es en la isla canaria de La Gomera y hasta allí se trasladan los investigadores. Para ese entonces, muchos lectores comenzaban a preguntarse por qué no aparecía en los libros alguna clase de tensión sexual entre los protagonistas. En esta novela se insinúan algunos escarceos entre ambos guardias pero es el propio Bevilacqua quien descarta seguir el vínculo por ese lado, temeroso de que eso pueda afectar el buen equipo de trabajo que han formado y a la vez, de que el eventual romance se deba más a su posición de poder que a otra cosa. Cuestionado por sus lectores sobre este aspecto, Silva ha declarado: “Básicamente... no me ha interesado a efectos narrativos, porque me interesa mucho más la alternativa. También es relativamente frecuente que dos compañeros de trabajo no se líen”.

    Una de las novelas más impactantes de Silva es Carta Blanca, publicada en 2004, que sigue las peripecias de su protagonista Juan Faura en la guerra de Marruecos en los años 20 y luego en la Guerra Civil española, a mitad de los 30. Y aunque la novela se centra en los amores y obsesiones de su protagonista, la descripción de la violencia de la guerra es especialmente cruda.

    El madrileño regresaría a su pareja de polis con los cuentos Nadie vale más que nadie, también de 2004, y con la novela La reina sin espejo, de 2005, en donde deben investigar el asesinato de una presentadora de televisión catalana. Como en todas las novelas de la serie, las tensiones reales del momento sociopolítico concreto salpican el accionar de los policías. En este caso, los roces competenciales entre Guardia Civil y Mossos d’Esquadra, que ya eran visibles en aquel entonces en cuanto a coordinación, y que resultaron más que evidentes en las actuaciones de ambos cuerpos los meses pasados en el llamado Proces catalán.

    Polifacético y disciplinado en el trabajo, Silva no ha dejado de publicar textos de no ficción en paralelo a su carrera literaria. Asiduo colaborador de la prensa española, dedica parte de su tiempo a la organización de Getafe Negro, uno de los festivales más potentes dedicados a la novela policial en España. Silva, que trabajó durante años como abogado de una multinacional y que proviene de una familia trabajadora ajena al mundo literario, se reconoce como producto de la educación pública española: “Estoy agradecidísimo a la enseñanza pública de mi país. No soy rico y tengo una educación excepcional en la enseñanza pública, desde párvulos hasta la universidad. Excepcional. Un regalo que me hizo el país en el que vivo y que tendré que devolver, no sé cómo, aunque yo lo intento devolver día a día. No sé si lo hago, no sé si soy capaz, pero lo tengo que devolver.”

    La serie de Bevilacqua y Chamorro (ahora ascendidos a subteniente y sargento, respectivamente) se completa con los libros La estrategia del agua (2010), La marca del meridiano (2012 y ganadora del Premio Planeta), Los cuerpos extraños (2014), Donde los escorpiones (2016, ambientada en Afganistán) y se cierra con la recién editada Tantos lobos, de noviembre del año pasado.

    Fiel al realismo que intenta imprimir no solo a los criminales (siguiendo las máximas de Raymond­ Chandler sobre dotar al criminal de motivos reales para cometer sus crímenes), Lorenzo Silva hace lo propio con su pareja de guardias civiles: “Cuando tú intentas construir una ficción con arreglo a las leyes de la realidad, en este caso un policía de ficción, debes hacerlo con sus cualidades, sus defectos y sus posibilidades. Porque un policía tiene muchas posibilidades, como escuchar lo que habla la gente por teléfono. Esa posibilidad no la tenemos tú y yo, salvo que cometamos delito. Pero también tiene sus limitaciones, como que no puede hacer lo que quiera, que tiene una edad de jubilación, que tiene unas reglas. A mí me gusta que los personajes de ficción estén sometidos a las miserias y a las servidumbres de la realidad. Me parece que eso los enriquece”.