N° 1895 - 01 al 07 de Diciembre de 2016
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáLa muerte no redime. Como no redimió a Hitler, a Stalin, a Ceauçescu, a Franco, a Augusto Pinochet, a Juan María Bordaberry, a Gustavo Rojas Pinilla, a Alfredo Stroessner, a Juan Velasco Alvarado, a Anastasio Somoza, a François Duvalier, a Rafael Leonidas Trujillo, a Rafael Videla, a Humberto Castelo Branco ni a Marcos Pérez Jiménez.
Tampoco redime a Fidel Castro, el dictador más longevo de la historia de América Latina.
Se escuchan por estos días desde los lugares más insospechados plañideros mensajes de “condolencias” con “el pueblo cubano”, cuando “el pueblo cubano” vivió bajo la férula del dictador. En los medios de comunicación hay mucho “gre gre” para decir Gregorio. Se habla del “estadista”, del “revolucionario” y, por ahí, se desliza que gobernó durante 57 años un país. Si alguien nació en Cuba y tiene hoy 57 años de edad o menos, nunca escuchó otro apellido como presidente que “Castro”.
Castro fue el profesor de todos los dictadores de América Latina. Pinochet llegó a decir que Castro era “un hombre de mucho carisma. Es valiente Fidel Castro. Político... con una manita de hierro. Lo mantiene la fuerza. Fusiló hasta a su amigo íntimo. Yo le habría dado cadena perpetua o expulsado del país, pero él lo fusiló”.
En enero de 1959, cuando sus soldados derrocaron al dictador cubano Fulgencio Batista, todo el mundo —incluyendo a los Estados Unidos— apoyó y se regocijó con aquel movimiento revolucionario.
Castro prometía que la democracia y la república volverían a reinar en Cuba. Durante una visita a Uruguay el 5 de mayo de 1959, Castro dijo: “Uruguay ha demostrado más estabilidad política que ningún otro pueblo de América, y ha demostrado más orden y más progreso, y lo ha demostrado sin caudillos, lo ha demostrado sin dictadores, lo ha demostrado sin regímenes de fuerza, lo ha demostrado dentro de la más absoluta libertad, como prueba de que las libertades no estorban, como prueba de que las libertades no siembran la anarquía, como prueba de que las libertades no entorpecen el progreso. Soy de los que creen sinceramente en las libertades, soy de los que creen que cada cual debe tener el derecho a opinar lo que piensa, y si no piensa como yo, le discuto sus razones, argumento contra sus ideas, pero no le quito el derecho a opinar de acuerdo con su conciencia”.
Con esa petición de principios, todos le creyeron. Pero, como se sabe, Castro traicionó sus promesas y se convirtió en un dictador sanguinario. También se transformó en el político más influyente de la región de los últimos 60 años, en parte por su permanencia en el poder y en parte porque promovió la metralleta contra la democracia, la diversidad de ideas y los partidos políticos diferentes a los que denominaba “pluriporquería”.
Esta semana, Human Rights Watch (HRW), una organización no gubernamental dedicada desde hace décadas a defender y promover los derechos humanos, advirtió que “durante las casi cinco décadas que gobernó Cuba, Fidel Castro impuso un sistema represivo que castigó prácticamente todas las formas de disenso, un legado que lamentable perdura incluso después de su muerte”.
“Durante el régimen de Castro, miles de cubanos fueron encarcelados en prisiones en condiciones deplorables, otros miles fueron perseguidos e intimidados y a generaciones enteras se les negaron libertades políticas básicas. Cuba logró avances en salud y educación, pero muchos de estos logros se vieron contrarrestados por largos períodos de dificultades económicas y políticas represivas”.
HRW agregó que “a medida que los países de América Latina abandonaban gradualmente los regímenes autoritarios, la Cuba de Fidel Castro siguió siendo el único país de la región que continuó reprimiendo prácticamente todos los derechos civiles y políticos”.
“El régimen represivo creado por Fidel Castro pudo mantenerse en pie durante décadas gracias a un control draconiano que incluía duros castigos impuestos por el gobierno a quienes se atrevían a disentir mínimamente”, añadió.
La represión se consagró en la legislación y fue aplicada por las fuerzas de seguridad, grupos de civiles alineados con el Estado y un Poder Judicial totalmente subordinado al Ejecutivo. Estas prácticas abusivas instalaron en Cuba un clima de temor permanente que coartó el ejercicio de derechos fundamentales, presionó a los cubanos a demostrar su lealtad al gobierno y desalentó cualquier posibilidad de crítica.
Lo que es peor es que “muchas de las tácticas abusivas desarrolladas mientras Castro estuvo en el poder —como vigilancia, golpizas, detenciones arbitrarias y actos públicos de repudio— aún hoy continúan siendo usadas por el gobierno cubano”.
Castro supo usar hábilmente el inútil y estúpido embargo aplicado por Estados Unidos sobre Cuba para cosechar simpatías en el exterior. Eso también le sirvió como pretexto para reprimir intentos legítimos de promover reformas en Cuba desde adentro, afirmando que estas iniciativas respondían a intereses de Estados Unidos y eran financiadas por ese país.
Como todo dictador, Castro fue un cobarde. Como dijo esta semana el periodista Andrés Oppenheimer, “Castro fue todo menos un valiente”.
“Fue un cobarde porque no permitió una elección libre en 57 años, desde que asumió el poder en 1959. Solo alguien que tiene miedo de perder no se anima a medirse con otros en elecciones libres; (…) fue un cobarde porque nunca permitió un solo periódico independiente, o estación de radio o televisión no gubernamentales. Sus críticos ni siquiera tenían acceso a los canales oficiales. Era como si no existieran”, escribió.
Oppenheimer precisó que “el temor de Castro de perder su imagen omnipresente de Máximo Líder era tal que había prohibido a los medios hablar sobre su vida privada. Tenía que ser retratado como un semidios que había sacrificado su vida para el bien público. Durante décadas, el nombre de su esposa y sus hijos fueron un secreto de Estado”.
Por otra parte, “Castro fue un cobarde porque no permitió ningún partido político independiente. Según la Constitución cubana redactada por Castro, solo el Partido Comunista —que él presidió durante décadas— está permitido en la isla”.
El profesor de dictadores fue un gran represor y un asesino. Según la Comisión de Derechos Humanos y Reconciliación Nacional de Cuba, un grupo no oficial, los arrestos políticos documentados se han disparado de 6.424 en 2013 a 9.125 en lo que va de este año.
De acuerdo con el grupo de investigación Cuba Archive (cubaarchive.org), Castro fue responsable de 3.117 casos documentados de ejecuciones y 1.162 casos de ejecuciones extrajudiciales. “En cualquier otro país, habría sido declarado un criminal de guerra”, dijo Oppenheimer.
“Los líderes valientes son aquellos que tienen el valor de competir con otros en elecciones libres. Castro era un cobarde que nunca se atrevió a permitir que su gente ejerciera sus derechos básicos, y que condenó su isla a la miseria. Su muerte tendría que ser un recordatorio de que no hay tal cosa como un dictador bueno. Ya se trate de un autócrata derechista como Augusto Pinochet o de un izquierdista como Castro, todos los dictadores son malos y, en el fondo, cobardes”, argumentó.
Castro también fue un corrupto. La revista “Forbes”, que evalúa las fortunas de las personas más ricas del mundo, informó que en la última década Castro cosechó una fortuna que lo llevó a estar entre los diez líderes mundiales más ricos del mundo.
Según la publicación, la fortuna de Castro llegó a alcanzar los U$S 900 millones. Esa cifra fue registrada en 2012. Con esa riqueza el ex dictador cubano logró superar a otros gobernantes como la reina Isabel de Inglaterra y la reina Beatriz de Holanda, entre otros. Sin embargo, quedó detrás del rey de Arabia Saudita, Abdullah Bin Abdelaziz, quien se ubicó en el primer lugar con U$S 21.000 millones, seguido por el Sultán de Brunei, Hassanal Bolkiah, con U$S 20.000 millones; la del presidente de Emiratos Árabes Unidos, Jalifa bin Zayed Al Nahyan con U$S 19.000 millones; el Emir de Dubai, Mohamad bin Rachid con U$S 14.000 millones; la del príncipe de Liechtenstein, Hans-Adam, con U$S 4.000 millones, y el príncipe de Mónaco, Alberto II, con U$S 1.000 millones.
Según “Forbes”, Castro logró aumentar significativamente su fortuna en los últimos años de vida. En 2003, se le calculaban unos U$S 110 millones. Apenas dos años después, alcanzó los U$S 550 millones.
El origen de ese dinero se estima que proviene de una “red de compañías estatales”, entre las que se incluye el Palacio de Convenciones, Climex, tiendas al por menor y Medicuba, que vende vacunas y otros productos farmacéuticos producidos en la isla.
La historia no lo absolverá. Porque, además de todas las personas a las que mandó al paredón en Cuba, su megalomanía insufló a decenas de miles de jóvenes para que tomaran las armas contra la democracia. Él, cómodo en su isla-cárcel, hacía que se mataran fuera de allí, en América Latina, África y Asia, los muchachos que le creían el discurso. Fue un peón aventajado de la totalitaria Unión Soviética en el marco de la “guerra fría”, que fue “fría” solo en Washington y Moscú, pero muy caliente en el resto del mundo.
Ahora que falleció, como ocurre siempre cuando terminan las dictaduras, mucha cosa oculta saldrá a luz. Demorará más o menos, pero saldrá a luz.
Y los que, desde Uruguay y desde el resto del mundo mandan sus “condolencias”, tendrán que tragarse toda su hipocresía cobarde y barata.