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    Recaudar a mazazos

    Mientras largas cuadras de mi barrio continúan soñando su quimera de convertirse en lugares habitables y dejar de ser la ruina penosa que espera al heredero o al colapso del derrumbe, me dirijo a barrios cercanos. A Palermo, donde vive mi familia.

    Hace años que circulo por estas calles. Desde la Ciudad Vieja al Cordón, mi vida ha trasegado Montevideo. Por aquí he vivido, he estudiado, me he manifestado, venido a conciertos, recorrido librerías, concurrido a Cinemateca, a la Verdi, a títeres con mi hija, a museos. ¡He engordado! ¡Qué cantidad de cocineros trabajan por aquí! En cada cuadra un barcito, una rotisería, una casa de comidas. Cada vez menos medios tanques y más tartas de verdura.

    Quien reside por este paisaje ya no se quiere ir.

    Es la ciudad viva a la cual la decadencia y la torpeza de las gestiones muerden los tobillos desde tiempos remotos. La zona que se eligió para continuar Montevideo, hacia el Este, hace más de un siglo, genialmente asomada a la rambla.

    De un tiempo a esta parte, las hermosas casas construidas a comienzos del siglo XX empiezan a ser orladas por carteles: “Vendo”, “Dueño vende”, “Fulano demoliciones”, “Próximamente 10 pisos con vistas al mar”. Varias esquinas de los conjuntos arquitectónicos de las calles Maldonado y Canelones ya lucen demolidas por completo.

    Hasta ahora, los horrendos edificios sustitutivos solo se levantaban, sin armonía alguna, en la punta de la cuadra. Ahora el mazazo con que estallen los gruesos ladrillos llegará a la mitad, al corazón de la manzana.

    Muchas de estas casonas pueden reciclarse y convertirse en simpáticos apartamentitos. Pero arquitectos cool quieren convertir el Cordón en un Soho cuyas fachadas minimalistas no dejen nada original más que el muro pelado. En un cumpleaños pregunto a uno de ellos, que fanfarronea sobre sus emprendimientos manido de un vaso de whisky, por qué al menos en los reciclajes no permanecen las puertas originales de roble en lugar de ser sustituidas por rejas asimétricas de color gris.

    Me contesta con desprecio, aquel típico rictus del que maneja poder: “Mis clientes quieren seguridad y ventanas de acero inoxidable, y el que invierte no quiere gastar más”. Lo miro asombrada: es un egresado de la Facultad de Arquitectura de la Universidad de la República. La gloriosa Universidad.

    Hoy, el Barrio Sur, Palermo y el Cordón entre la rambla y 18 de Julio están siendo bombardeados. Las casas caen una tras una. No parece haber protección patrimonial, según mi lógica de vecina de barrio.

    “¡Hasta españoles han venido a construir! ¡La construcción da trabajo!”, oigo. Esta idea es de una lógica urbanística penosa; Montevideo está llena de baldíos que podrían habitarse. No es más que un demagogo discurso tras el que se cubre la codicia.

    Donde antes una casona de una planta que pagaba una sola contribución, ahora un moderno edificio pagará veinte.

    Qué hermoso es el dinero para cierta gente. Qué atractivo.

    En Montevideo, ¿hubieran permanecido en pie las casas de Gaudí?