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    Repugnante

    Asquerosamente rico, miniserie documental sobre Jeffrey Epstein, el magnate pedófilo amigo de Trump y los Clinton

    “Esta serie contiene descripciones gráficas de abuso sexual a menores, lo cual puede ser perturbador para algunas personas”, se advierte al comienzo de cada capítulo. Una advertencia necesaria, porque es difícil tomar distancia de Asquerosamente rico (Filthy Rich), serie documental de cuatro capítulos, dirigida por Lisa Bryant, que se exhibe en Netflix. El asco que anuncia el título no tiene nada de metafórico, pero hay que superarlo y mirar estos episodios por el valor de su investigación, que incluye testimonios e imágenes de archivo que llegan hasta inicios de 2020, y sobre todo porque su protagonista, Jeffrey Epstein, es de esos personajes siniestros de los que ninguna sociedad está a salvo. Para muestras basta con mirar las noticias. En su vida pública son seres encantadores, refinados, hacen beneficencia y tienen amigos famosos. En su vida oculta son pedófilos y manejan redes sexuales de menores. Repugnantes.

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    Epstein fue un magnate norteamericano de las finanzas. Era un tipo físicamente atractivo y misterioso, tanto como el origen de su fortuna. Había nacido en Brooklyn en 1953 en una familia de clase media baja, y creció mirando la triste rueda gigante de Coney Island. Era muy inteligente y llegó a estudiar matemáticas en la universidad, pero nunca terminó. Según los testimonios del documental, ingresó en el mundo de las finanzas después de fraguar su currículum. Era un embaucador nato: cometió varios delitos financieros, pero nunca fue preso por ese motivo, aunque sí marchó a la cárcel quien lo había ayudado a entrar en el negocio. Así triunfó en Wall Street. Todo en él olía a dólares.

    Algunos datos del tamaño de su fortuna: tenía una mansión en Nueva York, otra en las Islas Vírgenes, otra en Nuevo México, otra en Palm Beach y otra en París. Se movía de un lugar a otro en su helicóptero o en uno de sus dos aviones. Podía comprarlo todo, y así compró a políticos y a miembros de la Justicia, y pudo zafar durante años de las acusaciones que contra él hicieron decenas de mujeres de las que había abusado cuando tenían entre 14 y 17 años. También burló las investigaciones que llevaron adelante policías de Palm Beach, de Nueva York y del FBI. Hay que quebrar una lanza por esos detectives que no claudicaron y que lo querían ver preso. Cuando estaban a punto de lograrlo, después de casi 20 años de investigaciones, Epstein apareció ahorcado en agosto de 2019 en la celda donde aguardaba el juicio. Misteriosamente suicidado.

    La denuncia más temprana contra Epstein fue en 1995. La había hecho Maria Farmer, una joven artista plástica que trabajó en su mansión de Nueva York como encargada del personal y fue abusada por él, igual que su hermana Annie, que tenía 16 años. Epstein conseguía a las jóvenes principalmente a través de su novia, Ghislaine Maxwell, el otro personaje siniestro de esta historia. Culta y extrovertida, Maxwell era encantadora en el más puro sentido de la palabra: encantaba adolescentes para su satisfacción personal y la de su novio. Su anzuelo eran los masajes. En las mansiones había salas especialmente equipadas, y el engaño consistía en decirles a las jóvenes que le hicieran masajes a Epstein por 200 o 300 dólares.

    Para las adolescentes era muy tentador: primero recibían regalos y halagos, paseos y cenas. Después terminaban junto a la camilla de masajes donde Epstein las esperaba desnudo. A veces estaba su novia, que las manoseaba y les decía que se desnudaran. Las adolescentes se asustaban, algunas atinaban a irse, otras quedaban paralizadas. Muchas aceptaban volver porque el dinero era más fuerte.

    La denuncia de Maria Farmer, abusada en la mansión de Nueva York, y de su hermana Annie de 16 años, violada en Nuevo México, quedó en la nada. Como eran jurisdicciones diferentes, la denuncia la hicieron al FBI. “Me di cuenta de que los agentes me creían, pero no me volvieron a contactar”, dice Maria años después frente a la cámara.

    Sin embargo, sus nombres volvieron a sonar en 2003 cuando la periodista Vicky Ward comenzó una investigación sobre Epstein para la revista Vanity Fair y se encontró con la denuncia de las hermanas. Cuando fue a corroborar los datos con Epstein, empezaron los problemas. La periodista, que estaba embarazada de gemelos, empezó a recibir las amenazas del magnate, que le decía que conocía a todos los médicos de Nueva York, que se cuidara en el parto. Por su lado el editor, Craydon Carter, recibió otras amenazas y llegó a encontrar la cabeza de un gato en su jardín. Finalmente, la revista publicó un artículo que se tituló El talentoso señor Epstein, por supuesto sin el testimonio de las hermanas.

    “El artículo de Ward sobre la vida privada de Epstein no cumplía con los requisitos legales”, fueron las declaraciones del editor de Vanity Fair para el documental. Para cubrirse dijo que la narración de la periodista era “imprecisa” y que no encontró a nadie que corroborara los hechos. En definitiva, la revista tuvo miedo a una demanda del magnate.

    Vulnerables.

    “El primer paso en el embaucamiento es detectar a una víctima vulnerable, que esté en desventaja económica o haya vivido un trauma sexual anterior. Buscan a alguien que necesita algo, identifican esa necesidad y la explotan. Cuando se junta una adolescente con un millonario inteligente y narcisista, el cerebro de la adolescente no está preparado para entender o reaccionar a lo que pasa”, dice en el documental una psicóloga especializada en víctimas de traumas por abuso sexual.

    Especialmente vulnerables eran las chicas que cruzaban el puente que une West Palm Beach, la zona de casas modestas, con la zona rica de grandes mansiones y jardines perfectos. En el lado pobre creció Shawna Rivera, a quien un día una amiga que vivía en un barrio de trailers la invitó a ganarse unos dólares. Ambas venían de hogares fracturados y tenían 14 años. Así funcionaba esta “pirámide sexual” que tenía en la cúpula a Epstein, a su novia y a algunas colaboradoras adultas: una joven contactaba a otra que contactaba a otra. Algunas solo oficiaban de nexo para que una amiga o compañera de estudio complaciera al magnate.

    Haley Robson llora frente a la cámara cuando confiesa que a los 16 años reclutó a unas 24 chiquilinas. Ella cargaba con su historia de violación previa y Epstein supo cómo aprovecharla. La hacía sentirse especial, le ofrecía oportunidades sin tener que hacer nada sexual, solo le pedía que alimentara la pirámide con nuevas víctimas.

    Los empleados de la mansión, casi todos latinos pobres, evadían los pedidos de testimonio de los investigadores. “Mi trabajo era mantener todo discreto”, dice uno de ellos, al explicar que Epstein recibía masajes de mujeres de mañana y de tarde. “¿Eran menores?”, le pregunta el detective. “Usted me compromete, señor”, le contesta.

    La primera vez que el jefe de Policía de Palm Beach habló con el fiscal estatal había reunido el testimonio de 40 víctimas. Entonces todos pensaron que lo tenían, que era un caso muy fácil. Pero Epstein contrató a ocho abogados, los mejores de todo el país, incluido al que defendió a O. J. Simpson, a Mike Tyson y a Patricia Hearst. Y además empezó a investigar a los investigadores, a acosarlos. Finalmente lo acusaron solo por solicitud de prostitución y pusieron en duda la credibilidad de los testimonios. No fue a la cárcel.

    Como suele suceder en estos casos, las víctimas pasaron a ser las culpables. A una de ellas le preguntaron si había sufrido más con el aborto que se había hecho que con los masajes sexuales a Epstein. Frustrado, el jefe de Policía le entregó el caso al FBI en 2006.

    Cuando llegó 2008 la evidencia era abrumadora, como para condenarlo a 15 años de cárcel, pero los abogados llegaron a un acuerdo silencioso con el fiscal federal Alex Acosta. Epstein se declaró culpable y le dieron 18 meses de prisión e inmunidad para sus cómplices. Las víctimas no pudieron testificar y en la prensa las trataron de prostitutas.

    Una pregunta en el interrogatorio: “¿Es verdad que un amigo le envió de regalo para su cumpleaños a tres adolescentes francesas vendidas por sus padres?”. Epstein hace una mueca de costado y dice que le gustaría responder, pero se ampara en la Quinta Enmienda. Repugnante.

    Anonymous.

    Son muchos los poderosos o famosos norteamericanos que tuvieron relación con Epstein, y también algunos extranjeros, como el príncipe Andrew de Inglaterra, uno de los acusados en el documental. También aparecen fotos con él de Hilary y Bill Clinton y de Donald Trump. “Conozco a Jeff desde hace 15 años. Estupendo muchacho. Se dice que le gustan las mujeres bellas tanto como a mí, y que muchas son muy jóvenes”, dijo Trump en una entrevista antes de ser presidente. Cuando fue electo, nombró a Alex Acosta, el fiscal que había hecho el acuerdo secreto con Epstein, como secretario de Trabajo.

    Cuando surgió en 2017 el movimiento Me Too, las cosas cambiaron. Una abogada con garra empezó a defender a las víctimas y a pelear para que no se tuviera en cuenta el acuerdo de Acosta. En 2019, un juez dictaminó que hubo una conspiración entre Epstein y el gobierno federal. Acosta renunció a la secretaría de Estado y Epstein fue encarcelado a la espera de un nuevo juicio. En esas circunstancias se suicidó, aunque estudios forenses encargados por su hermano lo ponen en duda.

    En estos días de revueltas callejeras en Estados Unidos, Anonymous lanzó un mensaje amenazante contra Trump. El enmascarado tiene información que manejaba Epstein que puede comprometer al presidente y a muchas otras personas. Para atemorizar más, Anonymous publicó toda la lista de contactos del magnate. Allí aparecen varios famosos de Hollywood, lo cual no es raro y no implica complicidad con la “pirámide sexual”, aunque muchos de ellos seguro que conocían los cuadros y fotografías de niñas desnudas que adornaban las mansiones del magnate y participaban de sus fiestas.

    En la presentación de Asquerosamente rico se ve el puente de Palm Beach tapizado de dólares. Nunca esos billetes resultaron tan repugnantes.