—Yo lo dije y lo repetí en varios medios: “No pienso en ser candidato”. Lo cual es cierto. Yo no surjo a la política por haber estado en la educación. Hace más de un cuarto de siglo que estoy en la educación. Empecé en 1995. Pero antes de ser secretario general de Secundaria militaba en el Centro de Estudiantes de Derecho y fui elegido consejero por los estudiantes. En el Codicen fui consejero electo por los docentes. En 2015 saqué la Lista 4 y obtuvimos casi 7.000 votos. Eso es militancia en el ámbito docente profesional. Y luego fui coordinador del programa de gobierno de Pedro Bordaberry, después del programa de (Ernesto) Talvi… Y hoy, junto con una cantidad de gente, estamos haciendo lo que hemos dicho: elección docente por más de un año, concursos para ascender no solo por antigüedad, premiar a quienes trabajan en contextos de vulnerabilidad, a quienes se capacitan… Todo lo hecho es lo que vengo diciendo hace una vida. No hice todo esto para ser candidato.
—Pero dijo que su compromiso era con la educación con foco en la transformación y que no correspondía otra cosa. Desde filas opositoras le endilgan haber usado la presidencia del órgano rector de la educación como plataforma electoral. ¿Qué responde a eso?
—Es todo lo contrario. Yo me largo a la vida política para trabajar fuertemente por la educación, para ser un luchador desde el terreno político. Lo hago precisamente para que la transformación educativa continúe su curso, porque necesita más tiempo para consolidarse y porque tiene que continuar la coalición (gobernante) para que esta transformación avance.
—¿Se imaginaba precandidato presidencial?
—No. No. Ni haber sido antes candidato a la vicepresidencia, ni antes consejero ni otras tantas cosas que fui.
—¿En qué etapa se encuentra la transformación?
—Estamos en un momento de efervescencia, en donde muchas de las cosas se están concretando y otras se están revisando. Estamos en una etapa en donde queda pendiente para este año el diseño de los programas de segundo y tercero de bachillerato. Pero ya está todo sobre la mesa. A diciembre de este año llegaremos con todo aprobado. Se aprobarán todos los programas de la educación básica integrada con los marcos curriculares, los cursos de formación y el plan de educación media superior. También queda por aprobar la elección de horas por tres años. A eso no llegaré, pero las decisiones más difíciles ya están adoptadas. Ahora hay que gestionar todo esto, trabajar en 2025 por los bachilleratos y por el bachillerato internacional que ojalá lo podamos concretar en marzo.
—¿Pisó el acelerador en virtud de los tiempos electorales?
—No. De los tiempos electorales yo diría que no. Porque todo esto que estamos haciendo se anunció en 2020. No es que ahora estemos haciendo cosas a último momento porque se vienen las elecciones. Está todo dicho y escrito.

Robert Silva en tiempos de pandemia. Foto: Pablo Vignali / adhocFOTOS
—¿Cuánto trastocó la pandemia los proyectos originales?
—Ajustamos un poco los contenidos. Cuando lo ves en perspectiva, decís: “La pucha, hubo que tener agallas para meterse en esto…”. Para salir y sentarse delante de todo un país y asumir la responsabilidad. Hoy no hay foro internacional que no reconozca cómo actuamos en la pandemia en educación.
—Se demoró en retomar la presencialidad y eso tuvo mayor impacto en los más vulnerables.
—Yo tengo información de todos lados. Y eso me sirvió para tomar decisiones, con el apoyo de muchísimos docentes, a veces hasta anónimos, diciéndome: “Robert, nuestros chiquilines están en sus casas, vemos las situaciones de violencia, vulneración de derechos, hambre, falta de afecto…”. Todo eso nutrió la decisión de volver a la presencialidad. Pero, si tuviera que volver a hacer lo que hicimos como lo hicimos, lo volvería a hacer.
—¿Qué responde a quienes plantean que hoy los cambios aprobados en los documentos de la reforma no se ven reflejados en las aulas?
—Yo creo que están siendo palpables. Los docentes ya los están implementando en su enorme mayoría, y también hay algunos que se resisten al cambio. Pero esta propuesta que estamos implementando es realmente transformadora de la educación. Pasamos de una enseñanza focalizada en disciplinas, asignaturas y contenidos a una educación integral que piensa en el alumno, en el desarrollo de competencias a través de los contenidos y de metodologías nuevas. Todas esas cosas muchos docentes ya las hacían, pero no todos, y quedaba librado a la voluntad del centro. Y ahora decimos: “Señores, vamos por acá”. Lo mismo lo de la navegabilidad entre Secundaria y UTU, es un cambio sustantivo. En 2025 nadie perderá un año por cambiar su opción en educación superior. Lo mismo con las nuevas formas de evaluación, el acompañamiento, el diferir la repetición.
—¿Esto es lo que la ANEP proyectó concretar a esta altura?
—Quizás podríamos haber avanzado un poco más en algunos cambios. Hubo situaciones propias que afectaron los procesos. La urgencia obligó a hacer foco en la pandemia. Quizás se podía haber avanzado más y un poco antes. Pero el país no solo sufrió la pandemia, llegamos al gobierno con más de cinco puntos de déficit, tuvimos el mayor incendio de la historia, luego, la mayor crisis hídrica, una guerra en Ucrania que afectó la inflación a nivel internacional… Y hubo que optimizar el uso de los 2.300 millones de pesos que la ANEP tiene. Pero también requiere más recursos.
—Faltó dinero.
—Nunca el dinero para la educación es suficiente, siempre precisa más dinero.
—Pero para aplicar esta transformación, en concreto, ¿faltó dinero?
—Sí, se necesita más dinero. A mí me hubiese gustado tener más recursos en esta Rendición de Cuentas para por ejemplo incorporar más opciones en los bachilleratos. No lo tuve, no lo pude hacer.

—¿Y ahora cómo sigue este proceso sin dinero suficiente para esos objetivos y sin usted al mando? Desde los equipos técnicos y políticos han dado señales de inquietud. ¿Continuará igual?
—La transformación continuará, por supuesto, y el cambio será permanente. Ahora estamos adecuando los reglamentos de evaluación, porque Uruguay pasó 20 o 30 años con los mismos reglamentos… Y eso no puede ser. Acá se necesitaba determinadas características y empuje para arrancar, para que el barco comenzara a andar, y está andando. Pero ningún proceso de cambio tiene perdurabilidad en el tiempo si depende de una persona. Un buen líder es aquel que, cuando se va, quien lo sucede hace las cosas mejor.
—Quienes seguirán al frente del proceso, ¿tienen espalda política suficiente para darle continuidad?
—Sí. Hay una primera espalda que es el apoyo del gobierno en la persona del presidente, que es muy importante. Y después hay un proyecto definido, una hoja de ruta. Tenemos un proyecto de cambio integral para la educación. También hay respaldo técnico. La mía no fue una gestión unipersonal.
—¿Por qué eligió a la secretaria general del ente, Virginia Cáceres —abogada y colorada, de 40 años— para sustituirlo en el cargo y convertirse en la primera mujer en ocupar la presidencia del Codicen?
—Virginia está en todo, conoce de adentro la reforma y conoce a las personas, que también es muy importante. Ella conoce a las personas, conoce el funcionamiento institucional del organismo y conoce los procesos de cambio interno, de transformación: los avances, cómo se han gestado, cómo están y cómo tienen que seguir. Esto cansa, erosiona, más la faceta pública de enfrentamientos, luchas, discursos… Y hay que salir a dar la cara por todo.
—¿En qué quedó la promesa de construir 136 liceos modelo?
—Siempre se dijo que los 136 liceos no iban a ser en un período de gobierno. Basta con repasar el archivo. Cuando llegamos había siete liceos de tiempo completo y ahora nosotros nos iremos con 65 entre Secundaria y UTU.
—Hay quienes dicen que eso es lo mismo que había y que solo se les cambió de nombre…
—Demuestran una ignorancia total. No conocen las propuestas educativas. Un centro educativo asociado como tenía el gobierno anterior en UTU claramente no es lo mismo que un centro María Espínola. No tenían ni tres comidas ni talleres optativos ni figuras de acompañamiento ni horas de coordinación ni permanencia de los docentes. Los María Espínola son los modelos a seguir.
—El sindicato de profesores reprochó días atrás al Frente Amplio falta de “enjundia” para salir a darle “con un caño” a la reforma. ¿Por qué cree que la izquierda política no se le opuso con mayor virulencia?
—Es que muchas de las cosas que hemos hecho son propuestas que los referentes del Frente Amplio en educación han dicho teóricamente que había que hacer. Uno lee lo que han dicho (Fernando) Filgueira o Juan Pedro Mir y ve que lo que estamos haciendo… es mucho de lo que ellos dijeron que había que hacer y que no se había hecho. Muchos en el Frente Amplio saben que lo que hemos hecho es lo que el país necesitaba. El problema es qué pasará después, si estas cosas se van a mantener o se dejarán de aplicar. Ese es el gran tema que tenemos que deliberar en los próximos meses.
—¿Qué quiere decir?
—En Uruguay veníamos de la fragmentación que hizo el primer gobierno del Frente Amplio: asignaturismo exacerbado en educación obligatoria, en secundaria y UTU, y asignaturismo en la formación de docentes, que hoy tratamos de revertir con muchas propuestas generadas y postergadas en los propios gobiernos del Frente Amplio. La diferencia entre ellos y nosotros es que ahora tomamos las decisiones, las concretamos y las estamos llevando adelante. Por ejemplo, los cambios en el diseño curricular, en las prácticas de enseñanza y la universalización del sistema educativo. Nuestro gran mérito es que tomamos decisiones y trabajamos para que se cumplan. Y esas decisiones siempre se tomaron procurando diálogo y acuerdo.
—Enfrentó a los sindicatos.
—Algunos me dijeron: “Ojo, no te enfrentes tanto a los sindicatos…”. En realidad, no es que yo me enfrenté a los sindicatos. Cada uno en el mundo tiene su lugar en el momento que le toca actuar. Si yo soy un gobernante responsable, el número uno de un sistema educativo público, que supervisa el privado también, en general tengo que tomar las decisiones. Y yo puedo dialogar contigo, pero no te voy a ceder que las decisiones las tomes vos, porque no es tu competencia. Esa función es mía, y yo me hago responsable. Para eso fui electo.
—Los colectivos docentes dicen no sentirse representados en muchas de esas decisiones.
—El no tener el acuerdo o el consenso de todos los actores no fue obstáculo para tomar las decisiones y hacer que se cumplan. Uno no llega a estos lugares para hacer amigos, por más que cultive los buenos vínculos. Uno llega para cumplir con las responsabilidades y las obligaciones que tiene establecidas constitucional y legalmente. Porque uno puede ser responsable por las cosas que hace y también por las cosas que no hace… Si veo que muchos gurises no terminan el liceo, que no aprenden, que se desvinculan, que los docentes no tienen estabilidad, que les falta formación… y no hago cosas para cambiar eso, estoy en omisión. Y yo creo que hubo en los períodos anteriores mucha responsabilidad por omisión, por cosas que se podían haber hecho y no se hicieron para evitar conflictos. Y la prueba está. Queda camino por andar, por transformar, por supuesto, pero arrancamos. Esa es la gran diferencia, el gran mérito. Que no solo es mérito mío, es de un conjunto de personas que integran un gran equipo.
—Aunque usted es la cara más visible y el centro de las críticas.
—Yo comparto que las reformas se asocian a las personas que lideran. Le pasó lo mismo a Germán Rama. Cuando hay enfrente determinados actores que tienen como modus operandi identificar un proceso con una persona y después agraviar. Pero yo no actúo solo, dialogo, trabajo, me nutro de gente que sabe mucho más que yo. Y la transformación arrancó.

Germán Rama y Robert Silva. Foto: Cortesía Codicen
—¿Cómo toma las críticas a su persona? Cuando lo tildan de ser un “fiel representante de la política del acomodo del Partido Colorado”, entre otros descalificativos.
—La verdad es que las tomo como de quien viene. Muchos son los que gritan en la pulpería y callan en la comisaría. Cuando estamos frente a frente en una mesa, cara a cara, jamás me han dicho nada. Hemos dialogado, hemos tenido discrepancias y hemos tenido muchos acuerdos. Entonces yo creo que trabajan para un determinado público, tratando de obtener determinado rédito, y eso no me moviliza. No es mi estilo. Lo que tenemos ahora es el gran desafío como país, que independientemente del cambio de gobierno que habrá en el 2025 quien llegue al poder no cometa el mismo error que en 2005. El país no soportaría que los avances generados en educación se estanquen o retrocedan abruptamente. Y ese es el motivo que me motiva a asumir este desafío.
—¿Por eso decidió salir al ruedo político?
—Sí, salgo para dar esa batalla, para que la educación esté en el centro del debate público. Eso es muy necesario, porque será una garantía para que el país avance independientemente de quien gane las elecciones. Si salgo al ruedo es porque creo que tiene que haber una continuidad en estas políticas. Y tenemos que avanzar fuertemente con el tema de la primera infancia. Hemos trabajado mucho con el INAU (Instituto del Niño y Adolescente del Uruguay) pero hay que avanzar mucho más. No podemos resignarnos a tener el 20% de pobreza en los más chicos cuando el promedio es 9% (el último registro es en realidad de 10,4%).
—¿Cree que su mentor, Germán Rama —artífice de la última reforma—, apoyaría su decisión de dejar el Codicen para volcarse a la política? Él terminó su gestión y se fue…
—Sí. Pero después también se involucró en política. No tengo duda de que Rama aprobaría mi decisión. Porque él se dio cuenta de que los proyectos educativos son una política pública y, en un sistema republicano y democrático, las llevan adelante los partidos políticos. Por lo tanto, hay que llegar al gobierno para poner a los mejores a desarrollar esas ideas y propuestas. No tengo dudas de que la aprobaría y estaría orgulloso.