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El viejo y trillado chiste del termo y el mate, el viejo y querido recitado gauchesco. El porro que al final del concierto le alcanzó un espectador y al que dio un par de ceremoniosas pitadas. La posible primera multa al Antel Arena, que posiblemente terminará pagando AM Producciones. El pretendido escándalo que inventaron esta semana los grandes medios argentinos, que estuvo a años luz de ser tal. Efímera hojarasca que en pocos días será sepultada por el idiotavirus del momento. Lo verdaderamente importante el sábado 2 en el Antel Arena fue la música: Andrés Calamaro dio un gran concierto. Además, como si su cancionero inoxidable no bastara, tuvo el buen gusto de saludar a la música uruguaya con su elegantísima versión de Biromes y servilletas, la más bella melodía de Leo Maslíah.
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Desde el vamos, con Alta suciedad, quedó claro que tanto la banda como su condición vocal estaban a pleno. Impecablemente afinado, enérgico y rico en matices, Calamaro superó las expectativas de este cronista y de muchos más. Su constante ida y vuelta de los teclados al proscenio propició un no menos intenso ida y vuelta con las cuatro mil personas presentes. Y cuando el artista tiene al público en la palma de su mano, todo es perfecto. Se puede dar el lujo de modificar melodías y métricas, jugar a retrasar o adelantar la caída de los versos, incluso de sus mayores hits. Todo fluyó.
Calamaro ha compuesto de todo, desde basuras importantes hasta una buena cantidad de obras maestras del pop-rock latinoamericano. Como Algún lugar encontraré, Me arde y All You Need Is Pop. Como Tuyo siempre, Loco y Crímenes perfectos. Como las excelentes Verdades afiladas, Tránsito lento, Cuarteles de invierno y Falso Louis Vouitton, que han hecho de Cargar la suerte su mejor disco desde El salmón. Y como la recta final de este gran recital: El salmón, Estadio Azteca, Milonga del marinero y el capitán, Sin documentos, Paloma y Flaca, con el nananananaaaaaa coreado hasta por Jaime Roos y el Negro Rada, que saben dónde está lo bueno.