Saluden a Clint

escribe Pablo Staricco 
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Clint Eastwood se despidió del western, el género que lo convirtió en la estrella de cine que todavía es, hace casi tres décadas. En Los imperdonables, Eastwood era un expistolero viudo que se veía obligado a enfrentar un pasado que reclamaba, sin merced, la sangre fría de un hombre que supo derramarla por todo el Viejo Oeste. Hay una escena en la que Eastwood, en la piel de Billy Munny, se despide de sus hijos antes de emprender su aventura e intenta subir a su caballo. El pobre bicho no ha sido montado en años. El animal se resiste, da vueltas y relincha mientras su dueño intenta, torpemente, subirse. El viejo vaquero vacila y finalmente cae al piso. Muerde el polvo como nadie. “Hace tiempo que no estoy en la montura”, se justifica, mientras los retoños lo miran con incredulidad.

Más de una veintena de películas han pasado desde aquel entonces y Eastwood lo ha hecho todo, sin aflojar ni el ritmo ni la productividad, y mucho menos su carisma en la pantalla grande. Su última película hasta la fecha como director y protagonista, Cry Macho, se acaba de estrenar en las salas de cine de Uruguay. Un western por momentos competente y por otros completamente anodino es la nueva entrada en la extensa filmografía de un artista estadounidense que ha hecho de su cine un espejo de su personalidad, su carácter y sus ideas. Es, también, la prueba de la compulsión innegable —y sinceramente increíble de presenciar— que habita dentro Eastwood y que lo motiva a sus 91 años a volver a intentar subirse a la montura.

Se dice, en la promoción de la película, que Cry Macho ha demorado 33 años en llegar a los cines. Basada en una novela del escritor N. Richard Nash, la adaptación le fue ofrecida a Eastwood tiempo atrás. La rechazó al considerar que, a sus 60, era aún muy joven para interpretar el papel de Mike Milo, una exestrella de rodeo y criador de caballos que está lejos, muy lejos, de sus años dorados. Ahora, como nonagenario, Eastwood encarna al personaje del vaquero viudo, como Billy Munny, aunque sin hijos vivos. Milo acepta el trabajo de un exjefe, quien le encarga traer a su hijo desde México, donde sobrevive en las calles a base de riñas de gallos y escapando del cuidado de su madre problemática.

El relato se ambienta en 1979 pero esa fecha poco importa. No hay señales de un Estados Unidos alerta ante el acelerado aumento de sus precios, el descontento en expansión de la presidencia de Jimmy Carter y el estallido de una revolución en Irán. Cry Macho comienza como el más idílico de los sueños sureños: una vieja camioneta Chevrolet 3.100 marcha sobre las rutas desiertas de Texas bajo un atardecer de antología que ilumina los árboles y que acompaña a una balada country en las que se narra, seguramente ante un Dios barbudo y armado, los errores de un hombre que no tuvo malas intenciones en su accionar, que demoró en encontrar a su verdadero corazón y que ahora, antes de que sea tarde, debe buscar un nuevo hogar.

En esos versos está, en resumidas cuentas, el periplo del Milo de Eastwood en Cry Macho. Sabremos, en una secuencia breve guiada por la eficaz exposición y ejecución con la que este cineasta suele rumbear sus películas en los últimos años, que Milo está más de salir que nunca. A base de domas y el cuidado de animales, supo ser alguien importante; la clase de pequeña celebridad de rodeo de la que se escribían artículos en diarios dignos de ser enmarcados y hasta colgados en una pared. Hoy, con el peso del tiempo sobre sus hombros y cargando con una pérdida trágica de su familia, a Milo solo le queda por devolver un favor a un viejo colega que supo cuidarlo cuando su carrera, y su vida, se fueron a pique.

Así comienza el viaje de Cry Macho, un western de carretera en torno a dos protagonistas —tres si contamos al gallo del título, Macho— en el que Eastwood se propone reflexionar sobre la masculinidad, la familia y la introspección en el ocaso de la vida. El mayor riesgo se hace presente cuando su protagonista —y no olvidemos, director— se agacha para ver las manchas de aceite de un auto, sirviéndose un poco de la magia de la edición para mostrarse rápidamente de pie. Si Los imperdonables fue la última gran canción en un set de éxitos dentro de la carrera de Eastwood, Cry Macho es casi que un viejo single, descartado en su momento pero recuperado en la actualidad, con el talento de un compositor todavía presente pero no con el ímpetu, ni la motivación, que daban ganas de escucharlo a como dé lugar.

Cry Macho se centra en el cruce generacional entre un vaquero anciano gringo y un pequeño maleante mexicano, tratando de explotar la ternura, la frustración y la comedia que ese choque de mundos genera. Es innegable que Eastwood sabe atraer la mirada. Compone siempre de manera sobria y rendidora sus encuadres y ejecuta sus escenas con la misma paciencia con las que su cuerpo le permite moverse hoy en día. No sería justo decir que es una película fallida, pero sí está repleta de decisiones que atentan contra una despedida digna de una de las últimas grandes estrellas de Hollywood. Termina siendo un proyecto superficial, repleto de momentos que redundan en la misma idea una y otra vez. Presenta varios conflictos para resolverlos casi por arte de magia o por arte del gallo mejor entrenado al otro lado de la frontera.

Y, sin embargo, hay algo completamente admirable, y hasta extrañamente relajante, en ver a Eastwood hacer de las suyas una vez más. Verlo refunfuñar hace que uno recuerde a Harry, el sucio, en algunas de sus cruzadas urbanas. Verlo sostener un arma lo retrotrae a uno a las andanzas del actor bajo la orden del gran Sergio Leone. Incluso verlo enseñar, y aprender, de su contraparte juvenil en la película hace pensar en una de las últimas grandes películas de Eastwood: Gran Torino. El problema es, entonces, que hay poca cosa que lo haga pensar a uno, justamente, en Cry Macho. Más allá de ciertas libertades entretenidas que Eastwood se toma porque puede —como no reducir su carisma sexual sobre el elenco femenino o posicionarse mediante dobles en una escena que lo muestra domando un caballo salvaje—, hay poca tela para cortar.

A medida que fue envejeciendo, Clint Eastwood ha perpetuado películas que son, realmente, variaciones en sí mismas. Buscan responder cómo nos sentimos al verlo envejecer; cómo se siente él al hacerlo y cuál es su lugar en una cultura que nada parece tener que ver con él. Es un ícono gigante y esas preguntas parecen trascender sus creencias políticas, contrarias a la casi totalidad de Hollywood, y a la percepción crítica que intenta responder si estas últimas producciones merecen ser evaluadas como “buenas” o “malas”. Cry Macho tiene a uno de los últimos hombres duros de la vieja guardia del cine y eso, de por sí, ya hace fascinante recorrer el placer y la obsesión que parece motivarlo, año tras año, a producir un éxito moderado para el estudio Warner Bros.

Es una película que se confronta continuamente con la naturaleza de su responsable. Filmada en la primera ola del Covid-19, el riesgo al que el actor y director se sometió es una anécdota más una vez que las cámaras empezaron a filmar. En el mundo de Eastwood, 91 es un número más, sin mucha importancia. Al héroe, siempre reacio, siempre con algo de bondad entre gruñidos y siempre capaz de encontrar la felicidad en las más áridas de las circunstancias, nada lo para. Su deuda con la historia de Mike Milo fue pagada de la única forma que el director sabe hacerlo: con cine. Por eso, y por más, Clint Eastwood merece todo el respeto. Salúdenlo, que el hombre sin nombre emprende una vez más su camino, el sol se pone ante su mirada cansada y solo queda por preguntarse qué habrá más allá del horizonte.

Vida Cultural
2021-09-22T21:16:00