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“Avisale a la prensa” dijo en voz baja a uno de sus muchos colaboradores la presidenta de Antel, Carolina Cosse. El martes 10, los vecinos prepararon una torta con forma de casa y llenaron de Coca-Cola unos vasos de plástico. Mientras los brigadistas del Sunca terminaban de comer un asado, Cosse desembarcó con una donación de computadoras recicladas, líneas gratuitas y su staff se encargó de llenar de banderas y camisetas azules, que competían con las rojas más sufridas del Sunca. Quería que eso se viera en televisión.
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Mientras, en el patio del salón comunal, algunos vecinos mostraban orgullosos los planos y las fotos donde se veía la evolución de las casas. “Ahora soy herrero, antes era chorro y estaría en el Comcar”, dijo a Búsqueda sin rubor y con convicción el dueño de una de las 39 casas terminadas en el barrio 1º de Mayo, muy cerca de San Martín y Capitán Tula. Un joven sobrestante (uno de los alrededor de 380 contratados por el Plan Juntos), al que están agradecidos, miraba en silencio y aprobaba de forma tácita.
Al tiempo que mostraba sonriente cómo había quedado su casa recién pintada, insistía: “Si el gobierno no hubiera mirado para abajo... Estoy agradecido a este partido”.
Desde fines de agosto, las 39 viviendas y otras de la zona que no se subieron al Plan juntos tienen luz a un “precio social”. Con la llegada del Estado, muchos vecinos conocieron no sólo la energía eléctrica legal sino también un médico de familia, una vacunadora para los niños y un dentista, aunque aún no hay conexión al cercano saneamiento.
“Estoy más nerviosa que testigo falso en un juzgado” dijo entre risas una mujer que asumió la tarea de hablar delante de todos, subida a un estrado, en el acto durante el cual se entregaron diplomas de formación profesional en construcción, alfabetización y otros. Para el grupo de salud de la policlínica Los Reyes, que pertenece al centro de salud Ruben Misurraco, la experiencia en el 1º de Mayo también dejó muchas enseñanzas porque mientras los vecinos aprendieron acerca de cómo manejarse en la ciudad y el Estado, ellos recibieron enseñanzas sobre “mecanismos solidarios de supervivencia”, porque no todos los que recibieron casas nuevas tienen trabajo y algunos hasta hace poco ni siquiera poseían cédula de identidad, aunque residen a 20 minutos del Centro. “El caso que más me impresionó fue una mujer de unos 27 años que no tenía nombre ni sabía cuándo había nacido. Tenía hijos pero nunca había ido a la escuela. Ahora aprendió a ejercer sus derechos como ciudadana”, relató sin vanidad la asistente social que la ayudó a todo eso.
No todo es tan bucólico. En el salón comunal hay instalada una alarma y, por las noches, los vecinos se turnan para hacer lo que llaman sereñadas, es decir guardias para cuidarse de los robos. Al lado del flamante centro de estudios la basura está por doquier, porque el camión recolector pasa tres veces por semana y hay decenas de perros sueltos. En algunos barrios, representantes del Plan Juntos han sido amenazados de muerte porque compiten con el hampa. “En general los vecinos se encargan de solucionar esos problemas, pero el territorio siempre está en disputa”, reconoció la directora del Plan Juntos, Delia Soria.
