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    Sergio Blanco estrena “Tierra”, una obra inspirada en la muerte de su madre

    “A través de la lectura se activaba una erótica entre mi madre y yo”, dice el dramaturgo uruguayo, cuyas obras están en cartel en más de 30 ciudades de todo el mundo

    El jueves 23, Sergio Blanco estrena una nueva obra en Uruguay. Se llama Tierra y está inspirada en la vida de su madre, Liliana Ayestarán, quien falleció en 2022. Serán 10 funciones consecutivas en la sala Balzo del Sodre hasta el 3 de diciembre (las entradas se venden en Tickantel). Una obra por él escrita y dirigida, que parte de la emoción de acompañar a su madre en sus últimas horas y estar con ella en el momento de su muerte, promete una alta emotividad. Blanco le suma su bagaje teórico para continuar embarcado en la autoficción, género en el que inició su camino en 2010 con Kassandra y que lo llevó a su consagración internacional con Tebas Land, una obra que desde su estreno en Uruguay en 2012 ha sido estrenada en más de 25 ciudades de todo el mundo, incluyendo Sídney, Tokio y Seúl, y le ha valido premios de alto calibre como el Off West End a la mejor obra del año en Londres en 2021. Con 52 años de edad y 31 viviendo en París, es, junto con Jorge Drexler, el artista uruguayo más difundido en el mundo: en este momento hay espectáculos suyos en 30 ciudades de los cinco continentes. “Mi casa está donde está mi biblioteca y mi gato. Y están en París. Pero Montevideo también es mi casa, por eso elijo estrenar allí muchas de mis obras”, dijo Blanco entrevistado por Búsqueda en un alto en los ensayos de Tierra, cuyo elenco está integrado por Andrea Davidovics, Soledad Frugone, Tomás Piñeiro y Sebastián Serantes, quien sustituyó a Gustavo Suárez pocos días atrás.

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    ¿Cómo es tu casa en París?

    Es un apartamento de esos típicos edificios de cinco pisos. Desde la ventana veo una iglesia neogótica. Es un lindo barrio, con una buena mezcla de culturas. Hay inmigrantes de todo el mundo. En menos de un kilómetro cuadrado se hablan más de 80 lenguas. Hay varias comunidades magrebíes, de Europa del Este, de la India y del resto de África.

    —¿Es por ahí que ibas caminando cuando viste un partido de básquetbol en una plaza y te inspiraste para Tebas Land?

    Sí, fue cerca de la estación del metro La Chapelle, que tomo para ir a trabajar a la universidad. Es un metro aéreo y abajo hay una cancha de básquetbol. El día que la vi por primera vez pensé: “Acá podría suceder una obra”. Lo primero que hice cuando me tomé el metro fue dibujar la cancha en mi libreta. Así que Tebas Land empezó con un dibujo. Varios años después, el libro de la obra que se editó en Argentina incluyó ese croquis. Muy posiblemente los que estaban jugando eran inmigrantes o hijos de inmigrantes, como el protagonista. Por eso elegí vivir allí, creo que el multiculturalismo que produce la mezcla de inmigrantes es de los aspectos más bellos que tiene Francia.

    ¿Cómo vivís los frecuentes conflictos sociales en Francia derivados de la cuestión de la inmigración?

    El último episodio fue terrible. Francia tiene esa conflictividad permanente. Pero es algo que abarca a buena parte de Europa. También hay mucha marginalidad en París, algo que lamentablemente existe en las grandes ciudades de todo el mundo. Hay que ver dónde nos paramos respecto de la inmigración. Para mí, justamente esa es una de las principales ventajas de Francia. Es un país hecho a partir de olas migratorias, y les debe mucho a los migrantes. A veces se confunden los términos y se toma como inmigrantes a personas que ya son tercera o cuarta generación de nacidos en Francia. Son franceses en toda ley. Creo que la construcción cultural que permite la inmigración es beneficiosa para cualquier país. No hay nada más bonito. Uno de los fenómenos que más me gusta de Uruguay en estos últimos tiempos es la cantidad de venezolanos, dominicanos y cubanos que han llegado para establecerse en el país. Esa mezcla habla mucho de nosotros, nos permite ver cómo somos vistos desde esas ópticas. Me resulta fascinante. Claro que muchas veces esas migraciones son fruto de guerras, dictaduras, enfermedades, exilios forzados.

    —¿Y cómo ves la grieta que se vive en Francia?

    —Creo que no es una grieta profunda, sino que es una construcción de determinados sectores políticos que montan esas grietas, esencialmente las extremas derechas. Creo que se convive muy bien en Francia entre todas las comunidades. Agitar los temores al comunitarismo es una invención política funcional a los intereses de quienes desean dividir a la población. No hay dudas de que existe racismo y xenofobia, como también lo hay en Uruguay y en todas partes.

    Tebas Land sigue recorriendo el mundo y se acaba de estrenar en Corea del Sur. Después de 11 años sigue siendo parte de tu presente...

    —Tebas Land me sigue acompañando. Se ha hecho en los cinco continentes en decenas de idiomas. Yo creo que la clave está en que toca un tema muy vigente en esta contemporaneidad: la necesidad imperiosa del otro y del vínculo con nuestros padres. No todos somos padres pero todos somos hijos. Por lo tanto todos tenemos la experiencia de la paternidad, algunos como padres, otros como hijos. Es un territorio muy complejo que la obra aborda y eso le llega mucho al público. También es una obra que permite a los dos actores hacer un gran desarrollo interpretativo.

    —¿Qué fue lo más inesperado o impactante que recordás de las decenas de versiones de la obra que has visto?

    —En todas siempre me emociona la despedida y las distintas formas que tienen las puestas de resolver el momento en que se separan esos dos personajes. De las casi 20 versiones que he visto siempre es ese el momento de mayor impacto. En la mía era una escena distante, más fría que otras posteriores. Se daban la mano y en la mayoría terminan en un abrazo, y siento que es un abrazo al que no pude llegar, o no supe llegar como director. Yo separo mucho el dramaturgo del director y creo que Tebas Land está mejor escrita que dirigida acá en Uruguay.

    —Ahora vas a estrenar Tierra, que se mantiene en el terreno de la autoficción. Después de 13 años parece que no te vas a cansar nunca de ella. ¿Qué te sigue motivando de este género?

    —No me canso de la autoficción y Tierra lo explica en un momento. Es una poética que consiste en trabajar con lo que a uno le va pasando, por lo tanto las autoficciones van reflejando cosas distintas. Tierra está escrita a raíz de la muerte de mi madre, algo que viví hace un año y que es algo nuevo. Nunca antes había experimentado una pérdida de esa importancia. Para unos es un género, para otros un estilo, para otros una poética. Para mí, es una voluntad: son las ganas de trabajar con mis vivencias. La ira de Narciso habla de cosas muy distintas a El bramido de Düsseldorf, así como Cuando pases sobre mi tumba es muy diferente a Tráfico y a Tebas Land. El tiempo pasa y así como uno crece las obras van cambiando. De todos modos, no escribo solo autoficciones. Ahora estoy escribiendo un monólogo de ficción.

    —En la pandemia estrenaste en España una obra llamada Covid 451. ¿Cómo fue esa historia con aroma a Bradbury?

    —Covid 451 consistió en trabajar en escena con personal médico de hospitales. En escena conmigo había un médico, una enfermera, un camillero, una limpiadora de hospitales y una asistente social. Contábamos sus propias historias, basadas en hechos que ellos recordaban de la pandemia, que yo fui ficcionando. La pandemia empezó en febrero y marzo de 2020 y nosotros empezamos este trabajo en abril y lo estrenamos en julio en Barcelona, en el festival Grec, cuando empezaban a abrir los teatros en Europa. Todos con mascarillas y aforo reducido, por supuesto. La referencia a Farenheit 451 responde a una frase hermosa que Bradbury desliza en esa novela, que dice: “En medio de la oscuridad y de la noche se espera la luz”. Para mí era importante dar el mensaje en ese momento de que iba a llegar el fin de ese momento durísimo que atravesaba la humanidad. Yo comparto esa visión de huir de toda forma de nihilismo o de visión pesimista del futuro. Entonces no es una alusión pesimista a la distopía de Bradbury, sino a lo esperanzador del final de esa obra, que pese a pintar un mundo apocalíptico y terrible, termina de forma muy bella.

    —Una constante en esta serie de autoficciones es tu presencia como personaje ficcional, con diferentes nombres, incluso como Sergio Blanco. Eso ha provocado reacciones encontradas, en algunos casos de rechazo. ¿De dónde viene el interés y esa insistencia en la autorreferencia?

    —Bueno, muchas veces esos ataques o esos cuestionamientos vienen de un gran desconocimiento de la autoficción, y de pensar siempre que la autoficción es siempre autorreferencial. Justamente, parte de la autorreferencia, pero en el fondo habla de los grandes temas que nos habitan. Hay una dimensión de la autoficción que es hablar del otro y no de uno. Uno parte de uno, uno parte de sus vivencias, pero está hablando de los demás. Los yo que aparecen en escena muchas veces no tienen nada que ver con mi yo real. Hay algo de mí, sí, puede estar mi nombre, hay datos y atributos que permiten reconocer y vincular al personaje de esas obras conmigo, pero es muy poco lo que hay de mí en realidad. Por eso son autoficciones, si no, serían autobiografías. La autobiografía establece un pacto de verdad con el espectador y la autoficción, uno de mentira. El objetivo de mis obras no se detiene en lo anecdótico sobre mí, primero porque están llenas de ficción, hay mucha cosa inventada, pero además porque es una búsqueda permanente de hablar de los otros. Porque finalmente no somos tan distintos los seres humanos. Walt Whitman lo dice en forma muy clara: “Todo lo que diga de mí también lo digo de ti porque cada uno de mis átomos es tan mío como tuyo”. Entonces, no es un encierro ególatra, egocentrista o narcisista, sino que es lo opuesto: parto de mí yo porque en el fondo es lo único que tengo para dar.

    —Estabas de viaje el año pasado, te avisaron que tu mamá estaba internada y te tomaste el primer avión para llegar a estar con ella en sus últimas horas. Y Tierra habla de eso. ¿Por qué ese nombre?

    —Es así, pude despedirme de ella y de hecho murió conmigo a su lado. Fue una experiencia que me conectó con ella en una vivencia muy profunda y con la tierra. Fue una mezcla de tristeza profunda, dolor y también belleza. Fue un momento que pude vivir con dulzura y en paz. Fue un buen morir, a solas conmigo, en calma. Pude acompañarla en ese momento. Ella me trajo al mundo y yo la ayudé a abandonarlo. No hubo palabras, hubo caricia y respiración. Fue algo esencial. Es un momento de pura intensidad, de pura emoción. Y Tierra habla de lo que viene después de la muerte, del duelo. Lo que busca el personaje en esta obra es reconectar con su vida. De eso habla la obra, de alguien que va al encuentro de tres personas que fueron alumnas de su mamá, y en esos encuentros trata de revivirla.

    —¿Está ambientada en el liceo Bauzá?

    Hay referencias a ese centro de aprendizaje porque allí mi madre dio clases de Literatura y yo cursé algunos años de secundaria. Allí aparecen dos alumnas y un alumno de mi mamá, que también viven su propio duelo.

    —¿El impulso de esta obra también responde a la distancia que mantuviste con ella durante gran parte de tu vida?

    —No tanto, porque durante todo este tiempo ella viajaba seguido a París y yo vine mucho siempre. Y además con ella viajé mucho por el mundo. En los últimos 30 años conocimos juntos todo el mundo grecolatino: Grecia, Italia, el Mediterráneo entero y toda Europa. Y en los viajes compartís mucho tiempo.

    —¿Cómo la retratás?

    —Como madre y como maestra. El magisterio y la maternidad están muy unidos. Y ella fue además mi gran maestra en las letras. Me enseñó a leer todo. Desde la tragedia griega en adelante. Me leía textos en griego antiguo cuando yo era un bebé para que me fuera familiarizando. Después me enseñó a entenderlo. Le debo haber conocido a Cervantes, a Juana de Ibarbourou, a Tolstoi y Chéjov. Poesía latina, literatura americana, de todo. Mi vínculo con ella es tremendamente literario y eso permaneció y evolucionó a lo largo del tiempo. Los mitos griegos son una llave para entender el mundo, encierran la médula de lo que somos los seres humanos. Y ella me los enseñó.

    —Un Edipo muy literal.

    —Absolutamente. A través de la lectura se activaba una erótica entre mi madre y yo. Intercambiar libros subrayados y leerlos según las anotaciones del otro es de una gran intimidad. Y ahora sigo leyendo sus libros.

    Vida Cultural
    2023-11-08T23:51:00