Si se mueven, mátalos

escribe Eduardo Alvariza 
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En la secuencia inicial hay varias acciones paralelas. El pueblo está concurrido como si fuese un día festivo. La gente transita apaciblemente bajo el sol del mediodía. Unos niños se divierten arrojando un par de alacranes sobre un hormiguero. Sí, los niños también son capaces de hacer cosas sádicas. En otro rincón del pueblo la liga de la abstinencia se ha reunido para condenar las bebidas alcohólicas y especialmente el vino, sus efectos nocivos y su color infernal. En la oficina del ferrocarril los empleados trabajan intensamente. Enfrente, en los techos de las casas, se ocultan hombres nerviosos y armados. Por la calle se aproxima con cautela un sospechoso grupo de soldados a caballo, que se detiene ante la oficina del ferrocarril. Los soldados, con William Holden a la cabeza, entran a la oficina y desenfundan sus armas: es un asalto. Mientras los ladrones se apoderan de los sacos con dinero, los empleados y clientes se apretujan aterrados en un costado. “Si se mueven, mátalos”, ordena Holden a un jovencísimo Bo Hopkins. La frase se convertirá en un latiguillo como I’ll be back o Hasta la vista, baby. Uno de los bandidos mira por la ventana de la oficina del ferrocarril y detecta el caño de un fusil en la azotea de una casa. Mala cosa. Los miembros de la liga de abstinencia han concluido su reunión y ahora marchan cantando; pasarán frente a la oficina del ferrocarril. Los alacranes se retuercen ante la embestida de las hormigas rojas mientras los niños ríen y prenden fuego el hormiguero. Los bandidos se aprestan a salir de la oficina con el dinero y escapar en sus caballos. La mecha del pueblo está a punto de consumirse.

Este furibundo comienzo de La pandilla salvaje (The Wild Bunch, 1969), de Sam Peckinpah, al igual que su furibundo final, la ha convertido en una de las películas más violentas de la historia del cine y en un western emblemático, crepuscular en su estética y en su espíritu. Es la historia de un grupo de forajidos veteranos que planean dar su último golpe, luego se ven rodeados por el bando que los persigue y por un ejército mexicano a cargo del sanguinario general Mapache, interpretado por el actor y director Emilio el Indio Fernández, y finalmente se enfrentan a todos los que se ponen delante —y que son decenas— cuando intentan recuperar a uno de sus compañeros, que ha caído a manos de Mapache. Peckinpah era un romántico y creía en la palabra dada como única ley entre los hombres, y digo entre los hombres porque sus películas siempre trataron la amistad masculina y fueron acusadas de misóginas. Y el Indio Fernández era el macho mexicano por excelencia, capaz de meterle un tiro en los huevos a un periodista que le relajó una película. Eran tiempos en que la crítica de cine resultaba un oficio peligroso.

La idea original fue de Roy N. Sickner, un doble de riesgo de Marlon Brando, y Yul Brynner, que también aparecía en los comerciales de Marlboro como el típico cowboy que fuma con los cañones de Arizona al atardecer. Sickner había concebido la historia como un vehículo para su amigo Lee Marvin. Se encargaron del guion el propio Peckinpah y Walon Green, director de la imponente La crónica Hellstrom (Oscar al Mejor documental en 1972). El elenco tiene a los actores con los que el director se sentía cómodo: además de Holden, que no le importaba nada si se bajaba una botella de ginebra diaria, Warren Oates, Robert Ryan, Ben Johnson y Ernest Borgnine, tipos duros, probados en papeles ásperos, capaces de plantarse en una pelea igual que Peckinpah.

Rodada en Coahuila, México, La pandilla salvaje es pionera en el tratamiento de la violencia, con 2.700 planos y la sangre saltando en cámara lenta de los cuerpos en cada tiroteo, lo que le da un vértigo de un plano cada… tres segundos. Para la apoteósica y compleja escena final se emplearon seis cámaras, y Peckinpah gritando e impartiendo órdenes detrás de ellas, seis bocas infernales. El espectador tiene la sensación de estar envuelto en las balaceras como si fuese sorprendido en la calle. “Quiero que el público entienda realmente lo que es un agujero de bala”, dijo una vez el cineasta. Scorsese y Tarantino son reconocidos deudores de este cine, que comenzó a principios de los 60 con Obsesión de venganza, Pistoleros del atardecer y Juramento de venganza, siguió con una mirada del Oeste más apacible en La balada del desierto e Hijo del torbellino, hasta llegar a la maravillosa Pat Garrett & Billy the Kid, una síntesis del mundo del Colt, los cuatreros y la amistad masculina, con estupenda banda sonora de Bob Dylan, quien también actuaba en un acertado papelito. Luego continuaron la demencial Los perros de paja, rodada en Inglaterra y con un Dustin Hoffman mejor que nunca, La fuga y Traigan la cabeza de Alfredo García, para concluir una filmografía que alternaría a fines de los 70 y principios de los 80 aciertos como La cruz de hierro (según Orson Welles la mejor película antibélica de todos los tiempos) y ejemplos menos eficaces con Aristócratas del crimen, Convoy y Clave Omega.

Peckinpah era un tipo difícil. Defendía cada una de sus películas a capa y espada contra los embates de los productores y empresarios lengua larga de Hollywood, que le pedían cortar tal escena aquí o allá por su extrema violencia. Exigente en todos los rodajes, combativo y visceral en su forma de hacer cine, acusado de glorificar la sangre, las entrañas y las ejecuciones, también peleaba contra sus propios demonios, que eran el alcoholismo y su adicción a la cocaína. “Mi padre estaba casado con el cine, y sus verdaderas hijas eran sus películas”, declaró su hija Lupita Peckinpah, que siguió los pasos del padre en el séptimo arte pero esta vez como vestuarista.

La pandilla salvaje se estrenó el 18 de junio de 1969. Debido a la censura y a las idas y venidas con los productores, tuvo cuatro versiones oficiales. Actualmente se puede ver en Qubit una copia en HD de 145 minutos, que es la versión que circuló en Europa y la que el propio director reconoció como más cercana a sus deseos. A más de medio siglo de su estreno mantiene su fiereza inicial y la estatura de un clásico.

Mel Gibson, otro renegado de Hollywood, borrachín, incorrecto e impertinente declarante, piensa estrenar una remake para 2022 con Michael Fassbender, Jamie Foxx y Peter Dinklage. Dudo que pueda superar a la original, pero es una apuesta que le calza bien al director de Corazón valiente, La pasión de Cristo y Apocalypto.

Vida Cultural
2021-09-15T19:39:00