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Difícil traducir poesía, tal vez imposible. El poeta vive en su idioma mucho más que el cuentista o el novelista. Pero el estadounidense Walt Whitman sale ileso, por su amplitud temática, reflexiva y lírica, una verdadera enredadera que todo lo cubre y de la que esta Obra escogida (Penguin clásicos, 2017, 584 páginas) es una muestra. No ha quedado nada a lo que Whitman (1819-1892) no le haya cantado. Su carácter universal e influencia en poetas hispanoparlantes también son notorios, desde Martí y Darío hasta Neruda y Parra. En el prólogo a la presente edición, Edgardo Dobry asegura que la influencia del poeta ha llegado incluso a… los discursos políticos. Como dijo Ezra Pound: “Whitman es a Estados Unidos lo que Dante es a Italia”.
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El poeta empezó en esto de las fabulaciones musicales como peón de imprenta en Brooklyn, pero también fue constructor de casas, periodista y narrador. Además de sus célebres cantos del monumental libro Hojas de hierba (Sé que lo mejor del tiempo y del espacio es mío, y nunca/ se ha medido y nunca se medirá), esta recopilación reúne textos en prosa, agrupados como Jornadas en América y Otros escritos, donde Whitman da cuenta de su infancia en Manhattan y su pasión por los ferries remontando el Hudson con “sus olas impacientes”, la reseña en Filadelfia de un concierto en el que se interpreta un septeto de Beethoven, hasta la Guerra de Secesión en el frente de batalla, en la retaguardia y en los hospitales, así como el asesinato de Lincoln. Desde Virginia, en 1864, Whitman describe una escena bélica: “Entre los oficiales heridos que transportaban las ambulancias había un teniente de regulares y otro oficial de una graduación más elevada. Estos dos fueron arrastrados fuera de los carruajes y lanzados de espaldas a la tierra; las gentes de las guerrillas, auténtica banda de demonios, los rodearon muy pronto y se pusieron a acuchillarlos, golpeando a cada uno en diversas partes del cuerpo”.