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En una dimensión, Dark trata sobre la vida en Winden, un pueblo alemán donde han desaparecido niños en misteriosas circunstancias. Las desapariciones, se verá, están relacionadas entre sí, son parte de un tejido más grande, una articulación de sucesos que se produce cada 33 años. La serie empieza en 2019, salta hacia 1986 y luego va a 1953. Y vuelve a 2019 y a 1986 y así. La trama sigue adelante y se ensancha y las épocas se cruzan, se conectan y conviven. Y lo mismo sucede con la existencia de los protagonistas, que en cierta manera son todos, porque un secundario en una década puede ser medular en otra. Nada viene de la nada, todo es ahora: las historias de los niños desaparecidos son también las historias de sus abuelos, sus padres y sus hijos. Eso es Dark, la primera producción alemana para Netflix, online desde el 1º de diciembre.
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El cineasta Baran bo Odar, creador de la serie y director de los 10 capítulos de la primera temporada, hasta ahora no había trabajado en ficción televisiva. Por eso, junto con su esposa Jantje Friese, también guionista y productora de Dark, abordaron la historia como un largometraje de 10 horas de duración. Con experimentos crueles, actos de violencia verdaderamente fuertes, lazos familiares complicados, algún personaje que no envejece y un relojero que estudia los viajes en el tiempo.
En cine, el realizador de origen suizo había dirigido Silencio de hielo, un dramático relato de misterio sobre la desaparición de una joven de 13 años cuya bicicleta es encontrada en el mismo lugar en el que, dos décadas atrás, una niña de 11 fue asesinada. Luego vino Who Am I: Ningún sistema es seguro, tecno thriller ambientado en el mundo de los hackers informáticos.
El hombre es fan de Stanley Kubrick. Y se nota. Como también es evidente que le fascina la simetría: suele ubicar los objetos y los personajes en el centro de planos claros y, sí, simétricos.
A la belleza plástica de la serie hay que agregarle la calidad de la banda sonora, que es, como mínimo, impresionante. Compuesta en su gran mayoría por oscuros sonidos de sintetizadores con raíces en el krautrock, incluye a Fever Ray (Keep The Streets Empty For Me), Teho Teardo & Blixa Bargeld (A Quiet Life) y Sol Seppy (Enter One), que no pueden estar más a tono con la atmósfera vidriosa y el halo místico y misterioso de la serie. También, a lo largo de los capítulos, se colocan con exquisita y germana precisión canciones distintivas de cada época (la notable Deutschland 83, también de origen alemán, ya dio cátedra en esta materia). Goodbye, la inquietante y sombría canción de Apparat, proyecto de música electrónica del alemán Sascha Ring, impregna los títulos de apertura, armados a partir de un fino y a la vez simple juego de simetrías (con alguna resonancia a los créditos de True Detective) que resulta del mismo modo bello e inquietante.
Es verdad que al ver la serie de Bo Odar y Friese de forma maratónica, un capítulo tras otro, sin pausa, como una película de 10 horas, esos sonidos insistentes y amenazadores pueden resultar, además de espeluznantes, un poco abrumadores o reiterativos a un nivel perverso. Y también es verdad que a veces pueden notarse descuidos en la continuidad entre escenas y quizás cierta debilidad en asuntos relacionados con la verosimilitud, a menos que sea lo más normal del mundo llamar a una clínica oncológica privada bien entrada la noche.
Tanto Bo Odar como su esposa eran niños en 1986, cuando ocurrió el accidente de Chernóbil, catástrofe nuclear que generó pánico y paranoia en Europa. El padre de Bo Odar, además, trabajaba en una central atómica, por lo que en las conversaciones en su casa aquel incidente era imposible de evadir. En Alemania, cuando llovía, muchos niños tenían prohibido salir a la calle por temor a un baño de lluvia ácida. Algunos no debían comprar caramelos porque se sospechaba que podían ser radiactivos. Cuando Dark visita 1986 también visita estos temores.
En el comienzo es 2019. Un hombre se suicida. Un joven llamado Jonas (Louis Hofmann), que estuvo en un psiquiátrico, regresa al liceo. Y Mikkel Nielsen (Daan Lennard Liebrenz), de 11 años, desaparece luego de internarse en una cueva en medio del bosque. Mikkel es hijo de Ullrich (Oliver Masucci, que interpretó a Hitler en Ha vuelto), el comisario del pueblo, cuyo hermano desapareció misteriosamente hace 33 años. El escenario es Winden, un pueblo que crece a la sombra de las chimeneas de una planta nuclear. Como el pueblo Twin Peaks, Winden no existe en la vida real, está rodeado de bosques y cargado de secretos.
Década de 1980. Un pueblo pequeño, niños desaparecidos, experimentos extraños y un grupo de pubescentes en medio del misterio. Todo lleva a pensar en Stranger Things, la serie estrella de Netflix, creación de Matt y Ross Duffer. Hay conexiones, pero son superficiales. Stranger Things es un cuento de misterio y una fiesta nostálgica que remite y celebra y homenajea la televisión, el cine y la música de una época. La ficción de los Duffer vive de la cultura pop. En Dark, la cultura pop vive en su interior, está ahí, es el mobiliario de una casa, pero no es la casa.
Si existe una producción con la que puede establecerse algún enlace es Lost. En sus méritos y en sus defectos. El juego con el espacio y el tiempo, el pasaje de lo micro a lo macro, con dramas personales, concretos, y asuntos más amplios, complejos y universales, las relaciones casuales entre personajes, la introducción de elementos místicos y filosóficos (tiene un valor considerable la presencia de la triqueta, síntesis y símbolo de la vida, la muerte y el renacimiento, del alma, la mente y el cuerpo), son herencia de Lost. Como lo es la mecánica de responder a enigmas con más enigmas (aunque, por fortuna, sin abusar del recurso). El clima extraño que se respira en Dark puede dialogar con Twin Peaks, aunque la manera como se presenta lo ominoso y lo siniestro está más cerca de cómo se ve en el cine de horror coreano, como el de Park Chan-wook y Bong Joon-ho, con su atención en asuntos políticos y sociales y su foco sobre los dramas familiares.
Está el misterio, el elemento sobrenatural, la cueva siniestra, los eventos extraordinarios, pero la fortaleza de Dark reside en la observación del drama humano. Lo que primero se ve son las vidas rotas de los pobladores de Winden. Hay pequeños secretos que van creciendo hasta que se vuelven imposibles de disimular. También hay infidelidades, rencores, asuntos no resueltos o resueltos a medias, mentiras que durante años dieron forma y espesor a la realidad, matrimonios muertos y personas que ocultan una doble vida. Al avanzar la serie se perciben las conexiones entre estas personas, los lazos invisibles entre el pasado, el presente y el futuro. Y entonces se ve que es el mundo entero el que está roto.