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Tras unos cálculos mentales, llega la conclusión. A su vida todavía le faltan un par de años para poder dividirla en dos mitades exactas, con una, la segunda, dedicada por completo al trabajo en el sonido del cine uruguayo. “Para Uruguay soy una joven promesa”, bromea Daniel Yafalian (48) en su diálogo con Búsqueda, desde su estudio, instalado en la azotea de su hogar, a metros del Parque Villa Dolores. Aislado sonoramente de su entorno, no parece haber ruidos vecinos que logren colarse sin autorización. La excepción son los pavos reales, revela el anfitrión. Esos suelen aparecer en las tardes.
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El estudio está armado de una pantalla blanca y grande en un extremo y un proyector y un sillón en el otro. Un grupo de consolas y monitores forma el esqueleto del centro de operaciones, que suele albergar la visita de decenas de realizadores uruguayos. Desde allí, Yafalian trabaja en el sonido de películas nacionales. El espectro de sus labores es amplio. Incluye labores de posproducción, como la edición y mezcla, la toma de sonido directo en rodajes y hasta la creación de música original para una película, otra de las facetas exploradas por el compositor.
En la última edición de La Semana del Documental, un ciclo de exhibiciones del DocMontevideo, cuatro de las cinco películas y coproducciones uruguayas estrenadas contaban con la mano de obra, y oídos, de Yafalian. Su aparición reiterada entre los créditos de películas uruguayas se corresponde con una carrera prolífica y avezada. Con El Viñedo y 25 Watts listados como dos de sus primeros trabajos, del trayecto profesional de Yafalian se desprende una historia reciente del cine nacional del cambio de siglo en adelante.
Entre las más de 60 producciones que figuran en su historial, hay de todo. Están los “grandes éxitos” de ficción, como En la puta vida, El viaje hacia el mar y El baño del papa; las dos películas de la dupla de Stoll y Rebella (25 Watts y Whisky); películas de Adrián Biniez, Federico Veiroj y Leticia Jorge; el trabajo para documentalistas como Alicia Cano, José Pedro Charlo, Aldo Garay, Juan Álvarez Neme y Mariana Viñoles; y las óperas primas de una camada de nuevos realizadores nacionales como Agustín Banchero, Emilio Silva Torres y Eva Dans, directores, respectivamente, de Las vacaciones de Hilda, Directamente para video y Carmen Vidal, mujer detective. Faltan varios nombres por listar.
Frente a una observación sobre la continuidad sostenida de su trabajo, el realizador se toma el apunte con una liviandad escueta. “Por suerte”, afirma Yafalian, al referirse a su currículum. “Son muchos años”.
En retrospectiva, se puede encontrar algo de fortuna en los años formativos del compositor. No tanto por sus elecciones de estudio, sino por la ausencia de otros colegas dispuestos a seguir un camino similar.
Yafalian se formó como docente de Música en el Instituto de Profesores Artigas. Su instrumento era la guitarra y tomó también clases con el compositor y musicólogo Coriún Aharonián. Trabajó dando clases en el nivel secundario pero cierto desaliento económico y una falta de motivación ante el intercambio con los estudiantes jóvenes lo hizo virar de profesión. A mediados de la década de 1990, fue su padre quien lo alertó sobre una reducción en la cuota de inscripción en la Escuela de Cine del Uruguay (ECU) y fue allí que estudió, con el objetivo de crear la música de las películas. Para componer una banda sonora, creyó que era importante entender todo lo que la rodeaba.
Dentro de las múltiples generaciones de alumnos en la institución, solo dos estudiantes, incluyendo a Yafalian, dedicaron su atención a aprender sobre el diseño de sonido en el cine. En su pasaje por el IPA, experimentó una dinámica similar, siendo el único alumno dedicado a la Educación Musical durante dos años. “Siempre me interesaron cosas que no le gustan a nadie”, acepta, antes de explicar cómo, en un lugar en donde todos querían ser directores o fotógrafos, eligió la divergencia. Trabajó en el sonido de los cortometrajes de varias generaciones por fuera de la suya y hasta en el largometraje 8 historias de amor (1998), proyecto de egreso de la primera generación de estudiantes de la ECU.
“El mundo de los micrófonos no cambió tanto”, apunta el realizador, devolviendo la conversación al presente. Entre las múltiples facciones sonoras de su interés, Yafalian prefiere trabajar en el diseño y posproducción de sonido, proceso que concibe el resultado sonoro final de una obra audiovisual. También se lo puede encontrar en rodajes, trabajando en la toma directa del sonido de una escena, pero el compositor no suele romantizar esa instancia del proceso fílmico. “El rodaje tiene algo de militar y más en una escala industrial”, señala. “Es difícil meterse, y yo me meto en todo”.
La repetición de un sonido particular o de un diálogo, en su cabeza y hasta el hartazgo, figura como una de las consecuencias de su oficio. Afirma recordar diálogos enteros del cine uruguayo según el trabajo que le dieron al momento de trabajar en ellos. Cita a Whisky, y a la voz de Mirella Pascual en su rol como Marta, como un ejemplo inescapable. “Afortunadamente, después se van”, agrega. “Si todos los personajes de las películas uruguayas me hablaran todo el tiempo, me volvería loco”.
No suele tomar precauciones con su escucha más allá de evitar volúmenes fuertes dentro y fuera de su estudio. Cuando trabaja en una película, no le hace falta tratarla como si fuera “algo que no es”, señala. “No se trata de un concierto sino de cine”.
Asegura también que la llegada paulatina de los complejos de cine instalados en los shoppings y la inauguración de salas como las nuevas de Cinemateca han hecho del cine nacional una mejor experiencia sonora. “Antes cada estreno era un infierno”, recuerda, calificando experiencias vividas en la sala La Linterna Mágica de Cinemateca o el estreno de Whisky, en el Cine Teatro Plaza, como atrocidades. “Era otro momento”, aclara. “Ahora es como la gloria pero hay una paradoja. Todos los equipos suenan mejor, las teles y los teléfonos. Sin embargo, escuchamos cada vez peor”, opina antes de referirse a la comprensión que plataformas como Spotify o Netflix hacen de su música y películas.
Entre sus proyectos futuros más cercanos, se encuentra trabajando en el sonido de una nueva película de Aldo Garay, un largometraje brasileño y un podcast del que prefiere no revelar detalles.
Recientemente, fueron las palabras de Yafalian, y no sus sonidos, los que se hicieron eco dentro del sector audiovisual nacional. Tras conocerse el artículo 388 del proyecto de Ley de Rendición de Cuentas, que propone, entre otras cosas, la creación de una nueva agencia nacional audiovisual y que incluye la derogación de algunos artículos de la Ley de Cine, el realizador escribió un texto en sus redes sociales que fue compartido por varios de sus colegas.
“El proyecto de Ley de Presupuesto propone eliminar al instituto de cine y sustituirlo por una agencia audiovisual. Esta agencia, además, pasa de la órbita del Ministerio de Cultura al Ministerio de Industria. El cine es cultura, el cine es identidad nacional, el séptimo arte se está convirtiendo en soja. Seguro que producir cosas ajenas es lo que mejor le hace a la cultura uruguaya”, publicó.
Semanas después de su publicación, el compositor reafirma lo escrito. “No hay que justificar a la cultura desde lo económico. El cine es importante porque es importante, no porque dé trabajo. Es cultura e identidad. La relevancia cultural de un país no es por lo que consume, sino por lo que produce”.
Ante la definición de un director uruguayo, quien describió a Yafalian como “uno de los mayores cineastas” del país, el realizador se mostró entre orgulloso y reticente al elogio. “No soy autor de ninguna de estas películas. Pero hago cine y entiendo cómo funciona”, dice. “Lo más importante nunca es la música o la fotografía. Lo más importante es trabajar para la película. Y yo trato de ir hacia ello”.