Es una serie de Netflix, y al mismo tiempo un problema a descifrar. O mejor dicho, Cowboy de Copenhagen (Copenhagen Cowboy, 2023) es varios problemas, en particular una larga seguidilla de “¿Qué estoy viendo?” que asaltan al espectador a medida que avanza en los seis capítulos, que se conjugan en uno final: “¿Qué acabo de ver?”. Y a posteriori, tratando de digerir la experiencia: “¿Lo que acabo de ver es bueno o malo?”. Y sumando a la confusión: “¿Puedo recomendar esto; lo puedo defenestrar?”.
Y bueno, así es el mundo de Nicolas Winding Refn, que con esta serie regresa a su Dinamarca natal para contarnos (o no) los entresijos de la, al menos eso dice él, nutrida, violenta y multicultural vida criminal del país, y su sustrato sobrenatural.
El rostro impenetrable
Tratando de explicar la trama: Miu (Angela Bundalovic) es una joven diminuta, casi una adolescente, de rostro impávido y corte de pelo un poco más rebajado que el de Agnès Varda. En el primer capítulo es comprada como amuleto de la suerte por una señora albana de lo más desagradable. Resulta que la señora albana tiene un hermano igualmente desagradable o peor, capitoste de la mafia albana, que regentea un prostíbulo con muchachas secuestradas de procedencia incierta, de Europa del Este sin duda. La señora desagradable pretende quedar embarazada a una edad ya poco recomendable, por eso necesita el amuleto. Su marido, un pobre tipo sometido que no habla, sino que gruñe como un cerdo, resulta ser un violador de jóvenes secuestradas. Todo transcurre en una casona o palacete en medio del bosque. Miu se hace amiga de una de las chicas secuestradas y planean la huida. La chica le da un conjunto deportivo que será su vestimenta por el resto de la serie. Miu se va caminando sin problema, pero su amiga es recogida en la ruta por un sujeto muy turbio cuyo corte de cara lo hace parecer el hermano menor de Mads Mikkelsen. En una escena justo al inicio del capítulo ya vimos que el joven turbio asesina a la amiga de Miu en un criadero de chanchos. Los chanchos son sumamente importantes para la trama, al menos hasta el capítulo tres o cuatro. Luego desaparecen.
Miu espera a su amiga donde quedaron, en una cafetería de ruta en mitad de la nada. Como no llega vuelve imperturbable al palacete, caminando con las manos en el bolsillo de la campera deportiva como hará durante toda la serie. La señora desagradable trata de estafarla, pierde su embarazo, decide que es un demonio, la manda con el resto de las chicas, Miu apuñala a un albano tirando a grandote, las chicas lo rematan, todas huyen. Miu llega a un lujoso restorán chino en la mitad de la nada. La dueña la adopta luego de que Miu revive a un bebé recién nacido que murió en el parto. La primera noche en lo de la señora china Miu se escapa para vengarse de la señora albana, de manera particularmente encendida.
La señora china es muy amable y está angustiada, tiene una deuda con la mafia china y en particular con su capitoste, que le deja cada tanto cadáveres para que troceé y le dé como alimento a sus cerdos. Miu, imperturbable, intercede. Le cura mágicamente unas migrañas terribles al jefe chino y se compromete a pagar la deuda de la señora china. Recurre a un abogado que conoce de antes, que vive en su lujoso despacho en medio de la ciudad y que tiene vínculos con la mafia rusa y la mafia (por fin) local. Miu es puesta en manos de un cargo medio para que la entrene, trabaja imperturbablemente entregando droga y nos enteramos de que es una maestra en artes marciales mixtas o algo similar. Así van las cosas hasta que su mentor es asesinado en un tiroteo, parte de una guerra entre pandillas en curso (“La ciudad está en llamas”, aseguran varios personajes, pero hay que decir que realmente no lo parece). El tiroteo termina con cinco o seis muertos en un parque danés donde seguramente nunca antes pasó nada más violento que dos perros atados gruñéndose con desconfianza.
Mientras tanto nos enteramos de que el asesino del principio es en realidad una especie de vampiro que vive en un palacio en medio de la nada con su madre, su padre obsesionado con su pene (lo considera “un referente cultural”) y su hermana muerta (o no) en un ataúd del sótano. Son los dueños del criadero de chanchos. Entonces…
En fin, todo esto cuenta mucho pero no explica nada. Las rarezas siguen acumulándose a un ritmo tan imperturbable e inexpresivo como el rostro de Miu, de quien no llegamos a saber si es un ser sobrenatural, o al menos de qué tipo, porque normal seguro que no es. De hecho de qué va la serie es tan difícil de resumir que la frase promocional utilizada tanto en Netflix como en otros sitios (“En busca de justicia y venganza, se encuentra con su némesis, Rakel, mientras se embarca en una odisea a través de lo natural y lo sobrenatural. El pasado finalmente transforma y define su futuro, cuando las dos mujeres descubren que no están solas, son muchas.”) en realidad lo que hace es describir los últimos diez minutos del capítulo final, salvo una escena por la que nos enteramos de que el abogado entiende japonés y que en alguna parte hay gigantes. El resto, hay que verlo.
I’m just a neon boy
Nicolas Winding Refn es un tipo de preferencias claras. Se hizo conocido desde su país natal con una trilogía de películas violentas sobre un vendedor de drogas (Pusher, Pusher II y III, de 1996, 2004 y 2005 respectivamente). Luego saltó al Reino Unido donde dirigió Bronson (2008) sobre un convicto violento que pasa 30 años en confinamiento solitario y cuya personalidad es suplantada por otra, que se llama Charles Bronson. En 2009 dirige Valhalla Rising, que perfectamente podría titularse “Vikingos en la niebla”, en la cual, en el año 1000, un esclavo vikingo violento (Mads Mikkelsen, casualmente) se libera, se embarca rumbo a las cruzadas, pasan cosas y termina en Norteamérica entre nativos. Tal vez su mejor película junto con la siguiente, Drive (2011, con Ryan Gosling), adaptación de una novela negra de James Sallis sobre un conductor de riesgo de Hollywood y sus vínculos con el submundo criminal. Ese fue su salto a la industria estadounidense, al que siguieron Only God Forgives (2013, también con Gosling) sobre el submundo criminal de Bangkok, The Neon Demon (2016, con Elle Fanning) sobre el submundo de la moda en Los Ángeles, y la miniserie Too Old to Die Young (2019) sobre un detective que cae en una espiral de violencia en el submundo criminal de Los Ángeles. Y luego volvió a su tierra natal para mezclar múltiples mafias, seres sobrenaturales y tramas cuestionables en Cowboy de Copenhagen, título bastante espantoso, inexplicable e inexplicado.
Si alguien vio todas las películas de Windin Refn (o NWR como firma esta serie, con letras que parecen tubos de neón) no le van a quedar dudas sobre sus intereses principales: los submundos criminales, la violencia, los personajes que se cuestionan y la estética, siempre la estética. NWR es un preciosista de la imagen. De esas obsesiones, tres están claramente presentes en Cowboy de Copenhagen, no así la indagatoria íntima del personaje. Miu es un vacío, un rostro inconmovible que no parece ocultar nada debajo, salvo la imparable decisión de vengarse cuando decide que algo es vengable. El ritmo de la serie es inestable, funciona en base a secuencias largas que mientras menos diálogos tienen, mejores son. La imagen es preciosista, como no podía ser de otra manera, pero confusa. Hay un abuso de tomas que giran 360 grados (a veces más), como si al director le diera pereza cortar, reacomodar la cámara y filmar otro ángulo.
Let there be light
Pero resulta que, y tal vez en esto haya alguna pista, el auténtico protagonista de la serie es la luz. Ya se sabe por su obra previa que el director ama jugar con la luz, particularmente con la de los tubos de neón de colores, y en este caso se da el gusto de llevarla a la primera fila. Cada escena, cada toma de la serie, está definida por la luz. Los exteriores diurnos son los mínimos, y transcurren bajo cielos nublados, oscuros, que evitan que la luz solar moleste más de lo imprescindible. Si hay neblina, mejor. Los interiores diurnos usan todo lo posible la misma luz exterior filtrada que entra por las ventanas, y la complementan con fuentes mínimas o directamente invisibles. Y de noche, ah, de noche…
No es peyorativa la afirmación de que a NWR le apasiona la luz de neón. En esta serie, en cada espacio donde puede estar, está. Ya sea la luz plana de la cafetería donde Miu espera a su amiga, los carteles publicitarios en el exterior e interior del restorán chino o la explosión de colores, mayormente rojo y azul, que empapan el prostíbulo albano (incluyendo, de modo poco convincente, el camerino donde las chicas se supone que deben maquillarse bajo luces de colores) o la guarida de los mafiosos chinos. Tan saturada y fantasmagórica es la luz que por momentos parece que se está viendo algún film vanguardista de los 60 o 70. El neón en todo su esplendor, cobrando la relevancia de un protagonista más.
En resumen, la serie es bastante difícil de aprehender, no digamos ya de evaluar o recomendar. Claramente tiene una pata en cierto surrealismo fílmico que la emparenta con la obra de David Lynch, conformando una especie de género eurolynchiano. Es bastante probable que a los admiradores del estadounidense les agrade Cowboy de Copenhagen, a pesar de su ritmo dislocado, sus personajes de faceta única y sus digresiones. Pero hasta ese posible público puede sentirse incómodo con los excesos e indulgencias que NWR se permite en la serie, como reafirmando a cada paso “es MI serie y hago lo que quiero”. Cerca del final Miu se enfrenta con Chiang (Jason Hendil-Forssell), el jefe chino, en un perfectamente coreografiado combate de artes marciales, bañado por luces de colores, el jefe con un impecable traje satinado blanco, Miu con su eterno (y resistente) conjunto deportivo. En determinado momento quedan enfrentados, impávidos. En la pared del fondo hay unas decoraciones de (obvio) tubos de neón. Por un momento la cabeza de Miu aparece rodeada por un círculo luminoso, como el halo de un ángel.
Lynch jamás se hubiera permitido ese facilismo.