En la década de los 80 el cómic alcanzó la madurez. Dejó de ser un (supuestamente) ámbito de historias infantiles e ilustraciones torpes para volverse un arte con todas las letras, una forma narrativa compleja y adulta.
En la década de los 80 el cómic alcanzó la madurez. Dejó de ser un (supuestamente) ámbito de historias infantiles e ilustraciones torpes para volverse un arte con todas las letras, una forma narrativa compleja y adulta.
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáTres nombres se mencionan frecuentemente respecto a ese salto cuántico: Frank Miller, Alan Moore y Neil Gaiman. Hubo otros, claro, y no fue un salto tan inesperado ni tan abrupto. Pero estos tres sujetos sí llevaron la historieta a su siguiente etapa, y desde dentro de una de sus factorías más venerables y, hasta poco antes, agotada: DC Comics, el hogar de Batman, Superman y la Mujer Maravilla (y de Beppo, el mono de Kryptón).
Miller revolucionó la historieta de superhéroes en 1986 con The Dark Knight Returns, un extenso, complejo y crepuscular relato de las últimas andanzas de Batman. Luego decidió que no eran las últimas, pero esa es otra y triste historia. El mismo año, Moore dinamitó el género con Watchmen, creando su propio universo cerrado con superhéroes falibles, problemas reales y villanos inesperados. Hace unos años la DC decidió que este universo de Moore (que ya hacía décadas que había renegado de todo el asunto) era parte de su propio multiverso, pero esa es otra y triste historia.
Lo de Gaiman fue más complejo. En 1988 le ofreció a la DC revivir un personaje clásico olvidado, un tipo de gabardina, máscara antigás y una pistola de gas somnífero. A partir de esa idea fueron pasando cosas, y el resultado fue más complicado. El Sandman/Morfeo/Sueño de Gaiman no es exactamente un dios, sino la personificación del sueño mismo. Es parte de una familia de siete hermanos, los Eternos, cada uno de los cuales es una característica intrínseca de todo ser humano: aparte de él mismo, Sueño, ellos son Destino, Delirio, Deseo, Desesperación, Destrucción y Muerte. En inglés todos tienen nombres que empiezan con D (Sueño: Dream, Muerte: Death), cosa imposible de traducir. La historieta fue un éxito, y se publicó en 75 números entre 1988 y 1996, separados en 10 bloques o arcos narrativos, aunque un par de ellos son recopilaciones de historias tangenciales, en algunas de las cuales Sueño apenas aparece. Luego se sumaron agregados, preludios, spin-offs y chucherías, algunos guionados por Gaiman, la mayoría no.
La historia comienza con Sueño atrapado por un mago inglés, tópicamente mencionado como “rival de Aleisteir Crowley”, luego de la Primera Guerra Mundial. El tal mago, bastante chambón al parecer, pretendía capturar a Muerte (Muerte, de paso, alegre y compasiva, es tal vez el mejor personaje de una historia llena de buenos personajes) y terminó con Sueño encerrado durante 70 años en una pecera mágica. Crowley lo hubiera hecho mejor.
Eventualmente, Sueño se escapa, se venga y regresa a su reino (cada uno de los Eternos tiene el suyo) para encontrarlo en ruinas y vacío. Su reino es parte de sí mismo, y en su ausencia se vino abajo y sus habitantes, sueños y pesadillas, salieron a ver qué tal. Descubre que tres de sus creaciones principales (pues eso son los sueños) no pretenden volver y sale a buscarlos. En medio descubre la existencia de un Vórtice, un humano que es un peligro tanto para el sueño como para la vigilia, y también debe ocuparse de ese asunto. Recupera el control de su reino, pero se mete en otros líos, surgen problemas familiares, en un confuso incidente termina como propietario de la llave del infierno y, en fin, pasan cosas. Muchas. La saga completa en definitiva es el complejo relato de la caída de Sueño, y no es una infidencia contarlo si se toma en cuenta que el último arco se titula El velorio.
Mientras que Miller y Moore seguían aferrados a la tradición del cómic de superhéroes, aunque lo revolucionaran, Gaiman sí que se disparó hacia la estratósfera. Cada uno de los 75 números de su obra es un florilegio de citas, referencias, apariciones, reescrituras, menciones, alusiones y versiones de la historia, la literatura y la mitología. Hay una biblioteca entera comprimida en los tomos de The Sandman y una insólitamente grande, que va desde Shakespeare (como personaje, con sus personajes y hasta con sus obras) hasta Batman.
Gaiman se reveló como una máquina de citar imparable, incluso superando el trabajo posterior de Alan Moore, otro maestro del pastiche. No solo el periplo de Sueño está repleto de personajes y situaciones externas, sino que se intercalan segmentos protagonizados por personajes secundarios que tienen sus propios arcos o historias independientes (una premiada sobre Sueño de una noche de verano de Shakespeare, otras protagonizadas por Orfeo o Harun Al-Rashid) en las que Sueño apenas asoma. El conjunto resultante es torrencial, falsamente divergente pero en realidad sólido y controlado. Hay una historia que se cuenta con pulso firme y que sobrevive clara y directa debajo de un tsunami de fuegos de artificio y ensayos de orquesta. The Sandman es, indudablemente, una de las cumbres de su género.
Y a la hora de llevarla al audiovisual, en esta época en que desesperadamente cualquier cosa se lleva al audiovisual como sea y en las condiciones que sea, esa misma torrencialidad resultó el principal obstáculo. De una forma u otra los trabajos de sus compañeros de generación terminaron siendo películas o algo así. The Dark Knight Returns no fue adaptada literalmente (salvo en dibujos animados, sin pena ni gloria) pero hay mucho del Batman de Miller en Batman vs. Superman: Dawn of Justice (Zack Snyder, 2016). De hecho, el enfrentamiento entre ambos portadores de capas está sacado de la historieta. En cuanto a Watchmen se estrenó en 2006 (también dirigida por Snyder) y aunque fue casi completamente fiel al original a Moore no le gustó. Cosa que no debe sorprender, por lo general a Moore no le gusta nada.
La suerte cinematográfica de la obra de Gaiman es diversa. Luego de The Sandman su trabajo en cómics fue disperso y sin ninguna obra del mismo peso ni complejidad. Se dedicó más a la literatura tradicional, cuentos y novelas, y varias de ellas fueron adaptadas a cine o televisión. En 1996 escribió el guion de Neverwhere, una serie situada en un Londres subterráneo y fantasmal que pese a ser filmada con el equivalente al costo del catering de una serie actual resultó, gracias al oficio de la BBC, un producto entretenido y agradable. Gaiman de inmediato convirtió el guion en novela. En 2005 se estrenó MirrorMask, basada en un cuento escrito a medias con su compinche Dave McKean, responsable de las fabulosas tapas de todos los números de The Sandman y director de esta película. Visualmente, maravillosa.
También maravillosa visualmente es Stardust (2006, dir. de Matthew Vaughn) basada en la novela de Gaiman, aunque no particularmente memorable. De nuevo maravillosa, y más memorable, es Coraline (2009, dir. de Henry Selick), película en stop-motion basada en su novela infantil. La catástrofe llegó en 2017 cuando Starz estrenó American Gods, una destrucción alevosa y cruenta de su novela de 2001, su trabajo literario más ambicioso desde The Sandman. American Gods se arrastró durante tres inexplicables y dolorosas temporadas hasta su cancelación definitiva. Prueba de su infamia es que recibió un premio Emmy… a la mejor secuencia de títulos. Mucho más agradable resultó la adaptación hecha en 2019 por Amazon y BBC de Good Omens, una novela de fantasía y comedia que escribiera a cuatro manos en 1990 con Terry Prachett.
Estos antecedentes dejan algo en claro: el trabajo de Gaiman, falsamente ligero, recargado y complejo en el fondo, no es sencillo de adaptar. ¿Cómo llevar a la pantalla entonces The Sandman, su desmesurada obra cumbre?
Y de alguna manera poco clara, Netflix, que no es famosa precisamente por su sutileza y su habilidad al adaptar material, encontró la respuesta: procediendo como quien cultiva un bonsái, prestando atención absoluta a cada pequeña hoja que se poda y sobre todo a cada hoja que se mantiene.
La primera temporada de The Sandman sigue los arcos 1 y 2 del cómic, Preludios y nocturnos y La casa de muñecas. Luego se agregó un “capítulo extra” que incluye dos de las historias breves, El sueño de un millar de gatos y Calíope. El guion es impecable, sumamente fiel al original, con el propio Gaiman reservándose la aprobación de los cambios a realizar. El primero fue la época en que transcurre la historia: en el cómic, Sueño se libera a fines de los 80. Para evitar ambientar toda la serie en otra época era necesario llevar esa fecha al menos 30 años al futuro. Superfácil, apenas un inconveniente: en lugar de 70 años, Sueño está preso 100. Bienvenido al siglo XXI.
Otras variantes fueron aplicadas a personajes secundarios. Por cuestiones de diversidad algunos cambiaron de género o raza, sin alterar nada de sus funciones en la historia. Uno de los cambios más chocantes fue el de John Constantine, un personaje sumamente conocido en el mundo del cómic, que ha tenido su película y sus series propias, y que aquí se transforma en Johanna Constantine. Puede parecer una movida torpe que apunte a una mayor presencia femenina en la galería de personajes, aunque no sería muy necesario, pero en realidad el motivo es otro: se buscó alejar la serie de los lazos con el Universo DC que tiene la historieta. O sea, si la producción continúa, no hay esperanzas de ver asomar las orejitas de Batman.
La historieta original, más que el promedio del género, tenía algo de episódico, fragmentado, incluso dentro de cada uno de sus arcos. Abundaban las digresiones, los flashbacks, las historias paralelas. Mediante cuidadosos recortes se mantuvieron las esenciales, aprovechando el formato en capítulos. Una película no hubiera podido acomodar en una misma línea narrativa con el eje central la horrible noche de John Dee en un restorán o los encuentros cada 100 años de Sueño y el inmortal Hob, su único amigo humano. Aquí tienen sus capítulos, aportan, entregan personajes y situaciones. Tan cuidadosos son el recorte y la reformulación que, aunque faltan cosas (con un material así de frondoso es imposible que no falte), quien haya leído el cómic no va a extrañar nada. Todo lo que importa está.
Con todas sus virtudes, tal vez lo más interesante de la serie para un antiguo lector del cómic sea su gloriosa imagen. The Sandman tiene escenarios de una variedad pasmosa, desde el infierno al hotel medio pelo donde se realiza una convención de asesinos seriales. Cuando se publicó la historieta, allá a principios de los 90, la calidad de la ilustración era, por decirlo suavemente, cuestionable. Incluso se afirmaba que Gaiman exigía que se encargara el trabajo a dibujantes de mitad de tabla hacia abajo, para que lo visual no empañara su historia. Vaya a saber si es cierto, pero en concreto hay arcos enteros de la historieta que tienen dibujos atroces. Y ahora, en plena era del HD, se tiene por primera vez la oportunidad de ver el mundo de Sueño en todo su glorioso esplendor. Historia e imagen, por fin, juntas y a la par. Y a falta de las memorables tapas de McKean hay hermosas secuencias de créditos finales, obra suya.