—Estamos en un momento donde la estabilidad de las formas de integración se pone en cuestión, están cambiando de manera rápida familia, religión, estado, política. La cultura del trabajo, tanto para el socialismo, el capitalismo y la religión católica, es lo que configura el sentido de cómo el ser humano se va a desarrollar en la sociedad. Lo que estamos viviendo pone bajo sospecha todo esto. Lo tecnológico generó esta idea de que espacio y tiempo ya no son un proceso, una acumulación, y entonces el instante produce e impacta de manera determinante en la comunidad humana. A esto se suma el imaginario que presenta la tecnología, que está produciendo la idea de que nos desarrollamos, nos identificamos en la virtualidad y no en la realidad natural, en la realidad social, en la realidad política.
El ser humano se encuentra en el dilema en este momento de aprender a gestionar la incertidumbre o caer en idea de que el cambio civilizatorio es el apocalipsis. ¿Cuál es la reacción ante el apocalipsis? Decir que es inevitable y entonces un conjunto de sectores de la sociedad con poder ya no se autoidentifican con una unidad nacional o cultural, sino solo con un sector mínimo. Y las grandes masas, ante el miedo de lo que esto provoca, buscan lo que se llaman las verdades absolutas, y de ahí uno ve resurgir el fundamentalismo religioso, o los mecanismos de desaparición de la capacidad crítica a través del consumo, o del aspecto tecnológico que le permite al ser humano sentirse parte de una masa indiferenciada.
—¿Hay algo positivo en todo esto?
—Es cierto que estamos viviendo transformaciones muy fuertes, pero esas transformaciones generan no solo peligros, dificultades y preocupaciones, sino también múltiples oportunidades.
—Si la lectura es que predomina el caos y se viene el apocalipsis, lo mejor es no salir de la casa…
—Claro. Y es un problema. La dependencia brutal a lo virtual de los adolescentes tiene que ver con esto. Su vínculo con la realidad no pasa por los otros y la naturaleza, sino mediados por la naturaleza. El peligro es que se elimine el cara a cara y entonces se generen fenómenos de miedo y de autorreferenciación. Los estudiantes de la Universidad Católica te dicen: “yo no cruzo la calle si no viene mi padre con el auto”. Bueno, algo está pasando, ¿no? Hay nuevas subjetividades que hay que empezar a analizar. Las nuevas subjetividades no pueden ser quedar atrapados en un pasado que se quiere sostener, porque es inevitable que va a desaparecer; y si se quiere situar la subjetividad en el miedo a un mundo que va a venir, entonces el peligro es de no abrirse a las oportunidades.
Creo que hay que volver a los dos o tres principios fundamentales que planteó la Revolución francesa y que son parte de la modernidad. La libertad la estamos entendiendo, básicamente, como un problema de la iniciativa de algunos individuos, la estamos entendiendo como la garantía que el Estado le da a algunas personas, o la estamos entendiendo como la responsabilización de las personas para poder crearse como seres humanos. ¿Podemos retomar la utopía de la libertad como el dilema de tomar opciones que no están direccionadas ni por la sociedad, ni por la tradición, ni por la cultura, ni por la política? O sea, que es capaz el ser humano de hacerse cargo de la toma de decisiones, darle las condiciones para desarrollar esa libertad con capacidad de innovar y crear. Ahí pegamos un giro en relación con el siglo XX. Si el siglo XX fue “el mercado es el que me garantiza el ejercicio de la libertad o el Estado es el que me garantiza el ejercicio de la libertad”, creo que el gran giro es recomponer la capacidad de que la sociedad y sus individuos son los que deben garantizar el ejercicio de la libertad.
—¿Cómo se consigue?
—Eso pasa por un cambio cultural. Los cambios tecnológicos, los cambios políticos están mostrando que se están desparramando los sistemas basados solamente en la estructura de mercado o solamente en las garantías del Estado. Hay que repensar cómo se revinculan economía, política y sociedad. Si la humanidad ha llegado a un nivel de producción material que puede dar desarrollo a muchos más habitantes de los que tiene el planeta, repensar ese capital no solo al mercado o al Estado, sino en relación con las personas. ¿Por qué no pensar invertir ese capital que se ha acumulado a nivel global, salirnos de que lo maneja el Estado o el mercado, al hecho de que posibilite a las personas en la sociedad?
La solución no se resuelve solo por reforzar los mecanismo del mercado ni los del Estado, sino que pasa por recentrar a la sociedad en su capacidad, que genere el imaginario de que somos parte de un ser social. Ese imaginario en el siglo XVII Rousseau lo pensó en la educación para todos, la Revolución francesa en el ser ciudadanos, el liberalismo lo pensó como el derecho de todos los individuos y el socialismo lo pensó como la igualdad de todos los individuos. Es necesario hoy un nuevo imaginario, un nuevo paradigma que permita dar una continentación en la cual todos se puedan sentir parte.
—¿Es ahí donde entra su idea de que Uruguay incorpore la renta básica universal?
—El fundamento es que si todas las personas tenemos derecho a elegir quiénes nos gobiernan, todos deberíamos tener derecho a un monto de riqueza que dé capacidad al ciudadano no solo de tomar iniciativa, sino también de ser innovador y creativo. La gran crítica que hay es que si yo le transfiero a alguien un monto incondicional, lo primero que va a hacer es gastárselo en lo que desea. Pero en realidad eso se lo puedo cuestionar al propio sistema de cultura del trabajo, que hoy está muriendo en su lógica de ahorro en inversión y solo está vinculada al consumo. El hecho de que la gente trabaje no te asegura que tenga una cultura del ahorro y la inversión. De la misma manera, que yo le transfiera un monto incondicional a alguien no necesariamente implicará que lo va a utilizar en algo que no lo va a beneficiar.
—Alguien que lo escucha plantear eso puede pensar que usted vive en otra realidad y que hoy hay otros problemas para discutir.
—En otro planeta. Pero no lo estoy planteando para el hoy. El gobierno tiene ya definido un conjunto de objetivos, lo que queda claro es la importancia de mirar más allá, tener miradas prospectivas. Si es en el 2020, 2030 o 2050, no importa.
—¿Cómo se instrumenta? ¿Quién pone el dinero?
—¿Quién pone la plata hoy para los derechos sociales?¿Quién pone la plata hoy para la inversión en conocimiento?
—¿Los que van a leer su propuesta y decir que les quiere sacar más dinero?
—No pasa por sumar más impuestos, pero sí pasa por el sistema impositivo. Capaz que pasa por redefinir algunos impuestos, redefinir la relación entre capital y trabajo, entre Estado y mercado. Si hoy por hoy tenemos todos claro que la inversión en los dos primeros años de vida es sustantiva para el desarrollo de las personas, una renta básica generaría mejores condiciones para menor gasto en temas problemáticos como es la seguridad. En última instancia voy a estar anticipándome, siendo preventivo. ¿Sumo plata? No, en todo caso lo primario será repensar la misma plata que se tiene en función de generar condiciones de ciudadanía. Estamos hablando de que una renta básica es básica, ni media ni alta. Me da las condiciones para no ser excluido.
—¿Es viable en Uruguay?
—La renta básica entra en sociedades altamente desiguales como un tema de estabilidad económico-social y de punto de partida para procesar las transformaciones hacia sociedades más igualitarias. En las sociedades igualitarias como las europeas entra como un mecanismo de reformulación del Estado de bienestar, para superar su burocratización.
—Su propuesta llega en momentos en que las transferencias económicas que otorga el Ministerio de Desarrollo Social son cuestionadas. ¿No espera la misma reacción contraria?
—Hay transferencias de distintos tipos a todos los sectores sociales, la pregunta es qué generan esas transferencias. No solo se transfiere a los pobres, sino a productores e innovadores. Hay que estudiar si esas transferencias generan resultados. La transferencia para que estudiantes de sectores populares fueran al liceo, como ocurrió en Tala cuyos alumnos ganaron el concurso de la NASA, demuestra que sí pueden generar esas cosas.
Pero, además, hay que ver si esas transferencias no favorecen también a otros sectores. No cabe duda de que la generación de capital en Uruguay está ligada a determinados sectores de manera más dinámica, pero también a una estructura social que lo posibilita. Por algo cuando vienen los inversores valoran que hay una estructura jurídica y cultura del trabajo. Si tengo que se reproducen las clases bajas y no las medias, a mediano y largo plazo la fuerza de trabajo va a salir de estos sectores bajos; por tanto, por decirlo de algún modo, que yo les transfiera valor implica mantener ese valor que ven los inversores extranjeros.
—¿Comparte la idea la ministra Marina Arismendi de eliminar las contrapartidas exigidas a cambio de las contraprestaciones?
—Las transferencias condicionadas hoy son un mecanismo que puede ser perverso en algunos sectores, porque quedan atrapados en la adquisición de la transferencia y no en los mecanismos para desencadenar capacidades y poder engancharse de otra manera en el sistema. Además, se genera una burocracia impresionante para que yo controle lo que transfiero. Genero mecanismos de dependencia mayor con las transferencias condicionadas porque no dejo abierto para que la persona tome decisiones más libres. En cambio, si considero que todos pueden ser libres, la renta básica —que es tener resuelto lo básico— permitiría provocar un ascenso social.
—¿No se supone que las transferencias eran condicionadas a mecanismos de inclusión social y de institucionalización tradicional?
—Lo que se instaló acá son las transferencias condicionadas porque está la sospecha, sobre todo en la estructura política y en los sectores medios y altos, de que los pobres no utilizarían los recursos en lo que los tienen que usar porque los incentivos del mercado son para el consumo.
—Usted dice que el mercado da incentivos para consumir. ¿Están dadas las condiciones para dar renta básica universal?
— En el contexto actual, implementarla podría ser un problema porque hay una cantidad de factores que hay que transformar. No cabe la menor duda de que el cambio cultural no pasa solo por la política pública que haga una transferencia no condicionada, sino que presupone un reformular las políticas de integración social. La transición podrá suponer mantener la condicionalidad de la educación y la salud, pero que el monto económico sea suficiente para que la persona pueda generar la capacidad de lo que puede hacer y que esto lo lleve a buscar una renta media.
Esto es seguir el proceso de la modernidad, que dice que las personas, se pueden responsabilizar de su toma de decisiones y lo deben hacer en relación con otros, para lo cual la sociedad debe generar los incentivos para que eso se realice. Claro, si el incentivo es la boca de pasta base o los championes más nuevos… Finlandia está implementando la renta básica en algunos sectores y le está funcionando, pero ya tiene una transformación cultural que eliminó esos incentivos que generan que rápidamente ese monto se iría a la desintegración social. Teniendo las prevenciones necesarias de que no debería ir ese monto a la fragmentación social, hay que creer más en la libertad de las personas. A mí me tienen impresionado los liberales que desconfían de la libertad. A esto también se oponen mucho algunos sectores de izquierda que creen que solo la cultura del trabajo es la que incluye.
—¿El mundo no va para el lado contrario al que usted plantea?
—Totalmente de acuerdo. La ministra de Desarrollo Social es muy consciente de que estamos en un techo en los mecanismos de intervención social y que es pertinente redefinirlos. Lo que me parece ilógico es que me quede encerrado en un sistema que se autorreproduce generando mecanismos de dependencia y exclusión. No podemos estar pensando hoy en la viabilidad de la economía, de la política y de la sociedad solo con los mecanismos reproductores o de estabilidad que tenemos. Es real, se está yendo para el otro lado. Lo importante es que comencemos a discutir cómo imaginamos que las cosas pueden ser distintas, por más que naturalmente pareciera que se va en un sentido contrario.