En segundo año de escuela una maestra la ubicó frente a sus compañeros de clase y, mientras le revolvía el pelo, dijo en tono docente: “Carmen es muy buena, pero la cabeza no le da”. Pudo haber terminado creyendo eso, que no valía. No lo hizo. “Voy a la cantera (de basura) y encuentro comida, y sé muy bien cuánto vale el kilo de plástico, las botellas de vidrio, el hierro…”, pensaba la entonces alumna Carmen Albana Sanz, y entonces se convencía de que no era tonta.
Al mismo tiempo impulsa un anteproyecto de ley —redactado junto con el jurista y ministro del Tribunal de Apelaciones Edgardo Eklin— para incluir en la malla curricular programas de educación emocional, y tiene el respaldo de todo el arco político.
Lo que sigue es un resumen de la entrevista de Sanz con Búsqueda.
—¿Por qué importa “educar las emociones”?
—Educar las emociones es fundamental en todos los contextos porque si estamos emocionalmente estables, podemos aprender en mejores condiciones. No es que sin emociones no podemos aprender, porque también se puede aprender de memoria. Pero las emociones hacen que los aprendizajes se vayan “enganchando al cerebro”. La investigadora Begoña Ibarrola, de la Universidad de Barcelona, dice que las emociones en el aprendizaje son “el pegamento”, lo que hace que el conocimiento sea significativo para el alumno. Y algo más: las emociones hacen que los niños se sientan vinculados al ámbito educativo. Una mirada del educador, apreciativa o despreciativa, influye en la capacidad de aprendizaje. El bienestar emocional es fundamental porque va de la mano del desarrollo integral de los niños. El interés no surge solamente desde el sentido común, sino de las nuevas corrientes de pensamiento, de la neurociencia y los aportes de investigaciones en todo el mundo, que muestran que la educación emocional reduce los factores de riesgo social.
—¿A qué se refiere concretamente?
—A que previene violencias, la falta de respeto, el bullying, el ciberbullying, la depresión, la ansiedad, el coqueteo con sustancias nocivas, los embarazos adolescentes, las conductas autolesivas, el suicidio... Todos aquellos comportamientos que en el fondo obedecen a una mala gestión emocional pueden prevenirse. Por eso la educación emocional es una acción continua y sistemática que introducida en la currícula escolar desarrolla competencias o habilidades con resultados desde la primera infancia. No es necesario irse tan lejos. Hay una escuela en el barrio Casavalle, la 350, donde hace dos años se está aplicando educación emocional y es un oasis en medio de una zona sumamente vulnerable. Ni en Barcelona vemos esos resultados. Por eso Uruguay debe formar a sus docentes a “educar las emociones” desde la niñez para prevenir la deserción del sistema y estas conductas de riesgo social.
—Hoy el sistema educativo uruguayo debate el cambio de contenidos curriculares. ¿Qué responde a quienes dicen que se deben priorizar las áreas científicas e intelectuales, en vez de dedicar tiempo lectivo a enseñar las llamadas “habilidades blandas”?
—Las emociones recorren toda nuestra vida. La educación emocional es transversal, atraviesa el currículo del alumno y, como actividad pedagógica, es un predictor muy importante del éxito en la vida académica y del bienestar psicológico general. Es tan importante que no se puede banalizar. La comunidad de Canarias ha sido la primera en toda España que aplicó como ley la asignatura Educación Socioemocional, bajó la deserción y mejoró los resultados. Puedes encontrar algún educador que diga que hace años lo hace, y está muy bien. El tema está en que los niños que pasan por esa escuela y con ese maestro tienen esa posibilidad. Pero hay otros tantos que no. De ahí la necesidad de institucionalizar el programa en todo el sistema.
—Hay quienes también sostienen que aprender a gestionar las emociones debería enseñarse en casa, no en el aula…
—Hoy ha cambiado la institución familiar, y no todas las familias tienen esa posibilidad. Hay familias que no le pueden explicar estas cosas al niño y eso muchas veces da lugar a conflictos dentro del aula. Hay niños de hogares, como en el que yo me crie, donde no hay nadie que te diga cómo tienes que actuar y tú vas aprendiendo del medio en el que te crías. Si el medio es violento, tú eres violento. En contextos más carenciados el mejor espejo en el que pueden reflejarse los niños es en el maestro, y el lugar más seguro para ellos es la escuela. Por eso, donde no existe la familia ha de existir la escuela.
—¿Cómo “se educan” las emociones en la escuela?
—Las emociones se identifican y se regulan en la escuela. Tú estás enojado con un compañero de clase que te quitó algo o te empujó. Esa es una emoción: tienes bronca, rabia. Eso no es malo. Legitimamos esa emoción. El problema es cuando el enfado se convierte en violencia porque no somos capaces de regular esa emoción. Es tan fácil como enseñar estructuras de pensamiento donde primero has de parar, luego pensar y luego actuar. Seguramente esto hará que ese niño ya no dé el puñetazo. Si uno está equilibrado emocionalmente, eso hace que la inteligencia emocional madure y también se potencien los niveles de estudio. Porque lo emocional repercute en los resultados académicos.
—¿Quiere decir que la educación emocional genera inteligencia emocional y eso potencia la competencia cognitiva?
—La finalidad de la educación es el desarrollo integral del alumno. Si el alumno está emocionalmente estable podrá aprender mejor. Por eso los aprendizajes hoy son competenciales. En un mundo cada vez más robotizado, qué importante es que podamos relacionarnos desde el respeto, la tolerancia, desde el ser más humanos. Trabajar el aspecto emocional ayuda al desarrollo de otras potencialidades como la creatividad, la curiosidad... Hay una cantidad de alumnos apáticos, a los que nada les motiva. No hablamos de inteligencia emocional, porque está más unida a la psicología. Hablamos de educación emocional, porque todos podemos ser educados en las emociones y es un concepto mucho más pedagógico y amplio.
—¿En qué consiste su propuesta? ¿Plantea una asignatura específica o que integre un programa transversal?
—Perfectamente pueden coexistir ambas modalidades. En España hay comunidades que dedican una hora y media al mes a lo socioemocional. Los niños tienen clase con objetivos, actividades y evaluaciones. Esto se puede empezar a trabajar desde los tres años. Si durante cinco minutos trabajamos en cómo nos sentimos y una vez al mes trabajamos una competencia emocional, vamos a lograr resultados visibles en medio año. Primero se evalúa las condiciones de los alumnos en cinco competencias: identificación y regulación de las emociones, autonomía emocional, habilidades sociales, habilidades para la vida y el bienestar. Lo importante es que todos los días se dé un espacio para ver cómo están. ¿Por qué? Porque hay muchos niños que están perdiendo la vida por falta de sentido, que vienen de casa cargados con una mochila pesada: los padres se pelean, un hermano preso, una abuela enferma. Es importante tener un espacio en la clase donde puedan hablar de eso.
—¿Eso no es “psicologizar” a los niños?
—No. Los maestros son maestros, no psicólogos. No se hace terapia en clase. Es una actividad pedagógica. Es como cuando das una clase de matemáticas: planificas, estudias, buscas material. En inicial y primaria trabajamos la identificación de las emociones para tomar conciencia y regularlas. En secundaria agregamos habilidades emocionales como la autoestima. Es un nuevo paradigma competencial, de habilidades personales. Trabajamos la competencia humana, aquello que ayuda a vincularte con el otro.
Foto: Javier Calvelo / adhocFOTOS
—¿A qué apunta el anteproyecto a estudio de las comisiones de Educación y Cultura del Parlamento?
—Es una manera de legitimar esta acción educativa. Queremos incluir en la Ley General de Educación aspectos orientativos para una educación emocional que creen un clima emocional y social propicio para el aprendizaje. Se trata de introducir la palabra emocional en algunos artículos sobre normas que refieren a los fines de la educación. El anteproyecto no tiene coste para las arcas públicas. Pero avanza lento.
—¿Por qué?
—Yo estuve hablando con el presidente Lacalle durante tres horas de estos temas. Hay una apertura muy buena por parte de este gobierno y también de la oposición. Creo que la resistencia está en la falta de información a nivel político y de formación docente.
—¿Esto implica que el docente pase a desempeñarse como coach emocional? ¿No se sobrecarga de tareas al educador?
—No es una carga adicional para el docente, es una responsabilidad para el país. Hoy siete de cada 10 niños de contexto crítico no comprenden el mensaje de un texto; tampoco tres de cada 10 niños en contexto favorable. ¿Por qué? Son los propios educadores los que se dan cuenta de que esto es importante. Las maestras ven necesario tener herramientas para hacer frente a muchos niveles de agresividad que ven en el aula. No quiere decir que los docentes se transformen en psicólogos ni en entrenadores. Es prevenir comportamientos que se dan a la hora del recreo, en los pasillos, en el comedor o a la salida. En Uruguay hemos capacitado a miles de educadores a través de la Universidad de Montevideo, en cursos totalmente gratuitos, con el permiso de la dirección de inicial y primaria. La idea es dar más capacitación y formación académica. En Cuenca Casavalle viven 44.000 personas en un contexto de pobreza o de pobreza crónica. ¿Qué atraviesa por todo esto? La educación, y también la salud mental. ¿A quién no le parecerá formidable que se reduzcan los niveles de repetición, de desvinculación y de riesgo social?
—¿Realmente cree que esos problemas se solucionarán con programas de educación emocional en Uruguay?
—Hace unos años por la zona de Aparicio Saravia y San Martín, por donde yo buscaba comida, un niño de unos 9 años, metido en el mundo de las drogas, mató a un taxista. Yo estaba en Barcelona pensando: “¿cómo puede pasar esto?”. Después me enteré de que el padre había sido alumno mío… Quién sabe a dónde podría haber llegado ese niño si hubiera seguido estudiando, emocionalmente estable. Uruguay nunca ha puesto el foco en lo emocional; sí en lectura, matemática, ciencia, robótica, arte… Hay muchos niños que se están yendo del sistema, y son joyas que perdemos todos: familias, sociedad, país. Les damos boletos, becas, edificios… ¿Qué pasa si no siguen yendo a clase? ¿Por qué no introducimos educación emocional para que se conozcan, aumenten su autoestima y su empatía? No será la panacea de todos los males, pero da resultados. No existe en el mundo una profesión más humanizadora que la educación, que es emocional por naturaleza. Estos programas tienen como objetivo ayudar a mejorar el rendimiento académico de los alumnos y solucionan problemas emergentes, van como apagando fueguitos en la clase. Porque un niño triste o con hambre no puede aprender y nadie se va de un lugar donde se siente querido. Yo crecí prácticamente sola y en una época muy dura. Si en algún momento de nuestra vida algún educador nos hubiese dicho que éramos importantes, quizás la realidad de muchos de nosotros no sería así. Al final todos aprendemos de lo que vivimos, y la educación da oportunidades.
Información Nacional
2022-09-21T19:37:00
2022-09-21T19:37:00