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    Uruguay enfrenta “fricciones” por su transición demográfica

    En muchas empresas hay una “visión casi anticliente” respecto de los adultos mayores, surgió de una investigación que plantea nuevos enfoques de colaboración intergeneracional

    Uno de los “mayores éxitos” logrados como sociedad en las últimas décadas es el aumento de la esperanza de vida al nacer, que entre los uruguayos alcanza a los 78 años. Esa tendencia determina que cada vez hay más generaciones conviviendo en el mismo entorno, a la vez que plantea una serie de “fricciones” que, en diferente medida, afectan a los distintos grupos etarios: el “edadismo”, causado por las nuevas vulnerabilidades, y la “desafección”, así como el desarrollo de soluciones tecnológicas y de otro tipo que no resultan accesibles para todos.

    El caso de Uruguay fue analizado, junto con el de España, México, Colombia y Perú, en el informe titulado Colaboración intergeneracional frente a los retos de la transición demográfica que elaboró el Observatorio de Demografía y Diversidad Generacional de Fundación IE —vinculada a la IE University de España— en colaboración con el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), BID Lab, Mapfre, Plan Mayor y la Fundación Seres. Plantea una aproximación metodológica mixta, combinó el análisis de datos con otro de tipo cualitativo, a partir de la mirada de 84 expertos de los cinco países, que participaron en nueve grupos focales.

    Desde una perspectiva demográfica, el informe describe a Uruguay con una población “algo más envejecida” que la de los demás países analizados de la región: los mayores de 65 años son el 15,1% de los habitantes.

    “Un primer elemento importante para comprender la situación desde la que cada país asume el reto de la transición demográfica y que afecta, por tanto, a la realidad intergeneracional es la riqueza” de sus economías. En cuanto al desempeño económico general, los cinco países dibujan curvas de evolución de su Producto Bruto Interno (PBI) per cápita similares, aunque los valores son muy distintos. El país con el PBI per cápita más alto en 2020 fue España, seguido por Uruguay; Colombia tenía el menor, casi a la par que Perú.

    El estudio también constató una gran divergencia en cuanto a sus niveles de pobreza, calculada como el porcentaje de personas con ingresos por debajo de US$ 5,50 al día. En España era cercana a 0%, “cifra a la que Uruguay también se aproxima mucho”, Perú y México superan el 20% y Colombia llega casi a 30%.

    En los cuatro países de América Latina estudiados, “incluso en los más prósperos, el nivel de informalidad es elevado. En el caso de Perú, es del 70%; en Colombia, del 60%; en México, de alrededor del 55%; y en Uruguay, del 20%”.

    Al analizar la proporción de población cubierta por al menos un beneficio del sistema de previsión social, otra vez España y Uruguay sobresalen (80,9 % y 93,8 %, respectivamente). Ambos países cuentan con subsidios por desempleo que cubren a todos los trabajadores que pierdan su puesto; en el otro extremo está Perú, con menos de 30% cubiertos.

    Brecha tecnológica

    El estudio señala como algo específico de este momento respecto de épocas pasadas que la “gran aceleración de la digitalización ha provocado que aquellas personas que por su edad y/u ocupación no han estado tan expuestas a las tecnologías afrontan un salto de conocimiento mayor”. De hecho, la brecha tecnológica por edades fue una circunstancia mencionada en casi todos los grupos focales, con la excepción de Uruguay. El porcentaje de uso de Internet entre los uruguayos mayores de 60 años alcanza casi al 100%, como en España; en México no llega al 30%.

    En cuanto al manejo tecnológico, una generalización excesiva puede convertirse en un prejuicio, advierte el informe. Al respecto, en el grupo focal de Uruguay se comentó lo siguiente: “En el mundo de la tecnología está muy arraigado el estereotipo de que se precisan las personas jóvenes. Hay que entender la mirada del propio adulto mayor y comprender que hay personas mayores que lo van a entender mejor que los jóvenes”.

    Fricciones

    Según la definición de la Organización Mundial de la Salud, “el edadismo se refiere a la forma de pensar (estereotipos), sentir (prejuicios) y actuar (discriminación) con respecto a los demás o a nosotros mismos por razón de la edad”. Las creencias sociales tienen un efecto especialmente limitante en los adultos mayores, ya que la falta de productividad se asimila a la falta de actividad. “Por ello, en muchos casos se intenta desesperadamente aparentar juventud, para poder seguir perteneciendo al grupo de los útiles. Hay una especie de deber moral por seguir haciendo como si no tuvieses 80 años, y parece que no está bien si tenés esa edad y no nadás ni corrés 10 kilómetros”, surgió del grupo focal en Uruguay.

    Uno de los resultados de ese edadismo es la percepción de que la ausencia de recursos económicos provoca también la falta de capacidad para decidir. En el mismo grupo se comentó: “Mientras la sociedad siga recibiendo mensajes infantilizados con términos como ‘el abuelito’ y toda esa tendencia de infantilizar a la vejez, será muy difícil que los diferentes colectivos, ya sean empresas u otro tipo de organizaciones, adopten un relato diferente al que recibe la sociedad cotidianamente”.

    Desde la perspectiva laboral asociada con el concepto de productividad, eso se traduce en otros problemas, como la discriminación. “Ni siquiera ya es cuestión de una persona diciendo: ‘Dejo este currículum de lado porque es un senior’. Ahora los algoritmos directamente filtran a partir de cierta edad sin siquiera analizar los perfiles”, se dijo en el grupo focal de Uruguay.

    El informe señala que los problemas de dependencia y el edadismo están produciendo, en muchos colectivos, una falta de interés y compromiso por los asuntos sociales y comunitarios: la desafección social. Esa fricción se constata también en las organizaciones cuyas estructuras —agrega— están diseñadas para otro modelo generacional, no para uno en donde cuatro generaciones están conviviendo.

    Esas estructuras tradicionales más rígidas causan también “fricciones entre la población de más edad, a la que se le pide un ritmo que, en ocasiones, el desgaste de la edad no permite”, indica. Así se exponía en el grupo focal de Uruguay: “Nosotros no podemos pensar que una persona de 60 o 65 años puede trabajar ocho horas produciendo igual que una de 20 años. Entonces quizá el desafío sea diferenciar la carga horaria. Me parece que es una mirada que deberían introducir las empresas en general y el propio Estado a la hora de pensar en una legislación laboral”.

    Por otro lado, el informe señala que las soluciones tecnológicas necesarias y deseadas pueden dejar fuera a muchas personas que no tienen la formación necesaria para poder utilizarla. Eso aplica también para la movilidad en las ciudades.

    Plantea que no se trata de que los adultos mayores tengan un problema por no saber utilizar la tecnología; el problema es que no se hace accesible la tecnología para todos. “Seguimos definiéndonos por las edades cronológicas, y la verdad es que hay muchísimos estudios que están demostrando que eso está perdiendo el poder de definirnos. Por ejemplo, Netflix o Amazon ya dejan de segmentar a clientes por la edad, lo hacen por gustos y preferencias. Ojalá lográramos en las empresas, en el mundo corporativo, empezar a ver las capacidades y las habilidades más allá de la edad, y no solo por los viejos, sino también por los jóvenes”, comentaron en el grupo focal de Uruguay.

    En una línea similar, uno de los participantes de ese focus group planteó lo siguiente: “En el tema de bienes y servicios, lo que yo veo en muchas empresas es una visión casi anticliente hacia los adultos mayores, cuando la perspectiva de la compañía es que lo que deben hacer los adultos mayores es adaptarse; otras veces, la perspectiva adoptada es paternalista. Lo veo, sobre todo, en el caso de los bancos, donde primero diseñan un producto y después gastan o invierten en cursos para que los adultos mayores aprendan su manejo, cuando en realidad lo que es preciso entender es que las cosas deberían pensarse desde la perspectiva del diseño universal, pensando incluso en que las cosas diseñadas para adultos mayores también van a servir a otros colectivos”.

    Frente a estas fricciones, el informe propone como enfoque alternativo promover “nuevas narrativas para enfrentar el edadismo”, impulsar la “integración” frente a la desafección y ofrecer “soluciones universales para afrontar la falta de accesibilidad” tecnológica.

    En el seno de las organizaciones, una narrativa que ayudaría a ese nuevo enfoque intergeneracional es valorar a la persona solo por lo que pueda ofrecer, con independencia de su edad. Según el estudio, se trata de una perspectiva de gestión del talento, sin prejuicios. En el grupo sobre Uruguay acotaron: “Pero, más que nada, desde un punto de vista de conexión entre la oferta y la demanda, o sea, entre quienes están y todo lo que tienen para dar y las necesidades que las compañías y las organizaciones estamos intentando cubrir, sabiendo que hay un potencial brutal que debemos aprovechar”.

    ¿Cuáles son, en su opinión, los elementos claves para construir la agenda intergeneracional? Para Uruguay, como el “gran reto” se destacó en relación con la intergeneracionalidad en la sociedad. Como solución, se propuso establecer mentorías entre adultos mayores y jóvenes, para que puedan enriquecerse mutuamente. Otros temas citados fueron el emprendimiento, la carga horaria y el nivel de remuneración en los diferentes grupos etarios.