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El caso uruguayo: ¿un modelo posible para Chile?, la pregunta, que llevó como título el seminario organizado por el Centro de Políticas Públicas de la Universidad Católica de ese país, tuvo una respuesta temprana y contundente: no. Así lo señalaron de entrada los tres disertantes uruguayos —un economista, un cientista político y un sociólogo— que, en la comparación, expusieron como problemas de Uruguay su mediocre crecimiento económico, el desbalance a favor de los criterios políticos por sobre las opiniones técnicas, así como el peso que tienen las “corporaciones” representativas de sectores más acomodados.
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El evento académico, en formato presencial y virtual desde Santiago de Chile, se efectuó el martes 10. Su marketinero título pretendió, de cierto modo, poner en espejo el planteo que un par de décadas atrás hacían algunos economistas y políticos uruguayos alabando el “modelo económico chileno” promercado iniciado con la dictadura de Augusto Pinochet y sostenido en democracia. Los organizadores parecieron buscar, en el reflejo de Uruguay, respuestas a las actuales tensiones en su país, que después de las violentas protestas populares del 2019 tiene bajo revisión la Constitución y al izquierdista Gabriel Boric con cierto desgaste político en apenas dos meses en la presidencia.
Gabriel Oddone hizo un contrapunto con enfoque económico entre Uruguay y Chile. Para el primero, el “desafío” es lograr elevar su ritmo de crecimiento potencial; para el segundo, el reto es ampliar el acceso a bienes públicos para fortalecer la cohesión social.
Destacó la alta densidad institucional uruguaya, que permite canalizar demandas sociales para transferir recursos a la población vulnerable. Eso, dijo el economista, se vio incluso ante la pandemia de Covid con el uso “sin preconceptos” de herramientas de ayuda ya existentes. En este aspecto Chile parece tener “diferencias importantes”.
Luego contrastó que en Uruguay resulta fácil que la agenda de política pública sea “capturada por coaliciones y corporaciones” representativas de sectores que no son necesariamente los más necesitados. “Esto no parece ser el fenómeno en Chile”.
Oddone marcó otra diferencia: a los chilenos les falta “más política”, “embarrarse en el terreno” y “dejar de mirar desde el Olimpo”, mientras que los uruguayos deben incorporar “más tecnocracia”. Chile, recalcó, tendría que estar dispuesto a “resignar un poco de eficiencia”, para mejorar la cohesión social. En ese sentido, recomendó “traer recursos del infinito para gastar ahora”, en lugar de pretender un reacomodo distributivo por la vía, más compleja, de una reforma tributaria.
Uruguay, por su lado, precisa “repensar” su “caro” sistema de protección social , así como hacer reformas que quiten “lastre” en mercados no transables, como la salud o el transporte.
“Cultura política”.
Juan Bogliaccini, del Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad Católica del Uruguay, contestó desde su PowerPoint a la pregunta del título del foro: “No, aunque existen oportunidades de reflexión”. Y reforzó: “Quiero ser claro desde el principio. Uruguay no es modelo para Chile”.
Se refirió a los partidos políticos como vehículos de coordinación, en oposición a los “liderazgos potencialmente impredecibles”. Uruguay —dijo en esa línea— cuenta con un sistema de partidos “razonablemente anclados en la sociedad que canalizan sus demandas”, en tanto que Chile “está en un proceso de desestructuración” partidaria. “Es una diferencia estructural de partida para pensar en la experiencia del Frente Amplio (uruguayo) para Chile”.
Sobre las organizaciones sociales como aglutinadoras de preferencias, señaló una “diferencia muy muy notoria. En Uruguay el movimiento sindical es fuerte y el empresarial no lo es tanto. Esto no es de los últimos 10 años, es una fortaleza de los últimos 100 años. Chile está en el escenario contrario”, con una “cultura política de exclusión” de ciertos grupos, ya que las decisiones están “reservadas para elites políticas y económicas determinadas”, comparó Bogliaccini. Los chilenos no cuentan con “canales de comunicación política, que no se construyen de la noche a la mañana”.
Coincidió con Oddone en cuanto a que Uruguay tiene una “sobreabundancia de política y falta de tecnocracia”. Y, agregó, opera un “corporativismo segmentado” y “grupos pequeños que cooptan” ciertas políticas, en el contexto de una “confusión entre el bien público y la gestión pública”. Dijo, como caricatura, que Uruguay quiso ser “un poco Suecia (...) y le creció el sector privado por el costado”; debería lograr conjugar “ambos sectores, donde el privado comparte los beneficios y los costos de muchas de estas cosas. Es una discusión que está pendiente”.
Mientras, afirmó, en Chile el sistema le dio fuerte preponderancia a lo técnico pero “dejando de lado a la política”. Sugirió en ese caso encontrar mecanismos de concertación social básicos. Para Bogliaccini, ambos países deben “tirar el niño con el agua del bañito” y abrir “pequeños espacios de política” buscando sortear “las dificultades para lograr acuerdos amplios” de largo plazo.
Por otro lado, marcó un contraste entre el “estancamiento” educativo en Uruguay con el logro de Chile de una amplia cobertura, si bien ese “esfuerzo universalizante lo hizo con un alto costo para el individuo (...). En Uruguay el problema es otro”.
“La respuesta de si Uruguay puede ser modelo: no”, dijo a su turno el sociólogo Fernando Filgueira. En el marco de un repaso de los gobiernos del Frente Amplio, dijo que el país adolece de un problema de “eficiencia distributiva a lo largo de los ciclos” económicos que “no pudo resolver”.
“Estoy muy de acuerdo con las cosas que dijeron. Sentí mucho alivio cuando los tres respondieron con un no rotundo. Habla de la sensatez” de los uruguayos, comentó Josefina Araos, del Instituto de Estudios de la Sociedad, una de las comentaristas chilenas.