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    Uruguay tiene más oficinas consulares que Argentina y Brasil

    Robert Gerardus Willens es uno de los cerca de 200.000 habitantes de las Antillas Holandesas, unas islas caribeñas situadas al norte de Venezuela. Es un comerciante de 78 años de origen holandés, que nunca vivió en Uruguay ni estuvo de visita. Tampoco tiene familia ni inversiones aquí. Sin embargo, desde 1995, en la oficina del veterano comerciante en Curaçao funciona también el consulado uruguayo.

    “Conozco a Uruguay, de libros y todo eso, como un país tranquilo, sin dictador”, dice por teléfono en un esforzado español y remarcando las erres.

    Willens se convirtió en cónsul honorario por recomendación de un diplomático de la Embajada de Uruguay en Santo Domingo. Una de sus principales tareas en estos 20 años fue atender a empresas offshore, que se caracterizan por estar registradas en un país en el que no realizan ninguna actividad para obtener beneficios fiscales. Según cuenta, “hay varias compañías de Curaçao que tienen offshore también en Uruguay” y muchas de ellas le piden “recomendación” cuando necesitan operar.

    De todos modos, los asuntos que atiende hoy son más bien pocos, y dice que serán menos todavía, ya que los únicos dos uruguayos que vivían ahí se fueron.

    El caso de Willens no es atípico. Uruguay tiene 247 oficinas consulares repartidas en 90 países: dos de Oceanía, cuatro de África, 24 de América, 25 de Asia y 35 de Europa. Esas dependencias se dividen en Consulados Generales (37) y Consulados de Distrito (166), que están a cargo de cónsules de carrera u honorarios, y Secciones Consulares (44), que funcionan en embajadas. A los titulares de Secciones Consulares no se los llama cónsules sino encargados de sección.

    Pese a ser más pequeño y menos poblado, Uruguay tiene uno de los niveles más altos de representación consular entre sus vecinos. Los gigantes Brasil y Argentina apenas tienen 195 y 111 oficinas, respectivamente, y Paraguay 129. Chile supera a Uruguay, con 293.

    El director de Asuntos Consulares del Ministerio de Relaciones Exteriores, Jorge Muiño, explicó a Búsqueda que esa relación —absurda a primera vista— obedece a la cantidad de ciudadanos de cada país que viven en el exterior. Según dijo, Uruguay tiene el 15% de su población en el exterior, Paraguay 9,8%, Chile 3%, Argentina 1,5% y Brasil 1,2%. Pero el argumento del director no alcanza a explicar del todo la situación. El 1,2% de la población brasileña, por ejemplo, equivale a cerca de 2,5 millones de personas, mientras la población total uruguaya es de 3,2 millones.

    En la comparación con Argentina, Muiño añade otro argumento: ahí no existen los cónsules honorarios. Ese tipo de representantes, con los que cuenta Uruguay, “no producen ningún tipo de gastos para el Estado”.

    Sin embargo, aun sin considerar los consulados honorarios, Uruguay supera la cantidad de oficinas de Argentina. De las 247 oficinas consulares que tiene Uruguay, 117 corresponden a cónsules honorarios y las otras 130 a funcionarios de carrera. En los hechos, hoy son 94 los cónsules honorarios en funciones, porque 23 oficinas están vacantes. La mayoría de esos representantes consulares (65) son ciudadanos extranjeros.

    A la hora de designar cónsules extranjeros, la ley 19.268 le da preferencia a quienes “tienen inversiones, hayan residido, tienen familia, intereses o bienes”. Si existe más de un postulante con esas características, se da prioridad al que conoce el idioma español.

    La única remuneración que reciben los cónsules honorarios, nacionales o extranjeros, es el 50% de los derechos ordinarios y extraordinarios de lo recaudado por los trámites que realizan. Ese porcentaje tiene el objetivo de “solventar gastos de oficina y el salario de los oficiales de Cancillería” que están obligados a tener. 

    “Facilidades, privilegios e inmunidades”.

    Para el desempeño de sus funciones, la Convención de Viena de Relaciones Consulares otorga a las oficinas consulares y a los cónsules “facilidades, privilegios e inmunidades”.

    En el caso de los cónsules de carrera, los locales consulares gozan de “inviolabilidad”. Los Estados receptores no pueden entrar en esas oficinas sin el consentimiento del “jefe o de la persona que él designe”.

    Esos locales y la residencia del jefe de la oficina consular están “exentos de todos los impuestos y gravámenes” si son de propiedad o alquilados por el Estado que envía. Los funcionarios también “están exentos de gravámenes sobre los salarios que perciban por sus servicios”.

    Para comunicarse con el Estado o gobierno, las oficinas consulares pueden usar los correos diplomáticos o consulares, la valija diplomática o consular y los mensajes en clave o cifra. La valija consular no puede ser abierta ni retenida por el Estado receptor, a menos que las autoridades competentes tengan “razones fundadas”. Allí dentro solo puede haber correspondencia y documentos oficiales u objetos destinados exclusivamente al uso oficial.

    Los funcionarios consulares de carrera solo pueden ser detenidos o puestos en prisión preventiva cuando se trate de un delito grave y por decisión de la autoridad judicial competente. Tampoco pueden ser detenidos ni sometidos a otra forma de limitación de su libertad personal sin una sentencia firme en su contra.

    A nivel aduanero, cuentan con exenciones de impuestos y gravámenes. También de inspección del equipaje personal que lleven consigo. Solo se lo puede inspeccionar si existen “motivos fundados” y en presencia del funcionario consular.

    En el caso de los consulados honorarios, se mantiene en las mismas condiciones la exención de impuestos y gravámenes a los locales consulares. También las remuneraciones que reciban los funcionarios del Estado que los envía tienen esas exoneraciones.

    Los medios de comunicación de los que disponen también se mantienen. En el caso de la valija consular con una salvedad: si el intercambio es entre dos cónsules honorarios, debe contar con la anuencia de los dos Estados receptores.

    Los archivos y documentos consulares también mantienen su inviolabilidad, siempre y cuando estén separados de otros papeles y documentos, en especial de la correspondencia personal del cónsul honorario.

    Visibles e invisibles.

    Las funciones a cumplir por los consulados están determinadas en la Convención de Viena de Relaciones Consulares y en la ley nacional 19.268, aprobada el año pasado. Allí se establece que esas oficinas deberán “prestar ayuda y asistencia a los nacionales asegurando su protección y el pleno respeto de sus derechos”.

    Los cónsules deben “fomentar relaciones amistosas con la comunidad de nacionales a la vez de incrementar los lazos existentes con el país de acogida”. Además ejercen funciones de oficiales de registro civil e instrumentan y autorizan algunos documentos.

    Muiño dio a Búsqueda cifras de su trabajo a lo largo del 2014. Las oficinas consulares tramitaron 2.184 visas y 22.724 pasaportes; emitieron 912 cédulas de identidad, 9.000 consultas de antecedentes judiciales (para poder tramitar o renovar residencias), 22.840 certificados de “fe de vida” y 1.800 “válidos por un solo viaje” (documento para quien perdió, tiene vencido o le robaron el pasaporte y debe viajar con urgencia); autorizaron 287 permisos de menor; atendieron a 2.307 uruguayos por trámites de retorno, y repatriaron a 50 uruguayos en situación de vulnerabilidad.

    Esos son resultados visibles pero no son las únicas tareas que cumplen las oficinas consulares. “Muchas acciones son difíciles de cuantificar”, explica Muiño.

    El director contó que muchas veces los cónsules brindan atención a compatriotas en accidentes, casos de violencia doméstica y trata de personas. También colaboran en la búsqueda de personas y visitan a presos en las cárceles de su jurisdicción, además de otras tareas con enfoque comercial, económico y cultural.

    Remuneraciones.

    Los consulados de distrito de la ciudad de Marrakech (Marruecos) y de Reykjavik (Islandia) son dos de los más recientes. Sus aperturas fueron resueltas por la Cancillería en julio.

    A la hora de abrir nuevas oficinas consulares, según dijo Muiño, el Ministerio “pondera” la falta de representación, la existencia de compatriotas residentes y la importancia comercial, cultural y turística. También toma en cuenta la realización de eventos deportivos importantes o simplemente la posibilidad de profundizar las relaciones consulares bilaterales con el otro país.

    La remuneración que recibe el cónsul depende del grado del funcionario y del destino que se le encomiende. Hay siete categorías de funcionarios de servicio exterior que pueden desempeñarse como cónsules de carrera: secretarios de 3ª, secretarios de 2ª, secretarios de 1ª, consejeros, ministros consejeros, ministros y embajadores.

    Es poco frecuente que a un embajador se le asigne un consulado.

    Los sueldos de esos funcionarios son trimestrales y van de U$S 4.620 a U$S 11.130. Esos montos luego se multiplican por coeficientes que el Poder Ejecutivo determina para cada destino. El coeficiente más bajo hoy es el de Rumania (2,47) y el más alto es el de Venezuela (5,35), pero eso se actualiza cada tres meses.

    Con los márgenes actuales, en el mejor de los casos, un cónsul puede percibir U$S 59.545 cada tres meses y, en el peor, U$S 11.411. Además tienen beneficios sociales trimestrales. Para el hogar reciben U$S 1.500 y una asignación familiar que puede ir desde los U$S 600 a U$S 5.400, según la cantidad de hijos. Además tienen una prima por matrimonio y nacimiento de U$S 1.000 cada una. Esas cifras también se multiplican por el coeficiente del destino.

    Los cónsules honorarios están fuera de ese sistema y, en general, son empresarios de mucho dinero. “Lo hacen más que nada por prestigio y contactos con otros cónsules y con los gobiernos”, explicó una fuente diplomática.

    Hace cinco años que John Shiran Dissanayake se convirtió en un consul honorario que representan a Uruguay. Es un empresario de Sri Lanka con más de 300 empleados y dice que allí no viven uruguayos. A diferencia de Willens, sí visitó Uruguay y hasta probó mate. Dice que le gusta el país porque la gente es amigable y muy católica.

    “¿Quién?”, responde al escuchar el nombre de José Gervasio Artigas.