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    Viaje desde la oscuridad hacia la luz

    Obras maestras: Sinfonía Nº 2 Resurrección, de Gustav Mahler

    Cuando Gustav Mah­ler (1860-1911) empieza a escribir su segunda sinfonía es el año 1888 y tiene 27 años de edad. Es el director de la Ópera Real de Budapest y cuenta con el apoyo y admiración de Hans von Bülow (1830-1894), director de la Filarmónica de Hamburgo, músico de enorme prestigio en la Europa de entonces. Von Bülow es su mentor, su amigo, lo admira como director de orquesta y de hecho será factor decisivo para que Mahler sea más adelante director de la Ópera de Hamburgo y luego de la Ópera de Viena. Pero Von Bülow tiene un problema: no entiende la música de Mahler; todo lo que lo admira como intérprete lo descalifica como compositor, y a Mahler le importa mucho más lo que compone que lo que dirige. Además, Von Bülow es un hombre de opiniones terminantes y Mahler un hombre inseguro, dubitativo. Cuando le muestra a Von Bülow lo único que en 1888 llevaba escrito de su segunda sinfonía, que era el primer movimiento, la crítica de aquel es lapidaria. Se cuenta que en más de una oportunidad, en reuniones de amigos, Mahler tocaba al piano el primer movimiento, y si entre los presentes estaba Von Bülow, este se tapaba los oídos porque decía que la música de su amigo lo enfermaba. Esa reacción hizo que durante varios años Mahl­er siguiera escribiendo la sinfonía pero en soledad, sin comentar con nadie sus avances.

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    Cinco años después, a comienzos de 1894, ya había completado tres movimientos pero no tenía claro su orden y además no encontraba un final, un broche que cerrara la obra. Entonces ocurre lo inesperado: en febrero llega la noticia de la muerte de Von Bülow en El Cairo. Al cumplirse un mes, Mah­ler asiste a un memorial suyo en la iglesia de San Miguel, en Hamburgo. La iglesia desborda de gente. Mahler está apretujado en un banco cuando de pronto un coro de jóvenes canta unas estrofas del poema Resurrección, de Friedrich Klopstock: Tú te levantarás, sí/ te levantarás polvo mío/ después de un breve descanso. Al oír esos versos, Mahler tiene una revelación sobre cuál deberá ser la culminación de su obra: un transcurrir de la oscuridad hacia la luz, de la muerte a la reanudación de la vida. Y será esa epifanía la que dará el nombre Resurrección a la obra todavía inconclusa.

    En marzo de 1895 estrena públicamente los tres movimientos que ya tiene compuestos. Dirige Ricardo Strauss al frente de la Filarmónica de Berlín. La crítica la recibe en su mayoría con indiferencia y algunas notas de crueldad. Mahler continúa trabajando sin cesar en el movimiento final, reordena los otros tres y finalmente decide agregar un quinto movimiento que colocará en cuarto lugar, previo al quinto y final. Este cuarto movimiento es el Ur­licht (Luz originaria), una canción compuesta dos años antes para el ciclo de canciones El cuerno mágico de la juventud. El estreno de la sinfonía completa se anuncia para el 13 de diciembre de 1895 en Berlín, con la Filarmónica dirigida por el propio compositor. En los días previos la venta de entradas es casi nula. Mahler debe cubrir gastos de su propio bolsillo y apelar a dinero prestado por sus amigos. Para que la sala no aparezca semivacía, se distribuyen entradas gratuitas entre músicos y estudiantes del conservatorio local. El día del concierto, Mahler sufría de una aguda migraña que al decir de Bruno Walter “le impedía moverse”. De todas formas, hizo un esfuerzo gigantesco, se arrastró hasta el podio y dirigió su obra. Al finalizar retornó a su camerino, donde cayó rendido. El compositor volvió a dirigir Resurrección en 1904 en Amsterdam y en 1908 en Nueva York.

    En el estreno alemán de diciembre de 1895, una vez más la mayoría de la crítica fue adversa, salvo unas pocas excepciones que reconocieron en esta música, más que en ninguna otra de su tiempo, el camino hacia el futuro. Pero si la crítica fue adversa, en la reacción del público se vio que algo diferente estaba ocurriendo. Según crónicas de la época, los espectadores, al principio confundidos y choqueados, fueron luego arrastrados al mundo atormentado y exasperante del compositor. Durante los minutos finales había en el teatro hombres que lloraban desconsoladamente, personas desconocidas entre sí que se abrazaban y se tomaban de las manos. Incluso se vio a una mujer que salió de su asiento y en el pasillo de la platea se hincó y juntó sus manos en actitud orante.

    Esta devoción no fue única, pues la Resurrección fue la causante de otra singular experiencia de la que no se conocen ejemplos parecidos.

    Gilbert Kaplan (1941-2016) fue un economista, periodista y hombre de negocios neoyorquino. De niño estudió piano y corno pero su madre le suspendió las lecciones porque el chico no mostraba interés ni practicaba los ejercicios. En los años 60 fundó la revista Institutional investor, conocida como la Vanity fair de los banqueros, una suerte de biblia de Wall Street con la que se hizo millonario. La vendió en 1984 en 75 millones de dólares pero conservó el cargo de editor jefe.

    El primer contacto de Kaplan con la sinfonía fue en 1965, cuando la presenció dirigida por Leopoldo Stokowsky en el Carnegie Hall. “Entré en esa sala como una persona y salí como una persona diferente. Sentí como si un rayo de luz me hubiera atravesado el cuerpo”, recordaría luego el propio Kaplan. Desde entonces volvió a estudiar música, dirección orquestal, y se transformó en un experto en Mahler y en la Sinfonía Nº 2. En 1982, luego de 17 años de preparación y de su primer contacto con la obra, como su fortuna se lo permitía, alquiló un teatro y contrató a la American Symphony Orchestra para tocar la sinfonía bajo su dirección. El público asistente eran 2.800 invitados suyos. No se hizo publicidad del concierto porque así lo exigió la orquesta en el contrato. Algún crítico presente ponderó entusiasmado la versión de Kaplan. Este continuó dirigiéndola por el mundo. Lo hizo con la Filarmónica de Viena y con la Orquesta Philarmonia de Gran Bretaña. La grabó con la Sinfónica de Londres en 1988 para el sello Sony y con la Filarmónica de Viena en 2003 para Deutsche Grammophon.

    Siempre fue renuente a dirigir otra obra de Mahler y mucho más de otro compositor. “Soy un amateur, en el mejor sentido de la palabra”, decía cada vez que se aprestaba a subir al podio a dirigirla. Lo hizo más de cien veces con 50 orquestas diferentes. Compró y editó la partitura manuscrita original y declaró en su momento que había descubierto 300 errores en su primera publicación con respecto al manuscrito. Dirigía la orquesta con una batuta que había pertenecido a Mahler y le regaló a su esposa el único anillo que Mahler le había obsequiado a su esposa Alma. Una pasión obsesiva por una obra capaz de despertar en el oyente reacciones fuertes.

    Para aquellos que lo veían tan solo como un millonario caprichoso, a Kaplan le gustaba recordar su diálogo cuando analizaba la sinfonía con el prestigioso director sir George Solti y este le dijo: “Qué placer es encontrar un hombre de Wall Street con el que puedo hablar de música, porque cuando me reúno con mis colegas, de lo único que hablo es de dinero”. Las grabaciones de Kaplan hacen honor a la Resurrección y no desentonan con las de otras batutas ilustres.

    Conforme al programa narrativo escrito por el propio Mahler para la obra, el significado de cada uno de los cinco movimientos de la sinfonía y las indicaciones de tempo y carácter son las siguientes:

    I) Allegro maestoso: un funeral donde los dolientes se hacen las eternas preguntas: ¿para qué vivimos y luchamos? ¿Acaso la vida es una horrible broma?

    II) Andante moderato: un rayo de sol; una reflexión nostálgica de días pasados en alegría compartida con los seres queridos que ya no están.

    III) Una corriente silenciosa en movimiento: vuelve la cruda realidad de la vida y el mundo se nos aparece distorsionado y loco. Gritamos angustiados.

    IV) Moderadamente solemne: luz originaria. Vengo de Dios y vuelvo a Dios. La voz femenina, indica el compositor, debe sonar aquí como la de una niña que imagina estar en el Cielo.

    V) Finale: (Scherzo, Sostenido, Amplio, Restringido, Lento y estirado, Lento y misterioso, Algo más movido, Sin apresurarse, Pensante): resucitarás, sí, resucitarás. Y llega el día del Juicio Final. Una luz maravillosa nos golpea el corazón. Todo es calma y felicidad. No hay juicio, no hay justos ni pecadores, ni pequeños ni grandes, ni penitencias o recompensas. Un sentimiento arrollador de amor nos inunda.

    Si bien el programa narrativo o la lectura de los breves versos que cantan los solistas y el coro en el último movimiento pueden ayudar a la comprensión de la música, en verdad esta es tan grandiosa, tan transparente en los diferentes sentimientos que quiere transmitir, que solo escuchándola es posible transitar por los distintos estados de ánimo manejados por el compositor hasta llegar a ese estallido final de los últimos 15 minutos, donde solistas, coro y orquesta escalan una de las cumbres sinfónicas de todos los tiempos. Es comprensible que cualquier oyente sensible se sienta distinto después de haber escuchado esta obra.

    La accidentada historia de la composición de Resurrección hace que la congruencia entre sus movimientos y la unidad de su visión resulten aún más milagrosas. Es una de esas obras que nos invitan a especular sobre la misteriosa naturaleza de la urgencia creativa, la forma en que fuerzas inconscientes parecen controlar los hechos y guiar al artista por un camino que ni siquiera él ve con claridad hasta que, una vez alcanzado su objetivo, se da vuelta y mira hacia atrás.