Vive, revive y deja morir

escribe Pablo Staricco 
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La presentación en sociedad de Daniel Craig como James Bond fue un verdadero desastre. Primero estuvieron las críticas: que era muy rubio y muy petiso, que era poco expresivo y para nada galán. No ayudó, tampoco, que durante su introducción a la prensa Craig llegara ante las cámaras en un bote por el río Támesis utilizando un pequeño y ridículo chaleco salvavidas. El nuevo agente 007 con licencia para matar se anunciaba ante el mundo obligado a cumplir las normas marítimas. A la sesión de fotos londinenses le siguió la conferencia posterior y esa sí que fue letal. Craig, el sucesor de Pierce Brosnan como el agente al servicio de su Majestad, se mostró gruñón y poco colaborativo. La prensa británica estaba lista para devorárselo. Solo restaba atinarle el golpe de gracia con lo que fuera que hiciera en el cine.

Eso sucedía hace 16 años. Seis películas pasaron —con la última, Sin tiempo para morir, ya estrenada en cines uruguayos— y dejaron un legado concreto. Daniel Craig construyó, en su interpretación de James Bond, una encarnación aventurada y áspera del personaje creado por Ian Fleming en la década de 1950. Ante la posibilidad de convertirse en el próximo George Lazenby, Craig demostró que estaba a la altura de los otros abanderados de su clase. De los Connery y de los Moore. El Bond más hosco resultó el más redituable. La apuesta salió bien.

¿Y quiénes son los apostadores? Los nombres son dos: Barbara Broccoli y Michael Gregg Wilson. Ellos son los guardianes de la franquicia, los dueños de una de las propiedades más lucrativas en la historia del cine. El dúo lo hace a través de Eon, la productora que ha sido responsable de casi la totalidad de las películas del personaje desde El satánico Dr. No, estrenada en 1962. Con Eon, Broccoli y Wilson, que son medio hermanos, rediseñaron la saga para traerla a una era posterior al 11 de setiembre cumpliendo con un axioma clave en el éxito de Bond: combinar la tradición con la innovación.

Hasta ahora, Bond, y no importa qué actor lo represente, debe cumplir con las características que Fleming le impartió al personaje: masculino, viril, en forma, heterosexual, educado, profesional; capaz de conquistar a cualquier dama, derrotar a cualquier hombre y escapar siempre de un peligro mortal. Por ahí también aparecen los artilugios tecnológicos, las locaciones internacionales, las secuencias de acción y un sinfín de villanos pintorescos y mujeres despampanantes. Las de Bond son historias que conversan y reflejan, con drama y comedia, los cambios en el orden geopolítico del mundo, desde la Guerra Fría a la guerra contra el terrorismo.

Lo que inspiró a Barbara Broccoli a elegir a Craig como el Atlas responsable de cargar ese mundo fue una caminata casi en cámara lenta. En el drama histórico de 1998 Elizabeth, Craig tiene un papel de reparto como miembro del Vaticano envuelto en un complot contra la reina Isabel I. Una escena muestra a Craig caminando, envuelto en una túnica negra, dentro de un castillo. Cuando lo vio, Broccoli dijo que era el “carisma personificado”, según el documental Being James Bond, producido por Apple. Wilson, en tanto, sintió que junto con su socia podían ver más allá de lo que el resto veía en el actor, nacido en 1968 en Chester. Craig era una estrella en potencia. La dupla de productores luchó por él y luchó contra él. Craig no quería hacer el papel. Decía que no sabía qué hacer con tal desafío. La determinación ganó y fue convencido de filmar la primera de sus películas como Bond, Casino Royale, estrenada en 2006. También fue obligado a entrenar seriamente su físico.

El estado del cuerpo del Bond de Daniel Craig se volvió una proyección directa del esfuerzo y los golpes a los que el personaje, y de esa forma el actor, fue sometido. A medida que Bond acumula misiones en su historial, su cuerpo gana arrugas y cicatrices. Inspirado primero por un cine de acción posterior a Jason Bourne, este Bond es un agente más físico y determinado. En Casino Royale, su llegada fue a través de un prólogo en blanco y negro. En una secuencia compuesta por una pelea violenta en un baño y una conversación a punta de pistola en una oficina, Craig entró al mundo de Bond. Según la ficción, para obtener el estatuto de 007, el agente tiene que matar a dos objetivos. Así empieza todo, con una violencia física atípica hasta el momento. Son menos de cuatro minutos de pura precisión que sientan un precedente: este Bond no vino ni a jugar ni a divertirse.

En Casino Royale se tomaron buenas decisiones. Se le dieron las riendas a Martin Campbell, quien volvía a la saga tras dirigir Goldeneye en 1995, y el director entendió por completo la consigna de Broccoli y Wilson. Con un guion basado en el primer libro de Bond, Casino Royale resucitó a la franquicia con un choque de estilos amalgamado por la presencia atractiva de su protagonista. La trama intercala persecuciones de alto riesgo en países como Uganda, con misiones de espionaje lujosas en casinos en Montenegro. Hay un villano escalofriante en el Le Chiffre del danés Mads Mikkelsen y otro tipo de “chica Bond” con Eva Green, una que escala del objeto de deseo a un interés amoroso que marcará la primera de las heridas emocionales que sufrirá el personaje.

Con el regreso de Judi Dench como M, una figura maternal de autoridad, también comienzan a explorarse las consecuencias de que un gobierno cuente con un arma humana capaz de ignorar tratados internacionales en pos de obtener la paz necesaria. El Bond de Craig ejecuta su trabajo con una mentalidad sanguinaria. Es impredecible, brutal, y las consecuencias de sus actos rara vez importan, excepto cuando lo ponen en conflicto directo con la cadena de mando a la que obedece.

Como el duelo de póker entre Le Chiffre y Bond, las películas que siguieron a Casino Royale se centraron en las miradas. Se empieza a explotar el cuerpo esculpido de 007 —un espacio anteriormente dedicado solo a sus contrapartes femeninas— y a ahondar en cómo el personaje percibe y lucha con los propósitos y coletazos que el oficio deja en una psiquis cada vez más frágil y cargada de culpa. Se inicia una observación sobre la masculinidad de Bond que hasta se permite sugerir con una sola línea de diálogo que Daniel Craig puede que haya interpretado al primer Bond bisexual de la historia.

De Casino Royale a Sin tiempo para morir hay, en 16 años, un recorrido de altibajos. Quantum of Solace, una secuela directa que comienza momentos después de su antecesora, sufrió una producción a las apuradas, un guion a medias y un protagonista intentando manejar, fuera de cámaras, con unos niveles de fama y exposición avasallantes.

De Skyfall no es necesario agregar más de lo que es vox populi. Sigue siendo la mejor película de todo el conjunto. En Sam Mendes se encontró el narrador más apto para adentrarse de lleno en la idea de un Bond traumatizado; ampliar el equipo de MI6 a un elenco más diverso; antagonizar a Bond con un reflejo perverso en la piel de Javier Bardem y despedir a Judi Dench de un papel que le perteneció durante casi dos décadas. El pasaje de Roger Deakins como director de fotografía, además, dejó algunas de las secuencias más deslumbrantes de toda la historia de la saga. De Spectre, en la que todo lo brillante de Skyfall fue reemplazado por una idea de espectáculo basado en pirotecnia y el histrionismo, mejor no profundizar.

Sin tiempo para morir, la última vuelta de Craig en esta atracción, se hizo desear. La película sorteó varios obstáculos, desde un cambio de directores (Cary Fukunaga tomó el puesto dejado por Danny Boyle), un guion elaborado con muchas plumas, incluida la última estrella venerada de la televisión, Phoebe Waller-Bridge, hasta un estreno postergado debido a la negación de Broccoli y Wilson de estrenar Bond en plataformas de streaming. Las notas de producción de la película, que con sus 163 minutos se corona como la más larga de la serie, prometen a Bond retirado y con la guardia baja tras entregarle su corazón al personaje de Léa Seydoux, Madeleine Swann, una psicóloga/damisela vista por última vez con el espía y su Aston Martin DB5 en el final de Spectre.

Entre las últimas palabras que Craig le ha brindado a su trabajo, ha dicho que quiso ofrecer una visión moderna del personaje, al que considera un asesino sometido a una vida de secretos y traiciones solo amortiguada por una odisea de pura violencia hacia la confianza y el amor. Craig nunca fue delicado a la hora de discutir el papel por el que será reconocido hasta el final de sus días. Tanto él como la saga han soportado la presión ejercida por mantenerse a flote en una industria audiovisual completamente diferente con la que comenzaron. Ya ha llegado el momento de descansar. Entre superhéroes y sugerencias del algoritmo, el Bond de Daniel Craig ha mantenido una tradición del cine viva. Esa es, al fin y al cabo, una de las misiones más difíciles de todas.

Vida Cultural
2021-09-29T23:17:00