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    Y Colón tenía razón: hay chinos en el Caribe

    No deja de ser asombroso (e incluso cómico) que una empresa china haya logrado los derechos para la construcción de un canal interoceánico en Nicaragua. Una vez, hace 500 años, el principal imperio del mundo mandó a Colón a que encontrase un pasaje entre el Caribe y el mar que llevaba a la China. Colón no lo pudo encontrar, aunque en esos menesteres descubrió el Orinoco. Hoy, los chinos se encargarán de abrir ese pasaje interoceánico, interesados por el petróleo proveniente, ¡justamente!, del Orinoco.

    La ley que entre gallos y mediasnoches aprobó hace poco tiempo el Parlamento nicaragüense le otorga a una empresa china con base en Hong Kong el derecho a construir un canal alternativo al de Panamá. Esa decisión significa que Nicaragua perderá su soberanía sobre un territorio que aún no está limitado pero que sin duda alguna será grande.

    Los chinos tendrán el control del canal y de sus tierras aledañas durante 50 años, con facultades de prolongar esa cláusula cuantas veces quieran. Dice la oposición nicaragüense que la premura del gobierno y la insólita falta de detalles que se han ofrecido sobre la forma y el contenido de una empresa faraónica como esta, se debe a que el presidente se ha asegurado grandes ganancias y pingües negocios en la construcción y la administración del futuro pasaje. Conociendo el pasado y el presente de Daniel Ortega, es lo más probable. En ese sentido, la designación de Laureano Ortega Murillo (hijo del mandatario) como “asesor de inversiones” no es casual.

    Este incidente va más allá de lo anecdótico, pues Ortega, como garantía, le entregó a los chinos nada más y nada menos que las reservas del Banco Central de Nicaragua.

    Se trataría, en principio, de una obra del orden de los 40.000 millones de dólares, incluyendo el canal en sí, los puertos, las vías y las estaciones de transporte, los hoteles, los casinos y las edificaciones del más variado pelaje que se erguirán en un territorio que, para dolor del planeta, amenaza la geografía de la región y el ecosistema del lago Cocibolca, que tiene la mayor reserva de agua dulce de toda América Central (con sus 8.625 km cuadrados es menor que el lago de Maracaibo pero mayor que el Titicaca).

    El presidente de la empresa involucrada es un empresario privado chino. Pero como bien es sabido en el caso del gigante de Asia, se trate de capitales privados, estatales o paraestatales, Pekín tiene siempre la última palabra en todo lo que hacen las más de mil empresas chinas activas en el exterior.

    También Guatemala mantiene negociaciones avanzadas con empresas chinas para la construcción de un canal seco que incluye una línea de tren, un gasoducto, un oleoducto, una carretera de alta velocidad y dos puertos, uno en cada océano. El presidente de Honduras, por su parte, apura un contrato con capitales chinos (Harbour Engineering Company) para la construcción de una línea de ferrocarriles interoceánica.

    Este avance de la presencia china en América Latina tiene fuerte apoyo en la opinión pública del continente. El caso de Venezuela, en donde China controla la manija de la sartén (y la sartén también) es elocuente. Según el Pew Research Center de Washington, el 29% de los venezolanos simpatiza con la influencia norteamericana en el país, mientras que el 46% opina que la misma es económicamente favorable. Por el contrario, el 57% de los encuestados cree que la influencia de Pekín en Venezuela es positiva y el 71% apoya la gravitación económica de Pekín.

    La presencia de chinos en el Caribe, que Colón “veía” por doquier cinco siglos ha, no es un caso aislado. Salvo México, cuya economía está prácticamente integrada a la estadounidense (el intercambio comercial entre estos dos países el año pasado alcanzó la friolera de 500.000 millones de dólares, y vale la pena intentar pensar de cuánta plata se trata), el resto de los países latinoamericanos ha sentido el avance chino. Quien quizás más lo haya sentido es Venezuela, cuya precaria situación económica y pésimo estatus internacional la obligaron a buscar en Pekín lo que no podía encontrar en las capitales tradicionales de los sistemas financieros.

    Ese último tema es para hacer una película de horror. O, mejor aún, otra columna.