Uruguay, el país ganadero que no pescaba una
Para Uruguay, un país de frente y de espaldas al agua a la vez, todo se resume en tradición; “una tradición ganadera, de la tierra, que nunca miró hacia el mar y sus recursos ni pensó formas sustentables de explotarlos”, señala el licenciado en Ciencias Biológicas, especializado en manejo ecosistémico marino y pesquero y doctor en Oceanografía Andrés Milessi, “entonces, el problema no solamente es de (falta de) conocimiento, sino también de posturas nacionales que vayan hacia ese mayor aprovechamiento sostenible”.
Pero ser terracentrista no está del todo equivocado. El sistema marítimo se proyecta en tres dimensiones: la superficie, el fondo y la costa. Dos de tres hacen referencia inmediata a la tierra, entonces, cualquier actividad que se haga sobre ella va a repercutir directamente en el comportamiento del agua y las especies que viven en ella. Por ejemplo, la proliferación de cianobacterias, que afecta la calidad del mar y limita las actividades recreativas. Estos organismos microscópicos, explica Defeo, no se producen por algún mal manejo de las playas, sino por el impacto medioambiental de las actividades ganaderas: “El modelo agropecuario intensivo mal planificado tiene efectos devastadores que impactan sobre los ecosistemas acuáticos y costeros de Uruguay”, como el exceso de emisiones de fósforo y nitrógeno provenientes tanto del excremento de los animales como del uso de fertilizantes sobre los pastizales de los que se alimentan.
Pero, así como se señala el problema, se plantean posibles soluciones: prácticas de agricultura regenerativa —rotación de cultivos y zonas de pastoreo que prevengan plagas y desconcentren animales— para reducir la dependencia de fertilizantes químicos y promover la retención de nutrientes en el suelo; un mejor plan de gestión de las cuencas hidrográficas que permita controlar el escurrimiento de las tierras agrícolas hacia los cuerpos de agua; y por último, incentivar el conocimiento para “armonizar la producción agropecuaria con la protección de los ecosistemas acuáticos y costeros”.
Solo pensar en Uruguay como un maritorio representaría un “cambio de paradigma” que abriría las puertas a la “soberanía del mar”; “el área marítima como zona económica multiplica a la terrestre”, señala Defeo, “es espacio de explotación pero componente vital”.
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Mauricio Rodríguez
La concepción de maritorio exige impulsar una gobernanza que integre los distintos intereses comerciales, las costumbres socioculturales y las preocupaciones medioambientales. “No es que queramos no dejar hacer, sino armonizar la conservación con el uso, un uso responsable”, concluye el investigador.
El protagonismo también lo tiene la sociedad civil. Es importante que la población uruguaya se sienta vinculada, representada y comprometida con su costa. Y no se habla solo del agua, sino también de esa zona de interfase tan sensible que es la playa, con un enorme potencial para el desarrollo de múltiples actividades, sobre todo turísticas, de un valor socioeconómico indiscutible.
Hace poco Jorge Drexler y sus hermanos organizaron un festival musical que repiten todos los veranos en La Serena, produciendo una pertenencia con el balneario a la par que construyen conciencia. Sobre el escenario, el artista uruguayo puso en más de una ocasión el océano como protagonista: “A nuestras espaldas está el lugar del que venimos todos, porque en realidad somos un pedazo de mar encapsulado, somos litros de agua salada metidos dentro de nuestros cuerpos. Es una conclusión lógica y muy rápida la de que hay que proteger ese patrimonio”.
Así, Drexler se convirtió en la figura más visible del primer material de difusión de Uruguay Azul, un programa del Ministerio de Ambiente a través del cual el país se compromete, en línea con la última Conferencia de Naciones Unidas sobre Biodiversidad (COP15), a aportar su granito de arena para llegar al 2030 con un 30% de los espacios marinos del mundo protegidos, con medidas de conservación como la de los sistemas de áreas marinas protegidas: una suerte de cerca imaginaria alrededor de una parte del mar para resguardarlo del circuito de consumo. En este sentido, en 2023 Uruguay creó su primera área protegida 100% oceánica: la isla de Lobos, frente a Punta del Este, en Maldonado. Con eso, en la actualidad el país tiene apenas el 1% de su mar protegido, una cifra muy baja que en la región lo ubica en los últimos lugares.
Pero Defeo dice que no cree en números mágicos. “Lo importante no es llenar un cartón como en el bingo, sino establecer áreas de protección fundadas en ciencia robusta. El cómo, dónde y por qué proteger es clave. Las políticas de gobierno deben atender a la ciencia y no acelerar el deterioro de los recursos naturales, que es, en definitiva, el deterioro del sistema socioeconómico”.
En cambio, Milessi asegura que el 30% no es ningún número mágico, sino una cifra acordada en consenso con la comunidad científica. Entre el apoyo internacional, los recursos profesionales y humanos y la creación del Ministerio de Ambiente como buen augurio, el oceanógrafo confía en que hoy Uruguay puede transformarse en una potencia regional en la protección de su océano. “Es una tarea compleja, no imposible”.
El valor de la vida marina para la vida en la tierra y el medioambiente
Cada vez que Milessi está frente a un público de oyentes interesados en el mar, hace la misma pregunta: ¿quién alguna vez comió tiburón? La gente se mira extrañada, duda, hasta que algún valiente confiesa haber probado sopa de aleta en algún recóndito país asiático. Milessi cambia la pregunta: ¿quién alguna vez comió miniaturas de pescado? Ahí todos levantan la mano. “Entonces, comieron tiburón”, sentencia.
Cazón, angelito, gatuzo, sarda. Son todas especies de tiburones que se encuentran en aguas uruguayas y, como no tienen espinas, se utilizan mucho en estas frituras porque “rinden”.
El 10% de la diversidad global de tiburones habita un poco más allá de nuestras costas; son más de 100 especies distintas de cartilaginosos. Tienen pocos enemigos naturales, sin embargo, más del 50% de su población mundial está amenazada. “Que representen más de 450 millones de años de evolución ya es motivo suficiente para preservarlos”, argumenta Milessi.
Y hablando de museos de genética vivientes, Uruguay también tiene corales, pólipos que viven miles de años, sin necesidad de aguas cristalinas y cálidas como vende internet. Si bien este descubrimiento se popularizó con las expediciones de National Geographic en 2021, que el biólogo Alvar Carranza considera un ejemplo no muy feliz de interacción con la comunidad científica y local, la presencia de estas colonias de organismos se remonta a mucho antes: “No diría que no conocemos nuestro mar. En 1876 la primera expedición oceanográfica del HMS Challenger recolectó alrededor de 500 ejemplares de invertebrados y peces de más de 120 especies diferentes, en su gran mayoría, nuevas para la ciencia”, cuenta. El problema es que la mayoría de esos ejemplares siguen preservados en frascos a la espera de ser analizados.
Carranza se enorgullece de que nuestro fondo marino también esconde ecosistemas quimiosintéticos —cuya vida no depende de la luz solar (fotosíntesis)— alrededor de filtraciones de hidrocarburos conocidos como cold seeps. Estas formas de vida subsisten convirtiendo, a través de unas bacterias especializadas, sustancias químicas como el metano o el hidrógeno sulfurado en carbono orgánico, y estas mismas bacterias establecen relaciones simbióticas con la fauna marina. Lo más asombroso de estos ecosistemas es que, incluso si el sol se apagara, seguirían funcionando: “Son información pura sobre cómo se puede dar la independencia total del sistema energético regente de hoy basado en la luz solar”, concluye Carranza.
Volviendo a los tiburones, pescadores locales todavía recuerdan y en algunos casos conservan pruebas de que en las playas de Punta del Diablo y Valizas hubo dos reportes históricos de la presencia del gran tiburón blanco (oficialmente hay una mandíbula en el liceo de Castillos, en Rocha, y otra en el museo de Torres de la Llosa, en Montevideo). Esta especie, que contrario a lo que se piensa sí llega a aguas uruguayas —para aparearse o parir—, está poco y nada representada en la imagen agresiva y de comportamientos sangrientos de Jaws, de Steven Spielberg. Por eso Milessi encabeza el proyecto PeligroSOS en Peligro, que tiene entre muchas otras intenciones desmitificar al tiburón blanco y a todos los tiburones, limpiar su imagen y hacerle buena prensa: “La presencia de tiburones habla de una buena salud de los ecosistemas”, asegura el oceanógrafo.
“En Uruguay son muy pocos los registros de ataques de tiburón a bañistas, nos sobran los dedos de una mano para contabilizarlos. No estamos dentro de su espectro alimenticio. Si se da la situación, obedece a un error en la decisión del tiburón en atacar (un mordisco mortal en realidad puede ser producto de la curiosidad del animal) porque, si lo hicieran por comportamiento habitual, las cifras obviamente serían mucho mayores”, asegura, y subraya que los gritos y chapoteos los espantan.
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En contrapartida, se matan millones de tiburones al año en el mundo solo para cercenarles la aleta (en Uruguay también), que puede llegar a tener un valor de 50.000 dólares. Esta práctica, que se conoce como finning —atrapar tiburones, cortarles sus aletas y devolverlos mutilados al mar, donde inevitablemente morirán por asfixia, desangrados o devorados por otros peces al no poder nadar—, es, además de una “atrocidad”, un desperdicio. Milessi explica que el resto de la carne del tiburón no es utilizada en la mayoría de los países, mientras la sopa de aleta tiene un injustificado estatus social.
Sin embargo, en Uruguay ninguna especie de tiburón está especialmente protegida. El tiburón sarda, protegido en Brasil, por ejemplo, también pasa por aguas nacionales solo para reproducirse, y los que se pescan suelen ser siempre los ejemplares más grandes porque en realidad se trata de hembras embarazadas. Por eso es importantísimo conocer las especies que tenemos, sus ciclos de vida y su comportamiento. No para prohibir la intervención humana, sino para conocer, regular y controlar cómo y cuándo intervenir.
¿Qué pasa con la pesca?
La pesca es un oficio que, en la mayoría de los casos, se hereda (tradición familiar) con malas prácticas y todo. PeligroSOS en Peligro busca instalar conocimiento socioecológico para que pescadores artesanales y deportivos puedan tomar decisiones con conocimiento de conservación, resignificar su trabajo y enseñarlo de la mejor manera posible. Pero es difícil hacer cambiar de hábitos a familias enteras que hace más de 30 años están pescando.
Es casi tan importante como su concientización que el conocimiento de estos pescadores no se pierda, y la manera de lograrlo es institucionalizando esquemas de cogestión pesquera para que el marco normativo los incluya en la definición de los límites de capturas (cantidad) y del establecimiento de vedas —períodos en que se prohíbe o limita la pesca de ciertas especies, pero también áreas específicas en dónde no pescar—, entre otras cosas.
En Uruguay la pesca está regulada por la Dirección Nacional de Recursos Acuáticos (Dinara), responsable de la gestión, la conservación y el manejo de los recursos pesqueros y acuícolas del país, la regulación tanto de la pesca industrial como de la artesanal y el control de los permisos de pesca, las capturas y el esfuerzo pesquero (el número de barcos).
Tiene un rol fundamental en la pesca en áreas transfronterizas, donde pueden ingresar embarcaciones extranjeras a operar sin permisos. Pero, como la Dinara cuenta con un “muy limitado número de funcionarios”, para Milessi “no solo falta conocimiento socioambiental sobre las medidas en general, sino controles del Estado en particular, porque regulaciones ya hay, pero no se cumplen”.
Por ejemplo, el finning, si bien está prohibido en Uruguay, es practicado no solo por pescadores industriales o furtivos en aguas internacionales sino también por los pescadores artesanales. Especies como el gatuzo o el cazón han disminuido un 80% su población en los últimos 30 años a causa de la pesca.
“Obviamente, el pescador necesita capturar pero, si estamos capturando hembras de tiburón preñadas, estamos matando no solamente a la hembra, sino también a su camada, que en algunos casos son paridas cada dos años. Eso es lo que hay que enseñarles”, señala Milessi.
Los pequeños cambios de conducta que estos biólogos fomentan entre las comunidades pesqueras son cosas sencillas, como lo que sucedió con el pargo blanco en Rocha. Antes, el pargo no tenía valor comercial y se lo encontraba en grandes cantidades porque no tiene problemas de conservación. Si se pescaba, se tiraba, hasta que un pescador veterano comenzó a regalar las postas para que la gente probara, porque se podía comer, solo que no era popular. Sus clientes volvieron por más, entonces comenzó a venderlo.
Otro cambio que se persigue es que, cuando se atrapa algún juvenil de tiburón, sea descartado con vida. También que se respeten las áreas o las temporadas de veda de determinadas especies, por ejemplo, en su etapa reproductiva. Todo eso tiene que ser consensuado con los pescadores, y de a poco se está consiguiendo.
Respecto a los consumidores, es importante conocer las temporadas de veda, que a veces ni el cocinero conoce, y acostumbrarse a preguntar qué es la famosa pesca del día. Por ejemplo, de finales de octubre a mediados de enero en Uruguay corre una veda precautoria de corvina negra; sin embargo, ¿cuántos establecimientos la venden fresca en diciembre? Muchos, y eso es porque la gente la compra.
“Así como distinguimos entre el asado de tira y el vacío, lo que estamos tratando de hacer es concientizar sobre el consumo de pescado, sobre las especies con y sin problemas de conservación, para que la gente sepa el origen. Obviamente, es un aprendizaje y es cultural”, observa Milessi.
De hotspot a breathspot: el océano como aliado en la lucha contra el cambio climático
El océano es responsable de producir el 50% del oxígeno del planeta con la actividad de sus algas fitoplancton. Regula el clima, mitiga los efectos del calentamiento global a través de lo que se llama el secuestro de CO2, es fuente de alimento y hasta medicación, pero también es esparcimiento, inspiración y conectividad.
A veces perdemos de vista la fortuna de tener un balcón hacia el mar como es el este del país, así como no medimos que el impacto de la pesca y la contaminación provocan cambios en la temperatura, las corrientes y los vientos, que están afectando la distribución y la abundancia de especies clave.
Antes de la gestión de estos ecosistemas y recursos, está el conocimiento: “No podemos conservar aquello que no se conoce, que no se ve de forma atractiva, que no termina de sensibilizar del todo a los uruguayos”, apunta Milessi.
Ver corales, comprender a los tiburones, aggiornar la pesca y vincular todo eso a nuestro país requiere de proyectos de investigación y conservación que ayuden a comprender la complejidad, las limitaciones y la sensibilidad de este sistema, para verdaderamente protegerlo. El océano es el mayor aliado que tenemos en la lucha contra el cambio climático, entonces hay que conocerlo.